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Italia
La arriesgada jugada del presidente italiano y la espiral soberanista
La crisis institucional desencadenada en Italia por la decisión de Matarella de revocar el nombramiento del ministro de Economía no constituye en absoluto un freno al giro reaccionario que estamos viviendo. Al contrario, el intento de disciplinar al electorado italiano con la amenaza de una inestabilidad financiera corre el riesgo de polarizar aún más el marco político y generar una espiral soberanista de consecuencias desconocidas.
Quién sabe si Matarella, presidente de la República italiana, mientras escribía su discurso, recitaba de memoria el monólogo sobre el poder que Sorrentino representó en su película Il Divo. Lo que es seguro es que los efectos de su acto y de su discurso son, en la situación actual, incalculables. Y es precisamente sobre los efectos en lo que habría que concentrarse.
El debate generado alrededor de la interpretación de los derechos constitucionales del presidente de la República y sobre su facultad para vetar o no un nombramiento a ministro permanece aún totalmente abierto: competentes constitucionalistas han defendido tesis opuestas. Aunque tenga relevancia desde un punto de vista procesal, con ese debate se corre el riesgo de distraer la atención sobre lo verdaderamente importante. Y tampoco sirve de mucho enumerar los precedentes de la historia republicana: teniendo en cuenta la fase política y la crisis institucional en las que se sitúa y el discurso que lo ha defendido, el rechazo al nombramiento del ministro de Economía, Paolo Savona, por parte de Sergio Matarella adopta rasgos absolutamente inéditos y abre escenarios desconocidos.
Resulta como poco sorprendente leer los comentarios entusiasmados de aquellos que, desde posiciones radicales y democráticas, ven en el gesto de Sergio Matarella un valiente freno al giro reaccionario y autoritario que el prometido gobierno "verde-amarillo" —respectivos colores de la Lega y del Movimiento 5 Estrellas— habría imprimido en la sociedad italiana.
Las motivaciones de Matarella son claras e inequívocas: Italia no puede tener un ministro de Economía que piense, o simplemente haya pensado, en la salida del euro como una posibilidad
Y no tanto porque tal peligro no existiese o no exista —todo lo contrario—, sino porque las motivaciones que han llevado a Giuseppe Conte a devolver el encargo de primer ministro, tras haber sido el candidato unitario del M5E y la Lega, no tienen nada que ver con los contenidos antidemocráticos y autoritarios presentes en el "contrato de gobierno", un acuerdo firmado por el M5S y la Lega hace dos semanas. La ruptura no se consuma por el carácter regresivo y, por tanto, inconstitucional, de la flat tax —conjunto de medidas propuestas por la Lega que disminuyen drásticamente la progresividad fiscal—, tampoco por las normas abiertamente discriminatorias contra los migrantes, y ni siquiera por el viraje autoritario que representan las propuestas sobre la Justicia y los poderes de la policía.
Las motivaciones de Matarella son claras e inequívocas: Italia no puede tener un ministro de Economía que piense, o simplemente haya pensado, en la salida del euro como una posibilidad. "La designación del ministro de Economía constituye siempre un mensaje inmediato, de confianza o alarma, para los operadores económicos y financieros". E Italia, un país con una deuda pública elevadísima, no puede permitirse crear dudas entre los inversores. Y añade Matarella, evocando los espectros de la crisis de 1992: "También es necesario prestar atención al peligro de fuertes aumentos en los intereses hipotecarios y en los financiamientos de las empresas".
Además, la estructura del discurso presidencial se sitúa coherentemente en una campaña mediática apoyada por las fuerzas de la izquierda institucional, que se han concentrado exclusivamente en los elementos de incoherencia, incompetencia e incompatibilidad financieras de la síntesis programática expuesta por la Lega y el Movimiento 5 Estrellas.
Poder de veto de los mercados
Los más despiertos dirán que los contenidos expuestos en el mensaje del presidente de la República son una realidad ya conocida desde hace tiempo que solo la hipocresía no nos consentía ver: que Italia y los países de la Unión Europea viven desde hace años en una situación de democracia limitada, que los mercados pueden determinar una crisis en la estructura de un gobierno, que la crisis griega mostró ya en su momento, con enorme violencia, la incapacidad de un solo Estado nacional para superar las normas que regulan la macroeconomía continental. Todo esto es cierto y bien sabido (al menos) desde 2011.
No obstante, ni siquiera en la fase de los gobiernos técnicos —el último de los cuales fue liderado por Mario Monti entre el 2011 y el 2013— se había llegado, en un contexto de legitimación de un gobierno, a una declaración tan explícita de superación del consenso parlamentario en favor del poder de veto de los mercados y de las compatibilidades europeas.
