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Curiquingue: es como algo que parece pequeñito y es muy difícil entender
Las ideas afectan la vida y las ideas la vida, pero a veces es difícil atender las formas a través/con/en las cuales estos pequeños fenómenos tienen lugar, es decir, de qué modos se acuerpan, se materializan y viven las afectaciones en la vida cotidiana; ese lugar pequeñito donde pasan tantas cosas al mismo tiempo que hacen que continuamente dejemos de ser quienes éramos antes y que además, no son necesariamente uni-lineares y uni-direccionales. Y cuyo peso, además, es imposible medir. Aquí las premisas que nombran los afectos en términos de estructura, súper-estructura e individuo, macro y micro, se esfuman. Sin embargo, en tiempos de hiper-capitalismo, dispersión y atrincheramiento defensivo, las formas de configurar la visión, es decir, el don de mirar con cuidado y atención aquellas transformaciones que ocurren fuera de los ritmos y formas validados, se desvanecen. Los gestos políticos y vitales que no son puestos en juego necesariamente en el mundo del activismo, la academia, la política institucional o el espacio público (plazas, calles, parques), no siempre son visibilizados.
¿Podría estar ocurriendo que es preciso inventar un lenguaje para nombrar procesos políticos que surgen aquí y allí afectando la vida de modos que todavía no somos capaces de atender?
La vida de mi mamá, que bordea los 70 años, es quizás uno de los lugares donde mejor se pueden entender las vicisitudes de una biografía de los volcanes y los capulíes marcada por la historia de los últimos 70 años, con un cambio de siglo entremedio.
Hace unos días, al decirle por teléfono que quería abrir un hilo de conversaciones sobre política con ella porque me habían invitado a escribir algo, me dijo que sí. Pero antes, me preguntó si quería entrevistar a mi papá. Le respondí que no, que era a ella a quien quería oír. Se hizo silencio al otro lado del teléfono. Mi intención era recoger nuestras charlas para escribir un artículo. Más silencio.
Para nuestra familia, lo político ha estado encuerpado en la figura de nuestro papá, que es un político/activista/intelectual de izquierda profundamente noble cuya trayectoria está construida por relatos de triunfos y derrotas marcados por una concepción de la vida bastante escasa hoy en día en los mundos en los que yo habito: se trata de transformarla a través de la idea de que aquello que se ha de cambiar son siempre los otros, las vidas de los otros. Mi papá, como muchos hombres de su generación, tiene la certeza de que conseguir una sociedad más justa en la que quepamos todas, se logra a través de unas luchas que tienen lugar básicamente en la esfera pública.
Su compañera, esto es, mi mamá, durante muchos años dijo no tener interés por la política. Al menos aquella política que se nos había explicado que era LA política, aquel lugar tan distante a nuestra familia. Nosotrxs vivíamos en un planeta llamado familia y la política era otro planeta lejano muy lejano ocupado por mi papá. Nuestros planetas no se relacionaban de ninguna manera, no había rozamiento, ni siquiera coaliciones. ¡Hasta que cacha-pum¡
Estos últimos años he tenido la oportunidad de presenciar la lenta, pausada y, sin embargo, profunda politización de personas que han atravesado por procesos personales vinculados a los efectos causados por relaciones laborales y afectivas que ellas experimentan como abusivas y heteropatriarcales. Al mirar sus heridas, estas personas han terminado por abrir un canal insospechado con sus mundos propios, configurados por diversas constelaciones de vínculos que hoy son cuestionados a través de la apertura de preguntas cuyo fin es des-naturalizar la violencia que las constituyen, que nos constituyen, a todas. Sin haber participado necesariamente en espacios activistas, ni haber tenido una relación cercana con el feminismo, estas personas han puesto en juego unos dispositivos de resistencia que los grandes relatos, el ruido y las luces de la atención político- mediática no nos están permitiendo apreciar en toda su dimensión. Sin ser capaz de colocar una etiqueta que las incluya en algunas de las luchas que me rodean, he empezado a sentir la intuición de que estos procesos son muy similares al que ha llevado a cabo mi mamá, Elena.
Los gestos políticos y vitales que no son puestos en juego necesariamente en el mundo del activismo, la academia, la política institucional o el espacio público, no siempre son visibilizados.
