Fiestas populares
Gil-Manuel Hernández: “Cualquiera que intente cuestionar la ortodoxia fallera es tachado de traidor”

Gil-Manuel Hernández es director del Museu Faller de València, un espacio que da cuenta de la historia de una de las fiestas españolas más importantes a nivel internacional. Profesor universitario y sociólogo, Hernández lleva años investigando la evolución de las Fallas y las consecuencias de un ‘franquismo psíquico’ que todavía perdura en la fiesta y que ha ido expulsando de su celebración a críticos, a las clases populares y a la disidencia política.
Gil Manuel Entrevista El Salto 53
Gil-Manuel Hernández, director del Museu Faller de València. Mathias Rodríguez
1 sep 2021 06:00

Ya van dos años seguidos en los que las calles de València no se abarrotan durante el mes de marzo acompañadas del tradicional tumulto que trae consigo la celebración de una de las fiestas más importantes de todo el Estado español: las Fallas. Declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2016, la fiesta atrajo en 2019 a València a unos 900.000 visitantes diarios. En 2020, la incipiente expansión del covid-19 llevó a la cancelación del evento pocos días antes de que se declarara el estado de alarma. En enero de 2021 se decidió que no era buena idea celebrarlas en marzo. Finalmente, se fijó su fecha de celebración durante la primera semana de septiembre, momento en el que el Gobierno valenciano calculaba tener una importante parte de la población vacunada. 

Efectivamente, habrá fallas plantadas en las calles de València a principios de mes, pero todo lo demás cambia: mascarilla obligatoria, no habrá Mascletà —espectáculo pirotécnico—, los actos como la ofrenda se harán sin público y la Cremà —quema de las fallas— será adelantada por el toque de queda. Pero más allá de este capítulo excepcional condicionado por la pandemia, desde su origen la fiesta de las Fallas ha sufrido importantes cambios. Lo que nació como una fiesta popular ha ido desplazando progresivamente a sectores de la sociedad más empobrecidos a un segundo plano. La intencionalidad satírica del monumento ha dejado paso a un arte más políticamente correcto. La resistencia, organizada en Fallas combativas, se sigue viendo como algo minoritario, y el inmovilismo de la Junta Central Fallera, órgano de gestión creado durante el franquismo, hace que se categorice como antifallero cualquier intento de cambiar la visión hegemónica de la fiesta. Gil-Manuel Hernández, sociólogo, director del Museu Faller y miembro de la Associació d’Estudis Fallers, conoce la historia de la fiesta y tiene una teoría sobre por qué sucede esto.

Las Fallas nacieron a mediados del siglo XVIII como una crítica satírica desde las clases populares hacia los poderosos. ¿Qué conserva la celebración de sus orígenes y qué ha cambiado?
Ha habido una gran evolución. La burguesía intentó domesticar esta fiesta por considerarla peligrosa y lo consiguió a finales del XIX a través de la estetización. Es algo que ha sucedido en general con las fiestas de raíz carnavalesca, que asustan a los poderes establecidos porque es una inversión del orden establecido y a veces acaban en revueltas. En las Fallas pasó eso: eran unas fiestas que en sus orígenes tenían un fuerte componente transgresor y que nacieron desde abajo. Por otra parte tenían componentes conservadores y eran muy reactivas ante las novedades de la modernidad, pero también resultaban muy críticas con el poder.

Inicialmente, esas clases en ascenso a mediados del siglo XIX intentaron desactivar las Fallas, pero como no pudieron las domesticaron, reconduciéndolas estéticamente a través de premios y actividades y convirtiéndolas en una fiesta de la identidad valenciana de todos, lo cual diluía el componente de clase. Triunfaron, pero nunca es una victoria completa porque siempre hay una especie de hilo de resistencia por debajo que fluye más durante la II República, que con el franquismo casi desaparece, regresa durante la Transición y mantiene algo de afluencia hoy en día.

