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Hablar de juventud es hablar de precariedad. Independientemente del lugar en el que uno nazca, en Madrid, en España o en cualquier país de la OCDE, ser joven es enfrentarte a unos incipientes, y cada vez mayores, obstáculos vitales. Empleos que no dan para vivir, alquileres que no dan con los salarios. Sin embargo, se le puede añadir una segunda capa a esta precariedad juvenil (o juventud precaria), y es la capa de la clase social, de los orígenes familiares.
Este domingo, Salvados emitió “Tiempos Modernos”, un programa dedicado al empleo actual con la Ministra de Trabajo como protagonista. Escuchamos anécdotas, vimos a la ministra responder y pusimos cara a la precariedad: joven, mujer y con el agua al cuello. Yo fui un invitado más y, dado que el formato y el tiempo son los propios de la televisión, quisiera explayarme y contar cómo ve las cosas un joven del sur de Madrid, con 24 años y con temor por el futuro.
Mi situación no tiene nada de especial porque es la de muchos otros jóvenes de barrios como el mío. Nací y me crié en una familia de clase trabajadora. Esto ha supuesto que haya sido el primero en acabar Bachillerato, llegar y acabar a la Universidad y, más recientemente, llegar y acabar un máster universitario. Dos implicaciones surgen de esta condición. La primera es la económica, la obvia y de la que todo el mundo habla. El “mamá, quiero estudiar una carrera”, que antecede al “tenemos que echar cuentas”, ya sea para ver si nos lo podemos permitir, si tengo que colaborar en casa con algún trabajo parcial o si, como en casos que he conocido, hay que pedir un crédito al banco.
Sin embargo, hay una implicación que a mí me ha marcado mucho más, y que ocupa menos titulares de noticia. La ausencia de capital social y cultural de partida. Podría resumirse en dos conceptos clave: contactos y guía. En mis seis años en la universidad, he aprendido que nunca será lo mismo llegar a la misma sabiendo moverse —o, en su defecto, teniendo a alguien que te sepa guiar—, que llegar a duras penas económicas y no saber qué hacer en ella. Por ello, parece que muchas personas pasan por la universidad, pero la universidad no pasa por sus vidas.
Para que esfuerzo y mérito determinen dónde llegamos primero tienen que existir las condiciones materiales (y culturales) que lo permitan. De lo contrario, la etapa formativa seguirá sirviendo para los mismos de siempre
Pero si estamos hablando de juventud y mercado laboral, ¿por qué aludir a los estudios? Porque es en la etapa formativa donde se granjean gran parte de las oportunidades laborales del futuro. Y los que venimos de casas donde los libros y los estudios superiores han brillado por su ausencia, partimos con un importante hándicap, uno que determina en gran medida qué seremos y hasta dónde llegaremos. Porque, a pesar del reciente mensaje de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, para que esfuerzo y mérito determinen dónde llegamos primero tienen que existir las condiciones materiales (y culturales) que lo permitan. De lo contrario, la etapa formativa seguirá sirviendo para los mismos de siempre.
Hay varios datos que corroboran esta superposición juventud-precariedad-orígenes sociales. Según Eurostat, España fue el país donde más personas perdieron su empleo en el segundo cuarto del año 2020 (un 6,5%). De aquellos, la mitad tenían menos de 35 años que, según la OCDE, es la edad límite de la juventud actual. Y un tercer elemento como guinda: en España, las personas de bajos ingresos han tenido el doble de probabilidad de perder el empleo que los de ingresos medios en el mismo periodo anual. La probabilidad es el triple si comparamos con los de ingresos altos. Es la mayor diferencia entre ingresos altos y bajos de toda Europa.
