Islam
Un dátil para escapar

Desde el 24 de abril hasta el 23 de mayo de 2020, año 1441 en el islam, se ha celebrado un ramadán doblemente introspectivo a causa del confinamiento. Medidas como la prohibición de reuniones o el cierre de mezquitas para frenar los contagios por coronavirus han hecho que la festividad fuera menos social y han obligado a la comunidad musulmana de Navarra a reinventar las costumbres e iniciativas solidarias que ha llevado a cabo durante un mes.

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Amir y Sofia toman el té y comen postres argelinos que les sirve su madre Elena en su casa de Mutilva. Mikel Urabaien Otamendi
17 may 2020 21:26

Lejos de los minaretes de Casablanca, Orán o Estambul, Farid Ben Belkher nos acoge en el local de la Asociación Cultural Al Bahdja, ‘La alegría’, sede de la comunidad argelina en Navarra. El lugar, situado en el barrio pamplonés de la Rotxapea, es una espaciosa bajera con planta superior. Hay preparadas varias cestas de comida para distribuir, y la hoja del calendario colgado en la entrada corresponde al mes de marzo, como si el tiempo se hubiese detenido: “Dimos la última clase de árabe el ocho de abril y, desde entonces, nada”, cuenta mientras subimos al piso de arriba. El baño, el despacho y la sala para orar están vacías. El pasado 24 de abril empezó el mes sagrado del ramadán, en pleno confinamiento aunque, tal y como nos comenta, sin las reuniones y festejos que suelen formar parte del cuarto pilar del islam: “Aquí solíamos tener todo tipo de celebraciones como bodas o cumpleaños. De hecho, mi hijo se gradúa hoy, pero no podemos ni celebrarlo. Este es el ramadán más soso de nuestras vidas”.

A menudo objeto de especulaciones diversas y variadas, el noveno mes del calendario religioso fluctúa según las fases lunares. A pesar de que este año coincida con una cuarentena universal, el mes sagrado es singular por sus muchas prescripciones, entre otras: el ayuno, la abstinencia con el tabaco y la bebida o la privación de prácticas sexuales. Todo ello desde el alba, que “permite distinguir un hilo blanco de un hilo negro” (Corán 2:187), hasta la oración del atardecer. Se trata de una lucha contra “los deseos y las pasiones”, según algunos teólogos; “una escuela para el resto del año”, en boca de Farid. En definitiva, el ramadán es una purificación, tanto corporal como mental, y un acercamiento a Alá. Pero también es un periodo de atención a las personas más necesitadas, costumbre que se ha mantenido pese al coronavirus.

VIVIR LA FE EN TIEMPOS DE CUARENTENA

Según la tradición, en esta época del año los primeros versículos coránicos fueron revelados al profeta Mahoma, figura central del islam, la segunda religión con más adeptos del planeta. En el Estado español, donde hay casi dos millones de personas musulmanas, los lugares de culto llevan cerrados desde el 13 de marzo.

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Khalid, gerente de una carnicería halal marroquí de Antsoain, preparando el pedido de Farid. Mikel Urabaien Otamendi

La Comisión Islámica de España ha recomendado, por lo menos hasta la fase tres de las medidas contra el Covid-19, la suspensión de aquellas actividades religiosas que implican aglomeración: rezo diario, oración del viernes, iftar (cena que rompe el ayuno al atardecer), tarawih (rezo colectivo nocturno que se lleva a cabo tras el iftar), actividades educativas en grupo, charlas, etcétera.

Las comunidades religiosas de cada localidad o barrio con el número suficiente de fieles acostumbran a constituir notarialmente su entidad religiosa, y suelen intentar abrir su mezquita (con el rector de la comunidad y el imán), pero no siempre lo consiguen. El 12% de las comunidades islámicas del Estado carecen de oratorio. En Pamplona alquilaron por primera vez un pequeño local en San Juan en 1996, y aquella fue la primera mezquita de la capital. Cuatro años después se mudaron a La Milagrosa, al sur de la ciudad. No son edificios lujosamente ornamentados o con recreaciones de los arcos de herradura, propios de la arquitectura árabe tradicional. “Es un espacio simple que montamos nosotros, todo salió de nuestro bolsillo”, se enorgullece Farid al hablar de la segunda mezquita que hubo en la capital navarra. Habitualmente este tipo de espacios tienen un importante papel social durante el ramadán. La tradición dice que las puertas del cielo quedan abiertas para que Alá escuche las súplicas de todo creyente. El vínculo comunitario es fundamental pero, este año, los y las fieles no pueden acudir al tarawih.