Es una tradición heterodoxa que siempre está planteando otras visiones de la fiesta, pero que se mantiene minoritaria frente a esa ortodoxia, esa visión hegemónica creada a finales del siglo XIX, que es la que se hace dominante y se convierte en el referente, en la fiesta como debe ser. Cualquier desafío a ese modelo es descartado.

Esta estrategia de la burguesía de optar por adaptar las Fallas en vez de cancelarlas resultó eficaz, ¿no?
Claro. En el momento en el que deciden explotar la faceta artística de la fiesta, empiezan a apoyar la celebración y nacen los primeros artistas falleros. Antes no existían, era una cosa de vecinos. Tampoco había premios, pero comienzan a aparecer las secciones. ¿Y quién da los premios? ¿Quién compone los jurados? ¿Quién nombra los jurados? Pues el que manda. Así se aseguraron un modelo de falla cada vez más blanca, más rosa, más insípida; donde la crítica, la sátira, se vacía o, si existe, no cuestiona a los que más tienen sino a los de abajo, a los débiles. 

Es un modelo que todavía hoy está instaurado en la medida en la que la mayoría del jurado son falleros, y esos falleros provienen de un establishment que sostiene esa visión hegemónica de las Fallas, y se aseguran la reproducción de esas preferencias estéticas y de cómo debe conducirse una falla cuando está plantada: no debe incomodar, no debe molestar, ha de ser asimilable aunque tenga cierta crítica y estéticamente no debe ser demasiado experimental.

Existe una especie de cosmovisión fallera hegemónica que debe reproducirse, y todo lo demás debe ser eliminado o enviado al ostracismo

Esta pérdida de la sátira es criticada por parte de algunos artistas falleros, que lamentan que en el gremio se trabajan fallas cada vez más exentas de críticas a los poderes, dando la espalda a sus orígenes. ¿Qué relación tiene esto con esa especie de endogamia a la que aludes?
Es curioso porque la profesión de artista fallero se consolida en el siglo XX, cuando nace l'Associació d'Artistes Fallers [1932]. Era un colectivo bastante situado hacia la izquierda. En el franquismo burlaban la censura a través de jeroglíficos, medias tintas, otro lenguaje, la complicidad con el espectador… Y de la censura se pasa a la autocensura. Hoy en día esa autocensura sigue existiendo, y es casi imperceptible por ellos mismos, pero muchos saben que si haces unas fallas de determinadas características, en las que tratas ciertos temas de una manera concreta o haces ciertas críticas, lo más normal es que, con el jurado que hay, no ganes el primer premio o no vuelvan a contratarte, con lo que si tú quieres que te vuelvan a contratar, sueles aceptar participar en unas coordenadas que no vayan a molestar demasiado. Es decir, existe una especie de cosmovisión fallera hegemónica que debe reproducirse, y todo lo demás debe ser eliminado o enviado al ostracismo.

Es como una convención. Todos convenimos de una manera más o menos consciente cuáles son los límites, y si los artistas se mueven dentro de ellos tendrán reconocimiento, formarán parte de la aristocracia fallera; los presidentes de agrupación o federación serán visibles y tendrán incluso posibilidades de desarrollar carreras políticas o acumular patrimonio personal...

València
El frágil equilibrio de las Fallas
La precariedad que asola a los cerca de 500 artistas falleros que dan vida a la fiesta valenciana amenaza a una de las festividades más importantes de península.

