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G-7
Crónica de un esperpento anunciado
Mientras personajes como Angela Merkel, Emmanuel Macron o Donald Trump tomaban parte de fastuosas celebraciones y paseos en una escapada estival, las acciones de los movimientos anticapitalistas se han centrado en dispersas respuestas donde la represión policial atacaba fuertemente.
Cuando identificamos que el sistema capitalista en el que se nos obliga a malvivir es el causante de las miserias, desgracias y violencias que sufrimos, la resistencia se vuelve una válvula de escape natural y necesaria para mantener mínimamente la cordura. Las clases dominantes conocen los cauces que tomarán estas resistencias tanto en lo individual como en lo colectivo y, por eso mismo, saben cómo espolear nuestra creatividad. Ampliar nuestro imaginario de lucha se torna en una táctica fundamental. La lucha no debe convertirse en un objetivo en sí misma, es una herramienta en movimiento, una experiencia compartida, y genera unos códigos que se escriben improvisada y organizadamente al mismo tiempo.
El Grupo de los Siete, es decir, los dirigentes de los siete países más poderosos del mundo y responsables de nuestras miserias humanas, tienen a bien reunirse anualmente para hacer alarde mediático de su dominación, representar una función simbólica de quien se sabe dominante sin ninguna clase de máscaras. Y sin embargo, cada vez que este tipo de cumbres internacionales se desarrolla, y desde finales de los años 90, un movimiento social conocido como antiglobalización prepara acciones para visibilizar las resistencias políticas en estos países; en la ciudad elegida como sede para albergar su reunión, en el corazón de la bestia.
Si bien hace dos años la movilización internacional contra la cumbre del G-20 en la ciudad alemana de Hamburgo retomaba el impulso activista de hace dos décadas contra estas cumbres con desgraciadas consecuencias represivas, la reunión planificada del G-7 a finales de agosto en la ciudad francesa de Biarritz trataría de mantener este mismo pulso contra las clases dominantes y auguraba acciones de lucha destacadas en el contexto de un año político marcado por la irrupción del movimiento de los chalecos amarillos en Francia. Aproximadamente durante un año se han estado organizando las movilizaciones de estos días pasados en Biarritz, con una fuerte coordinación desde los territorios de Euskal Herria, tanto en la parte española como francesa.
Desde una semana antes, la frontera francesa estaba tomada por los militares y la policía, todas las carreteras y caminos en los Pirineos que llevaban hacia la ciudad de Biarritz y alrededores los custodiaba una ocupación militar inusual en la región. El despliegue militar a ambos lados de la frontera de Euskal Herria provocó que muchos compañeros y compañeras activistas del Estado español encontraran problemas para cruzar dicha frontera con exhaustivos controles. El miércoles 21 de agosto, la Gendarmería arrestó a cinco activistas anticapitalistas que estaban preparando una acción contra un hotel requisado por los militares bajo la cumbre del G-7. Otro hecho relacionado con la represión previa a la cumbre fue la expulsión de un activista y periodista alemán del territorio francés, arrestado en un control de carretera en el departamento de Côte-d'Or en Borgoña, Franco Condado.
El viernes 23 de agosto, la policía francesa entró violentamente en el campamento de la contracumbre en la localidad de Urruña. Lanzaron numerosas pelotas de goma y gases lacrimógenos, cargaron contra los manifestantes provocando heridos y realizaron 17 detenciones. Todo ello en una operación relámpago para responder a las acciones de los activistas anticapitalistas que lograron cortar la autovía A-63 a la altura de dicho municipio, entre Hendaia y Sant Jean de Luz. El Tribunal de Baiona dispuso de módulos especialmente habilitados en la cárcel de la localidad para las detenciones en el contexto de la contracumbre, por lo que ya se esperaban numerosas detenciones y violencia policial vinculadas a las manifestaciones sociales anticapitalistas.
El ministro francés de Interior, Christophe Castaner, anunció que movilizarían unos 13.000 policías y gendarmes, apoyados por fuerzas militares francesas, para vigilar por tierra, mar y aire la cumbre del G-7. Gran parte de este operativo estaría coordinado con la Guardia Civil española, la Ertzaintza vasca, y la Polizei alemana, con marcados tintes propagandísticos debido a la coordinación europea entre fuerzas represivas. El sábado 24 de agosto, los dirigentes de estos países se citaron, por lo tanto, en un auténtico búnker custodiado por miles de fuerzas represoras. Calles cortadas a cal y canto para la representación del show de estos dirigentes y sus correspondientes séquitos. Mientras tanto, la mañana se iniciaba con una manifestación que congregó a unas 15.000 personas y que tenía lugar entre Hendaia y el municipio de Irun, convocada mayoritariamente por organizaciones activistas de Euskal Herria. En esta marcha se manifestó el rechazo a las cumbres como el G-7, que secuestran una ciudad completa para escenificar su dominación sobre el mundo. Además, algunas cuestiones como el cambio climático y los ecocidios como el del Amazonas, o las muertes continuadas de migrantes en el mar Mediterráneo, fueron algunas acusaciones directas a la criminalidad del sistema capitalista. La nutrida marcha transcurrió sin agresiones ni altercados policiales, bastante distinto a cómo sucedieron los acontecimientos esa misma tarde.
