Educación
Adoctrinamiento, historia y memoria cruda

La derecha, encarnada en Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, ataca en la reciente reforma educativa todo lo que tenga que ver con memoria, la introducción de la perspectiva de género o con la puesta en valor de la presencia femenina a lo largo de la Historia.
Concentración Génova Ayuso - 22
Manifestación de apoyo de Isabel Díaz Ayuso tras la denuncia de corrupción aireada por el ex líder del PP Pablo Casado. Edu León
Historiadora, Doctora en Humanidades e Investigadora postdoctoral Margarita Salas
15 may 2022 09:59

Ya nos lo dejaban claro los chicos de Ska-p en la canción “Adoctrinados” (del álbum Game Over, 2018): “En el barrio / en el pueblo / en las calles / o en la universidad / en tu casa/ en los bares/ en el curro / te van a adoctrinar”. Lo que igual no teníamos tan claro es que fuera la derecha española la que fuera a entonar estas ideas. Más concretamente, que fuera la derecha de la Comunidad de Madrid, la de la lideresa Isabel Díaz Ayuso, la que fuera a rebelarse con mayor furia ante el intento de adoctrinamiento que suponen los Reales Decretos 217/2022 (el de la ESO) y 243/2022 (el del Bachillerato).

Que la LOMLOE y sus compañeros, los Reales Decretos citados, se le han atragantado a más de una no es una sorpresa. Desde que se anunció el contenido de la norma han sido numerosas las voces —la mayoría, dicho sea, en una trayectoria desde el centro a la derecha— que se han alzado ante tamaña ofensa al sistema educativo español. Gracias a ellas, sabemos de sobra que el estudiantado de ESO va a trabajar y esforzarse muchísimo menos, porque van a poder pasar de curso con muchos suspensos; que no se va a poder enseñar Historia como Dios manda, con sus fechas bien puestas y siguiendo un estricto orden cronológico, ni los saberes propios de la Filosofía, y, lo que es más grave, que van a adoctrinar a nuestras hijas. Y este deseo por alienar las mentes de la juventud no se va a quedar en una única asignatura, como ya intentó el pérfido expresidente Zapatero. La ideología del Gobierno social-comunista va a impregnar el temario de casi todas las asignaturas, lo requiere acciones contundentes para evitar que consigan sus objetivos.

Esta semana hemos conocido la decisión de la Comunidad de Madrid respecto a esas barbaridades que Sánchez y sus secuaces pretenden implantar en las mentes de nuestras jóvenes. Parece que pretenden suprimir hasta una treintena de esos conceptos alienantes que deberán enseñarse, por ejemplo, en la asignatura de Historia. Y es que el texto en el que estos aparecen ni siquiera es claro ni tiene ninguna lógica, como apuntaba el responsable de Educación de la CAM, Enrique Ossorio, al afirmar que “hay párrafos que yo, como consejero de Educación, no entiendo lo que dicen. No creo que nadie los entienda”. Francamente, me he asustado tanto ante la posibilidad de que el Gobierno intente meter ideas raras en la cabeza a la gente que, como historiadora, he sentido muchísima curiosidad por saber cuáles eran esas peligrosas e ininteligibles ideas. Solo me referiré a algunas de ellas: las que como profesional de eso de estudiar el pasado para generar nuevos conocimientos sobre él me han llamado más la atención.

Tampoco me ha dejado en shock que la enseñanza relacionada con “las políticas de memoria en España” deba desaparecer. No vaya a ser que nos impongan un recuerdo colectivo sobre el pasado —sea sobre la Guerra Civil, sobre las víctimas de la violencia o sobre el terrorismo— que no nos guste

Me gustaría decir que mi sorpresa al comprobar cuáles eran los conceptos adoctrinadores que tanto les habían escandalizado ha sido mayúscula, pero no puedo ni quiero mentirles. En el fondo ya me esperaba lo que me iba a encontrar: todo lo que tenga que ver con la introducción de la perspectiva de género, de recuperación de las figuras femeninas silenciadas y obviadas por la historiografía hasta tiempos recientes, o, en general, con la puesta en valor de la presencia femenina a lo largo de la Historia queda fuera. Poca novedad hay en este deseo de pasar por alto el gran número de investigaciones sobre el tema que grandes profesionales de la historia están llevando a cabo, así como sus aportaciones al conocimiento histórico. Nosotras siempre quedamos en un segundo plano, especialmente cuando cualquier intento por abrir las mentes del estudiantado a la realidad histórica de las mujeres se acompaña de la palabra “género”.