Para paliar la soledad, varias entidades religiosas pusieron en marcha aplicaciones móviles que notificasen el horario de romper el iftar (la comida nocturna con la que se finaliza el ayuno diario) en función de la ubicación, y para enviar tarjetas de felicitación a familiares y amistades. En Barcelonala tecnología se ha usado tanto para compartir consejos como para sesiones de plegarias colectivas. Farid subraya la importancia de las redes sociales, aunque no puedan reemplazar la calidez del contacto humano.

Según una de las sunnas, el profeta Muhammad rompe el ayuno con leche y un dátil, fruto místico, energético y proveniente del paraíso que el Corán cita una veintena de veces

Para preparar los abundantes platos del iftar, la comunidad musulmana se abastece en los pequeños comercios, pero la falta de socialización ha cambiado de manera drástica el ambiente. Esto es lo que Khalid, gerente de una carnicería halal marroquí donde ahora trabaja con guantes y mascarilla, comenta sobre el ramadán: “Este año no tiene sabor”. Ahora bien, entre estanterías multicolor repletas de comino, canela o anís, la clientela hace sus pedidos con mayor gula que nunca: carnes, pescados, rellenos, dátiles, pasteles... Explica que el miedo fue in crescendo, especialmente en marzo, y que la situación económica se complicó bastante. Pero, con el inicio del ramadán, el negocio ha vuelto a florecer. A la pregunta “¿qué será del Eïd al-Fitr (la fiesta de celebración del final del ramadán)?, Khalid responde a medio camino entre la ironía y la resignación: “Nos felicitaremos por whatsapp, no nos queda otra”.

En municipios de la Ribera navarra como Castejón, la comunidad musulmana conforma el 20% de la población. El trabajo en el campo y la construcción ha consolidado a las personas de origen magrebí como un grupo social muy relevante. Osama, joven de Murchante de 22 años, relativiza: “Es un ramadán más triste pero también más espiritual y menos ostentoso”. Aunque está aprovechando para reflexionar y estar más tiempo con su padre y su madre, echa de menos las sobremesas de las cenas, cuando el té y los dulces se vuelven imprescindibles en las interminables conversaciones. También asegura que, a pesar de la cuarentena y de las medidas de seguridad, celebrará con la familia el final del ayuno comiendo dátiles. Cabe señalar que, según una de las sunnas o enseñanzas del profeta Muhammad, el dátil de Ajwa (Arabia Saudí) proviene del paraíso. Además, es un fruto místico y energético citado más de veinte veces en el Corán. El profeta acostumbraba a romper su ayuno con un dátil y un vaso de leche. Serhane, hombre navarro de origen argelino, disfruta haciendo lo propio: “Bueno, es lo que nos manda la tradición…”, comenta riendo mientras se lleva a la boca uno de los frutos.

LA TORRE DE BABEL

Cumplir con el ramadán junto a los Pirineos implica reconectarse a la espiritualidad propia, pero también a la cultura materna. La mayoría de los fieles, o de sus familias, son de origen marroquí, pero también los hay de Argelia, Bulgaria, o Sahara Occidental. En muchos casos, la tradición sigue arraigada aunque a veces carezca de sentido religioso. “Mi padre o mi abuelo lo hacían porque había que hacerlo, sin hacerse preguntas. Yo estoy convencido”, asegura Farid.