En mi vida cotidiana, las luchas políticas más visibles tienen lugar a través de sensibilidades, pedagogías y formas diversas. Sin embargo, tengo la sensación de que la exacerbación de las violencias racistas/coloniales y hetero-patriarcales nos obligan a sentirnos, en general, en estado de guerra. Estamos en lucha y nos necesitamos mutuamente. Proliferan grupos de mujeres que se organizan en distintos lugares del planeta para cantar en coro El Violador Eres tú mientras ponen en juego una performance inspirada por el colectivo Las Tesis, en Chile. En España la irrupción del heterogéneo y sin embargo, poderoso movimiento anti-racista está cada vez más presente entre los movimientos sociales (y en muchas ocasiones, a pesar de ellos). En Ecuador, la CONAIE y el movimiento indígena se organiza estratégicamente, en alianza con mishus que viven en las ciudades. Consiguen ganarle al FMI en unos pocos e intensos días. Estallidos sociales en Sudán, Ecuador, Haití, Chile, Bolivia, Líbano, Colombia. Ya no son necesariamente los hombres proletarios de las ciudades haciendo la revolución. Algo bello e inmenso está ocurriendo, pero es difícil entender porque ocurre a una velocidad vertiginosa que arroja muchísimas información vía redes sociales inmediatas, innumerables variables y por supuesto, situaciones poco percibibles a través de las miradas occidentales y occidentalizadas del activismo hegemónico.
Quilico: la transformación no ocurre de un día para otro
Cuando era niña me resultaba casi imposible decir los carros circulan por la carretera porque no podía pronunciar la r. Decía "los caros circulan por la caretera". Durante un muy breve lapso de mi vida, fui una especie de tímida niña bilingüe que terminó por olvidar uno de los primeros idiomas de socialización y a la que le costó asumir la complejidad del castellano, que es el idioma a través del cual he sido introducida en el mundo. El kichwa de una parte de mis ancestros nunca ha formado parte de los planes de estudios en los centros educativos en Ecuador, así que lo aprendí en la universidad (y después, lamentablemente, lo olvidé). El español mestizo, colonial y cumbianchero que hablamos lxs mishus, es la lengua oficial dominante en el país. En Ecuador, se han hablado al menos las siguientes lenguas y muchas de ellas se han extinguido:
awapit
tsafiki
cha'palaachi
caranqui
pasto
cañar-puruhá
cañari
puruhá
shuar
achuar
quechua
siona
secoya
záparo
wao
cofán
esmeraldeño
panzaleo
Hoy me habita un español urbano lleno de quichuismos y gringuismos, salpicado de acentos, usos de palabras del castellano ibérico y palabras inventadas que es difícil reconocer, en cualquier lugar del mundo. A veces a mí misma me resulta complicado reconocerlo, o re-conocerme en él. A veces solamente me reconozco bajo el agua, buceando entre amigos pulpos. Mi acento se ha convertido en una marca migratoria: soy extranjera acá y soy extranjera allá. Soy del entremedio. Soy del entremedio hasta que hablo con mi mamá y los acentos de mi infancia regresan a mi cuerpo, como si fuesen un grupo de animalicos (ratones topo, conejos silvestres, halcones, quindes, torcazas, lobos, pumas, zorrillos, venados de cola blanca, cervicabra, chucuri, cóndores) que esperan escondidos a que el bosque vuelva a abrir sus puertas invisibles para regresar. Existe un vínculo entre mi madre y el uso del lenguaje que pertenece a un orden cósmico que me devuelve al sol, inti, de los Andes.
En aquellos días en los que me costaba decir los carros circulan por la carretera sin que mis compañeras de aula se burlen, Elena decidió sentarse conmigo durante varias semanas y con paciencia, me enseñó a elaborar el acento correcto, la dicción adecuada, el habla que la institución disciplinaria exigía de mí. Las técnicas que mi mamá había utilizado para ayudarme a entender funcionaron. De hecho, puedo contar con los dedos de las manos los días en los que sentí que era capaz de responder a las reglas de un sistema educativo en el que era considerada una “niña problema” en el sentido de que no era capaz de cumplir con las expectativas de los profesores. Sufría algún déficit de atención que por suerte nunca fue detectado.
