Zaporiyia, solamente oír su nombre causa ruina

La inspección de la OIEA a la central nuclear más importante de Ucrania no detiene los bombardeos alrededor del complejo. Los expertos advierten de los múltiples riesgos asociados al uso civil de la energía atómica en tiempos de guerra.

Pasados seis meses del inicio de la invasión rusa de Ucrania, la posibilidad de un acuerdo de paz que ponga fin al conflicto parece cada vez más remota. La reciente aprobación por parte de la Unión Europea de una medida que cancela el acuerdo de facilitación de visados entre la UE y Rusia evidencia que nadie contempla un cese de las hostilidades en el corto plazo.

Los países de la Unión Europea se preparan para un otoño marcado por los cortes del paso del gas a través del gasoducto Nord Stream 1 —por primera vez, Rusia admite que se producirán mientras sigan las sanciones de la UE— y Ucrania sigue reclamando el envío de armas antimisiles de alcance medio, algo a lo que se resiste el Pentágono, sabedor de que cambiaría el curso de la guerra de manera definitiva y escalaría la confrontación a un nivel potencialmente peligroso para el conjunto del planeta.

Pero un nombre, el de la central nuclear de Zaporiyia, sobresale entre todos los escenarios del conflicto. La visita de una misión del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) ha querido embridar la escalada de tensión en torno a la mayor central nuclear de Europa, situada en el óblast del mismo nombre, próxima a la ciudad de Enerhodar.

La decisión de la OIEA de dejar de forma permanente a dos inspectores de la agencia debe atenuar la propaganda en torno a la central, que ha consistido en la acusación mutua entre el Ejército ruso y el ucraniano de estar bombardeando las instalaciones. Los daños han existido, según constató la misión de la ONU, pero no puede establecerse si estos han sido premeditados y no se han visto indicios de niveles anormales de radiación hasta la fecha. Casi todos los días, según declaró Rafael Mariano Grossi, director general de la OIEA, se produce un nuevo incidente en la central nuclear de Zaporiyia o en sus alrededores.

Ya con los miembros de la OIEA en la planta se produjo el penúltimo bombardeo, el pasado viernes 2 de septiembre, que volvió a desconectar a la central del sistema eléctrico ucraniano. Se puso en marcha entonces la conexión a una línea auxiliar, imprescindible para mantener funcionando la central. En la mañana del lunes 5 se repetía la noticia: un bombardeo, aparentemente provocado por Rusia, inutilizaba la última línea de alta tensión que conecta la central con la red ucraniana. Las autoridades de este país vincularon el bombardeo con la salida de la delegación de la OIEA.

La zona de las piscinas de combustible nuclear gastado no se encuentra protegida por los sistemas de contención del núcleo

La visita del organismo de la ONU no ha contado con el apoyo decidido de las autoridades rusas, aunque el Gobierno de Putin ha permitido el acceso a la OIEA a una central que desde el 4 de marzo está ocupada militarmente por Rusia. En la televisión rusa, el diputado de la Duma Mikhail Delyagin llegó incluso a ironizar con la posibilidad de que el OIEA “coloque minas” junto a la central. Por su parte Volodímir Zelenski ha insistido en solicitar sanciones para Rosatom, la agencia nuclear estatal rusa.

Pero más allá de las demostraciones de hostilidad de las autoridades, el Gobierno ruso ha defendido que es Ucrania la que bombardea la central. Desde Kyiv se difunde la idea de que son “ataques de falsa bandera”. La inteligencia estadounidense refiere que los rusos disparan desde las zonas colindantes a la central y la utilizan para proteger sus equipos. Hasta la fecha, según el jefe militar del óblast de Zaporiyia, no se han registrado daños significativos en las instalaciones de la central.

Cristina Rois es coordinadora y portavoz del Movimiento Ibérico Antinuclear, además de una de las autoras habituales del blog Desconexión Nuclear en El Salto. Para Rois, el peligro de Zaporiyia es común a las centrales: “Son sistemas muy complejos, cuyos fallos pueden generar una serie de consecuencias, una de ellas que entre fuera de control el núcleo”.

Los cortes eléctricos, como el que se produjo el viernes y antes —y por primera vez en la historia— el 25 de agosto, ponen en marcha un sistema autónomo, que emplea diésel, para que funcione la refrigeración de la central, pero si este sistema resulta dañado el peligro se acrecienta. Para el Gobierno de Zelensky, la parada puso a la planta al borde de un “accidente por radiación”, algo que las autoridades rusas niegan.

