Filosofía
Sartre y la Guerra Civil española

A pesar de que en algunos de sus textos, tanto Sartre como Simone de Beauvoir manifestaron la enorme preocupación que la Guerra de España les había acarreado, dicha afirmación dista mucho de verse reflejada en las actitudes y textos del momento.

La Facultad de Filosofía y Letras al término de la Guerra Civil española. Gaceta Médica Española
La Facultad de Filosofía y Letras al término de la Guerra Civil española. Foto: Gaceta Médica Española
Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza
14 feb 2020 10:00

En 1937, y sin ninguna duda influido por los acontecimientos de España, Sartre publica un relato corto, El muro, ambientado en la Guerra Civil. En él se narran las horas de cautiverio previas a la ejecución de un grupo de republicanos apresados por las tropas franquistas. En el origen del texto parece hallarse un hecho biográfico concreto: el deseo de uno de los amigos más cercanos de Sartre en aquel momento, Jacques-Laurent Bost, de acudir a España a luchar en favor del bando republicano. Bost pidió a Sartre que hablara con Malraux para que éste, a través de sus contactos, le facilitara el viaje a España. La petición incomodó profundamente a Sartre, quien no estaba de acuerdo con la iniciativa de Bost. Surge así un relato en el que el conflicto bélico sirve como telón de fondo para una reflexión sobre la muerte y en el que no se encuentra ningún posicionamiento político. Sartre en su texto pretende subrayar el absurdo de unas muertes que serán inútiles para la causa política, pues la guerra está perdida. Aparece así uno de los temas recurrentes en su relación con la Guerra de España, el absurdo del compromiso con una causa que se cree perdida. Aunque quizá pueda verse en ello una estrategia para justificar su propia falta de compromiso, a diferencia de lo que sucede con amigos como el mencionado Bost o, como veremos, Fernando Gerassi. En todo caso, en El muro Sartre se libra a una reflexión subjetivista, fruto del malestar que le provoca la decisión de su amigo. Esa guerra que aparecía en los periódicos, que ocasionalmente se manifestaba en conversaciones y acontecimientos que podían olvidarse con sencillez, se cuela de repente en el círculo más próximo de Sartre, obligando a que su mirada se pose sobre ella. Por ello, Sartre la interioriza en forma de malestar, pero de un malestar íntimo, que nada tiene que ver con posiciones políticas, con la lucha contra el fascismo. El mismo lo confirma al subrayar que es «una reacción afectiva y espontánea a la guerra de España».

[En 'El muro'] aparece uno de los temas recurrentes en [la] relación [de Sartre] con la Guerra de España, el absurdo del compromiso con una causa que se cree perdida.

Donde sí podemos encontrar una presencia más sólida y teórica de la Guerra Civil es en la trilogía Los caminos de la libertad, y muy especialmente en el segundo volumen, El aplazamiento, publicado en 1945. En un tiempo de fuertes mudanzas personales, Sartre parece utilizar el texto como instrumento para clarificar su devenir vital, para repasar un itinerario que conllevará profundas repercusiones filosóficas y políticas. En ese sentido, la guerra, tanto la de España como la Mundial, tienen una presencia constante en el texto. Ambas son acontecimientos de primera magnitud para Sartre, pues le tocan en lo más personal. La Guerra Civil española porque alcanza a su entorno más cercano. Ya hemos mencionado el caso de Jacques-Laurent Bost, pero hay que añadir el de Fernando Gerassi, amigo muy próximo de Sartre que decide partir hacia España en cuanto se desencadena la guerra. Decisión que sorprende a Sartre, pues le consideraba un alma gemela en cuanto a su dedicación al arte, en este caso la pintura, y su distanciamiento de las cosas del mundo. La Guerra Mundial porque implicará la movilización de Sartre y, como consecuencia, el abandono, práctico y teórico, de su idea del «homme seul».