La tarde del sábado estuvo marcada también por el cierre total de la ciudad de Baiona, a menos de 10 kilómetros de Biarritz. Las fuerzas represivas encerraron a los activistas antiglobalización en esta ciudad francesa y a primera hora de la tarde realizaron registros e incautaciones de materiales de seguridad —cascos o máscaras contra el gas— a un grupo de numerosos periodistas que cubrían el desarrollo de la contracumbre. Miles de manifestantes comenzaron a reunirse en la plaza de Paul Vert y se inició una marcha espontánea por las calles de Baiona para protestar contra la cumbre del G-7. Debido a que esta manifestación no estaba permitida y desafiaba a las autoridades francesas, la policía acabó frenando la marcha que intentaba llegar a un centro comercial a las afueras de la ciudad. La marcha de activistas, completamente autónoma y organizada por grupos coordinados anticapitalistas tanto de Euskal Herria como del Estado francés, con una fuerte presencia de chalecos amarillos, fue atacada finalmente por la policía. Las fuerzas represivas francesas debieron moverse con mayor agilidad que la marcha espontánea, utilizaron pelotas de goma, gases lacrimógenos e incluso tanquetas de agua para reprimir a los activistas. La marcha regresó al centro de la ciudad de Baiona, donde hubo nuevos enfrentamientos con la policía desplazada a la localidad ya con el objetivo de reprimir duramente a los activistas. Las furgonetas policiales protegidas con rejas metálicas fueron utilizadas como muros para bloquear los puentes que atraviesan los ríos Errobi y Aturri, y que separan la ciudad en la Petit Baiona y la Grand Baiona, esta última más próxima a la ciudad de Biarritz. En las inmediaciones de estos puentes, la policía agredió con gases lacrimógenos. Al final de la jornada, el balance fue de 68 activistas detenidos por la policía francesa, según la Prefectura (similar a Delegación del Gobierno) de la región de los Pirineos Atlánticos.
El mismo día se conmemoraba el 75º aniversario de la entrada en París de las tropas aliadas frente a los nazis, y más concretamente La Nueve, la compañía de antifascistas españoles de la División Acorazada del general Leclerc, logrando liberar el ayuntamiento parisino y deteniendo al comandante de los nazis en la capital francesa. Una paradoja más de los escenarios políticos planteados cuando se realiza una lectura entre el pasado y el presente; una inevitable comparación entre momentos históricos que, desde las memorias populares, comparten más similitudes de las que desearíamos. Y, sin duda alguna, nos invita a continuar escribiendo y autogestionando nuestra propia historia para arrebatársela al relato oficial.
El domingo por la mañana hubo varias acciones, ya fuesen organizadas o espontáneas, como por ejemplo una marcha de dos centenares de activistas por las calles de Hendaia que exigían la libertad de las personas detenidas en el día anterior. En un centro comercial de la localidad de Bidarte, los chalecos amarillos habían convocado a una acción; sin embargo, un dispositivo desmesurado de policía francesa rodeo a los 80 activistas que se concentraron y que fueron retenidos junto a numerosos periodistas, que denunciaron la vulneración del derecho a informar. Al mismo tiempo, en la ciudad de Baiona tuvo lugar la llamada Marcha de los Retratos, en la que organizaciones anticapitalistas se manifestaron sujetando centenares de retratos del presidente francés, Emmanuele Macron, que han sido robados durante estos meses de distintos ayuntamientos franceses. La tarde del domingo tuvo acciones dispersas menos reseñables. El saldo total de detenciones en el fin de semana fue de 85 activistas arrestados.
El fin de semana al sur del Estado francés se ha sucedido como un gran esperpento, séquitos nacionales secuestrando la cotidianeidad de toda una región bajo el único pretexto de reunirse para continuar decidiendo políticas comunes de hipocresía y miserias. La militarización más absoluta de una ciudad, la suspensión de garantías mínimas y derechos, así como la represión de activistas y periodistas. Esta contracumbre ha sido notablemente más discreta que la de hace un par de años en Hamburgo contra el G-20. Continuamos debatiéndonos entre la imprescindible respuesta a estas provocaciones de la clase dominante global con diversidad de estrategias, objetivos y tácticas; y también la imprescindible lectura de estas cumbres dentro de un terreno de juego fijada por esa misma clase dominante que nos lleva a disputar una partida no elegida por nosotros y nosotras mismas en la más absoluta desigualdad de condiciones.
Mientras personajes como Angela Merkel, Emmanuel Macron o Donald Trump (entre los que son más reconocidos internacionalmente) tomaban parte de fastuosas celebraciones y paseos en una escapada estival, las acciones de los movimientos anticapitalistas se centraban en dispersas respuestas donde la represión policial atacaba fuertemente. La práctica de la lucha de clases sabemos que es la dialéctica de esa confrontación, y sin embargo se hace imprescindible llevar la confrontación a nuestro terreno de juego, con nuestras reglas y en la medida que seamos quienes actuemos, y no bajo una tendencia de reacción. En la vieja Europa tenemos colectivos sociales, libertarios o autónomos fuertes, pero nos falta saber coordinarnos como movimiento. Una vez que el tornado de esta provocación de los más poderosos ha pasado, nos corresponde continuar trabajando para construir ese movimiento desde lo local.