Entre las soluciones, la que reclama Ucrania es la total desmilitarización de la zona y la restitución del control de la planta a las autoridades de Kyiv. Rusia no contempla esa posibilidad. Para los movimientos antinucleares, enunciar la respuesta es sencillo, pero que se lleve a cabo es mucho más complejo: que se paren los reactores, enfriarlos y esperar que no se produzca ningún error, accidente o ataque sobre los puntos débiles del complejo, el mayor de Europa y el cuarto del mundo.

La Unión Europea, consciente de la posibilidad de un accidente, autorizó el 26 de agosto un envío de 5,5 millones de pastillas de yoduro de potasio para su distribución entre la población cercana a la central. En caso de accidente, el yoduro potásico se usa para saturar la glándula tiroides e impedir la fijación de yodo radiactivo.

Los puntos débiles

El principal factor de riesgo en el caso de Zaporiyia es demasiado evidente, señala Rois, es el estrés al que están siendo sometidos los operadores nucleares, de origen ucraniano, que, desde el 1 de marzo son vigilados por militares rusos.

La instalación cuenta con seis reactores de agua presurizada, que mantienen la reacción de la fisión y refrigeran el reactor. En la actualidad, tres de las seis unidades del reactor están en estado de parada, pero la necesidad de evitar el sobrecalentamiento permanece durante muchos años. Los expertos señalan que no es necesario un ataque directo para provocar una reacción fatal y señalan otros factores como los posibles daños en las tuberías, el daño a las líneas de alta tensión alrededor de la planta o la escasez de repuestos como peligros a tener en cuenta en esta situación.

Pero la posibilidad de que una de las bombas alcance la central es un factor a tener en cuenta. A pesar de que el núcleo, allí donde se mantiene la reacción nuclear en cadena, está protegido por una densa capa de hormigón con revestimientos de acero, existen proyectiles (misiles antibúnkeres, por ejemplo) capaces de penetrarlo. Como todas las centrales nucleares, el acceso al agua es clave. Un fallo de la refrigeración del núcleo puede tener un efecto como el de la planta de Fukushima durante el accidente del 11 de marzo de 2011.

La diseminación de la radiación es la clave de la gravedad de cualquier accidente de estas características. Zaporiyia toma sus aguas del río Dnieper, que desemboca en las orilla del mar Negro, conectado al Mediterráneo 

Incluso descartando la posibilidad remota de un ataque de esa escala —o de un error fatal—, la zona de las piscinas de combustible nuclear gastado no se encuentra protegida por los sistemas de contención del núcleo. Se trata de agua que refrigera el combustible gastado —que está a unos 400º C— y que bloquea la radiación.

En caso de accidente, bien directamente por el alcance de un proyectil o bien porque un incendio se extendiese a las piscinas, el material radioactivo se expandiría por el aire. La experiencia de Fukushima, en la que el tsunami desatado en el mar de Japón colapsó los generadores de emergencia, indica hasta qué punto es grave una parada no prevista de la central. 

Najmedin Meshkati, profesor y experto en seguridad nuclear de la Universidad del Sur de California, señalaba a la web de divulgación The Conversation el riesgo de una parada de esos generadores de energía en una entrevista reciente. En caso de parada, “el combustible gastado se sobrecalienta y su revestimiento de circonio puede crear burbujas de hidrógeno. Si no se pueden ventilar estas burbujas, explotarán, propagando la radiación”.

Una vez enfriado, ese combustible es encofrado en barras en contenedores que no necesitan refrigeración activa, son los llamados Almacenes Temporales Individualizados (ATI), explica Cristina Rois, que permanecen al aire libre al igual que, detalla, los ATI de todas las centrales españolas salvo los de Trillo (Guadalajara). Un impacto en cualquiera de esos bidones —hay más de cien en las instalaciones— diseminaría material nuclear de alto nivel de radioactividad.

La diseminación de la radiación es la clave de la gravedad de cualquier accidente de estas características. Zaporiyia toma sus aguas del río Dnieper, que desemboca en las orilla del mar Negro, conectado al Mediterráneo por los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos. Así, en el caso de un accidente, “hay un riesgo que corremos todos”, señala Rois. En caso de diseminación por el aire, el Consejo Nuclear de Reino Unido ya ha hecho simulaciones que indican que una posible nube radioactiva podría llegar al territorio ruso.