La cuestión es que esto ocurre en España de forma mucho más significativa que en el resto de países de nuestra zona. En España, la precariedad y la desigualdad, sobre todo entre la juventud, es más intensa. Y esto enroca con un dogma que repiten nuestras generaciones precedentes y con el que hay que romper. La precariedad no acaba con la juventud. “Yo con vuestra edad también lo pasaba mal”, sí, pero la precariedad no era congénita. Hoy día existe la posibilidad de comenzar a encadenar contratos basura desde los 20 hasta los 40. ¿Por qué? Existe una tríada fundamental en este sentido que aúna la familia, el mercado labora y el estado social o de bienestar. La familia, en los casos posibles, siempre está ahí como sostén económico, y el mercado laboral es una trituradora de jóvenes. Es en nuestro sistema de bienestar donde hallamos parte del problema. España nunca desarrolló una red de protección eficiente como sí lo hicieron otros países europeos, de tal manera que, cuando una persona joven cae del mercado laboral, puede colarse entre los grandes agujeros que existen en el sistema de protección.
Muchas cosas están mal en este sistema social. Desde las políticas de rentas hasta las becas. Uno de los gráficos más claros que demuestran que tenemos uno de los sistemas redistributivos menos eficaces de Europa es el del informe gasto social de la OECD del 2011, donde podemos apreciar el porcentaje de beneficios sociales que recibe el quintil más rico y el más pobre de cada país. Un Estado de Bienestar es eficiente cuando sus transferencias están bien dirigidas a quien más lo necesitan, independientemente de su gasto público total. Lo que vemos en España es que el quinto de la población que más tiene recibe el 25% de los beneficios sociales. Mientras que el quinto que menos recursos posee solo el 10%. Estos beneficios no llegan de forma eficiente a las poblaciones más vulnerables, que son en el momento actual los jóvenes, las mujeres, los inmigrantes y los parados de larga duración.
No solo es que no lleguen, es que además nuestro radar social no las localiza porque tenemos una burocracia anquilosada, como el Ingreso Mínimo Vital y los ERTE demuestran. El problema no es de iniciativa política. Esta, al menos en teoría, existe en el gobierno actual. El problema es que independientemente de la política a implementar, si no viene acompañada de cierta revolución burocrática su eficacia quedará gravemente comprometida.
No solo hay que remontarse un siglo para encontrar una generación tan perjudicada como la nuestra, además la cicatriz que esta coyuntura está generando será profunda y notoria
No solo hay que remontarse un siglo para encontrar una generación tan perjudicada como la nuestra, además la cicatriz que esta coyuntura está generando será profunda y notoria. Si tenemos en cuenta que entre los 16 y los 24 todos los estímulos externos nos determinan, podemos aventurar que el efecto cohorte de mi generación será muy importante. Especial atención a esto, pues personas que ahora mismo estén pensando qué estudiar o a qué dedicarse, lo están haciendo con la ansiedad, el miedo y la incertidumbre no ya del futuro, sino del mañana directo. Un efecto que se aprecia en los crecimientos de apatía, desafección y desconexión que, a pesar de haberse propagado hace varios años, pueden redirigirse no ya al sistema político como el 15-M puso de soslayo, sino al mismo sistema democrático.
Y es que la democracia siempre tuvo dos significativos. El formalista, más allá de debates concretos, es difícilmente cuestionado hoy día. Tiene que haber elecciones periódicas, libres y competitivas. Podemos tener el derecho de militar, reunirnos y expresarnos libremente. Sin embargo, la acepción sustantiva, aquella que une democracia con protección y progreso, está claramente en entredicho. Y las alternativas están sobre el tablero. Por un lado, la alternativa tecnocrática que vivió Italia hace varios años, esto es, adiós a los políticos y bienvenidos los técnicos. Y por otro, la autoritaria encabezada por un hombre fuerte que subvierta los órdenes liberales como en Hungría o Brasil. La gente, después de una década de efervescencia política y electoral, de continuos conflictos, quiere simplificación, y la puede encontrar en la democracia o en sus alternativas.
