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Cantera en la Comarca Oriental de Murcia Pablo Miranzo

Extractivismo
La materia prima del sindicato minero o los bienes comunes de la humanidad

Los metales y las energías fósiles son a la vez vitales y letales. Debemos denunciar su tratamiento como materia prima y exigir que se los trate como bienes comunes de la humanidad. Segunda entrega del texto Los mineros y las “materias primas críticas”, del profesor Félix Talego.

Profesor de Antropología de las religiones en la Universidad de Sevilla.
18 dic 2020 03:53

El mundo es más maravilloso que conveniente, más bello que útil

Thoreau

Materia prima es una noción de sentido común y canónica, que asume la gente con igual credulidad que otras culturas asumieron la de caos o la de trinidad. Es tan abstracta como estas, aunque se cree que es lo contrario de toda abstracción. Y la gente se queda tan pancha con afirmaciones como esta: “Otras civilizaciones tenían creencias, pero ahora tenemos materias primas”. Pero la materia prima es una noción concebida hace dos siglos por un puñado de teóricos, reinterpretando temas de otras cosmogonías e incorporándola al relato del sistema económico, que, junto al del Estado-nación, conforman el mundo en que vivimos, en el que se habla del sistema económico nacional como cosa evidente. De hecho, materia prima y esencia patria son constructos de abstracción parangonable.

Mircea Eliade, el notable estudioso de las hierofanías, ha rastreado los precedentes de nuestra materia prima en mitos del comienzo de la edad de los metales, cuando se les atribuían propiedades demiúrgicas. Tales mitos refieren una “materia primigenia” de la creación, sustancia embrionaria indiferenciada que yacería en el vientre de la tierra, pero que podía precipitar su maduración como metal precioso si el herrero-alquimista ejecutaba ciertos sacrificios en el horno. Según Eliade, la extensión de los metales llevó consigo la noción de un homo faber que crea sacrificando, una cosmogonía sacrificial.

Extractivismo
Los mineros y las “materias primas críticas”

La mirada minera sobre la tierra no ve montañas, estepas o bosques, sino filones y fajas, un delirio que los lleva a jurar que “en la mina está el pan de sus hijos”.

Nuestra noción de materia prima conserva ese atributo de indiferenciación embrionaria: todas son una. Para mejor entenderla conviene recordar que el mito de la economía construye un orden trascendente o sacral, porque apunta a un cierto tipo de inmortalidad, de permanencia sui géneris de los muertos entre los vivos. Dicho con más precisión, a vida humana-no-del-todo-muerta potencialmente enlazable a nueva vida. Esta idea se encuentra quizá con especial consecuencia en el volumen tercero de El capital, donde adquiere perfiles mesiánicos, pero está ya formulada en La riqueza de las naciones:

“Viene a ser como si en aquella mercancía se incorporase o almacenase una cierta cantidad de trabajo que se puede emplear, si es necesario, en otra ocasión. Aquel objeto, o lo que es lo mismo, su precio, puede poner después en movimiento una cantidad de trabajo igual a la que en su origen sirvió para producirlo”

Dicho en otras palabras, lo que el objeto elaborado almacena es fuerza humana en estado de latencia, que permanece y puede actualizarse en otra ocasión por nueva fuerza humana. Puede expresarse también así: hay vida post mortem despersonalizada y sumatoria, que necesita para permanecer de la fabricación de objetos y de capital, que es la medida de su valor. Es una sobrevivencia incremental, porque a la vida salvada en el ciclo productivo anterior se suma la que se salva de los siguientes. Y es agónica, porque pende de un hilo que la producción teje cada vez, y fenecería si parase. Por eso los economistas consideran anatema parar la producción, o frenarla siquiera.

Ahora sí podemos definir la materia prima: cualquier soporte material capaz de almacenar alguna cantidad de hibernada vida humana durante el tiempo suficiente para que pueda ser vivificada por nueva vida, lo que solo puede ocurrir en la producción. No contiene ningún valor antes de ser sometida a la producción, es decir, no es nada si no se produce, y, producida, su valor es el de la cantidad de vida pretérita que mantiene. Con razón dice el presidente de Primigea que “el valor del mineral en la tierra es ninguno, es tierra”. Pero, una vez producida, cada Estado la agrega como producto nacional y la suma después el FMI como producto mundial.

