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Filosofía
El imperativo moral de la multitud
Construir subjetividad antagonista pasa por la constitución de un nuevo ethos alternativo a los modos y maneras de vivir que establece el neoliberalismo. Plantear políticas alternativas sin, previa o paralelamente, trabajar en la construcción de esos nuevos modos de vida, condena al más estrepitoso fracaso de las mismas.
Trazar la senda de la construcción de una subjetividad antagonista es uno de los empeños mayores para una nueva política entendida, entre otras cosas, y tal como hace Lordon, como un ars affectandi. Entender esto, que la política es un empeño de afectos que producen efectos, de estrategias de modelado y modulación de la prácticas subjetivas, es condición indispensable para superar nuestra habitual estupefacción ante los resultados del juego electoral, en el que entendemos que las posiciones más razonables y pensadas en beneficio de una mayoría social son constante e irremediablemente derrotadas. El porqué de esta realidad se resume de manera sencilla: el capitalismo —así lo han subrayado numerosos teóricos contemporáneos, de Ibáñez a Lordon, pasando por Butler, Laval, Dardot o Negri— ha mostrado una enorme eficacia en la construcción de subjetividad, ajustándola milimétricamente a las necesidades productivas y reproductivas del sistema. Ante tal hecho, ante tal modelo de subjetividad, proponer políticas alternativas se muestra una anhelo voluntarista dirigido a un campo eminentemente refractario.
La subjetividad dominante del capitalismo posfordista está sometida al sentido común que de este emana y que apunta en una dirección hipersubjetivista que profundiza el mensaje individualista consustancial al liberalismo. El liberalismo moderno ya había apuntado en esta dirección y se había empeñado, no hay más que repasar su historia, en destruir esa economía moral de la multitud de la que hablaba Thompson y que tenía su sustento en prácticas de carácter colectivo. Prácticas, dicho sea de paso, que contaban con una enorme presencia en la Europa moderna y que nos hablan del aprovechamiento colectivo de bienes del común. Aunque el liberalismo va quebrando el espinazo de estas prácticas, las primeras formas de capitalismo industrial generaron, por su parte, nuevas prácticas colectivas que desencadenaron una más o menos difusa conciencia de clase. Sin embargo, con el neoliberalismo, olvidadas ya esas economías de lo común que caracterizaron a la Europa moderna y con la clase obrera sometida a una extrema precarización y a unos flujos de deseo que erosionan toda conciencia colectiva, un sentido común marcadamente individualista permea el conjunto de la sociedad.
El neoliberalismo ha colonizado todas las esferas de nuestras vidas por lo que la respuesta al mismo pasa por construir nuevas vidas, vidas que permitan superar la que en la actualidad se ha convertido en contradicción fundamental del sistema, la contradicción capital/vida.
De Gramsci a Sousa Santos, la construcción de un nuevo sentido común se ha apuntado como un paso inexcusable en el proceso de transformación de la realidad. La hegemonía gramsciana o el sentido común antagonista que acompaña a la posmodernidad crítica de Sousa Santos dibujan una senda en la que la construcción de subjetividad es entendida como elemento fundamental de toda práctica política. El neoliberalismo ha colonizado todas las esferas de nuestras vidas por lo que la respuesta al mismo pasa por construir nuevas vidas, vidas que permitan superar la que en la actualidad se ha convertido en contradicción fundamental del sistema, la contradicción capital/vida. Sin olvidar la centralidad de la contradicción capital/trabajo, que sobredetermina el conjunto de la realidad, podemos afirmar, sin lugar a dudas, que el capitalismo se ha instalado en unos límites que comienzan a cuestionar seriamente la viabilidad de la vida en el planeta. Vivir de otro modo se convierte en una exigencia de supervivencia de la especie. Nuestra acelerada sociedad se come el futuro a tal velocidad que lo hace desaparecer ante nuestros ojos y, de ese modo, imposibilita toda mirada que pretenda modelarlo. No queda otra, por tanto, que intervenir directamente sobre nuestro presente, única opción que nos deja el neoliberalismo, y afrontarlo desde nuevos modos de vida, expresión de ese nuevo sentido común al que nos referimos.
