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La semana política
Un pastel de cuatro pisos
Aparece un Tik Tok de la fiesta de cumpleaños de Silvio Berlusconi. El protagonista permanece sentado en una mesa, mientras a su alrededor languidecen jovencísimos aprendices de hortera. Hace tiempo que su rostro parece la tapicería de un BMW, por el botox y otras operaciones estéticas. A su lado hay un pastel con la misma pinta repelente, una construcción de azúcar y bizcocho seco, con colores sintéticos, escudos y referencias a los negocios del señor que ha cambiado Italia.
El senador Adriano Galliani, expresidente del AC Milán, explica la tarta. En la cima, una bola del mundo sostenida por el último piso, que ilustra el gran negocio de la vida de Berlusconi: la construcción. Debajo, el imperio mediático, los emblemas de Mediaset y de Mondadori, una de las claves para permanecer en el poder pese a los reveses electorales. El segundo piso es del color de la sangre de pitufo y tiene la bandera de Forza Italia, el partido que dominó el cambio de siglo en Italia y que, con el 8% de los votos, se apuntó como socio subsidiario al nuevo tiempo de Giorgia Meloni y los hermanos conjurados del fascismo. En la base está el fútbol: la emergencia del mejor AC Milan de todos los tiempos dio a conocer en España y el resto de Europa el fenómeno Berlusconi, el cantante de música ligera que quiso y consiguió en gran medida impugnar la cultura europea salida de la contracultura de los años 60 y 70. La sombra que arroja cada uno de los cuatro pisos es la de la especulación, la manipulación, la corrupción y la de una densa capa de azúcar, emociones que tapan todo lo anterior.
Estéticamente es un pastel difícil de digerir que el representante en Italia del partido mayoritario de la Unión Europea sude de todo y defienda a Putin
Alguien me recuerda durante la semana una escena de la película Silvio (Paolo Sorrentino, 2018) en la que el autor pone en palabras de Veronica Lario, esposa del magnate durante 21 años, la consideración que provoca Berlusconi a gran parte del país: “Has vendido la cultura, la esperanza de la gente, la dignidad de las mujeres y me has vendido a mí”. En la precampaña electoral, la próxima primera ministra italiana se encarnó en esa frase, posando con dos melones a la altura del pecho para captar a los últimos votantes antes del asalto al poder. Meloni es heredera de Mussolini tanto como de Berlusconi. La historia rima y añade capas de botox a lo que ya era inmundo.
Italia
¿Italia se ha vuelto fascista o berlusconiana?
El hundimiento del tubo
Berlusconi defiende el viernes a Vladimir Putin, su “hermano pequeño” y un escalofrío recorre las arrugas del Partido Popular europeo, la franquicia de la que cuelga Forza Italia en el Parlamento de Bruselas y Estrasburgo. Su ciclo se ha agotado, pero queda la estética. Y estéticamente es un pastel difícil de digerir que el representante en Italia del partido mayoritario de la Unión Europea sude de todo y defienda a Putin.
No cuando el Kremlin ha dado un giro aun más siniestro a la sucesión de acontecimientos. El referéndum con el que Putin quiere anexionar a Rusia los óblast de Kherson, Zaporizhzhia, Lugansk y Donetsk —ucranianos en la legislación internacional— y el reclutamiento forzoso de ciudadanos rusos ha aumentado el riesgo potencial de la guerra en curso. El ataque, en la noche del lunes, a Nord Stream, ha cortado el mayor vínculo de Rusia con el resto de Europa. No hay vuelta atrás ni comercial ni política en la relación entre los dos socios. Han acabado los tiempos en los que Berlusconi, Putin y nuestro primer comisionista internacional se contaban chistes homófobos.
Lo que viene detrás no tiene por qué ser mejor. Otro alguien me manda un mensaje: “si os moló Putin os encantará el príncipe Bin Salman”. Viene a cuenta del beneficio de Aramco, la compañía energética saudí, la primera petrolera del mundo, que ha duplicado sus beneficios en 2022 respecto al año anterior. El viernes, la coalición semáforo alemana (Socialdemócratas, Verdes y liberales) aprueba la exportación de armas a los países que forman la Coalición Saudí, exportación que estaba prohibida desde 2018. Uno a cero para Bin Salman, el príncipe heredero que esta semana ha pasado a ser primer ministro de Arabia Saudí.
Alemania está en un lío y el final de Nord Stream lo ha certificado. El levantamiento del veto a la venta de armas es el lazo de un paquete mucho mayor: RWE —segundo productor de energía alemana—firmó un contrato que aportará 137.000 metros cúbicos de gas licuado que deben llegar este domingo a Hamburgo. La Abu Dhabi National Oil Company enviará a partir de 2023 una cantidad de 250.000 toneladas de diésel al mes a Alemania.
Es otro tiempo, definitivamente. Los 27 ministros de Energía de la Unión Europea acuerdan el viernes el esqueleto de la propuesta de reducción de la factura energética para este invierno. Incluye un impuesto extraordinario del 33% sobre los beneficios de petroleras y gasísticas que se anticipa al probable rescate que caerá como en cascada sobre industrias y energéticas en 2023. Sin embargo, el mensaje aporta cierta esperanza: la UE no puede cargar los costes de la guerra sobre el pueblo europeo, no al menos completamente, no ahora.
Espoleado por la falta de otros referentes en la UE, el Gobierno español de coalición apuesta en la recta final de la legislatura por disputar el relato. Se decanta por la pelea ideológica y anuncia un nuevo impuesto a la riqueza que —aunque modesto y temporal— neutraliza la práctica de dumping autonómico que el PP había adoptado como pasarela hacia el poder. El cambio de tendencia merece ser apreciado aunque, sin presupuestos encima de la mesa, no se esclarece dónde irá a parar lo recaudado. Está comprometido con la OTAN un gasto militar extra de 12.000 millones hasta 2024, tres veces lo que se recaudará con los nuevos impuestos progresivos.
Durante años, el pensamiento berlusconiano —concomitante con el juancarlismo— se extendió por España, a través de sus canales de televisión y sus ramas financieras, constituyéndose como una subcultura propia y enjoyada en la más ancha cultura política de la Transición. Se trataba de dar todo el gas posible a la versión más hortera del neoliberalismo. Cambiar el relato sobre la política fiscal es algo así como un punto de partida para esquivar la vuelta de nuestros propios demonios. En Italia queda claro que no lo han conseguido.