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Historia
Cuando los españoles dijeron basta
Las voces que piden una tercera república en España son cada vez más numerosas. Los escándalos en torno a la Corona, huida del rey emérito incluida, la crisis del régimen establecido después de la muerte del dictador así como la decadencia generalizada de un modelo económico basado en el ladrillo y el turismo, acelerada por la pandemia, han hecho a muchas personas desear un nuevo sistema más justo y solidario.
Volver la vista atrás pone de manifiesto que la proclamación de la II República el 14 de abril de 1931 mostró que es posible avanzar en ese sentido, que un nuevo mundo es posible si las izquierdas transformadoras actúan con audacia y unidas. Si bien la República española no fue la panacea, sentó las bases para un cambio que, de no haber sido frustrado, pretendía alcanzar un reparto de la riqueza y la salida de millones de personas de la pobreza.
La llegada de la II República se producía en un momento de decadencia, ya que en las primeras décadas del s. XX fueron las de la pérdida de las últimas colonias ultramarinas (Cuba, Filipinas y Puerto Rico), que afectó moralmente a gran parte de los españoles. España era un país económicamente atrasado, dado que la agricultura seguía siendo la actividad predominante, y políticamente arcaico, ya que su sistema parlamentario estaba determinado por un pacto oligárquico que lo hacía, cuanto menos, antidemocrático.
Los gobiernos de la monarquía de Alfonso XIII destinaron escandalosas cantidades de dinero y hombres a la llamada “Guerra de África, que pretendía “pacificar” la zona norte de Marruecos
El derrumbamiento de la I República en 1873 vino acompañado por una alianza entre los antiguos políticos monárquicos y las oligarquías terratenientes que, además de devolver el trono a los borbones, puso en pie un sistema de sucesión de dos partidos, el Conservador y el Liberal, que se basaba en el poder de los dueños de la tierra sobre los electores. Todas las elecciones celebradas durante el último cuarto del s. XIX y las primeras décadas del siguiente estuvieron amañadas para que ganase el partido que correspondía según las circunstancias. La presencia en los parlamentos de opositores a la monarquía era meramente anecdótica.
La última guerra de la corona
Aun así, fuera del sistema pervivían ciertos grupos republicanos, que conservaban viva la memoria de la I República, y el grueso del Movimiento Obrero, que iba ganando adeptos a consecuencia la precariedad de la vida de las clases trabajadoras y de la labor propagandística de sus primeros líderes.
El reparto del continente africano se presentó ante los ojos de una parte importante de las oligarquías como la última oportunidad que le quedaba a España para recuperar su imperio. Los gobiernos de la monarquía de Alfonso XIII destinaron escandalosas cantidades de dinero y hombres a la llamada “Guerra de África, que pretendía “pacificar” la zona norte de Marruecos. Aquella guerra carecía del apoyo de las mismas clases populares que morían en ella y tampoco iba bien en el terreno bélico, pues las tribus bereberes infringieron serias derrotas al ejército español.
Los dispersos grupos republicanos comenzaron un proceso de unificación que dio lugar a que, en una reunión celebrada en agosto de 1930, se concretara el llamado Pacto de San Sebastián
La derrota conocida como el “Desastre de Annual”, en 1921, ocasionó al ejército español alrededor de 11.500 muertos, de los que más de la mitad fueron asesinados después de haberse rendido. Pero además esta derrota militar supuso que el Gobierno se viera obligado a abrir una investigación para depurar responsabilidades. En el Expediente Picasso se apuntaba directamente a la monarquía, lo que llevó a Alfonso XIII a fomentar un golpe de Estado para conservar la Corona. Ese golpe de Estado tuvo lugar en 1923 y como protagonista a Miguel Primo de Rivera, padre del fundador del partido fascista, Falange Española, y dictador hasta principios de 1930.
Educación
Ardor guerrero en las aulas
Los Ministerios de Educación y Defensa han presentado el proyecto de asignatura “Conocimiento de la Seguridad y la Defensa Nacional en los centros educativos” para la etapa de Primaria.
Los primeros años de gobierno de Primo de Rivera no fueron especialmente duros, dado que España gozaba de cierta bonanza económica y contó con la colaboración del sindicato socialista, la UGT, que participaba en algunas de sus instituciones mientras el resto del movimiento obrero, el comunista y el anarquista, permanecía desorganizado y en la clandestinidad. No obstante, a medida que pasaron los años, las simpatías con las que contaban tanto el rey como el dictador iban menguando, la escasa oposición republicana iba tomando fuerza y el PSOE se apartaba de las instituciones monárquicas, lo que suponía una clara erosión del régimen.