Como decía, el capitalismo neoliberal está haciendo evidentes los límites de elasticidad del planeta, en el que es posible acuñar términos tan desgraciados, pero reales, como el de “basuraleza”. Realidades como el cambio climático, la contaminación de las aguas fluviales y marinas, la polución del aire, las migraciones, la extrema precarización de las formas de trabajo exigen un replanteamiento radical y global de los modos de vida. Evidentemente, el neoliberalismo no solo no camina en esa dirección, sino que profundiza cada día en un modelo expoliador y depredador con una pulsión suicida como nunca se había conocido en la historia. El neoliberalismo desconoce el futuro, solo está interesado por el presente. Preocupado por el beneficio inmediato, se despreocupa por sus efectos de futuro. Y al colocarnos ante esa ausencia de futuro, nos obliga a actuar sobre el presente.
Si algo se halla amenazado en nuestro presente es aquello que, Spinoza dixit, caracteriza a todo individuo: la permanencia en el ser. Es el conatus lo que se encuentra en peligro. El neoliberalismo es, lo hemos señalado en otras ocasiones, profundamente idiota, promueve un individualismo tan miope, que, obsesionado en su interés particular —bajo los parámetros establecidos por el sentido común neoliberal, se entiende—, el individuo pone en riesgo su propio porvenir. A fuerza de cultivar su presente, obtura las posibilidades del futuro, tanto individual como colectivo.
Frente al imperativo del goce individual [...] el imperativo moral de la multitud [...] se enuncia del siguiente modo: “Actúa de tal manera que tus actos posibiliten el conatus de la multitud, el mantenimiento en el ser de la humanidad en su conjunto y de las generaciones futuras”.
De ahí que se imponga desarrollar una política del conatus, más en concreto del conatus de la multitud. Porque si Spinoza teorizó sobre el conatus aplicado al individuo, es preciso recordar que el individuo en Spinoza es siempre un ente compuesto y que la multitud también puede ser entendida como un individuo. De tal modo que no es forzar en exceso a Spinoza, aunque tampoco nos importaría demasiado someterle a esos excesos de los que Deleuze hablaba para la historia de la filosofía y que culminaban en hijos engendrados contra natura, si proponemos el desarrollo de una política basada en el conatus de la multitud, es decir, en prácticas que permitan la permanencia en el ser del planeta, condición indispensable para la supervivencia de la especie.
Frente al imperativo del goce individual que el neoliberalismo ha elevado a máxima del sistema, el nuevo sentido común antagonista debe ser construido desde lo que denominamos el imperativo moral de la multitud y que, con evidentes resonancias kantianas, se enuncia del siguiente modo: “Actúa de tal manera que tus actos posibiliten el conatus de la multitud, el mantenimiento en el ser de la humanidad en su conjunto y de las generaciones futuras”. No se trata de otra cosa que de abandonar la idiocia capitalista para desarrollar prácticas articuladas sobre una política de lo común.
Dos precisiones complementarias se imponen. La primera, que esas políticas de lo común han de ser construidas en función de los intereses de una inmensa mayoría social del planeta, cuyo futuro se halla comprometido por la suicida voracidad pleonéxica del neoliberalismo. Estamos convencidos de la posibilidad de articular un programa político que dé respuesta a esas necesidades globales, que proteja la naturaleza y que instaure nuevas formas perdurables de vida, producción y trabajo. La segunda, que, aunque hablemos de la humanidad en su conjunto, lo hacemos desde una perspectiva reguladora, consciente de la realidad del conflicto y de que la instauración de una política y una sociedad de tales características choca con los intereses de una poderosa minoría social que se aplicará denodadamente a imposibilitar estos cambios. Pensar en la humanidad no implica desconocer la realidad de la obstinada idiocia de una parte de la misma, a la que habrá que combatir sin reparo alguno. Porque, como decía Sartre, no creemos en la conversión de todos a la moral. Nos contentamos con pensar que es posible que una mayoría social abrace ese imperativo moral de la multitud y lo transforme en política antagonista. No es una tarea menor.
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¡Maravilloso! Ansío el tiempo en el que la humanidad pueda alcanzar finalmente esta visión común, de multitud, y antagonista al sinsentido de sistema que nos ahoga estos días.
El texto es brillante y sugestivo. La "subjetividad antagonista" es un concepto interesante y a pesar de todo, el texto es vago en concreciones. ¿Cómo salir de esa maraña que el neoliberalismo ha tejido con la aquiescencia voluntaria e involuntaria de la sociedad? ¿Cómo gestionar esa "nueva vida" que plantea el texto?
Creo que la única alternativa está en el poder local y desde allí elevarlo hacia toda la sociedad. Eso que llaman "glocal", pues, las ciudades son el eje que debería vertebrarse una alternativa posible, pues, las instituciones políticas al uso no son que máquinas de poder al servicio de los de siempre.