Biografía y escritura

Ese cambio biográfico, preludio del tránsito filosófico, es lo que se explicita en la novela. Mathieu, alter ego de Sartre, se ve atrapado por un mundo en el que las guerras, la de España, la Mundial, se muestran obstinadamente. Pero, desde nuestro punto de vista, esa presencia tiene, nuevamente, una dimensión exclusivamente subjetiva, no política. La guerra nos habla, por boca de Mathieu, de un malestar individual, como el Acontecimiento que da al traste con una forma de vida. La movilización coloca a Mathieu ante un mundo cuya presencia había podido sortear, o cuando menos moldear, hasta ese momento. Pero, “de golpe el cartel se puso a apuntarle; era como si hubieran escrito su nombre con tiza en la pared, en medio de insultos y amenazas. Movilizado [...]. Es la guerra [...]”. La violencia de la situación queda convenientemente subrayada, pues Mathieu se siente amenazado, toma como un requerimiento personal el cartel que llama a la movilización. Pues sabe ―Mathieu, Sartre que lo redacta―, que su vida ya no es la misma, incluso pudiera decirse que ya no es suya. “El porvenir de Mateo [sic] estaba ahí al descubierto, fijo y vidrioso, fuera de su campo de acción”. Y añade Mathieu-Sartre: “Ahora la guerra está aquí, mi vida ha muerto; era eso, mi vida”.

Por su parte, la Guerra de España se muestra fundamentalmente a través de la relación de Mathieu-Sartre con Gómez, alter ego, en este caso, de Fernando Gerassi, amigo de Sartre que, como hemos apuntado, se trasladó inmediatamente a España para defender a la República y luchar contra el fascismo. La Guerra Civil española es un acontecimiento que anticipa el futuro de Mathieu, un presente que se ha querido ajeno, que se rechaza, aun con remordimientos, pero que se perfila en el horizonte: “La guerra estaba allí ―se abisma Mathieu mientras come con Gómez― en la pista blanca, era el resplandor muerto del claro de luna artificial, la falsa acidez de la trompeta tapada, y ese frío sobre el mantel, entre el olor del vino tinto y esa vejez secreta de los rasgos de Gómez. La guerra, la muerte, la derrota”.

Dejando un tanto de lado el tema de la amistad entre ambos, tanto de los personajes de ficción como de los reales, es la posición ante la Guerra Civil la que va a marcar la tensión que se aprecia entre Gómez y Mathieu. Se advierte a lo largo del texto un Mathieu a la defensiva, que intenta rechazar las razones para un compromiso que le impulsara a modificar su modo de vida, al tiempo que siente remordimientos por el abandono que ha sufrido la agredida democracia española. En el texto se trasluce una posición teórica que ya había comenzado a plasmarse en los Cuadernos de Guerra, a saber, la responsabilidad individual ante el devenir de los acontecimientos. El Sartre movilizado de los Cuadernos ya se muestra consciente de los efectos de la falta de compromiso práctico. Por eso, la posición teórica no es suficiente. Quizá ahí pueda estar la explicación de que, a la vuelta del campo de concentración, Sartre encargara a sus alumnos una redacción con un tema muy significativo, el remordimiento. Mathieu, antes de ser movilizado, habla ya con la voz del Sartre movilizado: “Callaron. Mateo no [...] se sentía culpable ante él [Gómez] porque era un español. Se estremeció. Un pez contra el vidrio del acuario. Y él era francés bajo esa mirada, francés hasta la médula. Culpable. Culpable y francés. Tenía ganas de decirle: «¡Pero qué diablos! yo era intervencionista». Pero esa no era la cuestión. Lo que él había deseado personalmente no contaba. Él era francés y de nada servía que rompiera su solidaridad con los otros franceses. Yo decidí la no-intervención en España, yo no mandé armas, yo cerré la frontera a los voluntarios”.