El factor olvidado
Rusia es el principal proveedor de uranio de la Unión Europea y España no es una excepción: según los propios datos de la Empresa Nacional de Uranio (ENUSA), el 38,7% del mineral que se utiliza para la generación de energía nuclear procede del país que dirige Vladimir Putin. En mayo, Europa Press publicó que Endesa, uno de los gestores nucleares españoles, estaba planteándose la búsqueda de proveedores alternativos pero no ha habido noticia de que haya cesado la relación comercial.

Acceso a la electricidad

Javier Andaluz, coordinador de Clima y Energía de Ecologistas en Acción, cree que es la misión de la OIEA es fundamental, ya que “es obligatorio que todos los estándares de seguridad nuclear se cumplan”, ahora, advierte, “son centrales de fabricación rusa, es Rosatom la que construye esos reactores de seguridad y quienes mejor pueden ver cuál es el estado de degradación o no de la seguridad”.

Andaluz, matiza que, en tiempo de guerra, es más difícil saber hasta qué punto los órganos, sea Rosatom o sea la OIEA, a la que se ha acusado en el pasado de seguir el dictado de Estados Unidos responden “exclusivamente” a los intereses sobre la seguridad nacional, pero insiste en que los controles son necesarios mientras no se den los pasos imprescindibles para aumentar el grado de seguridad: desmilitarizar el área y apagar los reactores que quedan en marcha.

El doctor en Física e investigador del Centre Dèlas, Xavier Bohigas, reconoce que a la hora de abordar el peligro de Zaporiyia deben tenerse en cuenta el factor propagandístico aparejado a las situaciones de guerra, el elemento geoestratégico que se refiere a la capacidad de Rusia de generar esa escasez y, en tercer lugar, el factor miedo que rodea a lo nuclear en cualquiera de sus aplicaciones.

Las autoridades estadounidenses y ucranianas alertan en mayor medida de la posibilidad de fallo en el acceso de Ucrania a la red eléctrica. La central suministraba antes de la guerra entre un 20% y un 25% de las necesidades de electricidad del país. La inteligencia estadounidense teme que el Gobierno ruso emplee la escasez como arma de guerra para hacer sufrir a la población ucraniana durante el invierno.


“Ucrania es un país nuclearizado, más del 50% de la actividad viene de centrales nucleares, en condiciones normales Zaporiyia produce la cuarta parte de lo que genera todo el país”, indica Bohigas. “Si Rusia decide cortar el suministro eléctrico y conectarlo hacia hacia Rusia, o dejarla sin funcionamiento, eso le representaría un problema muy grave a Ucrania”, señala este investigador.

Andaluz, por su parte, estima que el operador ruso pretende cubrir con la energía de Zaporiyia la demanda de los territorios bajo su control: Kherson y las repúblicas de Donetsk y Lugansk. Pero, ante todo, se trata “de debilitar al enemigo, una táctica de guerra pura y dura”.

Bohigas prefiere ser prudente antes de pensar que el ejército ruso atente contra una central de producción de energía eléctrica que controla, y recuerda que este tipo de central es uno de los puntos estratégicos de la guerra, junto con aeropuertos, nudos ferroviarios y centrales eléctricas y que, tradicionalmente, la destrucción de esos núcleos por parte del bando que los controla se produce en caso de retirada, no mientras la domina.

Cristina Rois tiene más dudas sobre si la administración rusa tiene el control total de la situación. Esta militante del movimiento antinuclear recuerda que los operarios de Chernóbil se sorprendieron de la falta de formación de los militares que intervinieron en el accidente de la central en 1986 y advierte de que “el error militar es perfectamente posible más allá de la estrategia del Kremlin”.

Contando con toda la desinformación y la incertidumbre sobre cómo pueden sucederse los acontecimientos, hay una certeza, señala Javier Andaluz, que es el enorme riesgo que suponen “las centrales de energía nuclear y especialmente en un contexto de guerra”. Rois define las plantas nucleares como un “caballo de Troya” en el territorio, una amenaza que se une al invierno de la incertidumbre que espera al continente.
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