Economía colaborativa
Pensar, decir, hacer la economía que queremos

«Esta pandemia nos ha pillado por sorpresa«, «nos está sometiendo a una prueba para la que no estábamos preparados«, «nadie podía esperar lo ...
Javier Moreno Ibarra
11 oct 2021 10:55

«Esta pandemia nos ha pillado por sorpresa«, «nos está sometiendo a una prueba para la que no estábamos preparados«, «nadie podía esperar lo que está ocurriendo«… no estoy seguro de suscribir estas afirmaciones, no en su totalidad, al menos. Quizá algunas personas y organizaciones ya nos habían advertido de esta circunstancia y de otras relacionadas con el momento histórico que vivimos. Sólo por citar algunas: Toffler en 1970Mintzberg en 1979Battram en 2001Subirats en 2011Santiago Muiño en 2016MartíBarreiro y Khanna en 2017. Todas ellas nos hablan de la crisis social que nos afecta como una crisis de la globalización que va más allá de una crisis económica para presentarse como una crisis civilizatoria. Hemos superado ya la capacidad de los ecosistemas para reponerse de la fuerte presión a la que se ven sometidos por la acción humana, fundamentalmente por nuestra acción económica.

La consecuencia de la industrialización, la explotación de los recursos naturales, la contaminación, la producción de alimentos a escala industrial y del aumento de la población mundial ha sido un tremendo impacto ecológico, que ya fue subrayado en 1972 por el estudio “Los límites del crecimiento”, elaborado por el Massachusetts Institute of Technology (MIT), por encargo del Club de Roma. El informe y sus actualizaciones en 1992, 2002 y 2012 han dejado claro que “no puede haber un crecimiento poblacional, económico e industrial ilimitado en un planeta de recursos limitados”. Gracias a este informe –y sus actualizaciones– cada vez más gente ha comprendido el aumento que se ha producido en los peligros inherentes a las relaciones que la Tierra mantenía con los seres humanos, hasta entonces estables. Como recoge Bruno Latour en su libro «Donde aterrizar. Como orientarse en política»: “Todo el mundo presentía que había que plantearse la cuestión de los límites. Pero, se ignoró para poder seguir saqueando el suelo y hacer uso y abuso de él. Las élites sintieron en esos años que la fiesta había terminado. Entendieron perfectamente la amenaza que se cernía sobre la seguridad de sus fortunas y la permanencia de su bienestar”. Concluyeron entonces que ellas no serían las llamadas a pagar el vuelco que estaba ocurriendo, resolvieron abandonar la idea de un futuro común y se desembarazaron, más si cabe, de la solidaridad: de ahí el desguace del Estado del Bienestar y la explosión de más desigualdades sobre las desigualdades estructurales que ya nos acompañaban. Decretaron la construcción de su fortaleza dorada donde estar a salvo: de ahí la extracción masiva de todo lo que queda por extraer para ellos y sus hijos y las barreras en las fronteras a las personas migrantes.

Sin embargo, para los demás mortales esta unión de libertad y mercado, que tan bien parece haber tratado a algunos, es el huevo de serpiente que nos ha privado de la libertad para decidir sobre nuestras vidas y nos ha conducido al borde del colapso ambiental. No existe, ni puede existir, la libertad en una realidad de desigualdad social, precarización, desempleo estructural, injusticia y falta de oportunidades. Para los más afortunados y afortunadas de entre nosotras, la tiranía de la libertad de mercado nos ofrece lo único que puede entregar: poder elegir, pero no poder decidir.

En todo caso, hayamos hecho o no ojos ciegos y oídos sordos hasta ahora, en estos momentos la humanidad entera estamos viviendo una gran prueba marcada por la crisis social y la crisis medioambiental: necesitaremos sacar lo mejor de nosotros y nosotras mismas si queremos salir adelante poniendo las bases para un futuro mejor. Algunas personas, como Edith Brown en su libro «Un mundo justo para las futuras generaciones», nos indican que la intergeneracionalidad es un elemento clave de futuro a la hora de definir las agendas climática y social del siglo XXI. Dicho de otra manera, no sólo hay que pensar en las necesidades de los individuos del presente, también hay que hacerlo en las de las generaciones futuras. No podemos, como parece que estamos haciendo y como hay quien defiende incluso con éxito, salir de ésta sólo pensando en el corto plazo y en la urgencia de lo nuestro, también tenemos que pensar en el resto del mundo y en el mundo que dejaremos a quienes nos sucederán.

