Sobre el cuestionamiento de las personas en condición de transexualidad

¿Podría suponer el reconocimiento de las personas en situaciones de transexualidad un peligro para el concepto «mujer»?
Compartimos un extracto de uno de los artículos que forman parte del libro colectivo Transfeminismo o barbarie, publicado en estos días por Kaótica Libros.

Sexóloga y técnica de igualdad
4 dic 2020 10:02

«Decís constantemente que puedo ser una niña masculina, que está bien, que no pasa nada. Quizá le sirva a alguien, pero a mi ni me escucháis ni me veis».

Ion (nombre ficticio), niño de 7 años, a su madre.


Desde hace un tiempo se viene fraguando un debate acerca de los derechos de las personas en condición trans, de la existencia y legitimidad de las personas en esta situación con un ruido de fondo que alcanza su máxima expresión en pleno mes del Orgullo, con desavenencias acerca de cómo afrontar el compromiso concreto de promulgar una Ley Integral Trans Estatal que forma parte de un acuerdo de los partidos que forman el Gobierno de España.

¿Podría suponer el reconocimiento de las personas en situaciones de transexualidad un peligro para el concepto «mujer»? Mucho se ha escrito sobre esta cuestión desde el ámbito de los derechos y desde diferentes análisis políticos. Muchos son los debates acerca de lo que desde ciertos posicionamientos políticos, más o menos conservadores y más presentes que nunca en el sistema institucional y mediático, han venido en llamar «ideología de género». Sin embargo, la gente de a pie se encuentra desorientada, con palabras y conceptos que se repiten constantemente con significados diferentes, y en una disputa permanente sobre el propio sentido de términos como «hombre», «mujer», «sexo» o «género». En un momento en que no pocas personas se erigen en expertas opinólogas sobre la cuestión, la divulgación del aporte de la ciencia sexológica puede clarificar gran parte de este debate que se está construyendo con pies de barro.

Mi pretensión con este artículo va a ser abordar, por tanto, algunas ideas que estamos leyendo y escuchando en diferentes medios. Ideas mutuamente excluyentes, y donde las evidencias sí ofrecen un planteamiento que está quedando fuera de los discursos que se están hegemonizando en los mass media. Son excluyentes porque no recogen a personas como Ion y porque, en realidad, más que recoger, nos excluyen en mayor o menor medida al resto del mundo.

Los sexos, el género, la ley trans y el «borrado de las mujeres»

Hace un tiempo vio la luz un documento del PSOE en el que expresaba varios temores sobre un supuesto «borrado de las mujeres» que podría acarrear la Ley Integral Trans, incluida en el acuerdo de gobierno estatal con Unidas Podemos, subrayando la necesidad de acreditar, diagnosticando como enfermedad, la identidad de las personas en condición trans desde el exterior —patologización—.

En esta cuestión chocan dos niveles: por un lado, los partidos de gobierno. El PSOE ha aprobado este tipo de leyes en varias autonomías en las que gobierna y llama la atención que ahora que no es responsable de las políticas de igualdad estatales —que gestiona en el nuevo gobierno de coalición estatal Unidas Podemos— muestre este cambio de postura.

Sin embargo, el choque más fuerte es a nivel teórico, entre diferentes posicionamientos con respecto al sujeto del feminismo. Un choque que, sí o sí, acaba provocando daño en la vida real de las personas en condición trans. Ante la noción patologizante antes mencionada se propone la autodeterminación de género, que es traducida en la mayoría de las ocasiones como la opción de elegir la identidad. Y, en contraposición, un sector cada vez más visible y ruidoso que se autodenomina «feminismo radical» o «Radfem», que excluye a las mujeres en condición trans del movimiento feminista por considerarlas hombres, y relaciona las vivencias de las personas en condición trans con una «Teoría queer» que, simplificando a una de las claves de la discordia y según afirman, dice que nuestra identidad es culturalmente construida y se puede moldear. En un choque cada vez mayor con las Radfem, quienes toman partido por postulados cercanos a las teorías de género —incluidas, simplificando una vez más, las «Teorías queer»— denominan a las primeras «TERF» —feministas radicales transexcluyentes— y las acusan de esencialismo biologicista, supeditando la influencia de la sexuación fisiológica a la construcción cultural y a la socialización.

Parte del conflicto existente en torno a la condición «trans» proviene de la confusión entre dos realidades diferentes: los comportamientos de género que no siguen las normas sociales y la autopercepción del sexo que no se corresponde con el asignado al nacer.