Los artistas falleros llevan años denunciando la precariedad de sus trabajos. ¿Crees que quizás si tuvieran una estabilidad económica sería más fácil renunciar a la autocensura, porque no tendrían que depender tanto de los premios?
Es una buena conexión porque suceden dos cosas: la primera, que históricamente la figura del artista fallero ha estado poco reconocida y poco autorreconocida. Durante años han sido concebidos por ciertos sectores hegemónicos de las Fallas como empleados a su servicio, aunque eso está cambiando y cada vez son más las comisiones falleras que les valoran. Pero aun así, son dinámicas asentadas y difíciles de cambiar. Por otra parte, el arte fallero es de los pocos artes del mundo, quizás el único, donde para premiar la obra esta se valora al peso. El propio concepto de sección se fija en función de lo que cuesta la falla… Imagínate esto en un festival de cine, donde una producción más pequeña puede ganar el mismo premio que una superproducción. La falla no: si ya de entrada el propio concurso está viciado por lo que cuesta la falla, el valor artístico también está supeditado a ese coste, y a partir de ahí ya nada tiene sentido y nada es creíble. 

Museu Faller El Salto 53
Detalle de un vestido de senyoreta en el Museo Faller. Mathias Rodríguez

Antes has mencionado varias etapas, entre ellas la II República. Escribías en uno de tus artículos sobre el tema que, durante esta época, el funcionamiento de las Fallas era muy democrático. ¿Sigue siéndolo?
Las Fallas hoy en día funcionan con comisiones en las que las cosas se deciden habitualmente de modo democrático, excepto aquellas ocasiones en las que la Asamblea de Presidentes -una especie de Parlamento Fallero-, toma decisiones sin haberlas consultado con sus afiliados. Pero, en general, el funcionamiento es democrático, incluso durante el franquismo las comisiones falleras eran democráticas quitando el importante detalle de que la mitad de la población, las mujeres, no podían votar. Pero con todas estas restricciones fueron espacios de una cierta participación dentro de todos los límites del franquismo, y la comisión de Fallas siempre ha tenido ese espíritu democrático. Pero el problema no es que sea democrático: tu funcionamiento puede ser plenamente democrático pero si los parámetros ideológicos y de cosmovisión donde funciona esa democracia están limitados, es una democracia real pero limitada.

La única vez que las Fallas pasaron más tiempo sin celebrarse que ahora fue el periodo de la Guerra Civil, los años 37, 38 y 39. Hubo una propuesta de Fallas antifascistas pero se canceló, ¿qué pasó con ellas? 
Aquellas Fallas antifascistas las promovió el Ministerio de Instrucción Pública. Hubo un debate entre comunistas, anarquistas e izquierdistas y al final se decidió que en ese contexto no se iban a plantar. En el exilio republicano, en la prensa clandestina hay mucha nostalgia de las Fallas y de reivindicar las Fallas antifranquistas. En la Transición, esta tradición soterrada alternativa sí que reivindicó las Fallas populares antifascistas, y esto ha seguido hasta hoy con iniciativas como algunas pequeñas fallas de valencia, pero siempre minoritarias.

En las Fallas, y en muchos espacios de la sociedad, se opta por no significarse políticamente por si eso perjudica. Si haces algo fuera de lo común te dicen que quieres politizar las fallas, y politizar está mal visto

¿No vendrían bien unas fallas abiertamente antifascistas ahora?
Creo que no sería posible porque con esos parámetros con los que funcionan las fallas, la expresión explícita antifascista da miedo, igual que da miedo el término comunista. Si dices sostenible sí, o feministas todavía incluso, pero otros términos ya ponen nervioso al personal. Muchas veces esto sale indirectamente entre artistas que se la juegan más. Pero yo pienso que las Fallas siguen lastradas por lo que yo llamo el franquismo psíquico, que no significa que sean franquistas, ni mucho menos. Pero en las Fallas, y en muchos espacios de la sociedad, se opta por no significarse políticamente por si eso perjudica. Si haces algo fuera de lo común te dicen que quieres politizar las fallas, y politizar está mal visto. Politizar es cuestionar, es generar problemas. Eso es el franquismo psíquico: yo me cierro, me autolimito, me reprimo y no voy más allá por lo que puedan pensar de mí.