Y es que la juventud está pagando las consecuencias de unas causas que nunca se buscó por sí misma. Las de no constituir un selectorado para los partidos políticos. Un selectorado, resumiendo a grandes pasos, es aquel conjunto del electorado que tiene la capacidad de determinar la dirección del gobierno y, por lo tanto, qué partido vence las elecciones. De ahí que nos encontremos con la noticia de que la Comunidad de Madrid reducirá un 25% el abono transporte a partir del 2021 para los mayores de 65 años, dando lugar a la espantosa contradicción sobre cómo una joven precaria de 26 años que viva en el sur de la región, pagará en un mes lo mismo que una persona de 65 años en todo un año.
Por ello es necesario empezar a abrir debates en este país. El primero es el del pacto intergeneracional. Un debate que ponga frente a frente dos generaciones totalmente distintas pero cuyos intereses deben ir de la mano para prosperar. Y la pedagogía aquí es más necesaria que nunca. Si los más mayores quieren unas pensiones dignas, los más jóvenes tendremos que poder ostentar empleos de calidad (y, ya de paso, tener la capacidad de rechazar aquellos que no lo sean). Una segunda disputa tiene que pivotar sobre el modelo de dichas pensiones. Muchos jóvenes no podremos trabajar lo necesario, y quizás habría que empezar a hablar de transferencias universales a partir de impuestos, y no tanto de cotizaciones.
Y, por último, una reforma fundamental del sistema de becas de formación. La cuantía y el número de las mismas es relevante, por supuesto, pero la clave está en la accesibilidad, pues muchas parecen destinadas para caer en las manos de los mismos de siempre. Y no hablo de aquellas becas que te permiten estudiar o mantenerte en los grados, sino aquellas que determinan el peso de tu currículum de cara al futuro laboral. El seminario. La estancia extranjera. El periodo de investigación. Las prácticas departamentales. Los congresos. O el Erasmus, la beca de la clase media por antonomasia. Deben abrirse a más estratos sociales, deben facilitarse los procedimientos entendiendo que no todos parten de las mismas posiciones y privilegios.
Pero por encima de todo ello, la polarización inducida desde arriba debe cesar. Basta acudir a cualquier bar de barrio, a cualquier casa de amigo o vecina para entender que la crispación siempre viene por el mismo camino. Como en el informe que realizó el sociólogo Luis Miller recientemente, la ciudadanía española no discute por impuestos, estado de bienestar, servicios públicos o inmigración. Existe dos outsiders que levantan polarización (afectiva): la ideología y el eje territorial, ambos íntimamente vinculados e intensificados, de forma interesada, por los partidos políticos. La polarización nunca fue originada en la sociedad, sino inducida por las instituciones. Y corremos el peligro de dejar de escucharnos, de dejar de legitimarnos como oponentes políticos. La polarización per se no es negativa, pues actúa muchas ocasiones como heurísticos, como atajos cognitivos que nos facilitan las identificaciones: este es rojo, este azul; este es del Real Madrid, este del Barcelona. El problema radica cuando esta identificación trae consigo rechazo emocional, polarización afectiva, y ya no vemos a oponentes democráticos, sino a enemigos teológicos.
Durante los años de la Transición había recurrentemente una frase que, mientras estudiaba, se quedó conmigo. “Los hijos de obreros queremos estudiar”. La afirmación no apunta a un deseo que tengamos de abandonar nuestra clase, nuestro barrio o nuestra familia; nuestra “patria chica”. Es una pulsión, un deseo de progresar, de mejorar y agradecer a nuestros padres su esfuerzo. Hoy nadie puede ser capaz de decir a sus hijos que si uno estudia tendrá un futuro digno. No es creíble. El ascensor social se ha roto. Las promesas de progreso que unían generaciones también. La castigada es nuestra generación, pero la condenada somos los hijos e hijas de los obreros. De los que se habla menos en la televisión, pero de los que todavía luchamos por prosperar.
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Dana
València ¿Qué pasó con las ayudas en otras catástrofes?
