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Opinión
Los indios de la provincia de Cáceres
Las Hurdes, civilizadas, así se titulaba un artículo publicado en 1908 en el periódico cacereño El Bloque, donde, no sin cierta ironía, se analizaban los resultados que podía ofrecer el Congreso Hurdanófilo que tuvo lugar en Plasencia ese mismo año. La celebración de este congreso estuvo muy relacionada con la publicación, desde 1904, de Las Hurdes, Revista Mensual Ilustrada, además de con el esfuerzo de una serie de particulares, como el obispo Francisco Jarrín o el clérigo José Polo Benito, que se marcaron como objetivo poner a la comarca en el foco de atención, evangelizarla, educar a los niños y sacarla de la miseria. Algunos de los objetivos eran, sin duda, loables; el enfoque, no tanto.
Viajemos a Salamanca en septiembre de 1904. Alfonso XIII visitaba la ciudad y, aprovechando la coyuntura, Jarrín pensó en cómo podía entretener al monarca y a la vez despertar su interés por las Hurdes. No se le ocurrió mejor idea que seleccionar a un grupo de hurdanos y llevárselos a Salamanca para enseñárselos al rey. Dicho grupo lo componían, por un lado, unos danzantes y, por el otro, un matrimonio de catorce años. En el diario El Castellano tacharon de impiadosa y cruel esta ocurrencia de mostrarles hurdanos al rey como si fueran animales exóticos. Cuentan las crónicas, por cierto, que Alfonso XIII se acercó a ellos para verlos de cerca y dijo que “parecían hombres primitivos bailando de un modo semisalvaje”. También comentó: “Me gusta mucho la caza, sé que allí abundan las reses, y no es difícil que me tengan muy pronto allí”. Curiosamente, en los años veinte del siglo XX una de las propuestas para salvar las Hurdes era de corte cinegético: se propuso despoblarlas y convertirlas en un coto de caza. Incluso Miguel de Unamuno se pronunció sobre esta propuesta, criticándola y arguyendo que el principal problema de las Hurdes no era otro que las tradicionales prerrogativas de los terratenientes, la deficiente acción del Senado y el caciquismo.
Volviendo a Alfonso XIII, este acabó visitando, efectivamente, las Hurdes, pero esperó hasta 1922. ¿Por qué las visitó? Se trató de un viaje eminentemente propagandístico. Diversos cronistas lo narraban jornada a jornada tirando de sensacionalismo y de títulos como “A través de un país de leyenda”, sección de La Correspondencia de España. Estaba en horas bajas la popularidad del monarca tras el desastre de Annual de 1921 y eran muchas las voces que criticaban los abundantes recursos que se gastaban en la colonización del Rif teniendo zonas por colonizar, como las Hurdes, dentro de España. La comparación África-Hurdes en términos de colonización y civilización es una constante desde principios de siglo XX. Como muestra, os dejo unas palabras de un artículo de Azorín de 1908 titulado La colonización de España y publicado también en La Correspondencia de España, donde escribe: “Marruecos, ¿qué es? Un país sin civilizar. Las Hurdes, ¿qué son? Un país sin colonizar”.
Azorín escribió en 1908: “Marruecos, ¿qué es? Un país sin civilizar. Las Hurdes, ¿qué son? Un país sin colonizar”
Opinión
Mi viaje extremeño por las palabras
El viaje de Alfonso XIII a las Hurdes de 1922 es de sobra conocido, así que no ahondaré en él, pero quiero compartir un par de curiosidades. La primera es una escena, descrita en prensa, en la que Alfonso XIII intenta comunicarse con los hurdanos y no es capaz. El periodista que nos la narra afirma que los hurdanos “solo balbuceaban extraños vocablos, sin sentido para los forasteros”. Esos extraños vocablos son la maravillosa lengua de origen asturleonés de mi abuela y mi abuelo, de mi padre y mis tíos; la lengua en la que yo he conocido el pasado de mi familia paterna y los nombres de ríos, montañas y animales; la lengua a la que hoy llamo estremeñu, pero que de pequeño llamaba hurdanu; una lengua que se desdibuja un poquito más cada día que pasa.