Esto suena parecido a lo que pasó en la Transición en muchas otras facetas de la sociedad y por la permanencia de los poderes...
Claro, es que el franquismo psíquico es un problema colectivo que va más allá de las Fallas. En la Transición el colectivo que las controlaba era la Junta Central Fallera, que era declaradamente franquista. A través de la Batalla de València y del blaverismo [movimiento anticatalanista] continuó controlando las Fallas y lo sigue haciendo con el PP: ese tipo de personas y cosmovisiones todavía son hegemónicas en las Fallas actuales, evidentemente con una dilución, no es tan explícito, pero son posturas conservadoras abiertamente reaccionarias en algunos casos y, como se ha visto en 2015, rabiosamente antiprogresistas.

9 d'octubre
Cuando nos querían robar la paella

Entre el final de los 70 y el principio de los 80, la ciudad de València vivió un episodio de confrontación por los símbolos culturales y un clima de violencia ultra en las calles.

¿Te refieres al momento en el que Compromís entró en la concejalía de Cultura Festiva del Ayuntamiento de Valencia?
Efectivamente. Este sector hegemónico de las Fallas declaró abiertamente la guerra a Compromís porque no concebía que un grupo que representaba sensibilidades diferentes pudiera gobernarlas. ¿Qué pasó? Que Compromís, cuando llegó a Cultura Festiva, llegó al Gobierno pero no al poder, porque el poder quedó en manos de los que ya lo tenían, que lo utilizaron con todos sus resortes para boicotear, como ya pasó en la época del inicio del PSOE en la Transición, y como ha pasado con cualquier intento de cambio. Todo parte del concepto, y esto también se puede trasladar a la sociedad en general, de que estos sectores consideran que la fiesta es suya, un cortijo, y que no se la pueden arrebatar. A partir de ahí reaccionan contra ello y esa situación todavía continúa.

¿Se puede decir que esa totalización de las Fallas que se hizo durante el franquismo de alguna forma se ha reproducido?
Sí, de otras maneras, con otras fórmulas, no franquistas pero sí conservadoras, utilizando cuestiones como el anticatalanismo especialmente… E identificando cualquier intento de cuestionar esa ortodoxa fallera de dos maneras distintas en función de dónde venga: si viene desde fuera del mundo de las Fallas, como antifallero; y si viene de dentro de las Fallas, como herético, lo cual es peor todavía, porque son los “traidores”. A partir de ahí se genera una exclusión y un ostracismo y actualmente ese conflicto está más soterrado pero sigue existiendo.

Es curioso, porque en 2017 el Ayuntamiento de València hizo una encuesta preguntando por la afinidad ideológica de falleros y, pudiéndose esperar una mayoría de derechas, los datos arrojaron que el colectivo fallero se ubicaba más a la izquierda, incluso más a la izquierda que la ciudadanía en general.
Esa encuesta fue tan boicoteada porque la derecha fallera y la derecha política, que no es lo mismo porque la primera es más transversal, pensó que podía poner en entredicho su discurso hegemónico: que las Fallas son conservadoras. Cuando la encuesta destapó que los falleros eran predominantemente de izquierdas e incluso más de izquierdas que la población, eso les desmontó y atacaron por ahí. Movilizaron a la prensa y esa encuesta de alguna manera ha pasado al ostracismo, hasta quisieron que se destruyera la encuesta, ¡que se destruyera una encuesta! Es un ejemplo palmario de cómo la llegada de la izquierda a la gestión institucional de las Fallas les puso nerviosos.