Para evitar que la libertad de mercado, en la recuperación de la «economía de posguerra» que viene, se convierta en una déspota, para otras personas menos afortunadas y para el futuro, es esencial una ciudadanía imbuida de virtud cívica, consciente de lo que es y lo que no es real, que no permita el agotamiento de recursos, la injusticia, la degradación de los servicios y la calidad ambiental. Hemos de tomar conciencia de que ni el planeta ni los recursos son nuestros, sino que pertenecen a todas las generaciones que lo habiten en el presente y en el futuro. No podemos, por tanto, continuar apropiándonos de los recursos igual que quien roba algo porque nadie lo ve. No hay libertad sin igualdad ni fraternidad. Sin ellas cada individuo —presente y futuro— no puede desplegar sus potencialidades. Y ese derroche de capacidades y talento ninguna sociedad se lo puede permitir. Necesitamos alumbrar un cambio de estado. Una metamorfosis. Un proceso de cambios económicos y sociales que conduzcan a una nueva civilización, que descanse en el consumo justo, equitativo y frugal de energía y materiales y en la conquista de una nueva abundancia social: de tiempo, de relaciones sociales, de sentidos y de experiencias. Un cambio que no permita comprar ‘sostenibilidad’ con dinero (como paradigma y ejemplo de lo que estamos haciendo y de lo que corremos el inmenso riesgo de seguir haciendo mal).

Para poder conjugar todas estas necesidades, no sólo de todas las personas que habitamos el planeta sino de todas las generaciones que lo habitarán, el primer mandamiento es el del ‘cuidado’: de la naturaleza y de las personas. Es falso el dilema entre libertad e igualdad que nos plantea la economía ortodoxa al uso, necesitamos otra economía que plantee la conexión de la libertad y la igualdad desde el cuidado y la justicia. Otra economía posible, que se defina en función de la “sostenibilidad de la vida” y el bienestar de sus miembros y de toda la sociedad como sistema global. Una economía para la equidad, la soberanía ciudadana, el mutualismo y el valor del trabajo cooperativo, el beneficio como no lucro, la propiedad como usufructo, el municipalismo y la gobernanza en redes locales de ciudades, municipios y territorios. Una economía cívica y solidaria, que sirva para la transformación local y global, que nos cuide y que nos proteja de las violencias del capital, que ponga primero a las personas.

Una economía como la que proponemos desde las organizaciones de finanzas éticas, y entre ellas también las que trabajamos con fondos rotatorios mutualizados, presentes en todo el mundo: bankomunales, comunidades autofinanciadas y, en España, la Red de Finanzas Alternativas y Solidarias (REFAS), acompañando con ayudas reintegrables a proyectos de agroecología y soberanía alimentaria, canales cortos de distribución, mercados ecolocales y alimentos saludables, movilidad sostenible que favorezca la reducción de las emisiones de gases a la atmósfera y que favorezca la recuperación de las ciudades para la ciudadanía; también proyectos de cultura como elemento de enriquecimiento personal, de transformación social y de cuidados de la vida de una población y de su territorio y de los seres vivos, humanos y no humanos, que lo habitan.

Necesitamos cerrar la brecha entre lo que estamos haciendo de la mano de quiénes piensan más en el dinero que en la vida y lo que debemos hacer, lo que sabemos cada uno de nosotros y de nosotras que es correcto hacer. Primero necesitamos no adormilar nuestra conciencia y nuestra inteligencia; después necesitamos decir bien lo que pensamos, sacudiéndonos el miedo que nos hace hablar como si esgrimiéramos un arma; y, finalmente, necesitamos hacer lo que nos dicta nuestra conciencia y nuestra inteligencia en compañía, reconociéndonos libres e iguales para pactar y acordar. Ésta es la manera que queremos alimentar: libertad para pensar, responsabilidad para decir, compromiso para actuar. Para esto te invitamos, para pensar, decir y hacer la economía del apoyo mutuo.

Articulo publicado originariamente en Valor Social 

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Realidades jurídicas, sociales y económicas desde una perspectiva transformadora. Coordinado por Autonomía Sur Cooperativa Andaluza.
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