Como toda ofrenda ritual, carece de valor antes y lo adquiere al ser ejecutada (sacrificada) como producto: el petróleo sería una grasa sucia si la economía no lo señalara como recurso para la producción, medio para el fin superior del crecimiento

La materia prima, también llamada recurso productivo, se presenta en la naturaleza en formas distintas, pero solo son apariencias de ella, distinguibles únicamente por la cantidad potencial de vida-humana-no-del-todo-muerta que pueden encriptar por unidad de medida. De hecho, siguiendo este criterio cuantitativo, los expertos en economía han elaborado un gradiente de sus apariencias. En esa gradación, los alimentos hortelanos y los rebaños que pastan mansamente los campos ocupan los últimos puestos, y los metales y las energías fósiles los primeros. Por eso, con buen criterio económico, los gobiernos nunca declaran de “interés público superior” las huertas y los prados, y casi siempre las minas. La Unión Europea habla ahora de “materias primas críticas”, que, efectivamente, son todas minerales. Pero no hay que engañarse, la materia prima es siempre una, y en algún punto quedan igualadas, por ejemplo, cierta cantidad de trigo y cierta cantidad de plomo, pues materia prima son al fin.

Una es también la producción, sea cual sea el material que procese. Tenemos entonces que el ojo económico que ha construido y sostiene nuestro mundo ve que trigo y plomo son lo mismo, materia prima; que pan y bala son lo mismo, producción; y que panadero y metalúrgico son iguales, productores. Marx dividió a los productores en dos clases, pero es una acotación menor, irrelevante aquí. Se entiende ahora mejor otra afirmación del primer minero: “Hacen falta materias primas con una intensidad que no se había visto en la historia de la humanidad”. Y la del último: “en la mina está el pan de mis hijos”. Las dos dicen lo mismo.

Crecimiento económico y producción son, respectivamente, la soteriología y el sacrificio de la contemporaneidad.

El mito económico supone la total descualificación de las cosas, que solo conoce como Materia Prima o como escoria improductiva; y de las personas, que solo concibe como productoras, como reproductoras y como “otras”. Y está en camino de hacer del planeta un paisaje industrial, porque su verdad cançonica es que la producción sostiene el mundo: es el axis mundi, el arcaico mitema que interesó a Mircea Eliade. La materia prima es la ofrenda que los productores le entregan. Como toda ofrenda ritual, carece de valor antes y lo adquiere al ser ejecutada (sacrificada) como producto: el petróleo sería una grasa sucia si la economía no lo señalara como recurso para la producción, medio para el fin superior del crecimiento. Las autoridades exhortan a ejecutar siempre un nuevo megaproyecto y los mayores honores se otorgan a los maestros de ceremonia, los directores de la ejecución: otro aeropuerto, otra mina, otra autopista, otra generación de coches, o de teléfonos, etcétera. Todas las ejecuciones actualizan el ritual de la producción. Porque crecimiento económico y producción son, respectivamente, la soteriología y el sacrificio de la contemporaneidad.

Comunes

Hay que romper, desde la paz y la palabra, con esta historieta demencial, por respeto a las personas y a la vida. Y tenemos que librarnos del infortunado constructo del trabajo, para poder pensar qué merece ser hecho y qué no, cómo hacerlo y por quiénes. Y arrumbar la noción de recurso productivo, para que los pueblos resignifiquen el mundo, y para abrir espacio a la contemplación, hoy expulsada por el imperio de la utilidad.

Los metales y las energías fósiles son a la vez vitales y letales. Debemos denunciar su tratamiento como materia prima y exigir que se los trate como bienes comunes de la humanidad, como lo propuso François Houtart. Su lugar es el depósito al que los ha llevado el proceso creador de la tierra, de dónde solo deberían extraerse cuando hayamos acordado qué fines justifican su uso, empresa política fundamental que está por hacer. Foros de deliberación, abiertos y horizontales, y finalmente una ONU democratizada deberían empeñarse en este ingente pero esperanzado proyecto. Nos va mucho en ello, y merece la pena.

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