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Son las 9.30, bajo del metro, subo las sucias escaleras de la estación y salgo a la calle, estoy en Plaza Castilla. Miro a mi alrededor, las horribles torres Kio rodeando la estatua de Calvo Sotelo. Avanzo unos metros e inmediatamente aparece un enorme banderón de España, me produce un sarpullido. Miro un poco más al horizonte y veo a mis colegas, hoy tenemos juicio. Lo que en un primer momento era un juicio por un delito grave de daños inexplicablemente se ha convertido en un delito leve de usurpación. La compa con la que preparamos el juicio estaba flipando, la única explicación razonable que daba era que el juez estuviera borracho cuando elaboró las diligencias.
Sigo andando, nos encontramos y nos fundimos en un abrazo. Ninguno de nosotros tres se ha enfrentado antes a un juicio, esta bien empezar por uno tan simple como este. De todas formas, me corroe el hecho de que alguien ajeno a mi vida se pueda elevar en una posición de neutralidad y decidir sobre lo que esta bien y mal, es aquí cuando las indescifrables relaciones de poder toman forma muy explícita en los cuerpos.
Hay dos puertas, una a la izquierda para funcionarios, otra a la derecha para toda la morralla. Obviamente, abrimos la segunda.
Ayer acordamos que nos pondríamos elegantes para ir al juicio, hoy solo vernos veo que la elegancia puede ser un significante vacío. Uno cree que unas botas Quechua dan el pego, el otro se deshace su habitual dobladillo de los pantalones para transmitir más formalidad, yo me he puesto una camisa que llevaba tres días en la mochila y está toda arrugada. Después de una pequeña discusión, nos reímos, es curioso ver como es de difícil para un plebeyo tratar de ocultarlo. Debatimos un poco, una idea sobresale. Criticamos la insistencia continua en la centralidad del Parlamento a la hora de configurar las diferentes formas de gobernar, el Parlamento no deja de ser la vertiente espectacular de un poder mucho más mezquino y mediocre, este que reside en cada tribunal. Este que funciona independientemente de si el Parlamento esta clausurado, en llamas o en pleno funcionamiento. Llegan más compañeros, nos fumamos el último cigarro y decidimos entrar al juzgado.
Hay dos puertas, una a la izquierda para funcionarios, otra a la derecha para toda la morralla. Obviamente, abrimos la segunda. De sopetón, a menos de un metro se encuentra ya el control de acceso, con policías, seguratas y un detector de metales. A uno de nosotros le requisan un tenedor. Mesrine estaría jodido con todas estas nuevas tecnologías, ya no podría hacer la memorable escapada del tribunal de Compiègne cuando utilizando una pistola que había escondido un compañero suyo en los baños del juzgado se escapó del juicio secuestrando al juez. Los tiempos cambian, habrá que buscar nuevas estrategias.
Recordamos a Jiang Qing cuando fue juzgada en el año 1980 y ante las acusaciones múltiples de un tribunal especial contestó con una pregunta para la historia: ¿Qué es un crimen?
Estamos ya dentro, las paredes son de madera de pino, el suelo gris, y el ambiente hueco. Ahora entiendo la tesis de que el poder genera vacío y el vacío necesita poder. Al final del pasillo veo un hombre, avanzamos, es mi abogado, hemos tenido acaloradas discusiones sobre este procedimiento. Nos asignaron un abogado de oficio, y la conclusión es que han sudado completamente de nosotros. La situación es tensa, me trata de usted, yo me niego, para mí no es nadie. No nos habíamos visto des de el día de mi detención, sigue llevando el pelo peinado para atrás, y con la toga todavía parece más estirado. A continuación llega otro señor, lleva toga también, no parece abogado, parece cualquiera de nosotros con unos años más y castigado por la mala vida. Entiendo que es el abogado de uno de mis compañeros, el del que me decía que su abogado era un notas. Nos saluda efusivamente a todos, se pone a hablar de forma muy impulsiva y utiliza aquella palabra que en Madrid denota si eres de barrio o no, los guardias. Nos ponemos a preparar el caso – quedan menos de quince minutos para el juicio –, llega el tercer abogado, es afable, parece un buen tío, tengo la percepción de que es el mejor. Las premisas que nos dan nos parecen irrelevantes, nosotros ya hemos preparado el juicio por nuestra cuenta, ya que no nos fiábamos de ellos. Pasan unos minutos, llega el propietario acompañado de una señora. Ni nos miramos. Nosotros seguimos con nuestras bromas, recordamos a Jiang Qing cuando fue juzgada en el año 1980 y ante las acusaciones múltiples de un tribunal especial contestó con una pregunta para la historia: ¿Qué es un crimen? Nos parece algo mesiánico. Nuestro juicio en realidad es una tontería, pero nos gusta rememorar todos estos hechos.
