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Pensamiento
Capitalismo patológico
Escrito a partir de notas y reflexiones en los días de confinamiento, Capitalismo patológico muestra la crisis sanitaria bajo una luz nueva, distinta de aquella común entre la izquierda. La pandemia del covid-19 ha detenido el mundo, ha interrumpido las cadenas de distribución, el turismo y la movilidad. Ha provocado una caída espectacular de los índices industriales y ha obligado a intervenciones excepcionales por parte de los gobiernos. Pero ¿y si la pandemia del covid-19 solo ocultara otra “pandemia”, seguramente más grave y difícil de superar?
En su característico y agudo estilo, Corsino Vela muestra que la mayor recesión en tiempos de paz no debiera desdibujar el paisaje más grave y oscuro de la crisis estructural del capitalismo histórico; crisis arrastrada desde hace medio siglo, pero de una forma explícita desde el colapso financiero de la pasada década. Desde 2008, los síntomas de una crisis del valor, de la valorización, se amontan haciendo cada vez más profundo el vertedero. Valgan aquí los tipos de interés negativos, la desvalorización del dinero que no encuentra colocación rentable, la situación persistente de deflación, etc. Tal y como señala el autor, desde 2008 y en realidad desde 1973, “la acumulación ampliada de capital no ha tenido lugar, pero si las condiciones ampliadas de la crisis” (p. 42).
De una forma típica, en el marco de la UE, la crisis sanitaria se ha desplegado con una gran alharaca propagandista. En estos meses no se ha dejado de hablar de un relanzamiento de una economía ahora “verde”, nutrida por la reconversión energética, la incorporación de nuevas tecnologías (inteligencia artificial, biotecnología, etc.), incluso por una renovada atención a los derechos humanos. Sin embargo, lo más significativo de programas económicos como Next Generation o los paquetes de ayuda a las empresas de la administración norteamericana es el rescate de las viejas formas de negocio (transporte, turismo, energía, finanzas); en el caso europeo, según la jerarquía de la división del trabajo interna a la región entre países exportadores y países especializados en turismo y servicios.
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El programa de créditos a empresas gestionado por la banca es solo, en este terreno, un mecanismo de saneamiento y transferencia de los riesgos de la deuda del sistema financiero privado a los Estados. De otra parte, el riesgo de deflación, en el que desemboca la pendiente a la desvalorización, se ha conjurado con una política masiva de inyección monetaria.
La desmovilización social ha dejado las manos libres a la intervención del Estado sobre la vida pública y la actividad económica, con disposiciones tendentes a reforzar al capital financiero
En este marco, Corsino Vela nos sitúa ante una disyuntiva: la crisis pandémica enfrenta las necesidades del capital y las necesidades sociales. Pero para apostar por estas últimas es preciso superar el atasco mental y cultural de la izquierda. Uno de los puntos fuertes de su argumentación, y que también se encuentra en sus trabajos previos (La sociedad implosiva y Capitalismo terminal), es que la crisis capitalista es realmente una crisis civilizatoria y que esta implica una creciente obsolescencia de las categorías que permiten pensarla. Por eso, la perplejidad y la confusión es doble: es, por un lado, desconcierto de la clase dominante, que permanece presa de su propio marco ideológico, incapaz de dejar insistir en viejas soluciones; pero también lo es de las formas de contestación, ancladas en formas de pensamiento de una vieja época. Corsino insiste en este punto, aun cuando todavía considera necesario recuperar y reactualizar el viejo sentido de autonomía de clase, en el que esta podía actuar y pensar a partir de sí misma, de su unilateralidad, sin conceder a los requerimientos económicos (o dicho de otro modo, sin responsabilidad respecto de la economía).
De forma significativa, la parálisis de la contestación ha sido manifiesta en este largo año de pandemia. La desmovilización social ha dejado las manos libres a la intervención del Estado sobre la vida pública y la actividad económica, con disposiciones tendentes a reforzar al capital financiero, la concertación publico privada y la subvención empresarial. La desmovilización tiene raíces en décadas de “paz social subvencionada”, de asunción del marco social y cultural del capitalismo progresivo, que ha conformado una subjetividad resignada y complaciente. Para Corsino la respuesta a la crisis no pasa, por lo tanto, por un Green New Deal o por un nuevo pacto social —al modo de los Pactos de la Moncloa—. Las soluciones reformistas, de la mano de lo que llama la “izquierda del capital”, están para él condenadas por este capitalismo implosivo, que ya no encuentra formas progresivas de estímulo de la rentabilidad y la acumulación.