El 20% de la población de algunos municipios riberos lo conforma la comunidad magrebí, dedicada principalmente a la agricultura y la obra

Construir la identidad, a medio camino entre la tierra originaria y la natal puede ser un reto, y cuando la religión y la tradición cultural se entremezclan, surgen las preguntas que no se plantean en países de mayoría musulmana. Entonces emergen lo inherente a la inmigración y lo importante del lazo comunitario de la diáspora: ¿tiene la práctica de la fe que adaptarse al entorno cuando no es hegemónica?

Choques culturales para algunos, realidades asimiladas para otros. “Integrarte bien no significa perder tus raíces, nuestra ventaja es que podemos sacar lo mejor de las dos culturas”, reflexiona Fatna, tudelana que lleva más de 30 años en Navarra y que este año vive el ramadán sola en casa. Para la segunda generación, que ha nacido y crecido en la escuela junto a sus vecinos, el dilema no se plantea, salvo rara excepción. Además de ciudadanos de pleno derecho, como Osama, están familiarizados con la lengua y cultura nativas desde que nacieron: “Yo soy navarro. Navarro de origen marroquí”, se define.

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De no ser por la crisis del Covid-19, la mezquita de Marcilla (Navarra) sería un concurrido lugar de festejos con motivo del ramadán. Mikel Urabaien Otamendi

Elena es ucraniana y Serhane argelino. Así que entre su hijo Amir y su hija Sofia se oye una mezcla de árabe, castellano, ruso, euskera y francés. En la mesa del iftar, la familia termina el ayuno con un dátil, leche fermentada, bureks (rollito relleno de verduras y carne) y chorba (sopa argelina típica, en la que se unta el propio burek), pollo con aceitunas, y ensalada, mientras se sirve té con pastas de almendras, pistachos y miel. Serhane explica que su situación es “peculiar”: “Yo soy musulmán, mi mujer ortodoxa, y nos conocimos en Zubiri”. El lugar de paso, Navarra, se convirtió en permanente y ahora viven en Mutilva. La cuestión de la religión en su casa es recurrente, porque articula la educación y el legado que quieren dejar a las generaciones venideras.

Dalila, que vivió durante varios años en la Ribera navarra, concretamente en Cascante, cuida hoy de sus tres hijos en Pamplona. Las primeras semanas, con un niño de seis años en casa, le pasaron factura, aunque señala que el confinamiento ha tenido sus contrapartidas: ahora dispone de más horas de sueño. El primer día que pudo pasear a su hijo fue un alivio. Con la suma de confinamiento y ramadán,  las mujeres están altamente solicitadas: tareas domésticas, cuidados, teletrabajo... No es ningún secreto para nadie que la cuarentena ha acentuado discriminaciones y desigualdades. “La carga más gorda siempre recae sobre las mujeres”, comenta, y añade: “Las cosas van cambiando, pero muy poco a poco”. En su caso, afirma que distribuyen las labores en pareja.

LAS AMENAZAS

Este año han surgido varias iniciativas en las redes sociales para frenar las actitudes machistas. Se ha querido concienciar, sobre todo a las generaciones más jóvenes, de la necesidad de nuevos comportamientos, fundamentalmente en el reparto de las tareas del hogar. “Uno de los aspectos más problemáticos del ramadán se da en las mujeres, ya que son exclusivamente ellas las que se encargan de las labores domésticas”, contaba una joven tunecina, en un vídeo que se difundió por Twitter. El fantasma del sexismo recorre el mes sagrado del islam, sin ninguna duda, pero va desapareciendo conforme las reivindicaciones se hacen más visibles. “En mi casa no se ha vivido el machismo, mi padre todavía friega y tiende la ropa a sus 70 años” bromea Fatna, que vive sola y también rompe el ayuno en petit comité, lejos de sus seis hermanos con quienes suele compartir festines, y fiel al refrán de “come y bebe, que la vida es breve”. Sin embargo, la acumulación de responsabilidades debida a la crisis del coronavirus se ha acelerado para ella, que denuncia: “Muchas mujeres que han venido del Magreb sufren una presión social muy fuerte dentro de la propia comunidad musulmana”.