Y he ahí donde se nos revela el conflicto de fondo: ¿las mujeres —y por ende, los hombres y, por extensión, las personas— somos construcción cultural? ¿Podemos decidir o es posible moldear quiénes somos? Si esto es así, ¿tienen sentido las políticas de igualdad? ¿Las personas en condición trans —o, en realidad, cualquier persona— eligen, o SOMOS desde siempre aunque mostremos u ocultemos nuestra identidad? Cuando decimos que somos más que genitales y cromosomas, ¿nos vale esa definición limitada de los sexos, traducida solo a genitales y cromosomas y que ha servido históricamente para mantener una autoridad que coloca a las mujeres en un lugar de subalternidad, como mencionaba anteriormente, limitándonos a ser seres reproductores? Si el género es una categoría que ha servido a parte del movimiento feminista para analizar opresiones, más que una dimensión humana, ¿cómo es posible que la identidad de cualquiera —identidad de género— se base en esa opresión? ¿Es la opresión la única dadora de identidad? ¿Dónde queda la emancipación de las mujeres? ¿Cómo explicar qué es ser mujer más allá de genitales, cromosomas y opresiones?

Ni la simplificación exclusivamente fisiológica —ni siquiera biológica— ni la construcción exclusivamente social y cultural nos dan respuestas suficientes porque no podemos seccionar nuestras vidas en dos partes, la cultural y la bio-lógica, sino que ambas cuestiones interaccionan permanentemente en nuestras vidas. Como explicita Lucía González Mendiondo en su libro El género y los Sexos: repensar la lucha feminista (2020): «la realidad humana no es simple ni simplificable, no es siempre cuantificable, y no puede reducirse a roles y conductas. El binomio teórico sexo / género es insuficiente [...], por lo que debemos plantear la necesidad de abandonarlo como marco explicativo si pretendemos acercarnos a tal realidad».

Y aquí vienen los menores... y los bulos en torno a ellos

Parte del conflicto existente en torno a la condición «trans» proviene de la confusión entre dos realidades diferentes: los comportamientos de género que no siguen las normas sociales y la autopercepción del sexo que no se corresponde con el asignado al nacer. Y esta confusión está encontrando un nuevo caballo de batalla con los menores.

Hablando claramente: no es lo mismo un niño al que le gusten los vestidos que una niña con pene. Por mucho que esta sociedad esté empeñada en juzgar la sexualidad de las niñas y niños desde una óptica adulta —y por tanto, genitalizada y coitocentrista—, las niñas y los niños tienen sexualidad, una sexualidad infantil —que no es similar ni equivalente a una adulta— en la cual si hay algo que está establecido desde el primer momento, es la cuestión identitaria. Todas las niñas de este mundo se saben niñas, al igual que todos los niños se saben niños. Estén en una condición de transexualidad o no.

Sin embargo, desde los discursos negacionistas —e inevitablemente adultocentristas— se pone en cuestión, solo en relación a quienes no ostentan los genitales que se consideran adecuados para ser niños o niñas, la idea de que a esas edades no pueden saber quiénes son. Idea falsamente sustentada en que la identidad se consigue —si es que no se encaja en la idea de pene-niño o vulva-niña— mediante procesos hormonales y quirúrgicos. Y, sin embargo, la realidad se muestra tozuda: en cuanto estas niñas y estos niños no son cuestionados en su identidad, no necesitan otra cosa que jugar con sus iguales y desarrollarse al calor del afecto de sus seres queridos. Como el resto de niñas y niños. Ni más, ni menos.

Los trabajos para conseguir una proposición de ley técnicamente segura están en marcha, pero hay personas para las que todo ello tiene un impacto fundamental en sus vidas.

Porque la hormonación y las intervenciones quirúrgicas para el cambio en la apariencia de los genitales a edades prepúberes no son solo ilegales —aunque se mienta afirmando lo contrario— sino que son infructuosas, ya que el organismo de un o una prepúber no tiene activo el sistema de receptores hormonales para producir los suficientes cambios en los caracteres sexuales, ni se pueden acometer intervenciones quirúrgicas de calado en un cuerpo sin cierto desarrollo corporal.

