Globalización
La Cumbre por la Democracia y la pandilla de Joe Biden

El objetivo no declarado de la Cumbre por la Democracia organizada por los Estados Unidos el pasado 9 y 10 de diciembre ha sido resucitar un mundo dividido en bloques.

“En medio de crisis que se aceleran, el pasado puede ofrecernos un refugio confortable”, escribía semanas atrás sobre la nostalgia Paris Marx en Jacobin. Un sentimiento que, continuaba, tiene una traslación política, casi siempre conservadora. A pesar de repudiarla oficialmente —al fin y al cabo, uno de sus posibles desenlaces podría haber sido una devastadora guerra nuclear—, el período de la guerra fría parece excitar un interés morboso en la clase política estadounidense. Una época de rivales políticos claros que podían distinguirse nítidamente por sus discursos ideológicos sin fisuras. En realidad este mundo no existió jamás, pero todavía hoy hay quien prefiere imaginárselo así e incluso desear retornar a lo que en verdad no era más que una proyección.

No otra cosa parece amagar la Cumbre por la Democracia organizada por los Estados Unidos el pasado 9 y 10 de diciembre: resucitar un mundo dividido en bloques. Como quiera que a diferencia de la Unión Soviética los rivales actuales de EE UU no tienen la ambición o la capacidad o siquiera el interés de exportar su modelo político-social –no lo han hecho ni con la ‘democracia soberana’ rusa ni con el ‘socialismo con características chinas’– y están integradas en la economía mundial de una manera en la que nunca lo estuvo el desaparecido campo socialista, Washington ha optado por dividir el mundo en ‘democracias’ y ‘autocracias’. No hace falta aquí entrar en un debate a fondo de filosofía política sobre qué hace a un sistema político una ‘democracia’. Por otra parte un debate necesario, aunque complicaría sin duda los objetivos de la cumbre, ¿se define un sistema democrático exclusivamente por contar con al menos una cámara de representantes elegidos por sufragio directo, sin más consideraciones políticas y sociales? Y ya puestos a llegar al fondo de la cuestión, ¿por qué la participación democrática se ha de detener en la puerta del puesto trabajo?

Los medios de comunicación, poco sorprendentemente, han preferido centrar su atención en el documento de respuesta de Beijing antes que analizar las debilidades de la propia cumbre

Sea como fuere, la lista de los 110 países invitados revela esta cumbre como lo que es: una mascarada. ¿Puede nadie que haya seguido ni que sea superficialmente las noticias de Brasil tomarse en serio el discurso de Jair Bolsonaro asegurando que su ejecutivo busca “forjar una cultura de diálogo e inclusión social”? ¿Qué tienen que decir, pongamos por caso, el presidente de India, Narendra Modi, o el de Filipinas, Rodrigo Duterte, sobre “contrarrestar el autoritarismo, combatir la corrupción y promover el respeto a los derechos humanos”? ¿Qué hace a los anteriores mejores que el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán —pionero en el “vaciamiento” y transformación de su país a un Estado 'iliberal'—, notablemente excluido de este encuentro? Si Hungría o Turquía no son una “democracia” de acuerdo con la Casa Blanca, ¿por qué siguen siendo parte de la OTAN? ¿Qué pinta en todo esto el “presidente interino” de Venezuela, Juan Guaidó, cuyo reconocimiento internacional es tan parcial como interesado?

Con tan poca sustancia, los medios de comunicación, poco sorprendentemente, han preferido centrar su atención en el documento de respuesta de Beijing antes que analizar las debilidades de la propia cumbre. Menos repercusión ha tenido a pesar de su relevancia el artículo conjunto de los embajadores de Rusia y China en Washington, Anatoli Antónov y Qin Gang, publicado en The National Interest. Aún considerándolo un movimiento puramente defensivo, el texto de ambos embajadores pinchaba nervio al constatar que “sólo hay un sistema internacional en el mundo: el sistema internacional de las Naciones Unidas” y que “sólo hay un orden internacional: el que se rige por el derecho internacional”, edificado a partir de los cimientos de la Carta de la ONU.

“Ostentando el ‘orden internacional basado en las normas’ (rules-based international order) sin hacer ninguna referencia a la ONU y la legislación internacional, e intentando reemplazar las normas internacionales con dictums de ciertos bloques, [la cumbre] entra en la categoría del revisionismo y es, obviamente, antidemocrática”, apuntaban los embajadores ruso y chino. En efecto, la cumbre podría tener implicaciones más graves si, como observaba el periodista estadounidense Benjamin Norton, los Estados Unidos, inmersos como están en un proceso de pérdida de hegemonía, “trata de crear un nuevo marco para reemplazar a la ONU” del que la Cumbre por la Democracia sería el comienzo. ¿Y en qué se distinguiría entonces del proyecto neoconservador de convertir a las Naciones Unidas en un organismo irrelevante?

