Filosofía
Las bases políticas del conocimiento (II) Lukács revisitado

Discutimos sobre la obra de Fernando Broncano 'Conocimiento expropiado. Epistemología política en una democracia radical', señalando su importancia para comprender cómo nuestro punto de vista condiciona nuestro análisis de la realidad. Un texto sobre cómo el conocimiento depende de las relaciones políticas.
Encierro en la URJC 2
Asamblea de estudiantes Julio Zamarrón
Profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Granada. Investigador en FiloLab-UGR
30 abr 2021 09:55

Al hilo del diálogo que he establecido con Fernando Broncano y su última obra, Conocimiento expropiado. Epistemología política en una democracia radical, abordo ahora un asunto de interés tanto para la filosofía como para la práctica política. Fernando Broncano abraza una tradición que nos permite anudar la epistemología con la experiencia social, lo cual nos conduce al problema expresado alrededor del punto de vista (standpoint).

La epistemología y el ser social

La obra que sirve de guía a Broncano en este ámbito es la de la feminista norteamericana Nancy Hartsock. Para la autora, tomar el punto de los oprimidos y las oprimidas supone renovar una venerable tradición marxista y lukacsiana que tiene un triple sentido. En primer lugar, adoptar este punto de vista nos permite mirar la sociedad desde un lugar diferente al de la perspectiva hegemónica y hacernos preguntas distintas. Manuel Sacristán se preguntaba: “¿Por qué ningún gran pensador se acuerda de la ocupación de barrer o eliminar lo barrido?”. La reproducción del orden doméstico, nos enseña Nancy Fraser, nos ayuda a pensar las condiciones de posibilidad de la lucha de clases teniendo en cuenta la producción y el consumo, pero introduciendo también problemas que desbordan una agenda exclusivamente obrerista. En segundo lugar, el conocimiento que nos presta la adopción de este punto de vista constituye una guía para la acción posible y la eliminación de la injusticia. En tercer lugar, tales conocimientos ayudan a fortalecer una subjetividad resistente.

Esta cuestión es muy importante. Si yo interpreto bien a Fernando Broncano, y si lo hago estoy de acuerdo, la mera posición social no faculta para ver mejor, pues se necesita un trabajo de elaboración y de distancia de la propia posición. Del mismo modo, hay un prejuicio idealista de base que resulta inadmisible: la tesis de que hay buenos lugares y malos lugares, por esencia, para conocer la sociedad. La idea de que a las ideas hay que calificarlas o descalificarlas por la experiencia social de quienes las enuncian es algo que recuerda a lo peor del estalinismo, al lysenkismo de las dos ciencias (la ciencia burguesa y la ciencia proletaria).

Para mí, la obra de Broncano propone una importante solución al problema. Para explicarla, necesito realizar una pequeña reconstrucción.

Broncano abraza una tradición que nos permite anudar la epistemología con la experiencia social, lo cual nos conduce al problema expresado alrededor del punto de vista.

Antes que nada, volvamos a la posición que sostiene Lukács en Historia y conciencia de clase, la cual, sin ser fácil de cernir, contiene en todo caso un programa interesante. La tesis de Lukács es la siguiente: tanto el proletariado como la burguesía tienen la misma percepción de la realidad. Esta constituye algo inmutable, con leyes que se nos escapan y sobre cuya visión de conjunto solo captamos fragmentos que malamente reunimos en una totalidad. La primera parte del programa lukacsiano es muy costoso para la epistemología de la dominación: hay que captar la naturalización de lo real por los dominantes y los dominados. Por tanto, no hay buen punto de vista, todos son igual de malos o igual de buenos, depende de que se vea la botella medio llena o medio vacía. En el plano del pensamiento feminista esa tarea fue llevada a cabo de modo impresionante por Simone de Beauvoir, en El segundo sexo. El sentimiento de desagrado con el que se reacciona a la obra de Beauvoir en ocasiones –lo constato con alumnos y alumnas–, es un indicador. Beauvoir no defiende a las mujeres en cuanto cómplices de una dominación, en cuanto que integran esta como su vocación natural. En ese sentido, la filósofa es insoportablemente crítica para quien tiene una visión ingenua sobre las relaciones de dominación. Esa parte del programa es fundamental. Porque ¿qué podría hacer de bueno en ese sentido un dominado que hablase y actuase desde su experiencia, sin revisarla ni trabajarla? Menos que cero.

Entonces, ¿dónde se encuentra el privilegio del proletariado según Lukács? La respuesta es muy interesante. Para la burguesía el mundo puede leerse como simple racionalidad que evoluciona. Los factores de producción, el modo de producir, todo ello se perfecciona y cambia; y nada está mal ahí. El proletariado, sin embargo, se juega su existencia. El proletariado trabaja y allí se ve qué significa la vida burguesa: la conversión de todo en mercancía, incluidos los seres humanos. El proletariado no se identifica con su situación, porque su dolor y su agotamiento le recuerdan que no se puede reducir a su posición social, aunque, quizá imbuido por el escepticismo o por la ignorancia autosatisfecha, tienda a verla como algo natural, como un mal del progreso. Pero el proletariado no puede estar solo en esa posición o, de lo contrario, su vida sería un calvario, la muerte anunciada en cada hora de trabajo. ¿Y qué le pasa a los dominantes? La experiencia de la conversión en mercancía es menor, porque tienen un trabajo intelectual, más libre, y porque tienen mayores posibilidades de escapar individualmente.

