Opinión
            
            
           
           
           
           
¡Vente p´Alemania, primo!
           
        
        Los hijos y nietos  de aquellos extremeños y extremeñas que hace poco más de medio  siglo fueron más allá de las fronteras con una mano alante y otra  atrás, andan ahora votando una Europa cada vez más cerrada, más  excluyente y más racista.
La memoria es floja  y selectiva. Ya no recuerdan a sus abuelos y abuelas, cargadas con  maletas de cartón o con una talega, ellos con destino a las fábricas  de Alemania, Francia y Suiza, ellas a servir en las casas de Madrid,  Barcelona o Bilbao.
En la República  Federal de Alemania les llamaban Gastarbeiter,  que significaba “trabajador invitado”.  La palabra, escupida como  un insulto, sustituyó a “Fremdarbeiter”, el trabajador esclavo  del nacionalsocialismo, la ultraderecha y derecha de aquellos  tiempos. Ahora se les conoce como “ciudadanos de terceros países”.  Aquí, menos diplomáticos, les llamamos moros, sudacas o panchitos.
Entre los 50 y 80  del pasado siglo más de 700.000 extremeños y extremeñas emigraron  a la riqueza de los demás. Pueblos como Azuaga y Brozas perdieron  más de la mitad de sus habitantes. Por entonces las provincias de  Extremadura eran tres: Cáceres, Badajoz y Leganés. La reagrupación  familiar era práctica habitual, y el derecho al refugio económico  se acababa convirtiendo en refugio político, lejos de una dictadura  que nutría de mano de obra barata al incipiente proyecto de la  futura Unión Europea.
Después vino el  desarrollismo, la olla llena, Rodríguez Ibarra alentando el odio  contra los catalanes, las vacaciones baratas en la miseria de los  demás y el olvido de unos tiempos en los que nosotros y nosotras  también fuimos exiliados, políticos o laborales, más allá de unas  fronteras donde descubrimos que la pobreza está reñida con la  nacionalidad.
Ahora Europa teje el nuevo Pacto sobre Migración y Asilo con el aliento de los desmemoriados. Las fronteras se convierten en muros y se paga a otros países, que son dictaduras, para no acoger entre nosotros a quienes piden asilo político o económico. Cerramos las puertas a la esperanza y al ejercicio de los derechos humanos. La historia se repite, sin percatarnos de que los pobres de ayer pueden volver a ser los pobres de mañana.
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