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La semana política
Carne de perro
Periodistas hablando de periodismo entre periodistas. Un auténtico plomo. Por fortuna, la profesión se impone por regla general tapar sus propias huellas, sus miserias. Corremos peligro de empacho cuando se trata de saber algo más sobre esta corporación —arrogante e ignorante, pero quizá no peor que otras, como decía Toni Negri. Lo habitual es la invisibilidad, salvo algún episodio ocasional en el que afloran las pugnas soterradas, lo que vulgarmente se llama competencia entre medios.
Que la prensa no sea noticia es la mejor noticia. Eso lo sabe todo el gremio y la audiencia lo agradecía, aunque esto impida ver la imagen completa de lo que está pasando. “Perro no come carne de perro”. Traducido: no miremos lo que pasa detrás del escenario de la competencia, porque muchas veces lo nuestro es peor que lo que te contamos escandalizados y para tu escándalo.
Hay una creciente demanda de exposición de la manipulación periodística, por eso han proliferado los portales de verificación de datos. Sin embargo, faltaba lo más vulgar/lo más interesante: quién pone el dinero —¿es acaso Telefónica la que paga las nóminas de tal o cuál redacción?—, cómo se forma el lobby que sitúa a un medio en el lugar que ocupa —¿nació La Sexta en un partidillo de basket?—, cómo crece un medio y ocupa un lugar dentro del paisaje social; cómo se rescata a un medio y pasa a ser un activo financiero y, antes que eso, una llave del poder financiero —Amber Capital, Black Rock, Fininvest— para el control político.
El éxito de La Base, el podcast de Pablo Iglesias, no se debe solo al enorme grupo de seguidores acumulado por el exvicepresidente, sino por haber conseguido llenar una demanda que aparentemente no existía. Investigar, machacar, y relacionar constantemente la manipulación periodística con el interés económico y empresarial, con la agenda del poder. Algunas veces esa expedición hacia el confín donde se toca el poder político y el poder mediático se detendrá en las puertas del grupo en el que opera La Base. Nadie es perfecto, todos tenemos una incoherencia o dos.
Las secret wars
Sucedió el martes. Carne Cruda inauguraba su temporada con una nueva sección, Nido de rojos. El primer programa retoma el gran tema sobre el periodismo de lo que va de década. Antonio García Ferreras, el hombre al frente de la información de La Sexta —y principal comunicador político de la televisión en España— está señalado por su relación no profesional, de afinidad, con una trama con múltiples ramificaciones criminales. El debate que se ha generado en el gremio sigue vivo desde que se conocieron los audios en los que Ferreras admite haber dado bola a una noticia falsa a sabiendas de que lo era. Lo hace, lo hizo, para cumplir un plan que es explícito y suponemos que hasta noble para todos los que están en la mesa sentados con el comisario José Villarejo: destruir la reputación del entonces candidato a todo Pablo Iglesias.
En la tertulia de Carne Cruda, Maestre, colaborador habitual de Al rojo vivo, el programa de Ferreras, Magda Bandera, directora de La Marea, y uno de El Salto. Aunque está planteada como tertulia, Javier Gallego ‘Crudo’ no pierde la ocasión de realizar una buena entrevista a Maestre.
La cuestión que se debate en Carne Cruda es hasta qué punto mancha la colaboración en el programa de Ferreras, alguien manchado irremediablemente por esa prueba de corrupción. Las redes sociales, un medio de comunicación multiplicador, han explotado lo que hace solo diez años hubiera sido un debate igual de feo pero corto e interno. El debate se extiende, sino a la mayoría de la sociedad —esa mayoría despistada que a día de hoy debe tener categorizado a Maestre como un periodista podemita— sí a su parte más excitada y, cómo no, al propio gremio. La profesión, en general, defiende que no mancha, que, si no se sientan periodistas honrados en las tertulias, proliferarán (aun más) los desaprensivos, los intoxicadores.
Maestre ha echado leña al fuego en Carne Cruda. Se siente acosado, contraataca. Acusa a Público de querer destruir su reputación y la de La Marea. No aporta pruebas pero asegura que tiene información que sitúa a un patrón capitalista (Mauricio Casals o Ferreras) y a otro (suponemos que Roures) en el mismo plano. Hoy en día no lo están. Roures no es un izquierdista modelo, es de hecho, un empresario con pocos escrúpulos, pero no es, como Casals, protagonista de una conjura que tuvo, o tiene, la intención de subvertir el deseo democrático del país. La respuesta de Virginia Pérez Alonso, la directora de Público a ese duro ataque, es elegante y aspira a cerrar, al menos de cara a la audiencia, el episodio.
Desde la entrevista se convierten en tendencia Maestre y Carne Cruda. Hace tiempo que las tendencias de Twitter huelen a plástico quemado, pero hay algo cierto tras ese olor a polémica. La izquierda no solo se desencuentra en cada barrio de cada ciudad, de cada comunidad, de cada institución, también hay una pugna por momentos salvaje en el campo (jeje) neutro de los medios de comunicación. No toda la guerra intestina, intensita y estéril de lo que llamamos izquierda se da en el marco electoral.
Hace muchos años, antes de su podcast, Iglesias dijo en una entrevista que la gente “milita” en los medios y no en los partidos. Una década después, la infoesfera de los medios de izquierdas es extraordinariamente rica (en pluralidad, no en dinero). Esa militancia en medios como El Diario o Público es en buena medida excluyente y funciona en paralelo a la pluralidad, o la confrontación, entre las distintas familias políticas. Esas mismas familias que tienen siete meses para arreglar un acuerdo —mejor dicho, cientos de acuerdos— de cara al superdomingo electoral de mayo, más alguna otra que permanece a la escucha de otros procesos no electorales. Esas familias a las que Yolanda Díaz pedía recientemente una amnistía, un nuevo comienzo.
Acostumbrados a la glosa de las intrigas internas entre los partidos, las corrientes y las facciones, el enfrentamiento entre periodistas puede parecer hasta refrescante, algo nuevo. Sin embargo, es solamente un reflejo de esa tendencia centrifugadora que atraviesa el espacio político nacido a partir de 2014. Y eso es una prueba de que el principal problema de la conjura dirigida por Villarejo es que consiguió sus objetivos, por burdos que fuesen sus métodos.
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La gente, en las plazas había suplantado al Parlamento, y habia decidido también no tener representante, representarse a si misma.
Los periodistas, sin cabeza representativa del movimiento no sabian a quien preguntar. Una periodista francesa se afanaba en preguntar a la gente en la Puerta del Sol, sin que nadie la hiciese caso mas allá de corearla: "No preguntes, unete", por fin un joven toma el microfono y le pregunta a ella: ¿Cuantos periodistas han despedido en Francia? Ella tibutea, duda, y por fin responde: Algunos..., bueno....., bastantes..., bueno..., demasiados.
Los medios de comunicación sicarios y cloaqueros se han convertido en actores políticos, por tanto que aguanten su vela. Si decides renunciar a la digna profesión de periodista para convertirte en marioneta de tu amo empresario o de tu amo director de medios utilizando mentiras, manipulaciones y bulos para influir en resultados electorales, pasas a ser objeto de críticas legítimas, eres carne de perro para otro perro por voluntad propia y puedes ser devorado con toda legitimidad. Faltaría más. El PERIODISTA Yago Álvarez lo entendió perfectamente.
Más necesaria que nunca una nueva ley de medios de comunicación ante la deriva tomada por la mayoría de TVs, radios y periódicos donde “el vamos a contar mentiras” contra los mismos -Podemos, Cataluña y País Vasco- se ha convertido en la norma.