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Globalización
El maquillaje feminista de Macron al G7
Podemos prever una nueva escenificación de las supuestas diferencias entre un capitalismo proteccionista y conservador y un capitalismo liberal. Esta disputa tiene el cambio climático y la igualdad de género como algunos de sus temas estrella. Pero, a pesar de las discusiones acaloradas, la guerra de fondo real consiste en ver quién gana la carrera de la innovación digital y la carrera por el acaparamiento de unos recursos cada vez más escasos.
Una vez más, el verano se interrumpe con las noticias de naufragios y barcos de salvamento que no pueden llegar a puerto, y –mientras el Mediterráneo se convierte en una gran fosa en la que dejar morir personas– las fuerzas de seguridad españolas y francesas se preparan para convertir Biarritz en una burbuja de hierro para proteger la cumbre del G7 a cualquier precio.
Sin embargo el presidente Macron, siguiendo la estela de su predecesor en la presidencia del G7 –el presidente canadiense Trudeau–, se esfuerza en construir una fachada amable alejada de los discursos proteccionistas y misóginos de Trump. Vuelve a hablar de “incluir a los que la globalización ha dejado atrás”, pretendiendo la enésima refundación de la globalización capitalista con objetivos como “luchar contra la desigualdad de oportunidades”, “impulsar una transición ecológica”, “luchar contra el terrorismo” o “impulsar el desarrollo digital y la inteligencia artificial para combatir la desigualdad”.
Así, mientras Francia se esfuerza en presentar los países de la alianza del G7 como los paladines de la libertad y la democracia, pretende pasar por alto que el G7 es el ejemplo perfecto del poder feudal y patriarcal, en el que una élite decide el futuro de todo el planeta. Eso sí, esta vez con invitados especiales, como los presidentes de Sudáfrica, Australia y Chile, además de un “Consejo Consultivo para la igualdad entre hombres y mujeres”. Con los que quieren incorporar otros países y sociedad civil en un intento de legitimar la existencia del grupo.
Podemos prever, por tanto, una nueva escenificación de las supuestas diferencias entre un capitalismo proteccionista y conservador y un capitalismo liberal. Esta disputa, encabezada por Estados Unidos y Reino Unido, por un lado; y por Canadá, Francia y la Comisión Europea, por el otro, tiene el cambio climático y la igualdad de género como algunos de sus temas estrella. Pero, a pesar de las discusiones acaloradas, la guerra de fondo real consiste en ver quién gana la carrera de la innovación digital y la carrera por el acaparamiento de unos recursos cada vez más escasos.
Es evidente, por tanto, que, a pesar de los esfuerzos franceses por vender la cumbre haciéndose eco de reivindicaciones feministas, ecologistas y decoloniales, las negociaciones van a ir por otro camino. El capitalismo se encuentra en una crisis profunda, marcada por el estancamiento, los límites del planeta y una crisis de la deuda en ciernes; y las grandes economías que forman parte del G7 necesitan recuperar posiciones en el tablero global para no perder su ventaja.
En este contexto, más allá de las retóricas feministas o ecologistas, hay un consenso en favor de una salida basada en un mayor autoritarismo y represión –el blindaje de Biarritz y la frontera lo demuestran–; una profundización de los procesos de privatización, extractivismo y mercantilización a través de la nueva oleada de tratados comerciales; la privatización de las tareas reproductivas que sostienen la vida; la apuesta por el capitalismo digital, como falsa salida a la crisis ecológica; y la consolidación del poder corporativo y la impunidad empresarial.
No dejaremos que los seis hombres y una mujer que encabezan el G7 utilicen la “lucha por la igualdad de género” para encubrir sus políticas neoliberales.
Desde hace tiempo el movimiento feminista ha dejado claro que no nos creemos los supuestos discursos feministas o igualitarios destinados a legitimar el neoliberalismo, y menos si vienen a encubrir políticas neofascistas que profundizan los procesos de expulsión capitalista; ya que estas políticas las llevan a cabo tanto los Trumps como los Macrons. De nada nos sirve la creación de un Consejo Consultivo formado por mujeres diplomáticas, premios nobel, empresarias, abogadas, grandes fundaciones, actrices... en el que no nos vemos representadas; que niega a las migrantes, campesinas, refugiadas, lesbianas, bisexuales, trans… mientras se apropia del feminismo.
Además, sus propuestas de inclusión en un contexto neoliberal no dejan de ser una parodia, basada en el mito del emprendedurismo individual; como si la solución para la desigualdad fuera convertirnos todas en empresarias, aunque estemos endeudadas, empobrecidas y con aún más tareas de las que hacernos cargo, debido a la mercantilización de los medios necesarios para reproducir la vida. Las propuestas del Consejo Consultivo de poco servirán mientras se sigan promocionando tratados comerciales y de seguridad que impactan de forma diferencial en nuestra vida cotidiana, criminalizan la pobreza, profundizan las desigualdades, el desempleo y la informalidad, además de endeudar nuestras vidas.
Si la preocupación por la desigualdad, la seguridad y la violencia machista fuera real, la agenda del G7 tendría que centrarse en cómo parar la desposesión de territorios, garantizar el acceso a bienes y servicios básicos, crear vías seguras para migrar y garantizar condiciones de trabajo dignas. Por todo ello, este agosto en Biarritz, nos tocará decir como las Argentinas frente a la cumbre del G20: "No en nuestro nombre". No dejaremos que los seis hombres y una mujer que encabezan el G7 utilicen la “lucha por la igualdad de género” para encubrir sus políticas neoliberales y neofascistas.
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