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Ecofeminismo
Ecofeminismo y el 8M
Aunque que las crisis resultan odiosas y son utilizadas para exacerbar las injusticias y desigualdades, un freno voluntario en el consumo de productos materiales, que promoviera simultáneamente mayores cotas de igualdad en el planeta, sería algo sensato.
La revista científica Nature Communications ha publicado recientemente un estudio que afirma que la recesión de 2008 se asoció con un mayor descenso de la mortalidad en Europa, de forma más acentuada en aquellos lugares en los que dicha recesión se manifestó con mayor intensidad. Joan Ballester, primer autor del estudio, ha explicado que “los periodos de recesión macroeconómica se asocian a descensos en los niveles de contaminación, así como en el número de accidentes laborales y de tráfico... También suele haber un menor consumo de alcohol y tabaco y un descenso del sedentarismo y de la obesidad ... hay estudios que apuntan a la influencia de factores como el estrés laboral o al hecho de que los hábitos saludables exigen un tiempo del que es más difícil disponer cuando se desempeña un empleo a tiempo completo”.
Posiblemente estas conclusiones sólo puedan ser válidas para territorios en los que los que partimos de fuertes sistemas de protección social y sanitario y/o no se sobrepasan determinados límites en lo que a empobrecimiento de la sociedad se refiere, tal y como ocurrió en Grecia.
Por ello, evidentemente, no estamos defendiendo la búsqueda intencionada de escenarios de crisis económica, caracterizados por la imposición de medidas antisociales con las que buscan paliar los efectos perniciosos sobre la macro-economía y los mercados. Tras una crisis se esconden un sinfín de penurias y sufrimientos que afectan a las personas que pierden su trabajo o su vivienda, ven restringidos sus derechos sociales y laborales o afrontan dificultades para procurarse una correcta alimentación, medicinas, etc.
En absoluto podemos presentar las situaciones de crisis como eventos deseables para las sociedades y sus personas, pero sí que podemos extraer ciertas conclusiones en relación al estudio anteriormente citado: alcanzado un grado de consumo básico, la calidad de vida no mejora con su rebose. El modelo de desarrollo y crecimiento que nos imponen y presentan como panacea no lo es, al contrario, se opone a nuestro bienestar, a nuestra salud y a la vida. Cierto que las crisis resultan odiosas y son utilizadas para exacerbar las injusticias y desigualdades, pero un freno voluntario en el consumo de productos materiales, que promoviera simultáneamente mayores cotas de igualdad en el planeta, sería algo sensato. Pese a que todas las alarmas ecológicas y de agotamiento de recursos están disparadas, el capitalismo, acuciado por la competitividad que ha instaurado, sigue pisando el acelerador sin capacidad frenado ni atisbo de alternativa, amenazando con acabar con todo.
Si desde algún ámbito se ha señalado el conflicto entre el capitalismo y la vida es desde el ecofeminismo, movimiento que en palabras de Yayo Herrero, una de sus referentes, “es una corriente diversa de pensamiento y movimientos sociales que denuncia que la economía, cultura y política hegemónicas se han desarrollado en contra de las bases materiales que sostienen la vida y propone formas alternativas de reorganización económica y política, de modo que se puedan recomponer los lazos rotos entre las personas con la naturaleza. Los ecofeminismos iluminan funciones, trabajos y a personas habitualmente invisibilizadas y subordinadas, y señalan la necesidad de otorgarles valor y prioridad si queremos aspirar a que la vida humana pueda mantenerse tal y como la conocemos.”
Colectivos feministas denunciaron cómo un proyecto desarrollista como el TAV no tiene en cuenta su afectación sobre las mujeres, que usan de forma más frecuente los trenes de cercanías y además tendrían mayores dificultades para pagar los viajes
Aterrizando en lo concreto, hace unas semanas, diversos colectivos feministas denunciaban en un encuentro en Iruñea cómo un proyecto desarrollista como el TAV no tiene en cuenta en absoluto su afectación sobre las mujeres, las cuales usan de forma más frecuente que los hombres los trenes de cercanías y además tendrían mayores dificultades para sufragar los viajes en ese nuevo e indeseable tren veloz y elitista.
Tomemos conciencia de los límites del planeta, de lo pernicioso del capitalismo y del patriarcado. Definamos un modelo social a partir de un punto de vista social, feminista y decrecentista que nos ayude a afrontar de la mejor de las maneras esta realidad finita que vivimos. Esta toma de conciencia y esa apuesta por otro modelo social tendrán su espacio en la Huelga Feminista del 8M, en la cual se podrán visibilizar todos esos trabajos que realizan las mujeres y que contribuyen a mantener y dignificar la vida, trabajos que debemos reconocer y valorar en primer lugar para después pasar a su justo reparto entre todas las personas. El 8M pues, supone una gran oportunidad en nuestro pretendido avance a ese otro mundo posible.