Tampoco me ha dejado en shock que la enseñanza relacionada con “las políticas de memoria en España” deba desaparecer. No vaya a ser que nos impongan un recuerdo colectivo sobre el pasado —sea sobre la Guerra Civil, sobre las víctimas de la violencia o sobre el terrorismo— que no nos guste. O, mejor dicho, que no coincida con la memoria que, confundiéndola con conocimiento histórico, utilizamos en los discursos en cada celebración o conmemoración de algún gran hecho histórico que engrandece la nación.

Ya sabemos que eso de la memoria suena raro a determinados oídos, a pesar de que el término se lleve utilizando desde principios del siglo XX en el ámbito historiográfico académico en múltiples sentidos. Y si no me creen, echen un vistazo a trabajos relativamente recientes en los que se hace un balance de la cuestión, como los del historiador Allan Meguill. Este autor planteó en el artículo “History, memory, identity” (History of the Human Sciences, 11(3)) la estrecha relación que existe entre la memoria y la identidad colectiva. En este trabajo, Meguill hacía la siguiente afirmación: “Dónde la identidad se problematiza, la memoria se revaloriza”. De forma muy sucinta, el concepto de memoria histórica que manejamos los historiadores que nos dedicamos a su estudio y análisis hace referencia al conjunto de relatos sobre el pasado seleccionados y reinterpretados por un grupo o institución concretos con el fin de legitimarse a sí mismos respecto al resto en la sociedad, entendida en un sentido muy amplio, en la que se insertan.

Además, ese conjunto de relatos o recuerdos colectivos busca, entre otras cosas, afianzar la identidad de un grupo social (sean los de derechas, los de izquierdas, los republicanos, los monárquicos, las mujeres, los migrantes, los catalanes, los vascos o la cofradía del santo de cualquier pueblo de nuestra geografía). Por ello, tampoco sorprende que, a pesar de la basta producción académica respecto a estas cuestiones, se vayan a suprimir conceptos como “Diversidad identitaria”, “Identidades que tienen que ver con el sentimiento nacional”, “Identidades múltiples”, “Identidades nacionales y regionales”, o “Pluralidad identitaria”. ¿Qué es eso de diversidad identitaria, si aquí somos todas españolas y no hay más que hablar? ¿Cómo va a ser posible? Seguro que es cosa de contentar a los que quieren romper España… O a feministas malvadas que odian a los hombres. O a los guerracivilistas que remueven el pasado sin razón alguna más allá del revanchismo. O, lo que es peor, a los que odian a nuestro país y quieren hacernos quedar como los malos del cuento.

La asignatura de Historia debería servir a ese fin fundamental: fomentar y desarrollar la capacidad crítica de quienes la estudian para que sean capaces de distinguir entre conocimiento histórico y memoria cruda, de esa que nos sirven muy a menudo en los discursos políticos, en la prensa y en las tertulias

Resulta muy llamativo que ideas y términos que unos cuantos profesionales en la materia, muchos más que los que piensan algunos de los encargados de tomar decisiones al respecto, pensemos que la inclusión de estos puede ser muy positiva, en tanto que serviría como alimento del pensamiento crítico del estudiantado. De hecho, tal y como apuntaba Alberto Corsín Jiménez, investigador del Instituto de Lengua, Literatura y Antropología del CSIC, en su cuenta de Twitter, al menos 27 de estos treinta conceptos eliminados por la CAM forman parte de os “Desafíos Científicos” del futuro publicados en Libros Blancos de la institución.

Es más, voy a ser osada y voy a afirmar que la asignatura de Historia debería servir a ese fin fundamental: fomentar y desarrollar la capacidad crítica de quienes la estudian para que sean capaces de distinguir entre conocimiento histórico y memoria cruda, de esa que nos sirven muy a menudo en los discursos políticos, en la prensa y en las tertulias. Así tendríamos todas más claro que el primero requiere un riguroso método de trabajo, una formación específica de quien lo practica y un análisis sosegado y lo más objetivo posible de las fuentes. La segunda no requiere nada de esto, y se crea desde un presente fuertemente influenciado por sus circunstancias, que se utilizan como filtro para seleccionar qué hechos recordar y cómo hacerlo. Así, mientras el primero nos ayuda a comprender cómo hemos llegado hasta aquí, aceptando las luces y sombras como parte del pasado común y poliédrico, la segunda ensalza valores e ideas que, si no se saben manejar con cuidado, pueden llegar a servir a fines tan poco recomendables como la justificación de actitudes racistas, excluyentes y discriminatorias respecto a quienes no piensan como nosotros queremos que lo hagan. Y eso, señoras y señores, sí que es adoctrinamiento puro y duro

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