El reto es otro. Se trata de ver cómo las nuevas generaciones proletarizadas hacen frente a un capitalismo recesivo, con estados sobreendeudados y con estrategias del capital de vuelo corto, recortadas más si cabe por la velocidad cada vez mayor de los ciclos de rentabilidad y la propia caída de la misma. En esta situación, ya no parece posible la suscripción al modelo de vida de la sociedad de consumidores. Al menos ya no para la mayoría.
La reacción de la población a la crisis pandémica establece los términos de nuestra disyuntiva. De una parte, hemos asistido —y es importante reconocerlo— a una respuesta social generosa y valiente, que se ha manifestado con formas de solidaridad espontánea y autoorganizada frente a la respuestas negligentes e improvisadas de los gobiernos. De otra parte, esa misma sociedad se ha sentido también acobardada, ha tendido a delegar en las iniciativas del Estado. Entre medias, el autor sitúa el impás cultural de la izquierda del capital (de la izquierda gestora), completamente incapaz de elaborar esa conciencia comunitaria que se puso en práctica en las situaciones de emergencia.
La salida de la pandemia no promete nada más que volvernos a dejar inermes frente a las instituciones del mercado y el Estado
Esta izquierda, cuya contestación se exhibe como una expresión simbólica, ritual, mediática —esto es, como una “exhibición de impotencia”—, ha encontrado en estos años un enemigo sustitutorio completamente funcional a su reproducción en el vacío. La falta de respuesta desde una posición anticapitalista ha sido colmada por una antifascismo superficial y espectacular que se entretiene con la extrema derecha en el marco de la representación, lo que en nuestro caso coincide con el esperpento de Vox. A Corsino Vela no se le escapa que el auge de la extrema derecha está en el fracaso de esa izquierda gestora. Sobre esto último, el autor señala cómo el capitalismo histórico ha producido la división social de la mayorías proletarizadas, por líneas de género, raza, cultura, posición laboral y un largo etcétera. También destaca cómo la alianza política entre estos segmentos de clase es posible y necesaria, pero solo a partir de una voluntad de autosupresión de su condición subordinada, justo en un momento en el que trabajo, en tanto trabajo productivo —trabajo que valoriza— se vuelve cada más superfluo, menos necesario.
El libro incluye un interesante prólogo de Charle Reeve. En este se analiza la propensión al pensamiento de la conspiración durante la crisis. El prologuista atribuye esta pendiente a una crisis de confianza en los sistemas representativos, lo que comprende al “sistema ciencia” en tanto aparato de producción verdad para el capital y las élites políticas. El conspiracionismo constituye, no obstante, una respuesta reaccionaria de una población que ha perdido todo control sobre sus medios de vida. La alienación de las mayorías proletarizadas las arroja al redil del fetichismo autoritario, de una salvación que se propone de la mano de un mesías nacionalista y soberanista. En diálogo con el prólogo, el libro de Corsino Vela termina con un “epílogo” sobre las vacunas en tanto promesa de restauración de la normalidad. Aquí el autor destripa el relato “solucionista”: muestra cómo las vacunas son producidas por el sistema tecnocientífico como una mercancía industrial más, y como tal se ofrecen como un bien de consumo administrado según las rentabilidades esperadas y según el criterio del relanzamiento de la acumulación. Las vacunación es, en este sentido, más que un hecho sanitario, un ejercicio político dirigido a restablecer la credibilidad en una idea de progreso y una vuelta a la normalidad económica.
Obviamente, la “solución médica” no supone alternativa alguna a la proletarización de la mayoría y a la desposesión de cualquier forma de control sobre nuestros medios de vida. La salida de la pandemia no promete nada más que volvernos a dejar inermes frente a las instituciones del mercado y el Estado. La crisis pandémica no debiera impedirnos ver esa crisis estructural del capitalismo en la que estamos inmersos, y para la que no hay más solución capitalista que la de una pequeña prórroga hasta la nueva crisis.
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Pues eso... ¿Qué 'normalidad ni neonormalidad' si el problema era eso?.
Leí o escuche por ahí un eslogan muy acertado sobre la cuestión y el enfoque que se debate en esta reseña/artículo: "La pvta NORMALIDAD era ya el problema".
Véase cómo no se ha tocado nada estructuralmente, como si fuera un accidente, un bache, una 'crísis' más de las incontables e intrínsecas del Capitalismo.