Porque confundir a niñas masculinas, niños femeninos, con niñas con pene y niños con vulva nos lleva inevitablemente a conclusiones erróneas, como que una alta tasa de niños desisten de ser niñas, y viceversa. Curioso teniendo en cuenta que podemos contar por miles las familias que han respetado quiénes son sus hijas e hijos desde el principio, y que en ninguna de ellas se ha dado un solo caso de desistimiento. Porque desistir de quien se es es algo imposible.

La autodeterminación de la identidad y sus posibles efectos legales

¿Sería suficiente que un varón dijese que se «siente mujer» para no ser juzgado como maltratador o para ir a una cárcel de mujeres? Imaginemos por un instante lo que sucedería si ese hombre modifica su documentación oficial solo con decir que «se siente mujer» —lo cual es difícil que ocurriera, pues, por ejemplo, a quienes inician un cambio de nombre legal se les requiere que presenten alguna prueba no patologizante de que el nombre con el que se han estado socializando durante un tiempo es ese y no otro… con lo cual la imagen del hombre que va de un día para otro a cambiar su documentación a mujer, solo con una voluntad expresa, es algo que se está instalando falsamente en el imaginario social—. La respuesta nos la dará ese mismo binarismo al que hacía referencia: si ese hombre llegara a conseguir la documentación como mujer, aparte de no poder escapar de la justicia, pues su número de Identificación Nacional —el número de DNI— no cambiaría, se encontraría con acusaciones y sospechas de suplantación de identidad en bancos, aeropuertos o ante cualquier trámite oficial que quisiera reclamar, precisamente porque todo el mundo vería a un hombre que presenta una documentación de mujer. Su vida diaria, cualquier trámite cotidiano que quisiera hacer, se convertiría en el mismo infierno por el cual pasan la mayoría de personas en condición trans cuando tienen una documentación con la cual ni se identifican ni las identifica. Ni más ni menos.

En Argentina, país con una avanzada ley que despatalogiza a las personas en condición trans, esta casuística de hombre que para huir de ciertas penas de la justicia o beneficiarse del sistema pasa a ser legalmente mujer, ha sucedido dos veces desde la aprobación de dicha ley, en 2012.

Y, por último, este debate se cierra definitivamente recordando que existen los suficientes mecanismos legales para cortar de raíz estos improbables intentos: si hay un caso similar, el procedimiento para iniciar cambios en la mención de sexo y de nombre de esa persona se paralizaría automáticamente. Fin del debate.

Y ahora… ¿qué?

Las definiciones de las palabras son importantes, tanto en los debates teóricos como en el mundo jurídico, que son los que legislan las realidades concretas. Los trabajos para conseguir una proposición de ley técnicamente segura están en marcha, pero hay personas para las que todo ello tiene un impacto fundamental en sus vidas, vidas concretas que han visto distorsionadas sus existencias, relatadas por otros hasta lo grotesco durante demasiado tiempo. Mientras dejemos a la opinología campar a sus anchas en los medios de comunicación veremos choques de trenes incesantes entre ambos posicionamientos, y responderemos a los problemas que nos dan a entender no solo las condiciones trans, sino también las relativas a las mujeres —a los hombres y, en general, a los sujetos sexuados— de forma mediocre y deficiente.

Sin embargo, podemos responder a la preocupación por la desigualdad, al supuesto borrado de las mujeres o al reduccionismo sobre nuestras identidades con conceptos claros, que llevan esperando a que los usemos miles de años, y que responden tanto al plano de las ideas como a la vida y a los problemas reales que tenemos, como una comunidad que lleva reclamando largamente durante muchos años sus derechos. Pongamos la respuesta real sobre la mesa.


- Este artículo es un extracto de uno de los artículos que forman parte del libro colectivo Transfeminismo o barbarie, publicado recientemente por Kaótica Libros.

Sobre la autora

Aitzole Araneta es sexóloga y técnica de igualdad. Nacida en Donostia, ha trabajado en las artes escénicas como actriz y en gestión cultural y de participación. Forma parte, como experta, del Grupo de Trabajo sobre la Nueva Ley Integral de Transexualidad Estatal. Como activista ha estado en varios movimientos sociales y colectivos, siendo impulsora del movimiento por la despatologización trans, y ha formado parte, durante 8 años, de un grupo de trabajo que ha consultado la Organización Mundial de la Salud en el proceso de revisión del catálogo de enfermedades sobre la cuestión de las condiciones de transexualidad. Aitzole fue candidata a alcaldesa de Donostia, siendo la primera persona en condición de transexualidad en serlo en el Estado Español para una capital.

 



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