Xenofeminismo: que florezcan un centenar de sexos

Cualquier teoría que haga de la “lo natural” una norma o un principio moral o político debe ser destruida. Llega el xenofeminismo, y va tomando fuerza. 

xenofeminism

Ahora que la cuestión del sujeto del feminismo ha ganado relevancia en el debate público (¿qué significa “ser mujer”? ¿es una categoría biológica o cultural? ¿abrir el feminismo a queer y a trans divide el movimiento o abre nuevas posibilidades?), resulta especialmente interesante atender a una nueva corriente de pensamiento que poco a poco va ganando más fuerza: el xenofeminismo (xf).

Aunque se define explícitamente como una forma de transfeminismo, sería un error desechar el xf como una teoría posmoderna más: el xf no tiene nada que ver con las mal llamadas “políticas de la identidad”. Se trata de una teoría que nació formalmente en junio de 2015, cuando el colectivo LaboriaCuboniks —formado por expertas de distintos ámbitos: artes visuales, programación,filosofía, arqueología y diseño— publicaron el manifiesto Xenofeminismo: una política por la alienación. El texto fue difundido en 12 idiomas y puede leerse en su web. 

El xf debe entenderse como una ampliación crítica del aceleracionismo, una teoría política muy en boga, que sostiene que la única forma realista de destruir el capitalismo es comprometerse con sus dinámicas de progreso y acelerarlo hasta hacerlo reventar. Para ellos, el decrecimiento no es una opción: precisamente porque ponen la cuestión ecológica en el centro de su reflexión, no creen que sea posible poner freno al capitalismo. Como explica el filósofo italiano Toni Negri, se trata más bien “de perseguir el contante crecimiento económico y la evolución tecnológica (acompañados de crecientes desigualdades sociales), provocando un vuelco en el interior de las relaciones de clase”.

Desde una perspectiva política y social, lo que el xf intenta explicar aquí es que “nada debería ser entendido como fijo, permanente o dado”

Este es también el espíritu del xf. En su manifiesto fundacional afirman que el activismo local es necesario pero insuficiente: “Escindirse de la máquina capitalista o repudiarla no la hará desaparecer”. Por ello, quieren construir un feminismo adaptado a la realidad tecnocrática del capitalismo, no como simple autodefensa digital, sino como reorientación de “las tecnologías hacia fines políticos progresistas de género”. Su propuesta es clara: un feminismo racionalista, cercano a la ciencia, que abrace la tecnología como un método “para combatir el acceso desigual a las herramientas reproductivas y farmacológicas, el cataclismo medioambiental, la inestabilidad económica y las peligrosas formas de trabajo mal remunerado”.

En términos filosóficos, esta vocación tecnopolítica y anticapitalista —que heredan del ciberfeminismo de Donna Haraway, pero también del feminismo de segunda ola de Shulamith Firestone— se traduce en un ataque frontal contra cualquier teoría que haga de la “lo natural” una norma, un principio moral o político: “¡En nombre del feminismo, la ‘Naturaleza’ dejará de ser un refugio para la injusticia, ¡o el fundamento para cualquier tipo de justificación política! ¡Si la naturaleza es injusta, cambiemos la naturaleza!”.

Es por todo esto que Helen Hester, filósofa británica que forma parte de LaboriaCuboniks y autora del libro Xenofeminismo: tecnologías de género y políticas de reproducción (Caja Negra Editores, 2018), define este movimiento como “un feminismo tecnomaterialista, antinaturalista y abolicionista de género”. Son tres ideas que se retroalimentan, pero empecemos por esta última: afirman que para derrocar la estructura patriarcal no basta con eliminar los privilegios masculinos, sino que es necesario acabar con la distinción misma del género, para que las diferencias sexuales devengan culturalmente neutras.

No debemos entender el abolicionismo como una supresión efectiva de todos los géneros, sino como una invitación a multiplicarlos. “¡Que florezca un centenar de sexos!”, leemos en el manifiesto, y Helen Hester lo matiza para no caer en terreno pantanoso: “El xenofeminismo es abolicionista en materia de género en el sentido en que rechaza la validez de cualquier orden social ligado a las identidades como base para la opresión, y en el sentido en que adopta la diversidad sexual más allá de cualquier concepción binaria”.

Tecnología como emancipación

Como hemos visto, el xf no tienen reparos a la hora de posicionarse en el debate sobre el sujeto del feminismo, pero además abre nuevos desafíos y tensiones: ¿hasta qué punto podemos abrazar la tecnología como una herramienta de emancipación? ¿Es la naturaleza por necesidad un espacio violento e injusto? ¿Querer cambiarla solo puede entenderse como un acto de carácter patriarcal?

Quizá la corriente que con más detalle ha contestado estas preguntas es el ecofeminismo, y no por casualidad el xf se enfrenta abiertamente a algunas de sus tesis. De hecho, tratarlos como interpretaciones opuestas puede servirnos de guía para entender lo novedoso del xf, aunque no sería justo ni acertado reducir el ecofeminismo a sus primeras corrientes esencialistas, que entendían que había un vínculo especial entre mujer y naturaleza. Las propuestas más recientes apuestan por una relación de apoyo mutuo entre ecología y feminismo como una forma de multiplicar las posibilidades de ambos movimientos.

El xf y el ecofeminismo coinciden en que la situación actual de colapso climático requiere soluciones de emergencia, pero sus herramientas y focos de atención son radicalmente distintos. Inicialmente, se trataría de una discusión sobre los límites de nuestro imaginario: mientras el ecofeminismo apuesta por pensar nuevas formas de vida que se rijan por el principio de sostenibilidad, el xf no contempla rendirse ante las imposturas de lo natural porque, aunque reconoce que existen límites biológicos, entiende que estos no son inmutables y, por tanto, no deberían definir nuestra experiencia. De hecho, a sus ojos, la naturaleza no sería otra cosa que un “espacio de confrontación” que debe ser reconquistado.