Lo que me parecía imposible ocurrió. Elena había logrado ayudarme con la pronunciación y me abrió el camino a lo que sería mi socialización educativa institucional. Su trabajo pedagógico, evidentemente, no fue reconocido por ningún experto ni por nadie, salvo por mí. Era la primera vez que entendía que aquello que me parecía imposible podía ser transformado a través de un proceso en el que yo tendría que dar pequeños pasos de modo repetitivo y paciente hasta lograr decir carretera sin ningún bloqueo o inconveniente. Un camino en el aprendizaje cuidado por Elena. El conocimiento no se producía de un día a otro, no era el resultado de un proceso de memorización de los contenidos de las asignaturas, esto es, de la capacidad de retención y concentración y no se medía a través de la disposición a la obediencia en el aula.
Me refiero a las políticas maternales que son las luchas políticas lentas que nos sostienen y que se sostienen, a su vez, en nuestras luchas.
Durante 14 años estuve sometida a una institución que me consideraba un error y una estudiante en la que nadie tenía ninguna expectativa, salvo la del castigo y la expulsión. Sin embargo, durante esos 14 años, Elena se mantuvo firme: yo iba a permanecer allí porque no íbamos a eludir el problema y porque terminaría por encontrar un camino. Su apuesta para sus hijos ha sido depositar el dinero familiar en nuestra educación, aquello que se considera “una buena educación”. Tenía fe. O más bien dicho, tenía fe en que yo encontraría mi camino, apoyada en la “buena educación”. Durante 14 años, el impulso invisible de Elena consistió en exigirme sin esperar buenas calificaciones (lo cual incluía aguantar continuos reprobados, mi estigma y la pérdida de un año) y no interferir en mi proceso particular de aprendizaje, poniendo en cuestionamiento la opinión de los docentes y la comunidad de madres de familia de la institución. Si la niña leía con voracidad, pero era la peor de todas las estudiantes, había que dejarla en paz.
Su experiencia escolar, en cambio, fue parecida y completamente distinta a la mía. De niña, tuvo un problema funcional en su cadera que le impedía caminar correctamente. Después fue sometida a una intervención quirúrgica, tuvo que pasar meses postrada y perdió un par de años académicos. Cuando pudo volver a caminar, mis abuelos decidieron migrar a la ciudad. Ella ingresó en una institución educativa de monjas considerada prestigiosa. El caso es que las interrupciones durante su educación primaria, sumado al cambio de un sistema educativo a otro (del campo a la ciudad), pusieron en evidencia que los conocimientos que ella había adquirido hasta ese momento eran insuficientes en el nuevo contexto. Como a mí, el sistema educativo la marcó desde niña por considerarla diferente, pero en su caso, hubo una suerte de expulsión y ningún apoyo familiar. En su familia, se consideraba que su destino era casarse y tener hijos. Elena se quedó en las aulas unos años más, después decidió hacer un breve paso por la universidad y dejó a un lado su proceso educativo formal.
Cuscungo: la revelación, la politización de la herida, la rabia
― ¿Mamá, tú te consideras feminista?
― Sí. Totalmente.
― ¿Por qué?
― Lo que ocurrió contigo me marcó profundamente.
El cambio político de mi mamá ha tenido lugar a través de un proceso al que ella llama "la revelación":
― Ahora a mi edad me percato de cosas que antes no podía ver. Cuando era niña y después joven, me parecía que el rol de hombres y mujeres era natural. No me planteaba la existencia de otras normas para vivir. Pero me he ido dado cuenta de que los hombres viven con privilegios, mientras las mujeres estamos totalmente subordinadas. Y la violencia sigue existiendo. Por eso siento muchísimas rabia y soy completamente consciente de lo que ocurre a mi alrededor. Pero esto que pienso no es generalizado. En mi entorno la mayoría de personas son inconscientes, viven en la ignorancia y tapan la violencia de sus propios hijos. Ahora se están destapando cosas y muy bien, pero hay demasiada complicidad en las familias por miedo o por comodidad. No lo entiendo. Se asume la violencia con normalidad y se calla. Lo mismo con el racismo. Es la misma ignorancia. El racismo yo lo veo vinculado con el machismo porque son las mismas fuerzas y formas de violencia. Tengo que decir que las experiencias vividas con mis hijxs me han transformado por completo.
― ¿Tienes personas o espacios con quien compartir la rabia?
