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Fotogalería
La plaza de los jornaleros urbanos
En un calendario de bolsillo, Danilo tiene señalados con un círculo sus jornadas trabajadas, cuenta 12 días entre agosto y septiembre, 600 euros en impagos. El encargado de la obra lleva varios días diciéndole que ya le ha hecho el ingreso y que le va a enviar el justificante, pero nada de eso pasa. Por eso este ecuatoriano de 59 años ha reportado que está enfermo, ha dejado de trabajar y ha vuelto a la madrileña Plaza Elíptica donde espera conseguir un trabajo. Mientras cuenta su infortunio muestra la última conversación de WhatsApp que sostuvo con su jefe y pregunta si esto será una prueba en caso de que quiera hacer un reclamo legal.
Estamos a mediados de mes y ya no le esperan más por el alquiler de la habitación que ocupa en un piso con otros migrantes. Cada día, la boca de metro de Plaza Elíptica arroja a la superficie decenas de migrantes que vienen de todos lados para encontrar trabajo. Algunos también llegan caminando o en buses, pero son los que menos.
El riesgo de ser estafados por algún constructor es real, pero lo toman, y también son tentados con propuestas que rozan la ilegalidad como cambiar cheques o prestar su nombre para hacer transferencias de unos cuantos miles de dólares a cambio de una compensación económica. “Buscan a gente con papeles y el pago depende del monto. Hace un rato vino uno que ofrecía 100 euros por enviar unos 3.000 dólares”, cuenta un hombre que pide mantener el anonimato.
Algunos llaman a esto “la picaresca”. La situación se torna tan sórdida que a veces llegan a la plaza hombres dispuestos a pagar por relaciones homosexuales. Según varios entrevistados, que también pidieron discreción, los buscadores de sexo fingen también estar desempleados, conversan, y, con la promesa de avisarles si se enteran de algún trabajo, consiguen los números de teléfonos de las personas que les atraen. “A mí me empezó a mandar vídeos porno y me preguntaba si me gustaba, y luego ya me dijo que cuánto cobraría por hacer algo como eso”, dice uno de los consultados, que terminó bloqueando al falso desempleado.
La realidad de los hombres que buscan trabajo en la Plaza Elíptica dista de las buenas nuevas que genera el mundo de la construcción, como la recuperación del sector; el segundo trimestre de 2021 cerró con 119.000 parados frente a los 154.000 del primer trimestre, según el Instituto Nacional de Estadística. Tampoco tiene cabida dentro de los buenos augurios que se proyectan para el sector de la construcción hasta 2022: España necesitará 700.000 trabajadores adicionales para ejecutar los fondos europeos que comenzarán a llegar a España, según la Confederación Nacional de la Construcción.
En esta rotonda del sur de Madrid no solo el trabajo escasea sino que el precio por día trabajado se ha abaratado. Hoy por hoy la mayoría acepta 50 euros por día y algunos migrantes se montan en las furgonetas hasta por 25. Estos generalmente son africanos, jóvenes de Mali, Guinea o Senegal que aún no dominan el idioma. “Estoy aquí de ocho de la mañana a ocho de la noche. El otro día me llevaron para limpiar escombros y me dieron 25 euros”, cuenta un joven que llegó de Malta en enero pasado.
La respuesta de Comisiones Obreras para atajar el problema ha sido activar campañas cíclicas para informar a estos trabajadores de sus derechos. La última vez se activaron después de que un trabajador extranjero se cayó de una segunda planta en un chalet de la sierra y fue abandonado en un camino de tierra.
“Intentamos que la gente no se deje explotar y les damos a conocer un listado de empresas que ofrecen trabajo. Nosotros controlamos que haya contratos y que se cumplan convenios. Ahora mismo hay demanda de trabajo y hay que intentar que la gente vaya a ese tipo de puestos”, señala Daniel Barragán, secretario de Acción Sindical en CC OO de Construcción y Servicios. “Pero entendemos que los trabajadores con necesidad de llevar algo de dinero a su casa terminen en Plaza Elíptica y también en Atocha. Hay empresarios con pocos escrúpulos que cogen a cuatro o cinco en una furgoneta y los llevan a obras por la sierra, normalmente separadas de núcleos de población y sin ningún tipo de control”, explica.
Para las personas sin papeles, el sindicato tiene los centros de información para el trabajador extranjero, los llamados CITE. “Tenemos estos centros para intentar que la persona acceda a una documentación legal, pero hay situaciones complicadas, los procesos tardan mucho, y la gente tiene que comer”, dice el secretario de Acción Sindical en CC OO. Para Marifé Sastre, del área de Trabajo y Nuevas Realidades de CC OO, la solución pasa por perseguir a las empresas, pero eso es algo que no está en los planes de nadie.