Es muy preocupante el temade las oportunidades de los jóvenes y muchas cosas de las que dice el artículo son ciertas, pero otras chirrían. Por ejemplo:
"No solo hay que remontarse un siglo para encontrar una generación tan perjudicada como la nuestra..."
Muchos de los que han vivido duranteelúltimo siglo dirán lo mismo: que su generación ha sido la menos afortunada. Veamos qué han tenido que pasar los jóvenes del último siglo:
- Los que quisieron empezar a trabajar en 2008 noencontraron trabajo. No había.
-Los que vivieron la crisis de los 70 y primeros 80 no tuvieron el problema de que los trabajos fueran precarios y temporales; o se tenía trabajo o no se tenía.
- Los que vivieron la posguerra fueron menos afortunados que los que vivieron la crisis de los 70.
- Los que vivieron la guerra fueron reclutados para morir en el frente.
- Y los que vivieron en los años 20, si sus familias no podían pagar una cantidad para eximirles del servicio militar, podían ser reclutados para mirir masacrados en la guerra de África.
¿De verád te sientes menos afortunado que todos esos jóvenes pobres del último siglo?
Muy buen artículo. No solo las becas para privilegiados o los abonos transporte son ayudas que se lleva en su mayoría la clase media dejando atrás a los más pobres. Otro gran trozo del pastel son y han sido las ayudas a la vivienda, tanto a la compra como al alquiler o a la cesión cooperativa. No hablamos ya de las muy conocidas mejoras impositivas a la compra de vivienda de las décadas pasadas, sino de las ayudas al alquiler de "ayuntamientos progresistas" que exigen nóminas de 1200 a 2000 euros (para asegurarse de que lo puedas pagar, muy bien, un aplauso! les damos ayudas al alquiler a quien no tiene problemas para pagarlo), sino las tan sonadas viviendas cooperativas o en derecho de superficie, que piden entradas de 20.000 euros y cuotas mensuales como las de una hipoteca. Y el dinero de los impuestos que paga el rider que no llega a 800 euros al mes se va a así "a quienes más lo necesitan".
Cuando plataformas como Juventud sin Futuro acaban montándolas pijazos como Espinar, Errejón, Serra... te da una idea de lo jodidos que estamos los jóvenes en este país... Desde luego que al gobierno de coalición "más de izquierdas de la historia" se la sudamos mucho...
Lo peor y mejor, que me pudo pasar en mi temprana juventud, fue estudiar termodinámica, ahí te puedes dar cuenta de muchas cosas. Ver que el sistema en el que vives, no te va dar una vida mejor por más que estudies, incluso, si quisiéramos una plena igualdad entre pobres y ricos en el planeta, nos toca conformarnos con menos, y ver cómo decrecemos, y no por nuestra decisión, sino por imposición de leyes físicas que nos dan la vida.
Vivir en tiempos de colapso y decrecimiento forzoso, no es fácil para nadie. Por tanto la lucha de la justicia social con un sentido decrecentista de fondo, nos hará vivir mejor en un futuro, que sino hiciésemos algo, pero claro, teniendo en cuenta que decrecemos si o si.
Buen artículo, se agradece que - por fin - se hable de economía y no de movidas ideológicas.
La primera gráfica presentada tiene los datos invertidos en las etiquetas.
Por todo lo demás, buen artículo.
Una reflexión: hasta en el precio del transporte público, los beneficios sociales van a quienes más cobran, pues con beneficios sociales tipo "tarjeta transporte", quienes pueden recibirlo por estar en trabajos mejor posicionados se ahorran un 25% frente a alguien precario.
Típico discurso dun madrileño, ignorar a cuestión territorial cando seguides vivindo a costa dos nosos recursos. Tede a decencia de dar as gracias polo menos.
El de Una, Grande y Libre ¿era madrileño? ah no, que era gallego.
Si hijo si. Los vecinos de Carabanchel lo primero que hacemos cuando nos levantamos es mirar de que manera podemos robar los impuestos del resto.