Pero el apoliticismo sartriano de preguerra se cuela en el texto:

― ¡Gómez!, dijo de pronto Mateo. Usted es fuerte, sabe por qué se bate.
― ¿Quiere decir que usted no lo sabría?
― Sí, creo que lo sabría. Pero no pensaba en mí. Hay tipos que no tienen más que su vida, Gómez. Y nadie hace nada por ellos. Nadie. Ningún gobierno, ningún régimen. Si el fascismo reemplazara aquí a la República, ni siquiera lo advertirían. Tome un pastor de los Cévennes. ¿Cree que sabría por qué se bate?
― Entre nosotros los pastores son los más rabiosos, dijo Gómez.
― ¿Y por qué se baten?
― Depende. Los he conocido que se batían para aprender a leer.

Y ese apoliticismo individualista, esa posición a la defensiva que hemos subrayado, desembocará en un planteamiento a nuestro modo de ver obsceno. Sartre, especialmente atento a la autojustificación retrospectiva, hace pasar a Gómez, es decir, a su amigo Fernando, por un amante de la violencia de la guerra. No se trata de una posición política, Gómez no ha corrido a España a defender la República, la democracia, a luchar contra el fascismo; España y la guerra son el lugar de un deseo de violencia y muerte:

[Gómez] Adelantó la mano por encima del mantel, y cogió el antebrazo de Mateo: Mateo, ―dijo en voz baja y lenta― la guerra es hermosa.

Su rostro llameaba. Mateo trató de desprenderse, pero Gómez le apretó el brazo con fuerza y continuó: «A mí me gusta la guerra».

Repugnante estrategia de justificación por parte de Sartre. La raya que le separa de Gerassi no es el compromiso de éste, sino su pasión por la violencia. Gerassi es un violento que ha acudido a España a dar rienda suelta a sus bajos instintos; por su parte, Sartre repudia la violencia y por ello no se implica en la guerra. Más allá de la injusta reflexión sartriana, una pregunta se impone: ¿el que habla es el Sartre que en 1945 publica estas líneas o el Mathieu de 1939 que protagoniza la escena? La falta de compromiso parece hablarnos en favor del personaje literario de 1939, pues la biografía sartriana refleja ya posiciones de un cierto compromiso al poco de la Ocupación, con la creación de los grupos de resistencia Sous la botte y Socialisme et liberté. El rechazo de la violencia, sin embargo, no es propio de la preguerra, no en vano El ser y la nada describe unas relaciones intersubjetivas marcadas por la violencia. Esto último nos llevaría a apostar por el redactor de 1945 como la voz que descalifica a Gómez y, con él, el compromiso con la República española.

No cabe duda de que Sartre sentía simpatía por las posiciones republicanas, pero no hasta el punto de que eso pudiera significar un compromiso político ni una alteración de su forma de vida.

Conclusión

Es decir que, frente a las declaraciones de Sartre y Simone de Beauvoir sobre el papel que la Guerra Civil española había desempeñado en sus posiciones políticas, en su vida misma, defenderemos que, en el caso de Sartre y sus textos primeros sobre la misma, lo que encontramos es la expresión de un malestar subjetivo, no una posición política. Tanto en El muro como en El aplazamiento, Sartre se ve interpelado por un Acontecimiento que, por la implicación de su entorno en el mismo, le demanda un posicionamiento. En El muro, el hecho de que finalmente Bost no acudiera al frente español a exponer su vida, permitió a Sartre una implicación más alejada, un sobrevuelo que se sustancia en una reflexión sobre la posibilidad de una muerte que él entiende como absurda, pues ya considera, quizá una excusa más, la guerra perdida. En El aplazamiento, por su dimensión autobiográfica y por la participación de Fernando Gerassi en la guerra, la implicación es más intensa, pero las raíces del malestar permanecen. Sartre se ve interpelado de una manera directa por un Acontecimiento que trastorna su vida y que, por tanto, decide estigmatizar. No cabe duda de que Sartre sentía simpatía por las posiciones republicanas, pero no hasta el punto de que eso pudiera significar un compromiso político ni una alteración de su forma de vida.

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La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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