Heteropatriarcado
En la calle, el Che...

Sobre maltrato, machismo, masculinidades sin deconstruir y el largo camino por recorrer, también, entre los hombres de una izquierda con los mismos comportamientos que la derecha.

Todos somos los buenos de nuestra película. Los malos casi nunca. Si acaso un rato. Todos tenemos un mal día, una mal mes y hasta un mal año. Y un par de cada pues también, por qué no. Y aun así todos somos los buenos de nuestra película. No me entra en la cabeza que haya muchos hombres por el mundo que le cuenten a otros hombres cosas como “¿Esa? Yo a esa la dejé como un erial. No volvió a ser la misma. Yo fui el último que la conoció entera. La rompí como persona y con los trozos que quedaron he oído que ha logrado ser una persona más o menos funcional de nuevo. Pero la misma no es, ya te lo digo yo. Laminada la dejé. Antes era un vergel y después era un aparcamiento de caravanas. Salvo un viernes al mes, que es un mercadillo. Creo. Por lo que me han dicho”.

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Seguro que los habrá. Yo no los conozco. O quizás los conozco y lo que pasa es que no los trato. Los hay y los habrá. Hay más tontos que feos y de malvados nunca andaremos cortos. Como no faltan las hormigas que le rían las gracias al misógino más televisivo. Sé bien que hay quien tiene un efecto casi letal, transformador en el peor sentido de la palabra. El napalm hecho persona. Pero yo creía que vivía en un cierto tipo de entorno. Me sorprendió darme de boca con códigos de silencio (a veces muy específicos, a veces sorprendentemente dados por hecho) en un ambiente en el que, al menos en teoría, los hombres se conducen de una cierta manera, aunque solo sea por oposición a una derecha cada vez más “libertarian” (es decir, cada vez más hedonista, egoísta e individualista). La debilidad de la izquierda también se nota en esto. Yo creía que ciertos valores y comportamientos eran más bien exclusivos de las derechas. Creía vivir en una burbuja, cuando donde vivo es en una parcela.

“A man must have a code”, dice Omar Little en The Wire. Omar es un mangui de mucho cuidado, pero tiene su código de conducta y este código tiene unos límites, unas líneas rojas estrictas que nunca cruza. Y no le entra en la cabeza que la gente que sabe quién es y cómo se conduce por la vida crea siquiera posible que se las salte.

“En la calle el Che, en la casa Pinochet”, decía la astuta, precisa, certera pintada. Cuánta verdad en tan pocas palabras

Por concretar. No estoy hablando de quienes aseguran ser versos libres, ni de los que no ocultan que tienen menos formalidad que un gato en una matanza, ni de quienes aseguran que siguen un estricto código ético (por ejemplo el que les contaron cuando les explicaron un solo libro, ese de origen bastante mágico y bucólico-pastoril) y luego hacen de su capa un sayo. Hablo de quienes siendo de izquierdas lo aplican (o lo intentan, como hacemos todos) pero solo de la puerta para afuera. “En la calle el Che, en la casa Pinochet”, decía la astuta, precisa, certera pintada. Cuánta verdad en tan pocas palabras. Una vez más, no quiero hablar ahora de los lobos con piel de cordero, de ciertos monstruos que habitan entre nosotros. Quiero hablar del enésimo código de silencio y de algunos, muchos, demasiados hombres y hombrecillos. De qué grado de monstruosidad estoy hablando prefiero dejarlo a quien lo sufre.

Pudiendo pasar media hora leyendo las denuncias anónimas que publica Cristina Fallarás no sé cómo es posible que haya hecho falta el caso Errejón para decirle a los hombres “¡eh! 

¿Pero qué está pasando aquí? ¿Qué tiene que pasar para que hablemos de esto y no paremos? ¿Qué tiene que pasar para que lo conectemos con casos cercanos A NOSOTROS? Cuando las mujeres dicen que todas tienen alguna historia de agresiones (micro o no) desde bien temprana edad pero los hombres no conocen a ningún agresor, están clamando al cielo porque ellas lo saben y los hombres lo sabemos también. Todos conocemos agresores.

