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Instituciones culturales
Museo Hermitage, ¿nueva especulación en el puerto de Barcelona?
El proyecto de construir una sucursal del Museo Hermitage de San Petersburgo en el puerto de Barcelona desencadena reacciones dispares entre los vecinos y entidades contra la turistificación. Los impulsores estiman que el nuevo museo atraerá más de 800.000 visitas el primer año, el 70% de ellas turistas.
En el año 1989, en plena euforia institucional por los Juegos Olímpicos, un grupo de vecinos conseguía parar el derrocamiento del edificio Palau de Mar del puerto de Barcelona. La movilización hacía un jaque a las operaciones urbanísticas del puerto que se comenzaban a esbozar, reafirmando el carácter patrimonial de un espacio histórico de la ciudad. Hoy, el proyecto de un Hermitage en la Nova Bocana, junto al prohibitivo Hotel W, reactiva una lucha por preservar lo que queda del puerto de ese anhelo por convertir Barcelona en una ciudad de diseño.
La idea de establecer una sucursal del emblemático museo de San Petersburgo iniciaba su recorrido el año 2012, cuando el expresidente de la Generalitat, Artur Mas, y la viceministra de Cultura de Rusia, Alla Manílov, firmaban una declaración de intenciones. Tras seis años de proyecto encallado, en abril de 2018, el Ayuntamiento de Barcelona realizaba la Tercera modificación del Plan Especial de la Nova Bocana del puerto, que recalifica la pieza central de la Nova Bocana a uso cultural, donde se podría establecer el museo, de 16.000 metros cuadrados de superficie. Una reforma que especifica que el proyecto deberá obtener el visto bueno político del consistorio. A finales de abril de este año, el Puerto de Barcelona abría el trámite para que se presentara el proyecto. El pasado miércoles se publicó la solicitud de concesión por parte de la empresa Museo Hermitage Barcelona SL. Las entidades interesadas tienen veinte días desde la publicación en el BOE para presentar alegaciones. Los promotores del museo, que costaría 52 millones de euros y destinaría seis de sus salas a exposición, prevén inaugurar en 2022.
Desde su anuncio público en el año 2016, el Hermitage ha despertado el rechazo entre parte de los vecinos de la zona que, junto a una veintena de entidades, formaban el pasado mes de mayo la plataforma Per un port ciutadà. Lourdes López, vicepresidenta de l’Associació de veïns de L’Òstia, una de las dos asociaciones vecinales de la Barceloneta, asegura que el Hermitage “es otra trampa bajo la excusa de la iniciativa cultural. Pretenden establecer un proyecto especulador y excluyente, como lo fue el Maremagnum, el Hotel W, o la Marina de yates de lujo. Además, todo se ha hecho a espaldas del vecindario. Pedimos una cuarta Modificación del Plan Especial de la Nueva Bocana del puerto en la que participen los vecinos”.
Como contraste, l’Associació de Veïns de la Barceloneta afirma que no entiende la oposición al museo. “Creemos que puede atraer un tipo de turismo cultural, familiar, que no cometa actos de incivismo ni fomente el aumento de las discotecas ni de los pisos turísticos en el barrio, porque no podemos más. El Hermitage traerá a un turista que se pueda permitir un hotel”, comenta Montse López, presidenta de la Asociación, quien asegura que el Hermitage ha establecido diálogo con los vecinos.
Lourdes López, por su parte, destaca que “aunque venga un turista más cívico, cosa que está por ver porque alrededor del Hermitage puede ir una zona de bares, la masificación turística del barrio es un hecho que choca con la vida de los vecinos. Tardamos 45 minutos en poder salir del barrio”, apunta.
En la misma línea, Daniel Pardo, portavoz de la Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible (ABTS), asegura que “el paseo de Juan de Borbón es un colapso continuo y el Hermitage habla de traer entre 400.000 y un millón y pico de visitas más al año. Han decidido que ponen una pasarela desde el Maremagnum y un bus naútico tras algunas alegaciones, pero eso son soluciones de parque de atracciones. A nivel práctico, aumentas la carga del barrio y una previsión pesimista, pero no impensable, es que la gente añadida que va a hacer ese recorrido empiece a ocupar el interior del barrio, porque el paseo no da para más”, comenta.
