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Iglesia-Estado
Dios los cría y ellos se juntan. Fernández Vara, la Iglesia y sus extrañas compañías
La intervención del presidente Vara en el acto organizado por la Conferencia Episcopal no ha pasado desapercibida para nadie.
No hay que tener un ojo (santo) de lince para percatarse de que nuestro presidente de la Junta de Extremadura es persona de misa de a doce y hace buenas migas con la clerigalla, pero sus declaraciones recién hechas en el Congreso “La Iglesia y la sociedad democrática”, organizado por la Fundación Pablo VI en colaboración con la Conferencia Episcopal Española, con las que ha ensalzado, magnificado, alabado “el papel social y político desempeñado por la Iglesia Católica durante las últimas décadas de convivencia democrática en España”, rozan, o mejor dicho, desbordan, no sólo el pretil de la beatería más santurrona, sino también de la más desvergonzada falsedad.
La Iglesia Católica jamás se ha posicionado a las claras a favor de ninguna lucha o reivindicación social que no fuera más allá de lo políticamente correcto e interesadamente beneficioso para ella y su tinglado. La hemos visto sentarse más a menudo al lado del rico Epulón que a las puertas del templo junto al pobre Lázaro. Le ha importado un pepino el movimiento pacifista, ecologista, sindicalista y cuantos haya en el seno del activismo social. Ha criminalizado a mujeres y hombres que han abogado por el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, execrado a quienes reivindican la libre unión afectivo sexual independientemente del sexo que se tenga o que se quiera tener, ignorado a las perseguidas por las leyes y sentencias machistas, ha sido siempre más amiga de los jueces que de los enjuiciados, de los acreedores que de los endeudados, altavoz de discursos demoledores en contra de la libertad de conciencia y del ejercicio de una enseñanza laica o simplemente aconfesional. Sabemos de la debilidad que nuestro presidente siente por curas y beatas.
Quedó patente cuando le concedió la Medalla de la Comunidad Autónoma a un colegio jesuita que se precia de tener entre sus instalaciones una mezquita construida por los moros que arrasaron Extremadura al paso de la Columna de la Muerte en 1936
Sabemos de la debilidad que nuestro presidente siente por curas y beatas. Quedó patente cuando le concedió la Medalla de la Comunidad Autónoma a un colegio jesuita que se precia de tener entre sus instalaciones una mezquita construida por los moros que arrasaron Extremadura al paso de la Columna de la Muerte en 1936, mientras violaban y mataban a mayor gloria del caudillo y su cruzada. Pero lo que canta no es la loa celestial de la labor de la Iglesia, sino su participación conjunta en un congreso organizado por la Fundación Pablo VI en el que también intervienen aviesos personajes como Antonio Cañizares, cardenal arzobispo de Valencia, conocido por sus declaraciones homófobas (azote de gays, ateos, feministas y librepensadores) y ¡¡¡agárrese usted al móvil o a la tablet!!!, RODOLFO MARTÍN VILLA, ministro de la Gobernación conocido por conceder la medalla del mérito policial al torturador Antonio González Pacheco, comúnmente conocido por sus víctimas como Billy el niño.
Semejante elenco, en arrobada feligresía, entre la que no faltó el líder del PP, alabó con aleluyas y gloria in excelsis deo la labor “democratizadora” de la Iglesia Católica, atribuyéndole incluso el mérito de los movimientos obreros cristianos, la iglesia (con minúscula) de base, a la que tanto persiguió, anatematizó y trató como hereje el propio Estado eclesiástico, mientras éste se lucraba con el asunto de Gescartera, una fraudulenta agencia de valores creada en 1992 que para el 2001 había estafado unos 20.000 millones de las antiguas pesetas. Al descubrirse el pastel del fraude, se supo que uno de los mayores inversores en dicha agencia de valores era la Iglesia Católica, a través de diversas congregaciones, que había especulado en bolsa con una inversión de 1885 millones de pesetas, el 10% de lo recaudado para la Iglesia a través de la casilla del IRPF. Cuando se le preguntó a la Iglesia que qué hacía invirtiendo en bolsa con el dinero recaudado por el IRPF en vez de ayudar a “los necesitados”, el obispo de Astorga contestó: “En estos días que corren, lo que no puede hacerse con estas cantidades es guardarlo en el cajón de la mesilla”. Después vino la crisis y ahora el presidente de la Junta de Extremadura subraya “la labor callada llevada a cabo por la Iglesia durante los años más difíciles de la crisis económica que afectó a nuestro país”. Y se queda tan pancho.
La Iglesia Católica, diga lo que diga nuestro presidente de la Junta de Extremadura y sus iluminados contertulios de derecha y ultraderecha, no ayudó en mucho a la llamada Transición. Fue reacia a perder el poder que tenía y que sigue ejerciendo, sobre todo en los pueblos y en la enseñanza. Goza de privilegios no otorgados a ninguna otra confesión religiosa o grupo ideológico y anda siempre cicateando con la cuestión del delito de odio, dejando hacer a su antojo a asociaciones de abogados cristianos que tratan de coartar la libertad de expresión mediante la denuncia de las opiniones ajenas. Por último, rinde pleitesía a un Estado que tiene poco de democrático, el Vaticano, con el que el español tiene firmado el acuerdo internacional por el que se rige la Iglesia Católica española, un Estado que establece en el artículo 1 de su Constitución que el Papa tiene la plenitud de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, principio de la monarquía absoluta, por no mencionar la simbología franquista que aún mantiene esta Iglesia en sus templos y que parece defender bajo el signo de la cruz y la espada.
¡Hay que tener jeta!
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Vara ha iniciado un giro hacia el centro, o más bien hacía el extremo centro. Ya lo dijo el otro día Ibarra en el acto de Villafranca «queda un espacio de centro izquierda y de centro derecha que podemos ocupar el PSOE para volver a ganar por mayoría absoluta». Y otra de las perlas de Ibarra en ese acto: «cuando el partido se dio el brazo con los radicales de izquierda la gente lo mandó a la oposición».