De hecho, las organizaciones socialistas llegarán a romper con Primo de Rivera a finales de 1929, cuando este se decida a elaborar una “Carta Magna” que sirva de sostén a su régimen y pida a la UGT que nombre cinco delegados a las mal llamadas “Cortes Constituyentes”.
Encuesta monarquía
El PSOE y la República: un movimiento pendular
El partido socialista, ya lo saben, tiene la llave del fin de la Monarquía en España. En 141 años de vida unas veces ha sido republicano y otras no. Esta es la historia de un partido sin el que no será posible la Tercera República.
Una república liberal
Ello supuso que el dictador tuviera que enfrentarse a una crisis de Gobierno que lo llevó a dimitir para que la monarquía siguiera siendo una realidad, pero la erosión continuaba y el sucesor de Primo de Rivera, Dámaso Berenguer, fracasó en su proyecto de volver al país a la situación previa a 1923.
En este contexto, los dispersos grupos republicanos comenzaron un proceso de unificación que dio lugar a que, en una reunión celebrada en agosto de 1930, se concretara el llamado Pacto de San Sebastián, que establecía la estrategia a seguir para la proclamación de la II República.
A aquella reunión asistieron, a título personal, dos destacados miembros del socialismo, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, pero ni el PSOE ni la UGT se sumaron al Pacto hasta octubre. Por su parte, el anarcosindicalismo tardó un mes más hacer lo propio. La estrategia para expulsar al monarca, que contemplaba una insurrección militar acompañada por una huelga general, no pudo ponerse en práctica hasta diciembre de 1930.
Ya con el movimiento obrero formando parte del complot, a principios de diciembre, el Comité Revolucionario publicará un llamamiento a la insurrección republicana en el que podía leerse:
«La revolución será siempre un crimen o una locura, donde quiera que prevalezcan la justicia y el derecho; pero es justicia y es derecho donde prevalece la tiranía. Sin la asistencia de la opinión y la solidaridad del pueblo, nosotros no nos moveríamos a provocar y dirigir la revolución. Con ellas salimos a colocarnos en el puesto de la responsabilidad, eminencia de un levantamiento nacional, que llama a todos los españoles. Seguros estamos de que para sumar a los nuestros sus contingentes, se abrirán las puertas de los talleres, de las fábricas, de los despachos, de las Universidades, hasta de los cuarteles; porque en esta hora suprema todos los soldados ciudadanos libres son, y todos los ciudadanos soldados serán de la revolución al servicio de la Patria y de la República.»
Por tanto, de lo que se trataba era de poner en marcha unas Cortes Constituyentes del más claro estilo liberal, no de poner en pie una República socialista ni mucho menos de que en España se instaurara un sistema análogo al de la URSS. De ahí que los firmantes del llamamiento procuraran dejar claro que la revolución es una “locura” donde no imperan las leyes.
Huelga general contra la monarquía
Después de varios aplazamientos, la fecha designada por el Comité Revolucionario para asestar el golpe definitivo a la monarquía era el 15 de diciembre de 1930, pero hubo ciertos malentendidos entre la cúpula política y alguno de los militares comprometidos en la sublevación y los hechos se precipitaron tres días antes.
La acción comenzó en Jaca, una ciudad cercana a los Pirineos en la que, el 12 de diciembre, se sublevó una guarnición bajo el mando de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, que proclamaron la II República en el Ayuntamiento y llegaron a publicar un comunicado en el que amenazaban con fusilar a cualquier persona que se posicionase contra el régimen naciente.
El fracaso de Jaca supuso que el Comité Revolucionario y un buen número de militantes obreros y republicanos fueran encarcelados, aunque la convocatoria a huelga siguió vigente
No obstante, los fusilados fueron ellos, porque sus tropas no tardaron en ser sometidas y fueron condenados a muerte en un Consejo de guerra sumarísimo que se celebró en la madrugada del 13 de diciembre de 1930. La condena se materializó en el mediodía del día siguiente, convirtiéndose Galán y García Hernández en los primeros mártires y símbolos de la II República.
Como es de imaginar, el fracaso de Jaca supuso que el Comité Revolucionario y un buen número de militantes obreros y republicanos fueran encarcelados, aunque la convocatoria a huelga siguió vigente y, de hecho, se desarrolló con fuerza en algunas zonas del país durante la jornada del 15 de diciembre.
Pero la dirección del socialismo madrileño, compuesta fundamentalmente por elementos contrarios a la insurrección, saboteó el llamamiento al paro de sus organizaciones estatales y, pese a que el trabajo no se interrumpió, el Aeródromo de 4 Vientos se sublevó el 15 de diciembre bajo el mando de Ramón Franco y Gonzalo Queipo de Llano, el hermano del futuro dictador fascista y el encargado de dirigir la represión a los obreros del sur de España durante la Guerra Civil respectivamente.