La playa de la Barceloneta, en el distrito de Ciutat Vella, es uno de los espacios con más afluencia de turistas en verano, hasta 11.000 personas, según los vecinos. Desde el año 2013, se suceden protestas vecinales contra el incivismo y la saturación en torno a la plataforma La Barceloneta diu Prou. Actualmente, hay más de 700 pisos turísticos, estiman los vecinos, aunque oficialmente son unos 70 los legales. Desde hace tiempo, el barrio vive un goteo de vecinos debido en buena parte a los precios de los alquileres que, según datos de portales como Idealista y Fotocasa, van de 900 euros (los menos) a 2500 euros.
“Los vecinos nos estamos yendo. Algunos pagan más de 800 euros al mes por un cuarto de casa, de apenas 30 metros. Muchas veces, los contratos son estacionales, nos echan cuando acaba la temporada de invierno, porque un turista puede pagar más de 1.000 euros por 15 días en un piso”, afirma Lourdes López. El precio de venta de un piso en La Barceloneta se sitúa en 4.815 euros el metro cuadrado, señalan datos oficiales, solo superado por barrios como l’Antiga Esquerra de l’Eixample, Sarrià, Sant Gervasi y Pedralbes. Ciutat Vella es el tercer distrito con más desahucios, un 13,76%, por detrás de Nou Barris y Sants-Montjuic, según cifras del Ayuntamiento.Junto al museo está prevista una zona de restauración que, según la Modificación de la Nueva Bocana, se limitará al 15% del espacio. La zona comercial no podrá superar el 20% del techo del ámbito. “Nos hemos dado cuenta que cuando tendríamos que haber comenzado la oposición al proyecto era hace un año, cuando se aprobó la reforma urbanística, que no hizo nada de ruido”, señala Pardo. La reforma también incluye la ampliación del muelle de cruceros, lo que va en sintonía de las cifras del año 2017, cuando llegaron 2,71 millones de cruceristas a la ciudad. El Puerto de Barcelona, que depende de la Autoridad Portuaria de Barcelona (APB), con su propia normativa y una gestión no poco opaca, se ha negado a hacer declaraciones a este medio.
El proyecto del Hermitage está impulsado por la empresa Museo Barcelona Hermitage SL., formada por el fondo de inversión suizo Varia Europe Properties, del empresario Jaume Sabater, quien controla el 80% de las acciones, y Barcelona Cultura Development, del empresario Ujo Pallarés, quien estableció un acuerdo con el museo ruso por 50 años en el año 2012. Varia, junto a la empresa Stoneweg, presidida por Sabater, gestiona actualmente seis nuevas promociones de viviendas en Barcelona, Badalona, Hospitalet de Llobregat y la Costa Brava.
El Director científico del museo iba a ser Jorge Wagensberg pero, ante su fallecimiento el año pasado, pasará a ser Toyo Ito, premio Pritzker y responsable de la ampliación de la Fira de Barcelona, de la fachada del edificio Suites Avenue y de los edificios Torres Fira de L'hospitalet.
La relación del Ayuntamiento de Ada Colau con el Hermitage ha sido discontinua. Mientras que el mandato de 2015 se iniciaba con un rechazo poco disimulado al proyecto, cuyo mayor exponente era la exregidora de Ciutat Vella, Gala Pin, el año pasado las posturas se acercaban. Fuentes del Ayuntamiento de Barcelona, sin embargo, condicionan el visto bueno al proyecto a “que esté acompañado de un estudio de viabilidad riguroso y con garantías. Las iniciativas culturales son bienvenidas a la ciudad pero, como Ayuntamiento, no estamos dispuestos a rescatar eventualmente una iniciativa fallida como ha pasado en otros sitios de Europa. Para hacer esta evaluación, el Pleno ya decidió la creación de una comisión de expertos en materia cultural”.
Desde el año 2012, diversos equipamientos culturales de Barcelona sufren la falta de inversión pública y recortes presupuestarios. El Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) ha pasado de un presupuesto de 20,5 millones de euros el año 2008 a 15,2 millones en 2017. En 2012, el Museu d'Art Contemporani de Barcelona (MACBA) despidió al 10% de la plantilla, tras el recorte de la Generalitat. El año pasado, los trabajadores de once museos de la ciudad se declararon en huelga por la precariedad de sus contratos y los retrasos en pagos de las nóminas.
Que el Hermitage de Barcelona se nutra exclusivamente de capital privado parecía ser un leve consenso de los partidos políticos de la ciudad en la campaña de las elecciones municipales. No obstante, ante la nueva composición del consistorio de Barcelona en Comú y el PSC, habrá que ver cual es la correlación de fuerzas respecto al proyecto a medida que se asiente el mandato.
