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La semana política
Mejor que nunca
Termina octubre y no queda demasiado claro si estamos bien, incluso muy bien si se mide en términos de empleo, o si el desastre está a las puertas. El desastre: el Banco Central Europeo anuncia el jueves una nueva subida de los tipos de interés. Los bancos cobran más intereses por el dinero que dan prestado. Traducción: el Euríbor supera ya el 3%. Los hogares no obtienen un respiro con las medidas estándar de control de la inflación: tendrán que pagar más —hasta un tercio del sueldo— para cubrir sus hipotecas. La subida de tipos no está hecha para los hogares, a menos que se trate de esos hogares que tienen 16 cuartos de baño, mayordomo y ama de llaves.
Vendrán malos tiempos, pero serán otros los que lo sufran, es el mensaje de noche de muertos del Banco Central Europeo. La inflación está, en buena medida, provocada por el incremento de los beneficios empresariales. El aguijón del BCE se clava sobre los asalariados, es su naturaleza.
Iberdrola anuncia un 28,9% de beneficio adicional respecto a 2021. “Lluvia histórica de dividendos en Repsol tras el récord de beneficios”, titula Expansión el jueves 27. El Banco Sabadell gana casi el doble que el año pasado y, en una noticia sin relación con ese hecho, el Banco Sabadell desahucia a una familia con dos menores en Sevilla. Gana el Santander y gana el BBVA. A lo largo del continente, todos ganan, hasta el maltrecho Deutsche Bank. Quieren más: Iberdrola anuncia que litigará contra el impuesto a las energéticas.
Están mejor que nunca. Puede que la patronal no consiga llenar la calle pero no les hace falta. Podrán regar los medios de comunicación o comprarlos si es necesario para que sus intereses y sus victorias parezcan las victorias y los miedos de todos.
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María Jesús Montero protagoniza la semana en el Congreso. El Gobierno vence las enmiendas a la totalidad de los grupos de la oposición y se dispone a aprobar los terceros presupuestos generales del Estado. Ha vuelto la chaqueta de pana. La ministra de Hacienda se gusta en una intervención que reivindica al PSOE de pana de toda la vida. El PP incomparece de la mano de Cuca Gamarra. El escenario en el que se juega el final de la legislatura ya no son las sedes parlamentarias. Entre que llega el crujir de dientes por las subidas de las hipotecas y se acaba el efecto champán por las medidas sociales, el PSOE de Sánchez aun tiene algo de tiempo.
Hay un titular de portada marciano, tanto que podría salir en el comentario de texto de la EBAU. El estudiantado impugnaría y se armaría un pollo, pero el titular se lo merece. Al grano: El Mundo señala que el PP teme la reacción de "la derecha política, judicial y mediática”. Si el titular fuera un meme sería el de Spiderman señalando a Spiderman. Como no lo es, el titular explica (solo a medias, esta columna no es la única que tiende al hermetismo) que la paciencia del Partido de la Derecha española, que no engloba solo al PP, está tocando de nuevo sus límites.
Creen que la Ley Trans acabará con el reinado de Felipe VI, que el gesto de un niño que prefiere un plato de tofu ahumado antes que una chuleta de sajonia prefigura un nuevo Paracuellos
Dicho y hecho. El jueves por la noche Alberto Núñez Feijóo recula y evita ser el nuevo Don Julián, el gobernador que abrió la puerta de la península a los mahometanos. El puesto de traidor está muy barato para el pensamiento político de la derecha política, judicial y mediática. Fejióo evita una jornada más ser el plato principal de las cenas de Miguel Ángel Rodríguez en el distrito de Salamanca. De paso, el Partido de la Derecha salva otra vez su ventaja en el Consejo General del Poder Judicial. Mientras el cuerpo aguante.