¿Cómo se vería esto en otra forma de dominación, por ejemplo en la dominación de género? Explico cómo creo que podría utilizarse aquí a Lukács. En primer lugar, los dominantes –lo vemos en el debate del “solo sí es sí”– racionalizan su violencia, por ejemplo, como necesidades de la vida galante, como juego de seducción. Es la racionalización de creer que las cosas son así y que alterarlas se convierte en algo primitivo y hasta totalitario. En segundo lugar, se encuentra la experiencia de quien sufre el acoso, experiencia que incluye el sufrimiento y la humillación; y ante la cual, ciertamente, no se puede escapar de manera individual: es una tarea de las mujeres en su conjunto. Es en ese sentido que podemos considerar esta posición análoga a la del proletariado lukacsiano.

Tras este interludio sobre la posible actualidad de la epistemología de Lukács, vayamos a la solución de la que hablamos antes. La cuestión del standpoint, del punto de vista, se aclara si utilizamos una triple división acuñada por Fernando Broncano. Existen tres formas de dominación epistémica y de resistencia posibles. Estas tres formas de resistencia constituyen, por tanto, tres dimensiones de la experiencia social en diferentes escalas. Concurren, por tanto, tres espacios para considerar el standpoint. Y, lo más preciso, esas diferentes experiencias del espacio social pueden desarrollarse teniendo en cuenta o no las otras. Lo cual daría una lista de posibilidades muy complejas. Veámoslo.

En primer lugar, se encuentra la dominación fundada en los imaginarios sociales, lo cual remite a los grandes presupuestos acerca de qué es visible o invisible en una sociedad. Los procesos de sometimiento descritos por Lukács se enclavan aquí. En segundo lugar, se encuentra la distribución de los recursos epistémicos: dentro de un imaginario compartido, los agentes tienen diversos recursos para organizar la realidad –material e intelectualmente. Los capitalistas dirigen la producción, de la misma forma que los hombres –o los aparatos de propaganda de la galantería– retienen la iniciativa y el juicio de lo que es apropiado en la seducción. En tercer lugar, yendo a lo más concreto, se encuentran diseños institucionales específicos dentro de cada imaginario y de acuerdo a una distribución de recursos institucionales. Los trabajadores pueden participar en la empresa sin cuestionar el imaginario de la competencia y el crecimiento –o sí–, o la distribución de papeles que se les asigna. Las mujeres pueden tener derechos contra el acoso sin que se cuestione el imaginario sexual dominante o las posiciones de cada uno en los papeles de hombre y de mujer –así se lucharía contra la grosería y los excesos de una regulación afectiva considerada deseable–.

El proletariado no se identifica con su situación, porque su dolor y su agotamiento le recuerdan que no se puede reducir a su posición social.

Hablar del standpoint supone, pues, referirse a la lucidez y desconocimiento en cada una de estas dimensiones. Existe un standpoint en el imaginario compartido, otro dentro de la relación social de fuerzas y un tercero de acuerdo a las dinámicas institucionales. El standpoint del imaginario se sitúa en una escala muy general, mientras que los otros siguen un proceso de especificación descendente, cada vez más concreta. Pongo un ejemplo que conozco: podemos arbitrar políticas contra la anorexia en distintas instituciones –estamos en la última dimensión–. Con eso podemos cuestionar o no la vinculación supuestamente esencial de las mujeres con la belleza y con el cuidado del cuerpo, considerando o no que la anorexia se encuentra relacionada con ella. Estaríamos entonces analizando la dimensión de las relaciones de fuerza. En fin, podemos o no cuestionar la vinculación de la delgadez / belleza con la salud o el cuidado de sí: estaríamos, entonces, en el nivel del imaginario. Las tres formas de experiencia rodean nuestra realidad concreta. Ahora bien, puede comprenderse que nos enclavamos en las tres o en algunas o en una. Explorar sistemáticamente las combinaciones de esa conciencia tiene el mayor interés.

Así, por ejemplo, retengamos dos posibilidades. A la primera la podríamos llamar lukacsiana: los sujetos comprenden globalmente, y en todas sus especificaciones, las relaciones sociales en las que se encuentran ellos y los demás. Otra posibilidad es la de alguien que asume un punto de vista en las instituciones, aunque sin comprender cómo estas se encuadran en relaciones de fuerza e imaginarios. Por tanto, su actividad es incoherente. Los defensores de la teoría de la situación epistémica tienden a privilegiar la primera posición, mientras que los críticos tienden a pensar en una situación donde el dominado es incoherente con lo que hace y merece burla o descrédito: critica ciertas instituciones, pero luego se comporta sin comprender las relaciones de fuerza a las que obedecen o la visión general del mundo en la que se resguardan. Pensemos en quien defiende la existencia de ayudas públicas que le convienen, mientras acusa a los perceptores de otras como parásitos o defiende que cada uno tiene lo que se merece.

En todo caso, continuar con este análisis me llevaría muy lejos. Y, de hecho, muy posiblemente sea este el enorme mérito de Conocimiento expropiado: despejarnos el camino, para que seamos nosotras y nosotros mismos los que lo realicemos.

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La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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#88532
30/4/2021 16:18

Lukács llevaba razón. Aunque le pasa lo mismo que a Froid; que, si lo coges por partes, no funciona; no acierta.

Lo que más me gusta de Lukács es su "teoría de la literatura", donde habla de porqué un texto es parte del Todo y el Todo es parte del texto.

Quería decir que la explayación del ser humano parte de un mismo punto, y, ese punto, parte de la humanidad.

¡Letras, chicos! ¡Letras!

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