30 años de movilizaciones para salvar el puerto de Barcelona
Un Desigual desbordante, donde iba a ir la fundación Pasqual Maragall contra el alzheimer, y los cines Imax, cuyas paredes retumban desuso, son algunos de los edificios que han ido ocupando los antiguos espacios del puerto. Gran parte de las infraestructuras industriales, los tinglados y los chiringuitos de La Barceloneta, como El Gato Negro, han desaparecido para dar paso a una especie de resort. La batalla contra el Hermitage reactiva lo que ya era un eco por “salvar el puerto”, tras varios episodios de movilización social en los que solo el primero consiguió con cierta holgura sus objetivos.
Mercè Tatjer, geógrafa y profesora de la Universidad de Barcelona, quien tomó parte en las primeras contiendas, rememora con detalle: “La transformación del puerto comienza en 1965 con el Plan de la Ribera del alcalde Porcioles, que abarcaba desde el río Besòs a Montjuic, y que pretendía convertir toda la fachada marítima en una zona de ocio y de viviendas de alto standing”, explica. “Nos comenzamos a movilizar y en 1971 se paró el proyecto, en parte debido a las dos crisis económicas, pero todo eso se reactivó en los 80, con la idea de las Olimpiadas, abriendo el Moll de la Fusta”, añade.
Turismo
Los vecinos de Barcelona, contra el “Horror de los Mares”
En 1989, se creaba la Plataforma en Defensa del Port Vell ante la inminente reforma que arrasaría parte del patrimonio del puerto. “La reforma era lógica, como muchos otros puertos de grandes ciudades europeas, el Port vell estaba obsoleto. Pero nosotros reivindicábamos hacer un espacio abierto a la población, de carácter lúdico y cívico, que conservase el patrimonio industrial y, con él, la memoria marítima de Barcelona. El puerto ha sido muy importante durante casi toda la Edad Media y el siglo XIX, y posteriormente muchas empresas han estado ligadas al mundo portuario. La ciudad no se entiende sin él”, explica Mercé Tatjer.
La primera de esas luchas en democracia conseguiría salvar el edificio Palau de Mar de 1890, los talleres de la Nueva Vulcano, y evitaría la promoción hotelera en el Moll d’Espanya. “No obstante, los tinglados y las grúas del muelle desaparecieron y se eliminó el Dique flotante y Deponente, una infraestructura para reparar barcos que había construido La Maquinista, y que de las tres que se habían hecho en todo el mundo solo quedaba una. Se podría haber utilizado para actividades de formación profesional de reparaciones portuarias, pero acabó en un desguace en 1991”, señala Tatjer.
Bajo el paraguas de las transformaciones de los Juegos Olímpicos, a mediados de los años 90 se construiría el Maremagnum en el Moll d’Espanya eminentemente para turistas, “que lo único que ha hecho es provocar el cierre de tiendas en el barrio”, asegura Lourdes López. Poco después llegaría el World Trade Center.
La Ley 48/2003, de régimen económico y de prestación de servicios en los puertos de interés general, permite la independencia de planificación económica por parte de las Autoridades Portuarias, lo que facilita la entrada a capitales privados.
Al amparo de esa armadura, en 2009 se inauguraba el Hotel W de lujo del arquitecto Ricardo Bofill en el muelle del Llevant, saltándose la Ley de Costas, que prohíbe la construcción a menos de 100 metros del Litoral, cuando el hotel apenas supera los veinte metros. Los vecinos se reactivaron, junto a diversas entidades ecologistas, sin más éxito que la reducción de unos pocos metros de la localización, moviéndolo hacia el interior. El hotel se pudo construir gracias a que se aplicó la Ley de Puertos, como si fuese un equipamiento. La obra costó 280 millones de euros y, en 2013, el hotel fue adquirido por 200 millones por Qatari Diar, un fondo de inversión de Qatar.
En 2012, la campaña Salvem el Port Vell! se opuso a la transformación de la Marina del Port Vell en la actual marina de yates de lujo One Ocean Port Vell, previa privatización. “Era una marina de barcos pequeños, populares, que no tenían mucho almacenaje y compraban y venían a hacer la colada al barrio. Ahora es una marina de yates de lujo, que muchas veces se alquilan para hacer fiestas con discotecas”, apunta Lourdes López.
