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Democracia es una palabra de combate. Su propia etimología así lo pone de manifiesto. Frente a otras formas clásicas de gobierno, como la monarquía, en la que se constata el poder fundamentado (arjé) de uno (monos), la democracia alude a la fuerza (kratos) que ha de desarrollar el pueblo (demos) para alzarse con el gobierno y, quizá, con el poder. En el propio concepto, por tanto, podemos encontrar las huellas de un conflicto. Conflicto que, de hecho, atraviesa la historia desde sus orígenes griegos. Los avances en el proceso de democratización se han producido, siempre, a costa de conflictos, las más de las veces sangrientos, pues el demos, el pueblo, se ha visto siempre en la tesitura de arrancar derechos de las manos de aquellos que se los negaban. La Europa moderna contempla el lento avance de la democracia, primero bajo formas restrictivas, censitarias, hasta alcanzar, a lo largo del siglo XX, la forma de sufragio universal. Precisamente, ese sufragio universal se alcanza, o se pierde, como el caso de España y su Guerra Civil, en un contexto de profundo conflicto social entre las clases dominantes y el pueblo. Pero la consecución de ese sufragio universal no supone el fin del conflicto, en modo alguno. A partir de ese momento, la estrategia del poder consiste en la desactivación de la democracia, en el vaciado de su contenido. Se mantiene, de ese modo, la formalidad democrática, pero se evita su efectividad, se la desprovee del kratos que debiera acompañarla. El odio a la democracia, tal como lo define Rancière, se manifiesta en su efectiva desactivación: "El nuevo odio a la democracia puede resumirse en una tesis muy simple: hay una sola democracia buena, la que reprime la catástrofe de la civilización democrática".
La lucha por el concepto
El combate por la democracia afecta, como no podía ser de otro modo, al propio concepto. Qué deba entenderse por democracia forma parte de la lucha por la democracia. Contra la vana formalidad parlamentaria de nuestras sociedades neoliberales, democracia es el nombre del poder constituyente y antagonista. E invocarla implica una nueva llamada al combate teórico de la delimitación de sus perfiles. Si por democracia aceptamos la realidad que nos ofrecen las sociedades contemporáneas, en las que toda forma de poder ha sido evacuada de las instituciones representativas para ser asumida por instancias eximidas de control democrático y al exclusivo servicio de las elites, la batalla estará perdida de antemano. El combate ha de comenzar con la denuncia de la insuficiencia planificada de la democracia neoliberal y por la reivindicación de la recuperación de formas de institucionalidad democrática. Y ese combate resulta crucial.
La estrategia del poder consiste en la desactivación de la democracia, en el vaciado de su contenidoPor ello no podemos coincidir con la posición teórica defendida por Alain Badiou, para quien democracia es el emblema de la sociedad neoliberal, entendiendo por emblema “el elemento intocable de un sistema simbólico”. En la medida en que el concepto de democracia se asimila al de sociedad capitalista, para Badiou el único medio de luchar contra el capitalismo es enfrentarse al concepto de democracia. Desde nuestro punto de vista, la reconocida filiación platónica del pensamiento de Badiou permite entender su virulento ataque a la democracia, a la que achaca defectos que en realidad corresponden al capitalismo y, más concretamente, a su forma consumista neoliberal. Así, para Badiou la democracia se caracteriza por promover el infantilismo y la estupidez social. Crítica que él remite al propio texto platónico, en el que se hace de la democracia una forma de gobierno sometida a los bajos intereses individuales expresados a través de la asamblea. Badiou, de un modo totalmente improcedente, remite a la democracia lo que no son sino las características propias del estadio social del capitalismo contemporáneo. Ciertamente, vivimos sociedades infantilizadas y egoístas, sometidas al imperativo del consumo más trivial; pero esa realidad no procede de su carácter democrático, sino de las estrategias neoliberales de construcción de subjetividad. Badiou yerra completamente el tiro y apunta al dedo en lugar de a la luna. Ello en el contexto de un discurso atravesado por profundas contradicciones que le llevan a defender la necesidad de apostar por el comunismo, como opuesto a la democracia para, a continuación, entender que ser comunista es la única forma de ser demócratas, con lo que vuelve a recuperar el concepto del que pretendía deshacerse. Badiou recupera la idea de comunismo, cuestión con la que coincidimos, pero vinculada a la de dictadura del proletariado, posición que entendemos enormemente problemática, sobre todo si se defiende, como él hace, que Marx opone democracia y dictadura del proletariado.
Badiou nos coloca, precisamente, en la tesitura que mencionábamos con anterioridad: la de la lucha por el concepto. Mientras Badiou da la batalla por perdida y cede al enemigo un concepto con evidente prestigio social como el de democracia para apostar por otros conceptos ciertamente devaluados, como el de comunismo, o nocivos, como el de dictadura del proletariado, entendemos que de lo que se trata es de reivindicar el concepto de democracia y proceder a una resignificación del mismo. Como bien dice Sousa Santos, no se trata de buscar una alternativa a la democracia, sino de construir una democracia alternativa.
