Liberales por la gracia de Dios

La separación Iglesia/Estado propuesta por el liberalismo encuentra su verdadera pulsión en un autoritarismo epistemológico y político que necesita encontrar su fundamento más allá de la soberanía popular: en el vínculo del poder político con Dios.

Cospedal en Semana Santa
La ministra de Defensa Mª Dolores de Cospedal asiste en Málaga a un acto de la Semana Santa de 2018 junto a personal de la Brigada Paracaidista. Fuente: Ministerio de Defensa
Profesor de Filosofía
3 abr 2018 10:00

Banderas a media asta por la muerte de Cristo; indultos a petición de cofradías; presencia de cargos públicos en actos religiosos; un ejército —según nos dicen representante de los valores “españoles”— volcado en el fervor católico; enseñanza de la Religión Católica en la escuela pública; privilegios fiscales y de todo tipo para la Iglesia; una televisión pública camino del éxtasis teresiano… Los ejemplos de que la separación entre el Estado y la Iglesia —uno de los pilares fundamentales del pensamiento liberal— es mero papel mojado en muchas de las llamadas “democracias modernas” son innumerables y pareciera que cada vez más escandalosos. ¿A qué se debe que partidos —e instituciones— que defienden tener como referente ideológico el pensamiento liberal incumplan uno de los pilares fundamentales de dicha propuesta política?

Sin duda la respuesta a esta cuestión no es unívoca. Los intereses electoralistas o el origen histórico de agrupaciones políticas como el Partido Popular —vinculado históricamente al franquismo— son, sin duda, algunas de las razones de más peso en lo referente al Estado español. Pero ¿y qué ocurre en casos como los de Inglaterra y EEUU? En estas líneas trataremos de dar una respuesta a partir de la lógica interna del pensamiento moderno, en cuyo contexto surge el propio liberalismo político.

La necesidad de Dios en el pensamiento moderno

La construcción del pensamiento Moderno y liberal se desarrolla sobre la necesidad de encontrar una nueva fundamentación del poder político que se aleje de los planteamientos teológicos de la Edad Media. Si la burguesía quería convertirse en la nueva clase dominante debía encontrar la legitimidad del poder político lejos de consideraciones teológicas, base del poder de la nobleza y el clero. Desde este punto de vista, la burguesía encuentra en la libertad individual una de las bases de ese nuevo orden político a través del concepto de soberanía popular: la legitimidad del gobierno se encuentra en los procesos electorales, en los que cada individuo participa libremente a través de su voto.

Sin embargo, tal y como vemos en buena parte de los países construidos sobre la base del pensamiento liberal, la connivencia entre poder político y religioso se mantiene indemne. Una de las razones de semejante contradicción podemos encontrarla en la propia lógica interna del pensamiento moderno y, por extensión, liberal. Una lógica que no pretende subvertir el carácter autoritario de los valores propios de la Edad Media, sino darles una nueva fundamentación que permita a la burguesía ocupar el lugar de la antigua clase dominante. Dicho de otro modo, no se trata de construir una sociedad con valores auténticamente democráticos, sino de encontrar un fundamento igualmente absoluto pero que permita modificar las relaciones de poder propias del Antiguo Régimen. Así, en el pensamiento moderno el autoritarismo político va de la mano del autoritarismo epistemológico, metafísico y moral. Veamos algunos ejemplos.

La lógica liberal no pretende subvertir el carácter autoritario de los valores propios de la Edad Media, sino darles una nueva fundamentación que permita a la burguesía ocupar el lugar de la antigua clase dominante
Para René Descartes, el famoso “pienso, luego existo” supone afirmar con absoluta certeza una primera verdad: la de mi existencia como sujeto pensante, como sustancia racional. Sin embargo, solo la demostración de la existencia de Dios permitirá al filósofo francés afirmar la realidad de un mundo externo al sujeto y, desde ahí, construir todo el edificio del conocimiento, entendido como universal y necesario.

Para Immanuel Kant, culminación del pensamiento ilustrado, el deber moral se expresa en el imperativo categórico y la capacidad del sujeto, a través de él, de autoimponerse normas morales cuya universalidad viene dada por su racionalidad. Un deber moral que, como en el caso de Descartes, acaba necesitando de la afirmación de la existencia de Dios —en este caso como postulado de la razón práctica— para mantener en pie toda la teoría moral kantiana. Así, Dios garantiza que el actuar correctamente tendrá como recompensa la felicidad (en este mundo o en el otro) aunque el cumplimiento con nuestro deber necesite realizarse al margen de la búsqueda de una finalidad concreta para poder considerarse universalmente válido.

Si bien, en un principio, la Filosofía debía encontrar su camino al margen de la Teología, las pretensiones universalistas del pensamiento moderno desembocaron en la apelación a Dios como único garante de tal universalidad
Si nos referimos al pensamiento político liberal debemos hablar de John Locke. Y en él encontramos algo similar a los casos anteriores. Así, los derechos naturales que se busca asegurar a través del pacto social del que surge el Estado y la propia sociedad tienen su origen en Dios. De esta manera, el derecho a la propiedad se remonta a los tiempos bíblicos y más concretamente a Adán, quien recibió de Dios el regalo del mundo a la humanidad. Un derecho a la propiedad que, además, encuentra su fundamento en una “razón natural” también producto de la voluntad divina: «Dios, que diera el mundo a los hombres en común, les dio también la razón para que de él hicieran uso según la mayor ventaja de su vida y conveniencia».

La pulsión autoritaria de la Modernidad

Tanto la epistemología como la metafísica moderna mantienen la pulsión autoritaria de la Edad Media en tanto buscan, desde supuestos inicialmente diferentes, fundamentar su concepción del mundo en términos absolutos. La también inicial apelación a un sujeto constituido naturalmente por una racionalidad universal se mostró insuficiente a la hora de alcanzar tal cometido. El resultado: la necesaria apelación a Dios para sostener todo el edificio filosófico. Si bien, en un principio, la Filosofía debía encontrar su camino al margen de la Teología, las pretensiones universalistas del pensamiento moderno desembocaron en la apelación a Dios como único garante de tal universalidad.

Si trasladamos esta pulsión autoritaria a la realidad política del Estado español —y no solo de él— observamos un movimiento similar: se hace necesario acudir a la religión como último sustento de un orden supuestamente democrático que se muestra en realidad profundamente autoritario. Cuando la razón, en su búsqueda por imponer la verdad absoluta creada desde el poder, se muestra incapaz de alcanzar tal cometido, la referencia a Dios se vuelve necesaria para tales propósitos. Y en estos casos se hace perentorio que quienes garantizan el orden en el “Estado de Derecho” sean condecorados por el Ministro del Interior y que la salida de la crisis se deje en manos de los designios de la Virgen del Rocío.

Sobre o blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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