En su manifiesto fundacional afirman que el activismo local es necesario pero insuficiente: “Escindirse de la máquina capitalista o repudiarla no la hará desaparecer”

Desde una perspectiva política y social, lo que el xf intenta explicar aquí es que “nada debería ser entendido como fijo, permanente o dado”. Cuando glorificamos lo natural, explica Hester, en realidad estamos generando injusticias hacia queer y trans, las personas con diversidad funcional o quienes han sufrido discriminación debido al embarazo o a las tareas ligadas a la crianza. Es por esto que más allá de abolir el género, proponen acabar con todo tipo de discriminación —raza, clase, género, capacidad física— eliminando las identidades naturalizadas.

En sus palabras, la lucha debería continuar hasta que “las características que hoy responden a categorías de género y raza ya no sirvan de criterio para hacer ningún tipo de discriminación más allá del tipo de la que permite el color de ojos, el hecho de tener o no pecas o la capacidad de enrollar la lengua”.

Al hacer esta proposición es indispensable plantearse qué ocurre entonces con la maternidad y por ende, con nuestro futuro como especie. Si hoy la ecología —y también el ecofeminismo— constituye un movimiento con un respaldo social y político considerable es porque utilizando la retórica futurista de cómo —o incluso si— vivirán las generaciones futuras, ha sido capaz de generar una preocupación real por el mundo que habitamos.

Así lo expresa Alicia Puleo en el libro Ecofeminismo para otro mundo posible: “Los seres humanos somos cuerpos que han de adquirir la autoconciencia de pertenecer al tejido de la vida múltiple y multiforme del planeta que habitamos, y de que su destrucción es, a medio o largo plazo, la nuestra”.

Sin embargo, para el futuro xenofeminista utilizar la figura del niño como motivo simbólico recurrente es problemático, dado que favorece la mitologización de la feminidad, la discriminación heterosexista y la asociación directa entre mujer y madre, olvidando que hay numerosos cuerpos no menstruantes que también son de mujeres.

Hester lo expone cuestionando algunas de las propuestas ecofeministas más conservadoras, pero también recientes: “El gran problema de un proyecto que concede a las mujeres un papel esencial debido a su conexión corporal con la maternidad es que restringe de antemano los términos en que puede concebir cuestiones como la apertura a lxsotrxs, la responsabilidad y la receptividad a su determinación en virtud de los paradigmas de género existentes”.

Xenofeminismo Portada Caja Negra

¿Significa esto que el xf está “contra los hijos”? En realidad no, porque lo que desean no es tanto reducir la natalidad, sino crear un nuevo imaginario donde existan redes de cuidados y solidaridad más allá de la familiar nuclear. Esta vez en contra de Donna Haraway, el xf no ve viable ni justo exigir un control de la fertilidad humana ante la actual escasez de recursos, pues la causa de esta situación se debe a la desigual distribución de los mismos. En otros términos, la xenosolidaridad pasaría por dejar a un lado la preocupación por el Niño, que vendrá, y generar una mayor hospitalidad hacia los niños que realmente ya existen en nuestro planeta.

Si el xenofeminismo consigue ser algo más que un pensamiento especulativo es porque es capaz de materializar estas propuestas haciendo un llamamiento a resignificar la tecnología. Aunque reconocen que esta no es necesariamente beneficiosa, y ni siquiera neutra, entienden que por su carácter social se trata de “un ámbito de potencial intervención feminista”. Quizá la mejor forma de entenderlo es a través de dos ejemplos que nos brinda la propia autora. El espéculo ginecológico fue un instrumento que utilizaron las feministas de la segunda ola para la práctica de autoexámenes: sus usuarias podían ver sus propios genitales con ayuda de un espejo de mano. Aunque en un primer momento pueda parecer un artilugio sin demasiada importancia, debemos medir sus posibilidades en relación con su contexto: en un sistema de salud patriarcal impulsado por el afán de lucro, que las mujeres pudieran hacerse autoexámenes vaginales se convirtió en una forma de empoderamiento. Algo similar sucedió la invención del Del-Em, “una tecnología diseñada por las feministas para eludir las restricciones médicas y jurídicas que limitaban el acceso al aborto”. Tras comprender el procedimiento de las prácticas para realizar abortos tempranos, Lorraine Rothman creó este dispositivo con la intención de que circulara de manera libre y no comercializada, al margen de la institución médica.

Por supuesto, el xf es una propuesta filosófica, y no un programa de acción directa. Pero con estos ejemplos demuestra que su propuesta está tan comprometida con la práctica como lo estuvo del feminismo de segunda ola y sus prácticas de autoayuda: la organización de redes de solidaridad, de grupos de concienciación y educación (conectados por la idea del do it yourself), no se diferencian mucho del ciberactivismo sanitario de subRosa o de la publicación del libro-guía Cuerpos trans, personas trans: un recurso para la comunidad transgénero. En ambos casos se parte de un diagnóstico (bio)político sobre cómo el patriarcado no solo impone una serie de restricciones sobre los cuerpos, sino que los interviene desde la definición misma de vida -de la vida que merecen ser vivida-, para levantar contra él una batería de contrapoderes.

En consecuencia, si bien el xenofeminismo propone una línea de pensamiento que se atreve a ser crítica con los feminismos actuales, también es capaz de reconocer y sintetizar su herencia, con el objetivo de ganar un mundo distinto, libre de “la infección de la pureza”: un mundo distinto al que tenemos ahora, pero también diferente de sí mismo, siempre abierto a lo “xeno” –a lo otro, a lo ajeno, a lo extraño–.

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