Exportando “democracia”

De acuerdo con el retrato del estado de cosas que hace el Departamento de Estado de EE UU en el documento de presentación de la Cumbre por la Democracia, “los líderes autoritarios actúan más allá de sus fronteras con el fin de socavar las democracias —desde atacar a periodistas y defensores de los derechos humanos a interferir en elecciones— mientras siembran desinformación para afirmar que su modelo es mejor a la hora de satisfacer las necesidades de la población”. Una definición, cuanto menos, curiosa, pues exactamente eso y no otra cosa es lo que ha estado haciendo el propio Departamento de Estado de EE UU y las agencias de inteligencia estadounidense de manera encubierta —a veces no tanto— a lo largo de varias décadas.

En un breve artículo en su blog personal, la periodista estadounidense Lily Linch acertaba de pleno al señalar cómo los promotores de la cumbre “piensan que todo el mundo debería aceptar, sin más, la definición estadounidense de democracia”, lo que, “por supuesto, es algo profundamente antidemocrático en sí mismo”.

Prácticamente la mitad de los encuestados (44%) expresó su temor a la influencia estadounidense como una amenaza a la democracia en su país, frente al 38% a quienes preocupa China como amenaza a la democracia

“En el último Índice de Percepción de la Democracia —continuaba Lynch— se preguntó a ciudadanos de 53 países, y el 64% de los encuestados dijo que la mayor amenaza a la democracia era la desigualdad económica. No ‘las injerencias rusas’. Tampoco ‘la influencia china’. La desigualdad económica. En la Cumbre por la Democracia la desigualdad económica no importa. Quizá no sorprenda al lector oír esto, pero la desigualdad económica no se menciona en ninguna parte de la agenda de esta Cumbre por la Democracia. En su lugar habrá paneles como ‘Foro del sector privado: Nuestras empresas también: ¿La democracia y la empresa privada trabajando juntas?’. En otras palabras, la Cumbre por la Democracia busca imponer un sistema al resto del mundo que la mayoría de él no quiere y que ve como una amenaza a la democracia real.

Además, prácticamente la mitad de los encuestados (44%) expresó su temor a la influencia estadounidense como una amenaza a la democracia en su país, frente al 38% a quienes preocupa China como amenaza a la democracia. Sólo un 28% teme la influencia rusa. En otras palabras, casi la mitad de las personas encuestadas creen que EEUU es la mayor amenaza a la democracia en el mundo.”

La corruption c’est les autres

Uno de los ejes de la Cumbre por la Democracia fue la lucha contra la corrupción, correctamente presentada como un factor en la erosión de las democracias. Ahora bien, en la cumbre no sólo estuvieron ausentes el planteamiento de medidas efectivas contra la corrupción –en la lista de invitados figuran Estados ampliamente considerados como paraísos fiscales, como Belice o Panamá–, sino reflexiones sobre cómo la corrupción institucional comienza en no pocas ocasiones en situaciones de pobreza y desigualdad.

Desigualdad
Desigualdad El país “donde se puede ganar más dinero a corto plazo” sigue viendo descender su riqueza pública
Durante los últimos 40 años, los gobiernos de los países ricos se han vuelto significativamente más pobres, al tiempo que crecía el número de ultrarricos en su interior. España es un ejemplo paradigmático de esta tendencia global.


La corrupción es, obviamente, una acción relacional: en todo caso de corrupción existe al menos un corruptor y un corrompido. Podría añadirse asimismo que existen muchas formas de corrupción más allá del soborno, lo que llevaría necesariamente a un mayor escrutinio de los lobbies y su influencia en los procesos de toma de decisiones políticas, lo que, a su vez, acabaría cuestionando el funcionamiento de muchos de los procesos políticos y económicos en EE UU y en la Unión Europea. Como quiera que desde los medios de comunicación e instancias oficiales la atención se centra en el primer caso, los primeros puestos de los índices de corrupción los acaparan países africanos, mientras que los países europeos, donde las empresas corruptoras tienen su sede fiscal y de los que proceden sus ejecutivos, figuran entre los menos corruptos. De este modo se perpetúa la idea de que la corrupción en África, América Latina o Europa del Este es una cuestión cuasi cultural sin ningún vínculo con su posición en la jerarquía económica global.

