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Ante la contingencia de la cuestión identitaria que introduje en mi anterior artículo, propongo ampliar el enfoque para abarcar visiones diversas, tal vez antagónicas, acerca de esa misma cuestión. En armonía con el profesor Engenio Nkogo Ondo, asumo de entrada que “el ser humano es una realidad racional-histórica, en la medida que nace en un momento dado, en un lugar determinado por ciertas condiciones, y que cada una de sus actividades tienen su propia historia, como su naturaleza”. Desde esta perspectiva, voy a indagar sobre la pugna de las identidades y para ello me centraré en dos cuestiones centrales: el etnonacionalismo y lo que yo mismo he denominado afroepitetismo.
Etnonacionalismo
El etnonacionalismo tiene como componente esencial la ideología racial. Defiende un fetichismo de la raza (blanca, en el caso de Europa), lo que implica que sus militantes invierten sus energías en conservar un espacio vital para el hombre blanco para evitar, según ellos, su decadencia o desaparición. En En quête d’Afrique (s): Universalisme et pensé décoloniale (A la búsqueda de África: Universalismo y pensamiento decolonial) Souleymane Bachir Diagne y Jean-Loup Amselle nos ofrecen un debate riguroso, crítico y desacomplejado sobre la temática del etnonacionalismo a nivel global.
Para Diagne, el etnonacionalismo es una manifestación de la “tribalización” mundial (o de Europa, si adoptamos el planteamiento de Marlene Wind) que sustituye al concepto de lucha de clases convirtiendo la noción de humanidad en una palabra vacía de contenido. Siguiendo esta definición, podemos decir que el etnonacionalismo refleja una esquizofrenia colectiva ante la incerteza del futuro y una debilidad mental ante la evidencia de la imposibilidad de conservar una idea de su propia imagen. Esta imagen inventada, a través de un proceso de autoconfirmación, se ve condenada a desaparecer ante la fuerza de la historia y la realidad de un mundo en constante cambio y cuyo centro está en desplazamiento continuo.
Ahora bien, si el propósito de la empresa colonial era, entre otros, negar, postergar, ocultar, anonadar o destruir lo que había encontrado en otras culturas y crear un nuevo mundo o una nueva filosofía, es lógico, como señala Nkogo, que debamos entender que su aceptación es el resultado de una pura alienación. Si nos ceñimos a esta afirmación lógica, resultaría pertinente hacer la siguiente pregunta: ¿existe una señal de alienación en la aceptación de una identidad “subalterna” por un cierto sector de la diáspora africana?
Afroepitetismo
Desde Europa asistimos, cada vez más, a una efervescencia de términos o conceptos que intentan reflejar una especie de subcategorización de la africanidad (afrodescendiente, afroespañol, afrocatalán-valenciano-vasca-gallega-andaluz, afro-conciencia, afro-politano, afro-feminismo, etc.) El meollo del debate no radica en el hecho de querer diferenciarse del resto de los “auténticos africanos” o de inventarse una representación abstracta de lo identitario, sino en encapsular las categorías de esta representación en un imaginario basado en la genealogía de la raza. Consciente o inconscientemente, ese activismo [afro]todo consiste en recopilar y reproducir palabras, conceptos, ideologías o teorías, generalmente eurocéntricas, obviando su carácter etnonacionalista. Al pauperizar el debate, la cuestión identitaria en este ámbito se ha reducido a un “batiburrillo” donde contar las vivencias personales y donde exponer —sutil o brutalmente— las frustraciones individuales se ha convertido en mainstream.
He llamado afroepitetismo a la tendencia o la moda que consiste en poner el epíteto “afro” a todos los conceptos que, de lejos o de cerca, parecen ayudar a expresar una condición particular y ontológica sin deshacerse de la subalternidad asignada, impuesta.
Si bien este discurso nace desde un espíritu contestatario, desafortunadamente se ha limitado a inventar “gritos de guerra” sin realmente estar preparado para la batalla. He llamado afroepítetos a estos gritos de guerra y afroepitetismo a la tendencia o la moda que consiste en poner el epíteto “afro” a todos los conceptos que, de lejos o de cerca, parecen ayudar a expresar una condición particular y ontológica sin deshacerse de la subalternidad asignada, impuesta. Así es, los afroepítetos son conceptos muchas veces creados para visibilizar la lucha ideológica o tal vez una manera de estar en el mundo, así como para dotar de lema a un movimiento cultural y social de colectivos africanos o “afrodescendientes”.
Para evitar cualquier distorsión de mis argumentos, quiero aclarar que no niego la necesidad de visibilizar, luchar y reivindicar una manera o maneras de ser. Ahora bien, insisto en el hecho de que existe un gran potencial de frivolidad cuando una estrategia solo sirve para redundar, inflar de emoción, rabia y espontaneidad a la juventud africana en la búsqueda de su lugar en el mundo. Aquí es donde considero que los afroepítetos confunden y carecen, en general, del contenido pedagógico para orientar —alegre y eficazmente— y educar a los jóvenes africanos en su proceso de redefinición y reafirmación.
