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-Está usted muy callado estos días –me dijo Jacinta nada más acercarme al puesto de verduras.
-Dos kilos de patatas, por favor –dije.
-Hombre, que no se lo digo por interés. Están pasando cosas que dan miedo.
-Tres kilos entonces.
-Lo que le digo es que puede haber una guerra mundial.
-¿Cuatro kilos?
-¿Pero qué le pasa? Si los rusos nos lanzan una bomba atómica, nos van a sobrar las patatas. ¿No se da cuenta? ¿O es usted de los que creen que, si la destrucción es mutua, nadie la empezará? Es lo que cree mi Antonio. En la disuasión cree, el confiado. Pero yo de Putin me creo todo. Cuando a él le falten las patatas, es un decir- aclaró-, ya verá usted como viene a por ellas a mi huerto y, si no le dejamos cogerlas, ese diablo lanzará sus rayos atómicos. ¿A qué sí?
-No sé mujer. No tengo yo cabeza para pensar lo que hará Putin. Ni siquiera sé si llegaré a poder pagar la electricidad este mes- y cogí una patata que me había llamado la atención, redondita y brillante de piel.
-¿Ve usted? Pues eso es lo que hace. Dejarnos a oscuras. ¡Hay que ser cruel! ¿Y todo por qué? Dígame.
-Yo no digo nada, que luego todo se lee.
-No me venga con esas a estas alturas. Harta estoy de oírle decir cosas que dicen otros. Una vez le oí decir lo que decía ese famoso economista, Keynes, creo, cuando lo del Tratado de Versalles. ¿Qué era? Ah, sí, que las sanciones a Alemania cuando perdió la I GM le obligarían a un rearme. Y no se equivocó el inglés: vino Hitler, los nazis, la IIGM y la hecatombe. Ahora están reuniéndose por esta guerra en Versalles y en Turquía... Si no se llega a un acuerdo, las sanciones económicas, aunque sean la guerra por otros medios, como dijo Clausewitz, que yo también leo -y esbozó una sonrisa -, por muy obligadas y duras que sean y lo son, enfurecerán al nacionalismo ruso. Digo yo.
-¿Y qué dice Putin? –me animé a preguntar para informarme, porque reconozco que es algo tan complejo que me desborda.
-Dicen que quiere la rendición de Ucrania y que se comprometan a que no entrarán en la OTAN y reconozcan su dominio en unos territorios al lado de su frontera donde la gente es de origen ruso. No se baja del burro.
-¿Y usted qué dice?
-Que es una violación de las leyes internacionales. Una locura. Un crimen de lesa humanidad. No se puede invadir un país y bombardear objetivos civiles, causar muertos y destrucción, y luego sentase a negociar. Eso antes. Lo último que he visto en la tele ha sido un orfanato. ¿Qué mal le hacían esas pobres criaturas? ¡Angelitos! ¿No tiene Putin hijos? Hay que evitar una guerra nuclear, sin duda, aunque no sé si sería mejor la vida en las cavernas… Perdone. ¡Nuestra bella Europa! No sé lo que me digo. Pero sí veo, como el sol alumbra, que una guerra convencional es suficiente razón para que los pueblos se levanten por la paz y el desarme universal.
Se le saltaron las lágrimas. Incapaz de soportar el dolor ajeno me marché llevándome conmigo inadvertidamente la patata. Cuando me la vi en la mano, la tiré Irritado y sin mirar y a poco le doy a un anciano que contemplaba las palomas de la plaza. “¡Estos absurdos tiempos!”, refunfuñé haciéndome el longui, y me salí de la página.