La semana política
La semana política Un paréntesis
La victoria sobre Feijóo no oculta que hay una corriente subterránea que cree que el PP está peor que nunca. Se han terminado por creer que el Gobierno de Pedro Sánchez está transformando las bases materiales del sistema —y eso a pesar de que Montero les explicó que el gasto público solo ha crecido un 2%, que eso del fin de la austeridad no es para tanto. Se han terminado por creer que hay una revolución en curso; se han terminado por creer, una tras otra, todas las campañas de propaganda que ellos mismos lanzan contra el Gobierno. Creen que la Ley Trans acabará con el reinado de Felipe VI, que el gesto de un niño que prefiere un plato de tofu ahumado antes que una chuleta de sajonia prefigura un nuevo Paracuellos. Quizá no lo crean todos, es posible que no se traguen sus propias patrañas, pero han exagerado tanto que tienen mucho más miedo de lo que procede a una transformación del país que todavía busca autores y autoras.
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“Al loro, que no estamos tan mal”. Si un turista curioso aterrizara hoy en el Aeropuerto Adolfo Suárez creería que la izquierda parlamentaria está mejor que nunca. Pero, para la audiencia más informada, el desastre parece inevitable. Aunque no pasa nada grave, el relato del desencuentro dentro de Unidas Podemos adquiere tonos patéticos esta semana.
Todo comienza con un psicodrama sobre las supuestas veleidades putinistas del que parece el enemigo a reducir. Hoy por putinista, mañana por intransigente, pasado mañana por incoherente. Da lo mismo. El marco es que el flamante juguete de ayer hoy es un juguete roto. La realidad es que su dirección —y el que queda en pie de sus fundadores— ha afilado su colmillo contra todo lo que recuerde e invoque el mantra de que Podemos debe ser destruido. Y así empieza otra vez el bucle. Unos reaccionan como energúmenos a los ataques y esa es la prueba que necesitaban los otros de que con esos no se puede ni se podrá.
Pero la suma a la que se pretende llegar es compleja. Es más difícil que generar un estado de ánimo en las redes sociales sobre las dos diferencias ideológicas y media que separan a las facciones. Podemos no va a regalar su derrota y es más fácil glosar su destrucción que llevarla a cabo. Por muy bien que se escriba, es difícil convencer a la audiencia menos informada de que estos antes sí pero ahora ya no. No es sencillo explicar que una lista es ilusionante y fresca y que la otra es la de los energúmenos. Y conforme se baja al territorio, a la provincia o a la ciudad, eso es tan complicado como cargarse el puto anillo de El Señor de los Anillos.
Mencionar la opción más lógica, la reintegración de los espacios que no pueden marchar solos por mucho que se detesten entre sí, parece hoy una toma de posición estúpida y naif. Y sin embargo lo más probable es que eso sea lo que pase: que todo termine con un abrazo forzado, en un gran mitin, y con todos los actores asegurando que nunca estuvimos mejor, que la temporalidad en el trabajo está por los suelos, que se han aprobado las leyes más feministas de todo el continente y se ha llegado mucho más lejos de lo que cabía esperar. Y que la derecha, esa sí que está mal, esa sí que tiene que tener miedo porque la izquierda se ha organizado y tiene claro adonde quiere llegar. Si, para que esto pase, hay que dejar de hacer ruido, si ayuda en algo que termine esta columna en este momento, que así sea.
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Coincido con el comentarista anterior sobre una frase al que le sobran sobreentendidos que merecen aclaración.
Le pediría al autor que aclarara esta frase "Unos reaccionan como energúmenos a los ataques y esa es la prueba que necesitaban los otros de que con esos no se puede ni se podrá", sobre todo saber quienes son esos unos, porque los otros, que parecen ser los buenos de esta histeria, que no historia, ya sabemos quienes son.
Antes de ayer fue que Podemos rompe UP, ayer fue el “putinismo”, hoy el bloqueo de la renovación del CGPJ por culpa de un nombre, Victoria Rosell, mañana será la ruptura entre Ione Belarra e Irene Montero y pasado mañana será que Echenique se levanta y anda bajo las órdenes de Iglesias. Todo consiste en fijar el marco del relato, aunque la realidad sea bien distinta. ¿Por qué opción apuesta el periodismo, por el relato o por la veracidad? Depende de por cuál se apueste, la reacción del militante o votante que lee, ve y escucha será muy diferente.