Me hierve la sangre, respiro, siento los pulmones llenos de tierra, podría levantarme y pegarle un puñetazo, al final es un simple señor que está sentado encima de una tarima
Se abre una puerta, aparece un señor delgado, esquelético, lleva una camisa amarilla y la típica carpeta en mano que nunca guarda nada bueno, parece sacado de una película de quinquis de los ochenta. Es un funcionario judicial, probablemente la forma de vida más gris que puede haber en este mundo. Nos llama por nuestro nombre, le entregamos la documentación y entramos. Miro a mi alrededor, la sala es toda de madera con un pequeño altillo donde hay una mesa y tres personas. A la izquierda una señora de avanzada edad, con toga, gafas de pasta y mirada amenazante, es la fiscal. En el centro el juez, ya nos interrogó durante nuestra detención, fue duro pero no sé porque hoy parece tranquilo. A su derecha una pantalla de ordenador tapa la cara y el cuerpo de lo que intuyo que es la secretaria judicial, en todo el juicio no veo su cara. La mezquindad del poder aparece en estos pequeños gestos, una persona que no tiene ni la atención para mirarte en la cara va a redactar tus declaraciones. Se acaban las bromas, nos ponemos serios. En mi interior todo el rato se repite una pregunta cuando miro al juez: ¿Quién eres tú? Me hierbe la sangre. ¿Quién es este hombrecillo? No soy capaz de entender que potestad tiene el para decidir sobre mi vida, no entiendo que pinta él aquí. El problema es entre nosotros y la propiedad. Me hierve la sangre, respiro, siento los pulmones llenos de tierra, podría levantarme y pegarle un puñetazo, al final es un simple señor que está sentado encima de una tarima, miro alrededor, están mis compañeros, trato de tranquilizarme.
Todo el mundo sabe en la sala que somos culpables, es evidente, pero no hay forma jurídica de demostrarlo.
Empieza el juicio, la fiscal con su lengua viperina empieza a preguntar al propietario. Él ha venido sin abogado y parece que se lo ha preparado poco, le tiembla la voz y se contradice. Nos alivia su declaración, después de sus respuestas todo parece más fácil. Esta vez no ha valido la máxima de golpear antes. Se sienta y empezamos nosotros. Es el turno de mi colega, las preguntas de la fiscal son punzantes, incisivas, pero el se desenvuelve bien, ha repetido a pies juntillas nuestro relato, no han sido capaces de pillarle. Es mi turno, me levanto, estoy relajado y me siento bien. Los días anteriores reflexionaba sobre la situación y siempre me visionaba más nervioso. La fiscal pregunta, todo se asemeja a lo anteriormente dicho a mi amigo, pero hay matices. Me pregunta de donde soy, evito la palabra catalán y le digo el nombre de una capital de provincia. Me dice que donde vivía durante el supuesto delito, me permito una licencia sobre lo que habíamos preparado y le digo que en la calle. No espero tener su compasión, al contrario, espero que le produzca repugnancia. Me siento y sigue el último de nosotros. Es hábil, habla bien, sé que no le van a pillar. Los abogados nos hacen preguntas, son arbitrarias, no siguen ningún tipo de criterio.
Todo el mundo sabe en la sala que somos culpables, es evidente, pero no hay forma jurídica de demostrarlo. El juez le pregunta a la fiscal, esta hace un silencio, mira a toda la sala y dice que pide la absolución. Nos miramos y nos sonreímos. Empezamos a salir de la sala, yo ya estoy aplaudiendo, evidentemente a nosotros. Veo miradas extrañas, supongo que no es habitual hacerlo en sede judicial. Se nos cruzan los propietarios, nos miran con cara de desprecio y nos dicen que hemos tenido mucha suerte. Nosotros seguimos riendo y parafraseamos al abogado notas que cuando le preguntamos sobre negociar con la propiedad nos respondió con un efusivo que se jodan, pues sí, que se jodan.