Ambos militares lograron salir de España rumbo a Portugal y se libraron de compartir destino con Galán y García Hernández, algo que no ocurrió con la gran cantidad de obreros que fueron encarcelados y reprimidos tras haber secundado la huelga a la que habían sido llamados, pero no dirigidos, por sus organizaciones estatales.
La corona pierde las elecciones
Aunque es cierto que hablar del intento de proclamar la República de diciembre de 1930 es sinónimo de hacerlo de un fracaso, no lo es menos que se trató de un fracaso relativo en la medida de que Dámaso Berenguer se sintió obligado a restablecer las libertades de expresión, reunión y asociación, además de a convocar unas elecciones generales para el 1 de marzo de 1931 con el objetivo, declarado en el Real Decreto de la convocatoria electoral, de “llegar a constituir un Parlamento que, enlazando con las Cortes anteriores a la última etapa [la Dictadura de Primo de Rivera] restableciera en su plenitud el funcionamiento de las fuerzas cosoberanas [el rey y las Cortes] que son eje de la Constitución de la Monarquía Española”.
Sin embargo, ya era demasiado tarde para que la corona pudiera sobrevivir gracias a meras reformas estéticas y el proyecto de Berenguer no encontró apoyos ni tan siquiera entre los antiguos partidos monárquicos, que hicieron lo mismo que los republicanos y socialistas y se negaron a presentar candidaturas.
Ello supuso que Alfonso XIII tuviera que buscar un sustituto para que se hiciera con las riendas del Gobierno y, durante el proceso, a entrevistarse con Francesc Cambó, el líder del regionalismo catalán de derechas y ministro en algún que otro gobierno del periodo predictatorial. Aquella reunión tuvo lugar el 11 de febrero de 1931 y Cambó la describió en sus memorias con estas palabras:
«Le encontré hondamente preocupado [Al rey] pero razonando fríamente, cosa que no se acostumbra a producir en él más que en los momentos difíciles. Me pregunta por la significación del Gobierno que debía formar y yo le respondo, sin vacilar, que debía ser de izquierda. […] Me consultó sobre la conveniencia de acelerar la convocatoria de unas Cortes Constituyentes y le contesté que no creía que nadie aceptase el poder sin esta condición, añadiéndole que no eran los momentos aquellos para imponer si no para aceptar.
Entonces me dice que está amargado y decepcionado y que siente a menudo el deseo de irse de España. Me pregunta qué me parecería si convocase un plebiscito para que el pueblo dijese con un sí o con un no si había de dejar la corona. Le respondí que puedo avanzarle el resultado: que éste sería en una gran mayoría en el sentido que dejase la corona.»
Esta percepción de que la monarquía había llegado, por decirlo de algún modo, al “final de su vida útil” no era exclusiva de Cambó, que si destacó por algo fue por su oportunismo a la hora de posicionarse en función de lo que más interesara a la burguesía catalana, sino que estaba extendida por todo el país y quedó excelentemente reflejada en un comunicado de las direcciones del PSOE y la UGT que, publicado por estos mismos días, afirmaba:
«Ambas Comisiones ejecutivas concuerdan unánimemente en la reiteración de la necesidad de poner un término a la crisis profunda por que atraviesa la vida nacional, abriendo un cauce amplio al desarrollo de la democracia en un régimen nuevo que no puede aspirar a una vida normal sino rompiendo decididamente con el pasado y emprendiendo resueltamente la obra de la nueva estructuración del país, bajo la forma de gobierno republicano.»
El sustituto de Berenguer fue Juan Bautista Aznar, que fue nombrado presidente el 13 de febrero y puso en pie un Gobierno de concentración monárquica en el que estuvieron presentes algunas personalidades de los antiguos partidos Conservador y Liberal además de un miembro del partido de Cambó, pero lo fundamental de su mandato fue que pretendió volver a la realidad predictatorial comenzando por la convocatoria de unas elecciones municipales para el día 12 de abril de 1931. Después de aquellas, se celebrarían unos comicios constituyentes en los que se elegirían unas cortes con capacidad de delimitar las prerrogativas de la Corona, pero la fecha de su celebración quedó en el aire.
Las municipales del 31 fueron consideradas como un auténtico plebiscito en el que lo que se decidiría era si el futuro de España seguiría siendo monárquico o pasaría a ser republicano
Al contrario de lo ocurrido con la convocatoria de Berenguer, en esta ocasión los republicanos y socialistas sí que decidieron concurrir en unas candidaturas conjuntas que se presentarían en todas las ciudades y municipios en los que alguna de estas sensibilidades (o ambas) tuviera presencia, lo que dejaba fuera a una buena cantidad de pequeños pueblos en los que la acción de la oligarquía agraria había impedido el desarrollo de organizaciones de clase o republicanas.
