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Feminismos
La democracia liberal contra los cuerpos
La libertad sexual es un derecho fundamental. La definición sexo-género de una persona va mucho más allá de la apreciación visual de sus órganos genitales externos en el momento del nacimiento y no es un concepto puramente biológico. En estos términos se expresa la exposición de motivos de la Ley 2/2014, integral para la no discriminación por motivos de identidad de género y reconocimiento de los derechos de las personas transexuales de Andalucía.
Hace ocho años que el pueblo andaluz entiende que la identidad de género es una vivencia interna e individual del género tal y como cada persona la siente, que puede corresponder o no con el sexo asignado en el momento del nacimiento. Puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. O no. Ninguna persona será obligada a someterse a tratamiento, procedimiento médico o examen psicológico para ejercer su libertad de autodeterminación de género.
Esta ley tiene el objetivo de desarrollar un derecho básico de las personas y así dar cumplimiento a un mandato internacional, constitucional y estatutario. El Estatuto de Autonomía para Andalucía fue modificado en 2007, incorporando artículos y numerosas referencias a la igualdad de género en diferentes ámbitos de la vida. Contempla como un derecho social de todas las personas el derecho al respeto de la orientación sexual.
Artículo 35: “Toda persona tiene derecho a que se respete su orientación sexual y su identidad de género”.
En otras palabras, el derecho a la autodeterminación de género forma parte de los derechos básicos de las personas en Andalucía.
Por un lado, en Andalucía existen leyes convertidas en mera retórica de igualdad con una aplicación muy deficitaria. Por otro lado, en el ámbito estatal no se termina de aprobar la ley de garantía integral de la libertad sexual, secuestrada por un partido que se entiende a sí mismo como de izquierdas y feminista.
Este contexto político nos muestra que a pesar de que el feminismo haya conseguido ser hoy una guía imprescindible para entender la realidad y transformarla, nos encontramos con enormes obstáculos que impiden la plena eficacia del derecho de autodeterminación de género. Ni lo ya conseguido acaba de dar sus frutos ni los pasos necesarios para que aquello suceda terminan de darse.
La realidad social y política, o al menos sus medios de expresión más vociferantes, nos induce a pensar que los derechos más básicos de las mujeres, de las personas transexuales son para mañana. La falta de consenso en el seno del feminismo también parece inducir a la misma conclusión: mejor dejarlo para otro momento. No obstante, este planteamiento contiene la negación del feminismo. El feminismo es ahora y no cuando nuestros representantes parlamentarios lo incluyan en sus agendas o lo necesiten para desviar la atención de otras problemáticas.
Hoy el juego de las democracias liberales va en contra de nuestro poder constituyente, de nuestras constituciones (entre las que incluyo a los estatutos de autonomía) y de los derechos humanos. Sucede algo muy grave: los tratados internacionales, la ley andaluza 2/2014, el Estatuto de Andalucía (y, con él o a través de él, la Constitución española) llevan tiempo viéndose impedidos de desplegar sus efectos en lo relativo a la autodeterminación de género por usurpadores de todos los colores y procedencias que cuentan, incluso, con la connivencia de algunos sectores del feminismo.
Aunque nuestros parlamentos hayan abierto sus puertas a personas que vienen de los movimientos sociales, del movimiento feminista, del movimiento LGTBI, del sindicalismo, etc., está claro que cuando entran en el juego de las democracias liberales dejan de ser nuestros representantes y simplemente nos sustituyen. María Galindo, haciendo referencia a la representación indígena en el parlamento boliviano, sostuvo que si redujéramos la participación política indígena a una cuota despojada de ideología, ser representante indígena significaría la folklorización de dicha representación. Lo mismo podríamos decir de la representación feminista, LGTBI, de las personas trabajadoras, de los pueblos-nación, etc.
La libertad sexual, la libre determinación de género es un derecho reconocido y amparado que está siendo socavado mientras siga estando secuestrado por nuestros representantes parlamentarios y la democracia liberal representativa. Son cuerpos concretos los que están siendo negados, los cuerpos de una mayoría de la población que sostienen la vida: las mujeres, y los cuerpos de personas trans, disidentes, putas, personas discapacitadas... La democracia liberal los convierte en rédito partidista para unos partidos y chivos expiatorios para otros.
Duele que algunas feministas opten por aliarse con quienes ponen el feminismo en cuarentena, aguando leyes y cancelando proyectos. Pero es comprensible. Uno de los riesgos que se asumen al entrar en el juego de la democracia liberal consiste en perder el contacto con la vida real, con la democracia real, con la democracia con cuerpos. La entrada en las instituciones permite avanzar a paso de reforma.
Las feministas hemos logrado muchos avances para todas las mujeres, pero sin el contacto con la vida que constituye la esencia del feminismo, este necesario empeño acaba en un reformismo vacío y falaz. Es entonces cuando parece que los representantes parlamentarios se mueven, aunque en verdad sólo se balancean en un mismo punto, en ese columpio de feria que llamamos feminismo institucional. Mientras tanto, las fuerzas vivas del patriarcado van ganando terreno. Éstas sí que se mueven y en todas las direcciones; rara vez pierden el tiempo columpiándose.
Sería bueno comprender que, cuando eso ocurre, en este instante, pierden todas las mujeres y personas trans. Sería bueno comprenderlo aunque sólo fuera porque, mientras todo esto ocurre, el columpio del feminismo va venciéndose y es cuestión de tiempo que a la caída no le siga el aterrizaje en una cómoda bancada parlamentaria ni ministerial. Ninguna reforma valdrá si olvidamos el carácter inaplazable, urgente y revolucionario del feminismo.