“Durante este ramadán repartimos comida y aportamos nuestro granito de arena para paliar las consecuencias económicas del coronavirus”

En mitad de la islamofobia alimentada en esta cuarentena por las múltiples detenciones de carácter xenófobo en Cataluña o Madrid, la cuestión racial también está en el candelero. Serhane recuerda un evento desagradable el día siguiente al 11-M, cuando una mujer que llevaba el pañuelo fue agredida en la Plaza del Castillo de Pamplona. Pero enseguida relativiza: el tejido social es cada vez más diverso, asoman nuevos conflictos geopolíticos en la frontera mediterránea, la gente cambia... El ferviente militante del movimiento popular argelino Hirak chapurrea una palabras en euskera y se siente muy a gusto en esta tierra. En su edificio han aprendido a convivir muchas nacionalidades, cada una con sus costumbres. “Mis amigos y mis vecinos saben que ahora estoy en época de ramadán, pero que me mantengo disponible los otros once meses del año”, bromea.

LA SOLIDARIDAD SOMETIDA A UNA DURA PRUEBA

En el islám los lazos entre creyentes son primordiales: se reza en comunión pero, sobre todo, se come en comunión. En Castejón, para acompañar a las personas que viven solas este mes, hace años que se puso en marcha el proyecto ‘Cena con nosotros’, donde, además de abrir las celebraciones a todo el pueblo, se intercambian recetas y se imparten charlas y cursos en la casa de cultura. En el barrio pamplonés de la Rotxapea hace un año la plaza San Blas acogía cada fin de semana un banquete con platos búlgaros y magrebíes. Esta vez, en vista de las consecuencias económicas del coronavirus, varios voluntarios de la asociación argelina han puesto en marcha una red de apoyo.

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Farid, residente navarro pero nacido y criado en Argelia, es presidente de una asociación que promulga la cultura de su país de origen. Mikel Urabaien Otamendi

Con un permiso otorgado por la Policía municipal de Pamplona, Farid va y viene repartiendo cestas con su furgoneta. Catorce personas arriman el hombro cada semana y aportan carne, leche, huevos, pan, almendras y otros productos que son enviados a unos diez hogares. “Esta es una asociación de voluntarios sin ánimo de lucro, así aportamos nuestro granito de arena”, dice. La iniciativa surgió espontáneamente y las familias beneficiarias se han llevado una grata sorpresa.

Fuera de la esfera religiosa, el confinamiento se ha mostrado como una gran pausa que nos lleva a centrarnos en nosotras mismas y plantearnos nuevas realidades al salir de esta situación excepcional. Ademas de un trabajo introspectivo, el ramadán es un tiempo para escucharse a una misma, así como al propio cuerpo, para gestionar la sed, el hambre y la frustración. En conclusión, explica Fatna, es una tarea religiosa que invita a hacer una reflexión individual e íntima: “Te hace conectarte y pensar mucho, es como un balance. Yo me planteo: ¿qué es lo que voy aprender de todo esto?, ¿qué es lo que tengo que valorar?”.

Las redes de solidaridad se organizan como respuesta a una constatación personal: si estoy bien de salud y dinero, tengo que ayudar al prójimo. En tiempos de Covid-19 toca aprender a compartir de manera diferente; en este sentido, Farid insiste: “Este año, no dejaremos de lado zakatu al-fitr, la limosna que recolectan los tutores de las familias que ayunan para las personas con pocos recursos, sino que se solicita una donación de cinco euros a quien tenga garantizada su alimentación diaria. Estas ayudas caritativas pueden dejarse en cajas dispuestas en algunas carnicerías y tiendas de alimentación. Cuanta más gente lo aproveche, mejor”, informa Farid.

La población musulmana está viviendo un ramadán inédito en sus vidas, lejos de las celebraciones joviales de costumbre. Y pese a prejuicios y clichés, es uno de los baluartes de la marca foral, la agricultura, que sobrevive gracias a personas marroquíes y argelinas. Entre tanto, cada año la comunidad musulmana de Navarra comparte el secreto que reside en un dátil, en este caso, marca Ribera.

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