Hay un código de silencio muy concreto que se espera que los hombres sigamos unos con otros. Ejemplos conocemos todos. Puede ser el que parece que en viajes o eventos de trabajo actúa como si tuviera bula o estuviera en una relación abierta, aunque no lo esté. Y no es que lo tengas que ver para enterarte, es que si no estabas allí ya te lo cuenta él desde el hilo hasta el pabilo. O el que en el mismo párrafo te cuenta que está enamorado hasta las cachas de una nueva pareja (por supuesto no con esas palabras, porque eso denotaría vulnerabilidad) y que se crea una cuenta en una app de ligar y se busca otra mujer en otra ciudad que en cuanto empieza a intentar controlarle (le preguntó si todo eso que bebe no será mucho, qué idea disparatada) la bloquea. Para protegerla. El ghosting ético, señoras y señores, el bombardeo emocional selectivo por tu bien. O el padre ausente en lo emocional que, con una responsabilidad emocional tan pobre que abochornaría a un cuco, se convierte en el catalizador de que pareja, ex-pareja, hijos, hijas y miembros de la red de soporte de toda esta gente vayan a terapia y él siga sin ir porque pitos y porque flautas, por muchas hostias y barquillos que haya. Y luego que si Palestina y que si pollas en vinagre. Pero generalmente de Palestina poco y de pollas bastante. Bueno, de polla. La suya. Hay otras pollas en el mundo pero esta es la suya. Rapsoda en las calles, marine en las sábanas.

Y luego que si Palestina y que si pollas en vinagre. Pero generalmente de Palestina poco y de pollas bastante. Bueno, de polla. La suya. Hay otras pollas en el mundo pero esta es la suya. Rapsoda en las calles, marine en las sábanas

Variantes más o menos elaboradas del gigantesco relato muy poco épico que entra como anillo al dedo bajo el título de “La pena de Murcia”. El Gilgamesh de la desvergüenza con un pin del triángulo rojo. La desfachatez, la soberbia y la epatante seguridad en uno mismo que hace falta para no ver más allá. La ignorancia, la dejadez en cuanto a las consecuencias que va a traer (a otros, ¡muchas veces criaturas!) la falta de responsabilidad y autocrítica; todos los platos que se van a romper a corto y medio plazo debido los actos (por acción o por omisión) cometidos bajo el palio sagrado e intocable del “es que yo, yo, yo, yo, yo”. El uso del “ah, pero es que yo la estaba metiendo en caliente” como la versión actualizada de echarle la culpa a lo bebido, y tantos otros éxitos eternos de ayer y de hoy. Como si un mierda borracho no fuera un mierda sereno pero borracho. En resumidas cuentas, el típico tío donde uno no se lo espera. Donde yo no me lo esperaba.

A un lado de un espectro que me acabo de inventar está el aceptar felicitaciones por comportarnos como un adulto más o menos funcional; luego estaría el trabajo de mínimos, porque total, el listón está tan bajo que hay que cavar para encontrarlo. En el extremo opuesto nos encontramos al depredador, al sádico, la bestia de las pesadillas más horrorosas. Y esparcidos a lo largo de este espectro están estos hombres y hombrecillos que ojalá se pusieran de lado, pero no lo hacen. Los que se encuentran (¡o crean!) la impunidad y la usan.

¿Hay “misoginia bien” según quién la ejerza o cuándo? ¿Por qué se sigue esperando de un hombre, por ser hombre, el respeto de ese código de silencio?

Y te cuentan. Y los hay que te intentan reclutar. Debe ser como una recaída en el consumo de lo que sabes que no debes consumir, que sigue siendo una cagada pero es menos amarga con cómplices y ser un mierda parece que es menos mierda si lo haces en comandita. Parafraseando al maestro Cuerda, acaso vean que a leyenda no van a llegar y lo mismo si nos juntamos unos cuantos pues es epopeya y eso que nos llevamos. El “bro code”, el código de los “bros” parece que se va abriendo paso transversalmente (como el tierraplanismo, lo antivacunas…) y lo aguanta todo. Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. Y Las Vegas es donde digan mis cojones morenos. ¡Viva Las Vegas!

Igual que no hay racismo de baja intensidad, ¿por qué tenemos que aceptar la irresponsabilidad emocional (que no es sino misoginia en estos casos) como algo que hay que entender, aceptar y hasta animar porque cada cosa tiene su momento?, ¿Hay racismo, antisemitismo, homofobia o misoginia aceptable? ¿Es porque es de baja intensidad? ¿De verdad que esto es baja intensidad? ¿Hay “misoginia bien” según quién la ejerza o cuándo? ¿Por qué se sigue esperando de un hombre, por ser hombre, el respeto de ese código de silencio? ¿Por qué se espera ayuda en caso de necesidad y palmadas en la espalda, cuando lo que suele amparar es casi siempre triste, lamentable o bochornoso cuando no sórdido, cruel o repugnante? ¿Qué hay que hacer para que no nos llamen a la puerta con estas mierdas? ¿Qué tenemos que hacer?

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