― Me siento completamente sola. Nadie entiende mi rabia. No tengo amigas que piensen como yo. La mayoría de mujeres que me rodean ven las cosas de manera completamente distinta. Lo que me diferencia es mi deseo de saber qué está ocurriendo y haber tomado consciencia. Además, veo la lucha de ustedes y de las que vendrán y me parece que es importante, pero a veces siento que no es suficiente porque veo que ellos todavía tienen el poder y que la sociedad está diseñada para que lo reproduzcan. Pienso que hay que seguir luchando, pero siento que es una tarea muy difícil. Veo muchas mujeres que denuncian, que dan ejemplo, de no quedarse calladas y que denuncian pero las estructuras y leyes siguen sin protegernos. Hay que seguir.
La revelación se refiere al acceso a una verdad secreta u oculta. En mi caso, la verdad oculta a la que tuvieron acceso mis padres fue el conocimiento del abuso que tuve que atravesar al ser niña (como muchos/as amigas y amigos y gente a la que quiero). Esta información, que ha marcado dolorosamente la historia de mi pequeña y amorosa familia, ha sido la puerta de entrada de Elena, en particular, a un nuevo mundo en el que, lamentablemente, no hay lugar para su rabia.
Durante los últimos 20 años, Elena ha pasado por una transformación que es ideológica, epistemológica e incluso cosmológica. Aprendió sobre hierbas y medicina no-tradicional y se dedicó a curarnos, discutió con un cura sobre la moral de la Iglesia y el uso de condones, me escribió una carta diciéndome que entendía mi viaje sin regreso e inició un proceso de mutación política que no ha sido comprendido a su alrededor. La revelación, para ella, fue ver cosas que antes no podía ver. Vislumbrar la matrix, entender las leyes invisibles que operan en nuestras vidas, fue su luminosa revelación. El mundo en el que ella y mi papá habían engendrado a sus tres polluelos era un mundo profundamente hetero-patriarcal y racista y no había modo de salvarnos. Nuestros cuerpos formaban parte del sistema. Mi cuerpo formaba parte del sistema.
La historia de Elena se repite día a día y no se diferencia de miles de biografías similares, habitadas por cuerpos marcados por las medidas cognoscitivas y económicas capitalistas/coloniales contemporáneas. Una historia de inicios de los 20´s del s. XXI cuyos gestos políticos podrían pasar desapercibidos si no fuese porque yo he decidido escribir, al menos una parte. Y escribo con la fe que me ha sido transmitida desde niña. La fe, la creencia. La fe, la máxima aceptación de las manifestaciones divinas del día a día. La misma fe que sostiene mi convicción de que hemos de empezar a atender aquellas formas políticas que nacen del centro de la herida y que no son necesariamente puestas en común, no repiten los lenguajes del activismo, la academia, el arte, no son públicas, no son eruditas, no configuran algoritmos de Facebook ni Twitter ni Instagram, no son colectivas y que se sostienen en soledad.
Me refiero a las políticas maternales que son las luchas políticas lentas que nos sostienen y que se sostienen, a su vez, en nuestras luchas. La herida de mi mamá quizás encuentra un pequeño lugar cuando salimos a la calle a protestar porque es allí donde se reconoce pues entiende/siente nuestra rabia, que es la rabia de todas. Elena no nos pide nada a cambio, no hay deseo de beneficio, ni sujeto-marca. El acontecimiento político, aquí, es muy concreto, no tiene cálculo y en este sentido, no obedece a ninguna estrategia previa. Y sin embargo, es un gesto político del cuerpo que existe poniendo en práctica dispositivos de resistencia singulares que no copian los ritmos y formas de las prácticas políticas, académicas y activistas hegemónicas.
La fragilidad de la política de Elena es la de la herida abierta. Herida abierta que no es agujero, ni inmovilidad, ni manifiesto, ni certeza. Al contrario, la herida palpita convirtiéndose en vida. La herida abierta no olvida. Y es precisamente allí donde radica su enorme capacidad. Muchas feministas gritamos: solas no podemos, acompañadas sí. Pero ocurre que hay miles de mujeres solas que solas sí pueden, que se encuentran en las periferias, fuera de los círculos y entornos visibles validados, que diseñan y ponen en práctica otras herramientas políticas, las de la herida abierta que es vida que palpita y que lucha sin olvidar.
¡Va por ustedes, mamás!
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Qué precioso concepto el de las políticas maternales, tan invisibles y esenciales en nuestras vidas. Gracias por este ponerle palabras
Precioso texto... Este pequeño rincón de pensamiento es una delicia en tiempos salvajes, gracias.