La segunda anécdota la encontramos unos años después, en 1928, en la historieta La nieve y la lotería, escrita por Regina Merchán y publicada en el Correo Extremeño. En ella, la autora, mordaz, pone a un hurdano a cantar: “Endi que el Rey don Alfonsu / las Jurdis ha visitadu / ya no estamus tan a oscuras / los pobrecitus jurdanus”.
No obstante, las Hurdes no eran un tema nuevo a principios del siglo XX; la comarca, a veces generalizada como Batuecas, venía siendo ya desde el Siglo de Oro objeto de numerosas fábulas y clichés, pero ¿qué había en las Hurdes realmente?
- En primer lugar, una orografía sinuosa y escarpada que mantenía a los hurdanos parcialmente aislados de otras zonas.
- En segundo lugar, una tierra pizarrosa poco fértil; sobre todo, en los valles más septentrionales, que algunos autores denominaron después Hurdes Altas. Por ejemplo, muchos bancales de mi pueblo, La Huetre (La Güetri), se construyeron levantando muros de piedra sobre la pizarra de la montaña y rellenando después el hueco con cargas de tierra del río. A estos bancales, que suelen ser pequeños, los llamamos poceras.
- En tercer lugar, unas prerrogativas concejiles abusivas de La Alberca sobre toda la comarca que se prolongaron, de facto, hasta entrado el siglo XX.
- En cuarto lugar, una presencia débil de la Iglesia pese a los esfuerzos evangelizadores del obispo Juan Porras y Atienza (s. XVII-XVIII) y la existencia desde el siglo XVI del monasterio de las Batuecas. Por ejemplo, mi pueblo no tuvo una iglesia hasta 1977. Al haberse desarrollado la comarca con tan poca presencia religiosa, parece, según podemos leer en artículos y ensayos, que era habitual el amancebamiento, además de encontrarse diversos casos de poligamia. Además, junto con el concubinato y la poligamia, la otra gran preocupación moral era la homosexualidad. En el volumen de noviembre de 1901 de la Revista de Extremadura, Crotontilo (seudónimo del médico y escritor José González Castro) publica un breve artículo seudocientífico con toques frenológicos sobre los hurdanos en el que indica que poseen los rasgos propios de los animales y de las razas inferiores, el “sello particular que delata al imbécil”. A la homosexualidad se refiere como “el apetito sexual contrario”; como no podía ser de otro modo, la mezcla con la pederastia y explica que esta “perversión genética” es abundante en las Hurdes. Nos cuenta que a los individuos que padecen dicha perversión “las mujeres más hermosas no les impresionan ni poco ni mucho” y refiere el caso de un “hurdanito” que había cumplido condena en la cárcel por “delitos contra la honestidad” —por homosexual, vaya— y que padecía sífilis, motivo por el cual fue escudriñado por varios médicos entre los que se encontraba él mismo.
- En quinto lugar, y para redondear, una lengua vernácula, variedad del asturleonés (extremeño/estremeñu), que cuenta en la comarca con un acento cantarín que la hacía aún más incomprensible para los foráneos.
La realidad era, como siempre, compleja, enrevesada, tenía matices; pero las teorías de la época que oponían de una forma radical y esencialista el salvajismo a la civilización no dejaban apenas espacio para la reflexión sosegada ni permitían desarrollar formas de afrontar la alfabetización del territorio y poner fin a la miseria sin necesidad de pisotear sus manifestaciones culturales. Si bien en esta época, principios del siglo XX, los estudios folclóricos se encontraban en un periodo de florecimiento, estos tenían, en general, un carácter descriptivo, no transformador de la realidad; lo contrario a los impulsos colonizadores. Este marco colonialista se percibe con claridad en las denominaciones que se les dan a las Hurdes y a sus habitantes: tribus primitivas, trogloditas, hombres prehistóricos, salvajes e incluso indios de la provincia de Cáceres, título que he elegido para este artículo y que está tomado de una publicación de 1887 en El cantón extremeño. En ella, el redactor se sorprende de que la hija del dueño de una posada hurdana mantenga relaciones con su novio sin estar casados y, para más inri, en la mismísima casa de sus padres.