Subestimar ese "salto" significa subestimar las dimensiones de los efectos de redefinición del espacio público que éste produce y producirá. Entre estos efectos destaca la polarización del marco y el debate político nacional en torno a dos impulsos autoritarios de signo opuesto, de diferente naturaleza, pero al fin y al cabo complementarios y convergentes en su rechazo a la esencia de los procesos democráticos. De una parte, las fuerzas de la estabilización, garantes de la Constitución y de los Tratados europeos, que miran a los mercados financieros como criterio último de verificación de la acción de gobierno. De la otra parte, las fuerzas populistas, por primera vez —si bien de forma precaria— aliadas, que se autodenominan garantes de la soberanía popular y del interés nacional.
Esta situación hace políticamente impracticables para los movimientos sociales y democráticos cualquiera de las dos opciones. Pensar siquiera en la posibilidad de atravesar "por la izquierda" el frente europeísta-constitucional o el campo de la dignidad nacional y de la soberanía popular es, además de irrealista, arriesgado y descabellado.
Matarella ha completado la perversa estrategia de aquél que lo colocó donde está ahora, Matteo Renzi: arrojar a los pentaestrellados a los brazos de Salvini con tal de eliminar un competidor
Este choque institucional que gira en torno a la figura del garante de las instituciones democráticas, el presidente de la República, es sin duda muy preocupante, y genera escenarios de crisis latinoamericana, donde las diferentes fuerzas políticas no comparten las reglas que fundamentan las instituciones mismas. La "alta traición" evocada por Di Maio, responsable político del Movimiento 5 Estrellas, nos habla exactamente de eso, de un viaje que está yendo más allá de la formación de un gobierno, y que toca la base misma del pacto social sobre el que se edifican, incluso si desde hace tiempo de forma muy residual, las democracias liberales. El hecho de que esta desestabilización suceda en una fase de objetiva descomposición de las fuerzas democráticas, radicales, progresistas e igualitarias, debería empujarnos a, como mínimo, contener el entusiasmo.
En otras palabras, la doble colisión que deriva de la actual crisis institucional podría introducirnos dentro de una espiral de la cual, por ahora, resulta difícil definir el contorno.
radicalizar al frente soberanista
Lo que queda por preguntarnos es qué razones políticas han podido guiar esta arriesgada jugada. La sospecha es que tras la decisión del presidente de la República, más que intentar construir un dique democrático y constitucional contra los populismos, haya habido una voluntad de radicalizar ese mismo frente soberanista con el fin de encender en la población italiana ánimos propensos a la estabilización del sistema.
No es política-ficción hipotetizar que se evoquen los ataques de los mercados financieros a las cuentas de pequeños ahorradores y a esa "clase propietaria" que constituye buena parte de la base de la Lega con el propósito último de disciplinar al electorado italiano.
No es difícil entender qué riesgos puede comportar esa atrevida estrategia. Si es cierto, como se ha repetido desde distintas partes, que Mattarella ha caído en la trampa de Salvini, secretario general de la Lega, al haber concentrado la aprobación de la formación de gobierno en el nombre de Savona, no está tan claro que Salvini y los pentaestrellados no caigan a su vez en la trampa presidencial: no serán, claro, tan estúpidos ni estarán tan poco preparados como para basar la próxima campaña electoral en la salida del euro, no consentirán que todo se centre en un referéndum entre estabilidad e inestabilidad, entre UE y no UE.
Apostarán por la traición de la clase dirigente a la voluntad popular, por la transformación interna de los márgenes de aplicabilidad de las reglas comunitarias contra las injerencias externas. El pueblo contra el palacio: y ese palacio es fácilmente identificable como el Quirinal, residencia oficial del presidente de la República italiana.
Chirriante alianza
Otro grave error de Mattarella ha sido haber consolidado la chirriante alianza entre la Lega y el Movimiento 5 Estrellas, partidos con intereses inmediatos distintos: el segundo ha sido engañado en las negociaciones y se arriesga a ser fagocitado electoralmente por el primero. En ese sentido, el presidente de la República ha completado la perversa estrategia de aquél que lo colocó donde está ahora, Matteo Renzi, presidente del gobierno hasta diciembre del 2016: arrojar a los pentaestrellados a los brazos de Salvini con tal de eliminar un competidor.
Todo esto, con dos efectos vistosos: el primero, el cierre, al menos en el futuro inmediato y en las condiciones actuales, del espacio político de un europeísmo radicalmente democrático y antinacionalista, ya ampliamente debilitado por la crisis griega del 2015. El segundo, la radicalización ulterior de los contenidos racistas y neoautoritarios ya presentes y ampliamente visibles en el "contrato de gobierno".
Es precisamente el "modelo socioeconómico emergente" y la naturaleza reaccionaria contenida en la síntesis programática de la Lega y el Movimiento 5 Estrellas lo que ha de constituir un punto central de las próximas iniciativas de los movimientos sociales. Porque es precisamente en el racismo de Estado y en un modelo de workfare autoritario que neo-soberanistas y defensores de los Tratados europeos encuentran, y encontrarán, una convergencia sustancial.
Desde aquí tenemos que volver a empezar para sentar las bases de cualquier movimiento que pretenda representar un impulso antiautoritario en nuestra sociedad. El cometido de los movimientos sociales es enormemente complejo, pero es ése el estrecho camino que es necesario recorrer.
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