Hablemos de la Junta Central Fallera, el organismo que regula y coordina las Fallas, que también tiene unos orígenes que se podrían vincular a lo que estamos hablando. ¿Necesita este organismo una remodelación?
La Junta Central Fallera la crea en el año 1939 el franquismo, sustituyendo al Comité Central Fallero que existía. Es una estrategia que ya siguieron los nazis para disciplinar, encuadrar y dirigir el ocio y el disfrute de la clase obrera. Este modelo fascista nazi es el que copia el franquismo en la Junta Central Fallera, con una pequeña diferencia: mientras estos organismos fueron abolidos cuando terminó la guerra, aquí no, y en la sede de la Junta Central Fallera tienes las fotos de todos los fascistas de la época, cosa que sería incomprensible en Alemania o Italia. Hace cinco años se celebró el 80º aniversario sin ningún problema, hubo una continuidad entre franquistas y demócratas como si no pasara nada. Que la Junta Central no haya sido sustituida hasta ahora por una entidad, o como mínimo no haya cambiado su nombre, ya da una idea de esa continuidad y confirma que no se ha hecho una reflexión del impacto que debería haber tenido la Transición. Es evidente que la Junta Central Fallera sí que funciona democráticamente, pero las concepciones de la fiesta dominantes en ella son esas concepciones más conservadoras que se mantienen buscando el menor cambio posible mientras fuera la sociedad se hace cada vez más diversa y más inclusiva. Así que respondiendo a la pregunta, este órgano tiene el reto de abrirse más a esas sensibilidades que hay fuera de las Fallas para abrir el mundo de la celebración.

Tampoco se puede culpar de todo al resto. ¿Hace falta una reivindicación de las Fallas por parte de la izquierda?
Se ha intentado alguna vez. Hubo dos hitos en los años 70 en la izquierda de las Fallas. Por una parte, hubo un grupo que se comprometió a cambiarlas desde dentro con un discurso antifranquista (había sectores comunistas, regionalistas, de izquierdas, fusterianos, anarquistas…), pero fueron laminados por el aparato franquista, que era muy fuerte. Por otra, había un sector de izquierdas que cuando vio el panorama abandonó la lucha. Hubo también un intento del PSOE cuando llegó a la alcaldía de València de cambiar las cosas por dentro, pero también fue dilapidado. Ha habido intentos, pero el enemigo al que se enfrentaban era tan poderoso y tenía tan dominado el tema que fue imposible. A partir de los 2000 empezó a reivindicarse, un poco por el PSOE pero sobre todo por Compromís —desde Unidas Podemos nada—, porque este partido entendía que el propio nacionalismo de raíz fusteriana, no tanto Fuster como sus herederos, no habían hilado muy fino sobre el mundo fallero. Eso fue lo que propició ese cambio de pensamiento y de sensibilidad trabajada en el mundo fallero, y yo estoy seguro de que fue uno de los factores que hizo posible que se consiguiera la Alcaldía en 2015, y también uno de los factores que más alteró a la derecha, que no podía concebir que eso fuera posible porque era como cambiar el curso natural de las cosas, como un accidente. Y en eso están todavía.

Los ninots de los años 40, siendo una dictadura y con toda la censura que había, eran más contemporáneos que los actuales en el sentido de que reflejaban los problemas de ese momento: las dificultades de la luz, de la vivienda, la pobreza, el frío…

En este espacio se recogen los ninots indultados desde 1940, aquellos que se han salvado de la quema por votación popular. Decías en una entrevista que el hecho de que cada vez sean más estéticos o ‘suaves’ podía ser una respuesta de la sociedad al mundo acelerado en el que vivimos. Con todo esto que hemos hablado, ¿no crees que también responde a una falta de politización?
Sí y no. Realmente son un reflejo justamente de la politización, aunque los artistas no sean conscientes, en el sentido de posicionarse con una manera de entender la realidad que no cuestione el orden establecido. La forma de hacer eso es la evasión historicista, folclorizante, sentimentalista, con unas estéticas que siguen las de Disney tratando temas de la tradición atemporales… Eso es todo una huida de la realidad del inconsciente. Los ninots de los años 40, siendo una dictadura y con toda la censura que había, eran más contemporáneos que los actuales en el sentido de que reflejaban los problemas de ese momento: las dificultades de la luz, de la vivienda, la pobreza, el frío… Eran ninots neorrealistas. Pero hoy día los que son votados, conscientemente o inconscientemente, son aquellos que huyen de la contemporaneidad, quizás porque se ve en eso una escapada: aquello que genera confort, evocación o nostalgia es lo que se viene defendiendo desde finales de los 90, y denota algo que no es solo característico de las Fallas, sino de la sociedad actual, que es esa huida hacia adelante para no hacer frente a los problemas que hay ahora y que son del futuro.