Más que de cuestiones de calado municipal, como podrían ser arreglos de calles o asuntos de abastecimiento, aquellas elecciones fueron consideradas como un auténtico plebiscito en el que lo que se decidiría era si el futuro de España seguiría siendo monárquico o pasaría a ser republicano.
Para más inri, durante los primeros días de la campaña electoral, el 20 de marzo de 1931, se celebró el Consejo sumarísimo de Guerra contra el Comité que había liderado el intento insurreccional de diciembre, lo que supuso un acicate más para los ánimos de quienes pretendían derrocar a la monarquía.
Así las cosas, las elecciones del 12 de abril de 1931 fueron un auténtico éxito para la coalición Republicano-Socialista, que venció con rotundidad en 43 capitales de provincia (En Madrid los concejales republicanos triplicaban a los monárquicos) e incluso en una buena cantidad de municipios mineros e industriales, no ocurriendo lo mismo en determinados puntos de la España del interior, en los que la influencia caciquil sirvió para que las izquierdas resultaran vencidas o incluso para que no llegaran ni siquiera a presentar candidatura.
La proclamación de las Repúblicas traen avances
Estos resultados dieron lugar a una nueva crisis de Gobierno, pues Aznar no tardó en dimitir de su cargo, y a que Alfonso XIII, consciente de su evidente falta de apoyos, abandonara España en la noche del 13 al 14 de abril de 1931. Además de huir, el rey emitió un comunicado, que sólo publicó el diario monárquico ABC, en el que se lamentaba:
«Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un rey puede equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra patria se mostró en todo tiempo generosa ante las culpas sin malicia.
Soy el rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa.
Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos.
También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la Patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles.»
Por otra parte, tan pronto como la victoria republicano-socialista fue conocida y reconocida oficialmente se precipitaron los hechos, siendo el primer municipio en proclamar la República Eibar, un pueblo vasco, que lo hizo a las 6 de la mañana del 14 de abril de 1931.
A Eibar le sucedieron todas las ciudades y pueblos en los que había vencido la Coalición Republicano-Socialista, dándose en prácticamente todos los casos unas manifestaciones espontáneas de carácter pacífico en las que los españoles mostraron su entusiasmo por haber conseguido librarse de la misma monarquía que llevaba siglos viviendo a su costa.
En Barcelona, donde Esquerra Republicana había obtenido unos resultados muy superiores a los que consiguió el partido de Cambó, lo que se proclamó fue la República Catalana, integrada en una Federación de pueblos ibéricos, y se forzó a los nuevos gobernantes a aceptar que las “nacionalidades históricas” tuvieran sus propios Estatutos de autonomía y, por supuesto, instituciones de autogobierno.
Estos nuevos gobernantes, por cierto, eran los integrantes de lo que había sido el Comité Revolucionario y tomaron el poder a primeras horas de la tarde del 14 de abril de 1931, cuando una multitud se agolpaba en la madrileña Puerta del Sol y las instituciones de la monarquía terminaban de derrumbarse.
A partir de este momento, el Gobierno provisional se encargó de nombrar representantes en las provincias, de asegurarse que el ejército y la policía acatarían la nueva realidad y, en definitiva, de que el cambio de régimen se produjera sin mayores contratiempos, algo que consiguieron en la medida de que las manifestaciones de entusiasmo popular que se produjeron por toda España prácticamente no dejaron muertos ni desórdenes significativos.
En adelante, los españoles tuvieron ocasión de reformular su país, deshaciéndose de la misma monarquía parasitaria que los había llevado a luchar en un sinfín de guerras, poniendo en pie un sistema democrático muy superior a los que se habían dado con anterioridad y elaborando algunas leyes, como la de la Reforma Agraria, que tenían la vocación de mejorar las condiciones de vida de sus trabajadores.
No se trató, ni muchísimo menos, de poner en pie un sistema socialista, lo que no puede extrañar porque en la coalición republicana estaban presentes unos miembros de la pequeña burguesía que no estaban dispuestos a renunciar a la propiedad privada de los medios de producción. Pero lo cierto es que la II República trató de solucionar algunos de los problemas que más acuciaban a la España de los años 30 y que, de partida, gozó de la legitimidad (liberal) que da una victoria plebiscitaria.
Sin embargo, el nuevo régimen tenía enemigos muy poderosos y que no tardaron en comenzar a conspirar para derribarlo, de forma que en agosto de 1932 intentaron dar un golpe de Estado, en 1934, cuando las izquierdas fueron a las elecciones desunidas y vencieron las derechas, revirtieron gran parte de las reformas del primer bienio y el 18 de julio de 1936, y con el apoyo de Italia y Alemania, llevaron al país a una guerra e hicieron que los españoles vivieran sometidos por el fascismo durante casi 40 años.