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Fotogalería
El mundo perdido de la 24 de mayo
La pequeña villa de Quito empezó a cambiar cuando las élites que la habitaron hasta inicios del siglo XX se marcharon hacia el norte de la ciudad, dando inicio con su retirada a una serie de transformaciones urbanísticas. La cotidianidad de las calles de la ciudad cambió. La avenida 24 de Mayo, construida a partir de 1899 pero inaugurada en 1922, había tenido la particularidad de acoger a esas élites, pero también de ser un punto de encuentro de la cultura popular y a la vez un mercado activo para todo tipo de compras y ventas. Allí se ubicaba la Puerta Teatro del Sol y la Cervecería Victoria, una fisionomía europeizada, la promesa de un mundo que quedó interrumpido a partir de los años 50.
El nuevo trazado urbano convirtió a la 24 de Mayo en una especie de entrada a la ciudad, pero también en una frontera invisible que separaba el norte, donde se palpaba el poder y el dinero del petróleo, y el sur. Se conformó así, poco a poco, sedimentándose con el paso de los años, una representación más de la brecha entre los dos hemisferios, entre dos ciudades muchas veces ajenas la una a la otra, con relaciones políticas y sociales asimétricas, inclinadas siempre hacia el mismo lado.
Las viejas casas fueron ocupadas por migrantes del campo, por indios serranos, afrodescendientes, montubios y también por una diáspora internacional, formada por haitianos, colombianos, italianos, africanos o venezolanos. Siguieron afluyendo a ella las vendedoras de pociones, los magos, los buscavidas y todo tipo de personajes. Conformaron su propio entorno, sus tradiciones, rituales, rutinas y espacios. A pesar de estar incluida en el inventario del Centro Histórico de Quito, que es Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1978, el Bulevar 24 de Mayo prevalece, en el imaginario colectivo, como un foco de la delincuencia, el trabajo sexual, encuentro de la pobreza y la migración.
La de la antigua avenida 24 de Mayo es una historia más de exclusión y gentifricación. Una huella del patrimonio inmaterial que estamos perdiendo en ciudades con cada vez menos alma
Estos estigmas han dado lugar a distintos impulsos para la “regeneración” del espacio público en más de una ocasión. La avenida fue contemplada en los planes de intervención urbanística. Eso se ha traducido en la concesión de lugares y edificios emblemáticos a grandes cadenas de turismo, construcción de franquicias y espacios museables que han quedado desvinculados a la comunidad que los rodeaba. La vieja avenida comenzó a quedarse encajonada entre áreas pensadas únicamente para el turismo, la degradación inicial fue el primer paso para la proyección de desarrollos de viviendas para las clases media y alta.
La remodelación de la avenida para su transformación en el Bulevar 24 de Mayo concluyó en el año 2011. El objetivo era adecentar la imagen del espacio para el visitante. El resultado es que se excluyó a los habitantes del lugar del nuevo espacio creado para el turismo. Esos viejos habitantes del 24 de Mayo ahora se ocultan en sus casas o salen durante el día a trabajar para regresar al barrio a descansar por las noches.
La 24 se convirtió en un “desierto”, en un espacio vacío e invisibilizado. Un lugar donde quien lo habita es borrado. Su resistencia ante la modernización y turismo comercial es borrada por el transcurso de los días. El presente desvirtúa la importancia histórica y cultural de un espacio que tras los muros de sus coloniales casas, guarda las historias borradas de las personas que lo conforman y lo conformaron en otro tiempo: los indios serranos, afrodescendientes, montubios, las personas procedentes de otras zonas de Latinoamérica, que encontraron en este barrio liminal una organización social, espacial y económica precaria pero suficiente para sostener sus vidas.
La de la antigua avenida 24 de Mayo es una historia más de exclusión y gentifricación. Una huella del patrimonio inmaterial que estamos perdiendo en ciudades con cada vez menos alma. La imagen y el testimonio es la única herramienta posible, nuestra única arma para la desmemoria.