Hablando del futuro, ¿el covid-19 ha sido solo un paréntesis o nos esperan unas Fallas diferentes a partir de ahora?
Para mí, quien crea que las Fallas van a volver a la normalidad precovid está muy equivocado. Todos esos tejidos productivos relacionados con las Fallas quedaron golpeados. El colectivo fallero, sobre todo en la ciudad de València, es un colectivo con mayor poder adquisitivo que la media, porque las Fallas son en cierta forma un objeto de consumo de clase media más o menos asentada porque desde los años 80 y 90 se ha ido expulsando a la clase trabajadora, ya que la celebración requiere cada vez más gastos —por ejemplo, en la indumentaria—. En la medida en la que esa clase media está siendo golpeada por la pandemia y ese tipo de militancia fallera es hija de un estado de bienestar en descomposición, el modelo que ha existido hasta ahora está en riesgo. De hecho casi un 10% del censo se ha dado de baja. 

El consumo de las Fallas en los últimos 20 años es un modelo neoliberal en el cual la falla es un objeto de consumo y turismo, donde se ha fomentado la competitividad y los procesos de mercantilización, promoviendo modelos de fallas absolutamente delirantes como la del Nou Campanar. El modelo de las carpas y de la privatización del espacio público, ese modelo neoliberal de fiestas del cual creo que ni los falleros son conscientes, asociado a una clase media que se lo podía permitir, todo eso está en riesgo. Se abre un escenario al que sumamos nuevas pandemias u otro tipo de crisis asociadas a un horizonte de colapso ecosocial que deja a las Fallas y otras celebraciones ante un escenario problemático e incierto. Pero eso nadie se lo quiere plantear, quieren celebrar las fiestas este año, lo cual es lógico, pero hay que tener en cuenta que el problema no es celebrar o no las Fallas este año, es qué va a pasar con las Fallas los próximos años.

No es exclusivo de las Fallas ni de otras celebraciones: vamos a tener que decrecer. A lo mejor implica reducir las comisiones falleras, o que haya menos fallas plantadas, o hacer otro tipo de festejos, o evitar las grandes aglomeraciones, o fomentar el vínculo entre falla y vecindario, o generar unas Fallas más sostenibles…

Vaya traca final para concluir la entrevista. ¿Hay soluciones?
[Se ríe] Sí, y es un discurso que será tachado de alarmista e incluso antifallero, pero está ahí. Soy pesimista por mi sesgo sociológico, pero creo que la solución pasa por mirar más allá del corto plazo y plantear planes b o c teniendo en cuenta que hay posibilidades de nuevas cancelaciones por crisis diversas. Las instituciones deben planificar esos escenarios y las asociaciones de base tienen que comenzar a pensar en la fiesta de otra manera. No es exclusivo de las Fallas ni de otras celebraciones: vamos a tener que decrecer. A lo mejor implica reducir las comisiones falleras, o que haya menos fallas plantadas, o hacer otro tipo de festejos, o evitar las grandes aglomeraciones, o fomentar el vínculo entre falla y vecindario, o generar unas Fallas más sostenibles… Cualquiera de estas cosas genera pánico, pero todas las grandes fiestas urbanas —Fogueres, San Fermín, Feria de Abril, San Isidro...— van a necesitar planes a medio y largo plazo para ver cómo seguir manteniendo la fiesta, porque sin fiesta la sociedad implosiona. 

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