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15 de junio de 1956: la super-máquina de lavar BRU aparece por primera vez en el periódico Extremadura. Cómoda de pagar a plazos, la máquina anuncia el tránsito hacia el olvido de una de las profesiones menos reconocidas de las mujeres, y de las más sufridas.
Las lavanderas recogen la ropa los lunes, recorriendo las calles de las casas burguesas. Con los grandes cestos de ropa sobre la cabeza, van caminito alante, hacia la ribera, para lavar los trapos sucios de una economía que no sabe de derechos laborales, pero que da título de propiedad a las aguas del río.
En febrero de 1894 las lavanderas de Badajoz protagonizan una huelga de tres días. El dueño de los lavaderos que hay junto a la carretera de Portugal no permite que hagan su oficio en las aguas sobrantes de un canal. Ellas lo consideran un alveolo del río Guadiana y ejercen su derecho haciendo caso omiso de las amenazas y de las denuncias a la autoridad. En noviembre de 1897 se presenta una moción al Ayuntamiento de Badajoz para crear un asilo donde las lavanderas puedan dejar a sus hijos pequeños al ir al Guadiana o a los lavaderos. En septiembre de 1904 en ese mismo Ayuntamiento se discute sobre si han de trabajar o no los domingos. En 1906 se inicia una suscripción popular para la construcción del asilo.
En invierno rompen con piedras la escarcha sobre las aguas. Si se dispone de una pala de madera, se restriega sobre ella la ropa, con jabón verde. Si no, sobre la piedra, lisa y dura. Las jornadas duran hasta la noche. El frío y la humedad no sabe de horas.
Olvidadas, repudiadas por la Historia con mayúsculas, ocupan en Cáceres los lavaderos del Hinche, La Madrila, Beltrán, Fuente Fría, Fuente Concejo y Fuente Rocha; en Badajoz los de Gévora y los de Caya, en la frontera con Portugal. Ana Monroy “la Clavera”, Valentina Pulido “La Chata”, Agustina Sáez “La Colorá”, Severiana Muriel “La Patilla”, Inés Merino “La Carambanita”, Vicenta “La Farruca”… fueron algunas de las últimas.
Y de las primeras en la lucha por los derechos de la mujer.
Amech Zeravla.