La operación de la Marina se conoce como una de las iniciativas más ambiciosas del gobierno del exalcalde de CIU, Xavier Trias, con el apoyo del PP. Para poder realizar la reconversión de la Marina del Port Vell, fue necesaria una modificación del Plan Especial que permitía al Grupo Salamanca ampliarla para albergar yates de hasta 190 metros de eslora. El proyecto fue duramente criticado por ERC, ICV-EUiA y el PSC, y los vecinos denunciaron una total falta de consulta a la ciudadanía. La Marina de lujo sería investigada posteriormente por la Oficina Antifrau de Catalunya, bajo la sospecha de que se había comprado desde paraísos fiscales y se había producido blanqueo de capitales. La investigación se archivó.
En el año 2013, el simposio Ciutat-Port sobre las transformaciones del puerto de Barcelona de la UB determinó: “25 años más tarde, estamos igual”. Hoy, parece que la sentencia no cambia. “Hace treinta años apostábamos, y ahora también, por preservar el patrimonio no únicamente como reliquia sino para hacer formación y actividades relacionadas con la memoria marítima. El Museo Hermitage, aparte de que puede elitizar aún más la Barceloneta, no tiene nada que ver con el puerto y podría ir en cualquier edificio de otra parte de Barcelona”, señala Mercé Tatjer.
Una ciudad de “contenedores culturales”
Puede que el puerto de Barcelona sea ahora uno de los principales ejemplos de esa dinámica de desposesión del espacio para cederlo a quien pueda pagarlo, pero no el único. La historia reciente de Barcelona se caracteriza por sus cambios urbanísticos que, especialmente a partir de los años 90, la intentarían convertir en una de las ciudades “de referencia” de Europa. Una Barcelona que ahora satura.
Instituciones culturales
La capilla de la discordia entre el MACBA y el barrio del Raval en Barcelona
A partir de 1979, el primer ayuntamiento democrático del socialista Narcís Serra, y su más tarde delegado de Urbanismo, el arquitecto Oriol Bohigas, comenzó una serie de cambios en la ordenación del espacio que pretendían la dignificación de la ciudad. El barraquismo, la calles sin asfaltar y sin alumbrado, y la suciedad en la playa, configuraban una Barcelona periférica, de conexiones dudosas y pocos espacios públicos de relación, por los que luchaba el movimiento vecinal. A esta transformación de la trama urbana, que asentaría Pasqual Maragall con la creación del parque de la Pegaso, de la Estación del Norte o la recuperación del litoral, se le llamó ‘monumentalizar la periferia’. Y hasta ahí, todos contentos.
Con el triunfo de Maragall en las elecciones municipales de 1983, tomaba forma su idea de ciudad moderna y abierta a Europa. El nuevo alcalde no tardaría en conseguir razones populares, como la consulta de 1985, para que Barcelona fuese la sede de las Olimpiadas de 1992. Algo que se fraguaba desde el encuentro de Serra y Juan Antonio Samaranch en enero 1981. La candidatura, que ganó el 17 de octubre de 1986, desplegó la creación del Estadi Olímpic de Montjuïc, la Vila Olímpica, las rondas, y una decena de hoteles, con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea como marco.
Los Juegos Olímpicos, con los que La Vanguardia tituló que “nacía una generación”, fueron un éxito breve. La llegada de la crisis económica de 1993 interrumpió bruscamente la euforia. No obstante, con ellos había comenzado el modelo de ciudad de eventos mastodónticos y espacios de consumo, como el Maremagnum, que más tarde, de la mano de Joan Clos y Jordi Hereu, acabaría de pervertirse.
Así ocurrió con la organización del Fórum Universal de las Culturas en 2004, con una inversión de 3.200 millones de euros. Un intento de recuperar esa ilusión de mecha rápida de los Juegos Olímpicos. No obstante, el evento, que apenas tuvo eco en la prensa internacional y que contó con la oposición de algunos vecinos en torno a la plataforma Fotut 2004, trajo más decepción que otra cosa a sus impulsores. Para la ciudadanía se reveló como lo que ya hacía tiempo que se atisbaba: Barcelona era la ciudad de la recalificación fácil (hasta 300 hectáreas en este evento) y la venta alegre a grupos inmobiliarios en contra de las necesidades sociales. Un lugar repleto de hoteles y bares entorno a proyectos fallidos. En estos momentos, el Fórum es un espacio ajeno al vecindario, donde se celebra el Primavera Sound y poco más.