Analizando todos estos polvos se pueden entender los actuales lodos; al fin y al cabo, ¿cuáles fueron los pilares de la acción civilizadora en las Hurdes, además de los aspectos sanitarios y puramente materiales? El primero, la regeneración moral y la evangelización; el segundo, el plano cultural. Respecto a la evangelización, cabe señalar los esfuerzos del ya citado obispo Jarrín, que, por ejemplo, en 1890 pagó de su bolsillo a una maestra de Arrolobos para que les enseñara a sus alumnos algunas oraciones y los preceptos básicos del cristianismo, nociones de las que carecían tanto los habitantes de esta alquería como los del resto de pueblos de la comarca. En lo tocante al plano cultural, los esfuerzos se dirigieron a la enseñanza del castellano y a la alfabetización en esta lengua, en paralelo a un proceso de estigmatización de la lengua vernácula. A modo de ilustración:
- The National Tribune, 1892: “Strange people, who speak a curious patois (…) they are beginning to learn the Castilian language and attend the fairs and markets”.
- Heraldo de Alcoy, 1908: “No puede llamarse idioma a esa jerga pobrísima (…) os aseguro que es difícil hacerse entender por esas pobres gentes”.
- El Adelanto, 1908: “Las Hurdes caminan a pasos de gigante hacia su redención, desapareciendo el tosco y rudo lenguaje que allí se hablaba”.
Hay que subrayar que este proceso de glotofagia no tuvo lugar solamente en las Hurdes, sino también en el resto de Extremadura. Una tal Margarita, en un artículo de opinión del año 1919 publicado en el diario Correo de la Mañana comparaba el extremeño con la onicofagia, aseguraba que era un modo de hablar más feo que morderse las uñas y animaba a las señoritas de bien a que sintieran una pizca de ridículo y dejaran de expresarse así.
No obstante, pese a lo convencidos que estaban algunos sujetos de la redención de los hurdanos y de la salvación de las Hurdes, los había que no le veían futuro ninguno a la comarca ni a sus habitantes y realizaban las más peregrinas propuestas para solucionar la cuestión. Varias veces se planteó la posibilidad de vaciarlas y convertirlas en un coto de caza; ciertos autores, como el médico Crotontilo —arriba mencionado—, también barajaba la idea de despoblarlas y reubicar a los hurdanos; el político Segismundo Moret, que da nombre a un barrio de la ciudad de Cáceres, presentó un plan para vaciar las Hurdes y transformar toda la comarca en una colonia penitenciaria. Una gran cárcel al aire libre, un campo de trabajo; la caída de su Gobierno en 1906 frustró el plan. Sin embargo, de todas las propuestas hubo una solución que despunta por su crueldad; podría enmarcarse dentro de las corrientes eugenésicas y apareció publicada en la primera página del Diario de Valencia el 6 de julio de 1922, firmada por un tal Antonio de Miguel:
No hay para esos desgraciados y degradados seres más que una solución. que debe aplicarse con gran rigidez. Tiene derecho a la vida, como todo ser humano, y ha de atendérseles para que vivan; pero, por razones de alto interés, ha de obstaculizarse su procreación, salvo en los casos de acercarse a las líneas normales. Hay que arrancarles de aquel país ingrato y colonizarles donde puedan vivir, los que puedan soportar un trabajo; a los demás, pocos o muchos, hay que aislarles hasta que, por medio de los procedimientos modernos, vayan destarándose. No vamos a la extinción, pero sí a evitar riesgos degenerativos en zonas limítrofes, que si hasta hoy han tenido una barrera natural en la falta de alimentación, no sucederá lo mismo el día en que transitoriamente se lleven a la zona hurdana otros elementos de evolución.