Vuelve el señor sacado de la película de cine quinqui, nos devuelve la documentación a nosotros y a los abogados. Miramos, pero el abogado notas ya se ha pirado, sin decirnos nada y sin la documentación. Nos reímos, este jambo es la hostia.
El Estado no es el espíritu de la historia, sino otra facción organizada – la más organizada – en el seno de la guerra civil mundial y nosotros no le tenemos ningún tipo de respeto.
En teoría todo tendría que haber terminado ya, estamos absueltos, pero a mi personalmente me queda una cuenta pendiente. Quiero hablar con el abogado y pedirle explicaciones por el trato recibido durante todo el proceso. Me acerco a él y educadamente trato de explicarle mi percepción sobre lo sucedido. Él no reacciona de una forma respetuosa y nos enzarzamos en una discusión, es prepotente, orgulloso y no esta dispuesto a aceptar ningún tipo de crítica. Empiezan a llegar colegas, aumenta el tono de la discusión, no acepta que le diga que ha sudado de mi. Trata continuamente de convencerme que estoy equivocado, tiene incrustada en su cerebro una forma de confrontar argumentos totalmente jurídica donde siempre hay una razón que prevalece por encima de las demás. Le explico que no hay forma de discernir sobre quien tiene razón sino que únicamente hay percepciones subjetivas que se enfrentan y no tienen porque llegar a un acuerdo. No lo entiende y la situación se sigue caldeando, después de algunos actos de desprecio hacía aquellos que para él tienen tiempo de estar un miércoles por la mañana en los juzgados, es decir, los ninis, se va. Se oye un “¡Tonto!” de fondo y vuelve hecho una fiera, se encara un colega, trato de separarlos, los seguratas nos miran atónitos, no entienden que pasa. Aparece nuestra peña, fácilmente se puede producir el primer empujón y que empiece la tangana. Separo a mis colegas y el abogado se va entre reproches.
Bajamos las escaleras y nos lo volvemos a cruzar, ni nos miramos. Salimos de los juzgados, estamos radiantes, nos hemos librado y le hemos tirado de las orejas al abogado. La conclusión es: Que se jodan todos. Me imaginaba la sede judicial como algo más aterrador, pero no, el Estado no es el espíritu de la historia, sino otra facción organizada – la más organizada – en el seno de la guerra civil mundial y nosotros no le tenemos ningún tipo de respeto.
Estamos juntas, estas situaciones hacen que los vínculos existenciales adquieran consistencia para todos aquellas que las vivimos. Miro a mis amigos profundamente y siento que somos como un bloque de granito que no han conseguido agrietar. Tenemos una percepción generalizada, esperamos que la próxima vez que volvamos a Plaza Castilla sea rodeados de una turba incontrolable.
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Fuck Plaza Castilla. Recuerdo ahí una de las peores experiencias de mi vida cuando me hicieron madrugar por tercera vez en mi vida. La vida no merece la pena si no es para levantarse a las 11 e ir a por la merca.
🔥 a su justicia!!!
Ir de guay en un juicio tan tan chorra y tan insignificante solo muestra la miseria de la vida del que lo escribe y de los miserables a quien va dirigido
Lo más miserable es que hayas hecho el esfuerzo de leer y comentar el texto si tan miserable es.
Chacho, aquí la peña ocupa, le sale mal y se creen gangsters por ir a plaza... ¯\_(ツ)_/¯
El cutre intento de dar radicalidad a sus relatos da la medida exacta de la miseria de sus actos
No creo que en ningún sitio dé a entender que vayan de nada. Solo coge un hecho concreto (su juicio, por muy chorra que fuese) y a partir de ahí hace una crónica general sobre lo mierda que es la justicia administrada por el Estado, al margen de si es grave o no. Porque el trasfondo sigue siendo el mismo y la lógica que hay detrás también. No sé, solo veo ganas de hatear así de gratis.
En beneficio de todos, se hubiera agradecido mayor corrección ortográfico-sintáctica en todo el artículo para hacerse entender mejor. No es lo mismo escribir "Sobre todo los jueces que son unos mierdas" que "Sobre todo, los jueces, que son unos mierdas" o "Sobre todo, los jueces que son unos mierdas". Los desahogos pueden ser comprensibles, pero hasta para insultar hay que saber usar bien del lenguaje.
kallate flanders, kien eres mi profesor de castellano del colegio?