Del mismo modo pasaría con el @Distrito22 en Poblenou, un conglomerado tecnológico que contrasta con su pasado industrial y que nunca ha terminado de arrancar, donde se encuentra la Torre Glòries (Torre Agbar), próxima al estigmatizado barrio de La Mina. Tras continuados divorcios como el de Aguas de Barcelona, quien vendería la torre en 2013, se ha intentado convertir este rascacielos en un hotel, proyecto paralizado por una moratoria del ayuntamiento. Actualmente, el edificio lo ocupan unas oficinas.José Mansilla, antropólogo y miembro del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano (OACU), asegura que “Barcelona es una ciudad de macroeventos y de “contenedores culturales”, donde es más importante el diseñador del edificio que lo que se haga dentro”. Así lo demuestra la elección del nombre de Toyo Ito para el Hermitage, Ricardo Bofill para el Hotel W, el diseño del edificio Fórum por Jacques Herzog o la Torre Agbar por Jean Nouvel. “También tenemos dos puentes Calatrava, o el MACBA, cuyas programaciones cuando se inauguró dejaban bastante que desear. Barcelona es un conglomerado de iconos elitistas, de capital simbólico basado en la idea de ciudad de Maragall”, añade.
Barcelona
¿Sigue siendo Barcelona una ciudad muerta?
La creación de estos espacios y símbolos no es ajena a la vida que se desarrolla en la ciudad, sino que interviene y modifica el contexto de esos espacios, como ocurrió con el traslado del mercat dels Encants en Glòries. “La ciudad durante estos años ha vivido un proceso de higienización, que es un proceso bastante lento. Se consideraba que en los barrios se harían proyectos culturales ‘guays’ cuando el propio barrio lo mereciese, es decir, cuando el barrio cambiase el grupo social que lo habitaba, como ocurrió con la Rambla del Raval. Aunque el ejemplo más claro de este tipo de actuación, sobre todo en cuanto a la instalación de ‘contenedores culturales’, ha sido la zona de Fort Pienc, con el Auditori de Rafael Moneo”, asegura Mansilla. Un entorno que el arquitecto del edificio aseguró que no era “digno”.
Estos intentos de transformaciones urbanas irían de la mano de normas como la Ordenanza municipal de medidas para fomentar el civismo y convivencia de 2005, que ha intentado barrer a golpe de sanción todo lo que se considera marginal y que conflictiza el espacio urbano, como la prostitución o la venta ambulante, contra la que continúan las redadas.
Barcelona recibió en 2018 a más 12 millones de turistas, experimentando un crecimiento del 4,3% respecto al año anterior. Un aumento paulatino de visitas turísticas al que frecuentemente se achaca todo el peso de la gentrificación, especialmente al turista con nivel adquisitivo. No obstante, Mansilla matiza que “en algunas zonas, como Poblenou, han sido primero las clases medias y medias-altas, tanto locales como foráneas, las que se han movido a barrios obreros que se han intentado ‘higienizar’, subiendo el nivel de vida. El turismo y las clases medias-altas de la ciudad no son mutuamente excluyentes, ya que ambos grupos sociales necesitan una ciudad desconflictivizada para poder consumir su espacio”.
Paralelamente, plataformas contra la turistificación, asociaciones vecinales, el Sindicat de Llogaters, la PAH, el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes o la Plataforma Per un port ciutadà desarrollan estrategias de resistencia y defensa de derechos en relación con el espacio. Movimientos que quizás viven una de sus épocas de mayor proyección pública. “Las plataformas por el derecho a la ciudad, en contra de esa mercantilización, puede que estén desarrollando el papel que tenían clásicamente los sindicatos en la fábrica. Lo idea sería crear una alianza entre los movimientos por los derechos urbanos y los movimientos por los derechos laborales”, sostiene Mansilla.
A día de hoy, no se sabe demasiado bien qué albergará el Museo Hermitage, al cual parte de los vecinos se oponen y sobre el que pronto organizarán un debate público. Lo que sí se sabe es que el puerto de Barcelona recuerda poco a lo que era el Port Vell, con sus tinglados y su arquitectura industrial, pero encaja perfectamente en un diseño de ciudad que, pese a su empeño en abrirse al mar y al mundo, no puede ser más cerrada.
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una buena idea y un activo cultural para Barna, muchas ciudades se darían de hostias para conseguirlo....siempre que no lo construya Calatrava