Katrina vanden Heuvel denunciaba en un artículo para The Nation cómo los intereses a corto plazo se han acabado imponiendo a cualquier otra consideración en esta cumbre

Por lo demás, las campañas anticorrupción, como se apresuraba a indicar Branko Marcetic en un artículo en Jacobin, han sido estos últimos años “el vehículo” para ejecutar operaciones de ‘golpe blando’ como la que “cínicamente se llevó a cabo en Brasil [en referencia a la Operación Lava Jato] y que terminó con Jair Bolsonaro, un dirigente autoritario y de extrema derecha, en el poder”. En una segunda entrada en su blog, Lynch reforzaba la idea la idea de este tratamiento ideológico de la corrupción como una cuestión cultural. Lynch recogía en su artículo las declaraciones del fundador de Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP), el rumano Paul Rudu, quien en la Cumbre por la Democracia atribuyó la corrupción existente en su país a la “infraestructura criminal” y “la falta de transparencia” del viejo sistema, al que culpabilizó de impedir la libre circulación de capitales y la construcción de la democracia. “Obsérvese a lo que conduce esta manera de contextualizar las cosas: incluso 32 años después, la culpa de todo se atribuye al comunismo, y, en comparación, poco se inquiere del presente”, comentaba Lynch.

Además de la corrupción, en la cumbre Biden anunció varias iniciativas gubernamentales para defender “la democracia”, como destinar 424 millones de dólares a organizaciones de defensa de los derechos civiles y medios de comunicación independientes —si recibes dinero del gobierno estadounidense, ¿sigues siendo independiente?— a través de un fondo que será gestionado por “destacados expertos internacionales en medios de comunicación”. Además, la agencia estadounidense para el desarrollo internacional (USAID) creará un “fondo de defensa contra la difamación” para cubrir los gastos de aquellos periodistas de investigación objeto de demandas judiciales que, en palabras de Biden, “les previenen de hacer su trabajo vital en todo el mundo”. Horas después se conocía que EE UU había conseguido que la justicia británica autorizase la extradición del editor de WikiLeaks, Julian Assange, acusado de espionaje.

Confrontación en vez de cooperación

Con el telón de fondo de la crisis climática y la pandemia de covid-19, dos retos de alcance global, se hace todavía más difícil entender cómo puede hacerse frente a los problemas, cada vez más apremiantes, del siglo XXI no ya sin la participación de China —una de las mayores economías industriales del mundo— y de Rusia —uno de los países con mayores reservas naturales del mundo—, sino en confrontación con ambos, alienando a sus dirigentes y, aún peor, a buena parte de su población de lo que constituye seguramente un esfuerzo de coordinación internacional sin precedentes.

Katrina vanden Heuvel denunciaba en un artículo para The Nation cómo los intereses a corto plazo se han acabado imponiendo a cualquier otra consideración en esta cumbre. “Aunque peligroso, un enfrentamiento del tipo de guerra fría entre democracias y Estados autoritarios, encabezados por China y Rusia, es la mejor opción para el establishment”, escribía vanden Heuvel al añadir que “los poderosos intereses de seguridad del sector militar-industrial adquieren así una renovada importancia y el tremendamente inflado presupuesto del Pentágono se mantiene como incuestionable a medida que posiblemente aumente para nuevos despliegues militares y un nuevo arsenal de armas para contrarrestar la creciente asertividad china”. Además, de este modo la “OTAN consigue revivir su misión” y puede establecerse “un nuevo consenso bipartidista” entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano. También, como destacaba Marcetic en el artículo de Jacobin antes citado, sirve para restablecer simbólicamente a EEUU como “líder del mundo libre”, aún a costa de tomar como rehenes a sus aliados históricos en su estrategia particular de contención económica de China.

El hecho de que esta Cumbre por la Democracia haya arrancado con tantas contradicciones, y tan evidentes, podría llevar a la conclusión precipitada de que ha nacido muerta, por lo menos si uno se toma en serio sus objetivos declarados. Pero son los no declarados —quizá no menos evidentes, después de todo— a los que debería prestarse una mayor atención. Y ello con preocupación, ya que en el pasado Washington ha demostrado que en última instancia la manera de hacer valer sus intereses ha sido siguiendo el corolario de Roosvelt: “Speak softly and carry a big stick; you will go far” (“Habla con suavidad y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”).

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#93941
19/12/2021 10:48

La "democracia" solo estaba en el cartél porque "(...) Estados Unidos se inclina hacia una dura autocracia. El sistema democrático se está derrumbando". (Noam Chonsky): https://ctxt.es/es/20211201/Politica/38171/noam-chomsky-yascha-mounk-eeuu-politica-cuba.htm

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