Afroepitetismo e identidad subalterna
Los afroepítetos buscan dar forma al “sollozo” de una comunidad (la comunidad negra) y sus militantes se apresuran en crear un eslogan, desde la consciencia de su particularismo, que pretenden aplicar a todas las personas negras. Después de aceptar su condición “subalterna” asignada por occidente, estos africanos —llamémoslos afrodescendientes— están buscando una identidad tras otra, pero sin rumbo fijo, como pollos sin cabeza. La necesidad de un lema del tipo “negros de todo el mundo uníos" provoca un maniqueísmo identitario que no llega a comunicar ni tan siquiera a reunir un número considerable de africanos en torno a nada.
A este respecto, Sembène Ousmane ya advirtió que no es necesario reproducir las metáforas y las imágenes ajenas para dotarnos de nuestra etiqueta de africanidad. Sin embargo, no es de extrañar que algunas de las características del afroepitetismo sean la competición y el “egocentrismo intelectual”, cualidades curiosamente inculcadas a través de la experiencia occidental. Inspirado en los “metarrelatos” y guiado por la razón metonímica, el militante del afroepítetismo afirma: “mi historia es la historia de los negros y mi frustración la suya”. De repente asume un estatus de intelectual y experto de [la] cultura africana y se suma a la moda de dirigir foros, escribir libros u organizar eventos donde intenta combinar el imaginario de sí mismo con aquel otro asignado por occidente.
Las genealogías que han forjado la miseria y la humillación resultantes de la esclavitud, la colonización, la discriminación y la exclusión de los inmigrantes negro-africanos en occidente constituyen la salsa del afroepitetismo.
El foco de la lucha del afroepitetismo se centra en el color de la piel. La reivindicación de las raíces africanas se reduce aquí a la mera manifestación de una especie de fetichismo del color de la piel. Este negrismo banal insiste en que tener un alto porcentaje de melanina parece suficiente para reclamar su africanidad: “soy negro y donde me encuentro con otros negros me llaman hermano o hermana”. No importa que muchos y muchas hayan renegado (por complejo o por ignorancia), durante parte de su vida de esa identidad “fenotipada”. Gracias al afroepitetismo, ahora pueden decir “somos negros y negras, hijos e hijas de África” y, obviamente, se nota.
Podemos encontrar muy poca cosa, si realmente hay algo, en el relato del afroepitetismo para combatir la homofobia y el etnonacionalismo que caracterizan el eurocentrismo. Todo parece desembocar en ensalzar “el sollozo de la raza negra”. No lo podemos negar, las genealogías que han forjado la miseria y la humillación resultantes de la esclavitud, la colonización, la discriminación y la exclusión de los inmigrantes negro-africanos en occidente constituyen la salsa del afroepitetismo. Los hechos están ahí, abundantes; y los afroepítetos se sirven de ellos para crear y desplegar un autoesquema fundamentado en la negación que sufren los llamados “afrodescendientes”.
Para ser africano, basta tener la piel negra o suficientemente bronceada, el pelo rizado al estilo evidentemente “afro” y las facciones características de un negro africano. El combate del afroepitetismo parece que pone en el escaparate el fenotipo para exaltar una lucha contra el racismo. Este error de planteamiento hace que el afroepitetismo se haya y se esté equivocando continuamente de objetivo cuando se enfrenta al problema del racismo. Pues el color de la piel es aquí una simple evidencia que no explica el comportamiento y las actitudes hacia los diferentes colectivos negros.
En definitiva, el afroepitetismo es un subproducto del etnonacionalismo europeo del que hereda la obsesión en jugar y vencer a Europa en su propio terreno de construcción de la otredad. Esta obsesión para diferenciarse del resto de los africanos y de los occidentales conlleva un enorme riesgo de desorientación. El concepto de identidad construido a través de los afroepítetos es materialista y teleológico y se nutre de la fuerza de su propio imaginario. La visceralidad que caracteriza esta búsqueda de identidades africanas lleva a plantear un imaginario cuya relación con las identidades culturales africanas de hoy y de antaño es prácticamente espuria, ya que África representa un concepto abstracto en dicho imaginario.
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Lo más curioso de este tipo de artículos es que no hablan sobre cómo estos “ padres” que hablan sobre cómo construimos nuestra identidad, no ven que está necesidad nace de que ellos mismos no nos hayan dado herramientas para la construcción de una identidad sana en unos territorios que nos niegan, por que yo como persona mestiza, de donde he de sentirme cuando los paisanos de mi padre y de mi madre reniegan de mi pertenencia, no es acaso importante poder sentirse de un lugar? Los y las que han nacido en
Africa no entienden esto, y me parece muy grave, que no vean su error, antes de ver el nuestro, es necesario una autorrevisión a la propia construcción de identidad, para juzgar la de lo de los demás. A mi entender, ellos y ellas nos tenían que haber dado lo que no nos han dado, por qué no podían o por qué no sabían. No se dan cuenta que su lucha y la nuestra no es la misma, y es más, de que los son los responsables de cómo nos encontramos a día de hoy. ¿ qué vais a hacer para que construyamos nuestra identidad de una manera sana?
Mas claro no se puede decir, Deborah.
La necesidad de construir nuestra identidad esta provocada justamente porque nos encontramos en un escenario distinto al de la generación de nuestros padres y tenemos que crear nuestras propias estrategias para luchar contra este binarismo que por un lado u otro siempre niega parte de lo que somos. Y no queremos conformarnos con renunciar a nuestra complejidad para encajar en lo que otres creen que deberiamos ser o no ser.