Inspección de Trabajo recibe las denuncias que hacen los sindicatos y todo entra en un proceso lento donde es difícil probar la relación laboral porque todos los acuerdos son de palabra. “Son verdaderos piratas y les tendría que costar mucho ir a buscar esa mano de obra barata. Pero es muy difícil perseguirlos porque los que reclutan a los trabajadores no son los empresarios, ellos se cubren muy bien; la gente que busca trabajo y está desesperada acepta cualquier tipo de condiciones”, explica Sastre.
Carlos Beltrán, de 54 años, no tuvo problema en decir su nombre para este reportaje. Es peruano, pero llegó desde Argentina donde trabajó durante muchos años como cerrajero metálico. Lleva menos de dos años en España y sus primeros meses los pasó de albergue en albergue. Allí le hablaron de la Plaza Elíptica. “Allí puedes ir para hallar trabajo, vas a encontrar de todo, gente de muchos países”, dice con el acento argentino que tomó prestado de su primer país de migración.
Cuenta que llegó un día a las cinco de la mañana y a los tres días consiguió su primer trabajo. “Ahora, a finales de agosto, he agarrado dos trabajos: un muchacho me llevó a soldar un par de días y luego otro llevó a dos para cambiar unas tejas, pero en el desayuno nos dijo que él pagaba al final de la obra y eso, viste, ya no huele bien, por eso yo le dije al final del día: ‘Maestro nos tira algo para el pasaje, me dijo claro y nos dio 20 euros a cada uno y no volvimos nunca más”.
Los desocupados aprenden que entre las seis y nueve de la mañana son buenas horas para conseguir trabajo en Plaza Elíptica. Después de eso ya no hay muchas furgonetas y en las últimas semanas es frecuente ver a las patrullas de la Policía Municipal que impiden que los vehículos se paren en la plaza o se estacionen en doble fila.
Los trabajadores dicen que impiden incluso que lleguen personas a darles un bocadillo o cualquier otra donación para aguantar el día. “Un chino venía y nos traía agua y mascarillas, pero dejó de venir porque le multaron”, narra uno de los habituales a la plaza. Los uniformados, consultados por El Salto, afirman que es mentira, que ellos están allí para controlar que el tráfico fluya y que muchas veces vienen también por demanda de los vecinos que se quejan porque los trabajadores beben y usan sus portales como urinarios.
“Ayer, por ejemplo, tuvimos que venir porque hubo una pelea dentro del bar Yakarta”, afirma uno de los policías. Otro asegura que su labor impide que sean timados por los empresarios que buscan mano de obra barata. “Nosotros cuando vemos que se llevan a gente sin papeles comunicamos a Inspección de Trabajo”. Los trabajadores extranjeros, sin embargo, se sienten hostigados. “Si robamos nos persiguen, si buscamos trabajo nos persiguen, ¿a qué mundo nos vamos?”, dice Ali, un migrante de Mali que lleva 15 años en España y que declara que necesita trabajar aún bajo condiciones de explotación.
Tirados en la calle
La Policía Nacional también es una habitual en la rotonda de la Plaza Elíptica. Una vez que los municipales detectan que alguna furgoneta recoge trabajadores, enseguida se escuchan las sirenas de nacionales que van detrás de los vehículos y les ordenan pararse y controlar sus papeles. Por eso los extranjeros aseguran que ambas policías están coordinadas y que no les dejan ganarse la vida.Hacia el mediodía, los pocos hombres que continúan deambulando empiezan a comer un bocata o cualquier otro tentempié que traen en sus mochilas. Algunos incluso traen de casa termos con café porque ni siquiera se pueden permitir tomarse una taza en algún bar de la zona. Otros tienen tuppers vacíos porque suelen caminar hasta alguno de los comedores cercanos —Oporto es el más concurrido— para recibir la comida que les reparten.
Las mochilas de los trabajadores también guardan todo aquello que pueden necesitar si es que logran enganchar algún trabajo en el día: zapatos con suelas de goma gruesa, ropa manchada por trabajos anteriores, alguna herramienta, un destornillador o un alicate y en alguna bolsa incluso va la estampa de una virgen o santo local. Poco a poco los hombres se van juntando por nacionalidades y algunos, qué duda cabe, también beben cerveza para matar el tiempo, pero no son todos. Los que siguen más atentos por si algún vehículo detiene su marcha y corren hacia él para ver si busca trabajadores. Da igual si le llevan a hacer una mudanza por unos 20 euros o a hacer cualquier otro trabajo porque el día se está acabando y algunos no han pillado nada este mes.