Para una democracia alternativa
No cabe duda de que para esa democracia alternativa es preciso construir una subjetividad alternativa. Superar el infantilismo y el egoísmo a que nos aboca el neoliberalismo consumista es parte del proceso de construcción de esa democracia alternativa, pues solo desde la participación intensa, madura y responsable –responsable con el presente y con el futuro- será posible reconducir el disparatado rumbo de esta nave a la que llamamos mundo.
Contra la vana formalidad parlamentaria de nuestras sociedades neoliberales, democracia es el nombre del poder constituyente y antagonista¿Cómo hacer efectivo el kratos del demos? No es una pregunta sencilla. En primer lugar, empoderando a ese demos, dándole los instrumentos para la toma de decisiones. Pero, en segundo lugar, desde la conciencia de los límites de la participación política y social. Vivimos, ciertamente, sociedades tremendamente desmovilizadas en las que la participación política y social es de muy baja intensidad. Repolitizarlas supone un largo camino y un ímprobo esfuerzo cuyo resultado, en todo caso, no puede pretenderse que sea el hiperactivismo que algunos propugnan. Una democracia alternativa, una democracia de calidad, una democracia intensa, deberá combinar formas de democracia directa y formas de representación, pues aunque solo fuera por cansancio, como apunta Rancière, ciertas formas de representación resultan ineludibles. Es preciso constatar la imposibilidad de una democracia plenamente democrática, en el sentido de una participación constante y universal del sujeto en todas y cuantas esferas le atañen. Por ello, la democracia deberá contar con formas de representación, aunque sometidas a estrictas normas de revocabilidad, control y rotación de los cargos.
Deseo de multitud, deseo de democracia. Deseo de tomar en las propias manos las riendas del destino común. Como apunta Fréderic Lordon, en Los afectos de la política, la política es un ars affectandi, una práctica de incentivación y construcción de deseos, de movilización de afectos y producción de efectos. Ese es el deseo que el capitalismo neoliberal de consumo nos ha arrebatado. El capitalismo ha asesinado a la política y con ella, evidentemente, a la democracia. Y, parafraseando a Baudrillard, podríamos decir que nos hallamos ante un crimen perfecto puesto que nuestras sociedades han hecho del cuerpo difunto de la democracia su emblema simbólico, como diría Badiou. Denunciar ese crimen, y no darlo por bueno, es el gesto inicial para la producción de una democracia antagonista.
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¿De verdad creen que se puede superar el infantilismo y el egoísmo? Eso sería elevar al hombre del rebaño a la categoría de hombre superior nietzscheano. Pura utopía. Siempre habrá alienados por una causa o por otra, siempre habrá gente poco inteligente, de verdad, esa gente que por limitaciones neurológicas no puede comprender ciertas cuestiones, desde el afectado de sindrome Down hasta el "normal" pero con dotación intelectual pobre, y siempre habrá gente que prefiera ver fútbol, o tomar en la taberna o salir al campo que leer, y la sociedad es compleja, hay que leer para entenderla un poco y aun así. Por lo tanto el voto de esas personas siempre será de "inferior" calidad que el voto pensado de ese hipotético superhombre que según el autor parece que sería la norma de no ser por el capitalismo.
Lamento no ser tan optimista como el autor, pero la democracia por sufragio universal es ojlocracia, y a veces hasta anontocracia, poder de los estúpidos, y eso paraliza cualquier posibilidad de una cambio en el sistema de forma consensuada y hasta el propio desarrollo material de un país. Miren China. ¿De verdad creen que sus planes quinquenales, a veces fragmentos de planes de desarrollo mayores que duran décadas, serían posibles en un sistema que cada 4 años cambia de gobierno? ¿La democracia burguesa es acaso mejor para resolver las injusticias sociales y acabar con la pobreza y el atraso cultural que la democracia de partido fuertemente meritocrática china? No lo creo.
Sin duda ha de haber mecanismos por los que un pueblo pueda expulsar a un gobierno ineficaz, corrupto, perezoso, etc, pero ese "pueblo" no puede ser "todo el pueblo". El lumpen no puede tener influencia en el gobierno del Estado porque es naturaleza animal la ley del mínimo esfuerzo y del acomodo, lo suficiente para sobrevivir, por eso todos somos perezosos mentales en la mayoría de las áreas del conocimiento, nuestro cerebro nos pide esforzarnos lo mínimo posible, y cuando ya nos esforzamos en una lectura política, por ejemplo, ya no queremos esforzarnos en una lectura técnica, por ejemplo, por eso casi nadie sabe, por ejemplo, programas una computadora. Es un ejemplo rápido, seguro los hay mejores, pero sirve igual. Todos deberíamos saber programación informática en el siglo XXI, pero nos produce pereza simplemente la idea y nunca nos ponemos a estudiarla. En su lugar preferimos leer algo distraído, o ver TV, o salir a tomar algo... Y es normal, demuestra que la mente humana es muy limitada y se agota pronto. Por eso quienes no se esforzaron por comprender un poco la política no deberían poder decidir sobre ella como no tiene permiso para auxiliar un edificio en llamas quien no está capacitado como bombero.
Ahora hay que entender cómo superar el infantilismo y el egoísmo. Sería un primer paso.