Nada que añadir a lo anterior. Ahora, quiero apuntar que estos proyectos que se antojan tan descabellados se retomaron una y otra vez en las décadas siguientes. Ya en los años setenta se le presentó un plan a la Diputación Provincial de Cáceres que consistía, nuevamente, en convertir las Hurdes en una reserva de caza y demoler todos los pueblos excepto Pinofranqueado; Granadilla sería un gran parador donde se alojarían los cazadores.
En definitiva, que las Hurdes pasaron de ser un lugar exótico en el que ambientar leyendas y tramas fabulosas a trocarse en el centro de experimentación del colonialismo interior; por suerte, no se llegaron a aplicar las teorías eugenésicas ni triunfaron las propuestas de despoblación y demolición de las alquerías. Obras como las de Buñuel, más allá de la controversia, no hacen más que subirse al carro de un asunto que despertaba interés y que prácticamente estaba pasado de moda después de treinta años dándose la matraca con la necesidad de civilizar este territorio.
Con tamaño historial de atropellos, parece sensato pensar que lo justo habría sido, una vez llegada la democracia, la recuperación por parte de las instituciones de la memoria de esta comarca, así como la protección y promoción de su patrimonio lingüístico, cosa que, bien lo sabemos, no ha ocurrido. La lengua, cada día más deteriorada, desaparece ante la inacción generalizada; en la memoria parece que solo quedan el viaje de Alfonso XIII como hito épico y el documental de Buñuel si alguien se aburre y quiere abrir esa sempiterna polémica estéril y aburrida. Soy consciente de que diversas asociaciones y particulares han luchado por su patrimonio lingüístico, han investigado acerca de sus tradiciones e historia, han dado voz a las mujeres de la comarca, etc., pero de nada sirve sin el impulso del resto de Extremadura y de los Gobiernos autonómicos, que venden las Hurdes como un cascarón vacío para turistas donde ir a echarse fotos y comer cabrito. Nadie se ha preocupado por borrar el estigma de la diglosia, por dignificar su lengua; al revés, todavía flota en el ambiente la idea de que en las Hurdes se hablaba y se habla mal, raro. Siento una mezcla de rabia y pena cuando quienes visitan la comarca hoy en día afirman que allí ya casi nadie se expresa en hurdano o extremeño, que es castellano con otro acento; incluso algunos niegan que alguna vez haya existido. Una sociedad que martilleando con el estigma de la incultura fuerza la extinción de una lengua y que cuando la lengua está casi destruida niega su existencia. En unos años, cuando lo único que se recuerde de las Hurdes sean viajes de reyes y selfis en el meandro Melero, cuando solo quede el “mi abuela hablaba así”, cuando se hayan vaciado todas las alquerías, entonces sí, entonces podremos decir eso de “Las Hurdes, civilizadas”, y algún oportunista volverá a proponer convertirlas en coto de caza o, quién sabe, en un casino o un parque de atracciones.
Por último, por la ternura que me despertó al leerlo, quiero regalaros un testimonio publicado en el Diario de Córdoba en 1935. Pertenece a una mujer de Mesegal que una mañana de abril, con aguacero, se presentó en Caminomorisco para pedirle al maestro que admitiera a su niño en la escuela, donde no quedaban plazas, asegurando que no sería problema porque el pequeño podría usar una piedra para sentarse:
Señol, cuando fui a casa la otra vez que vine, le dige a mi Constanciu: Mira, hiju, dice el señol Faustu que no pues dil a la escuela, porque ya están ocupás toas las mesas, y no pues sental. Y mi probe s’echó a lloriqueal y a decilme que yo tenía la culpa, por no habel veníu cuandu la madri de Hipólitu y endispués que se le pasó un poquiño el enfau, me dijo que pol mol asientu no lo hiciera usté, que él se estaba en pié u que si no, metería una piedra con asentaera pa sentalsi en ella…; ya ve usté, señol. Y como hoy está el día tan maletu, le dije a mi Constanciu: vamos los dos a vel al señol Maestru, y le dices esu, que tú yevarás el asientu, que no jasi falta mesa, y de pasu… pos le yebamos dos lechugas y una gotina de lechi, porque mi Constanciu es tan precaviu como una pelsona mayol y anoche embozó los chivus, ¡velay!