Derecho a la vivienda
Habitación amueblada, con calefacción y ventanas, orientación este, gastos no incluidos

La búsqueda de compañeras de piso en el Madrid pandémico ha de vérselas con todo tipo de precariedades que no encajan bien con lo que piden los contratos.
Inmobiliaria Tecnocasa
Una pareja mira anuncios de vivienda en una inmobiliaria. David F. Sabadell
5 mar 2021 06:00

Por circunstancias de la vida (que no vienen al caso) a finales del año pasado me ocupé de alquilar dos habitaciones en la casa en la que vivía (excelente ubicación, cómoda, tranquila y silenciosa, gran cocina con horno y microondas, dos baños, calefacción de gas, terraza única con las mejores vistas a Madrid...). En primer lugar, moví redes, de amigas de amigas con afinidad, que pudieran estar interesadas en mudarse a nuestra casa y sumarse a nuestro plan (Ofrecemos buena convivencia, respeto de los espacios propios y pedimos compromiso de permanencia de al menos un año, solvencia demostrable y afinidad política. No toleramos conductas racistas, machistas ni homofóbicas y algunas somos vegetarianas, aunque aceptamos que comáis carne...)

No fue fácil: al final del primer año de la pandemia en nuestro círculo no había mucha motivación para volver a mudarse, a no ser que fuera a algún proyecto agroecológico y feminista en la sierra noroeste. Las habitaciones eran algo caras, los gastos no estaban incluidos y los dos meses de fianza, sin posibilidad de figurar en el contrato, hicieron que ninguna de las muchas amigas de amigas que vinieron a visitar la casa aceptaran las condiciones requeridas para mudarse y comenzar a crear hogar, con buena vibra y sintonía. Las redes y los contactos cercanos se nos agotaron pronto, así que amplié la búsqueda en el portal inmobiliario quepromete ideales y allí hice un cribado previo.

Ofrecemos buena convivencia, respeto de los espacios propios y pedimos compromiso de permanencia de al menos un año, solvencia demostrable y afinidad política. No toleramos conductas racistas, machistas ni homofóbicas

Tras examinar muchos perfiles distintos, ofrecí a personas desconocidas que, aparentemente, compartían nuestros intereses y afinidades, la posibilidad de convivencia en este lugar genial (orientación este, gran salón con mucha luz, habitaciones amuebladas y cocina con todo lo que necesites, sin olvidar la terraza, la joya de la casa, las noches de verano serán inolvidables... No nos importa si eres hombre o mujer, si compartes nuestros principios).

Los perfiles de inquilinos potenciales se diversificaron, aunque tampoco demasiado: trabajadores de lo social, de Madrid, con el salario algo maltrecho tras un ERTE en la empresa; creadores culturales que ya no podían seguir pagando su estudio en Malasaña por la paralización del sector (qué jodida la crisis...) y se planteaban volver a compartir; corazón roto tras una ruptura que necesitaba un espacio propio para recomponer los pedazos y reencontrarse a sí mismo tras años de convivencia en pareja; profesores de secundaria de provincias, recién llegados a la capital, con contrato hasta junio y ganas de conocerlo todo, pese al virus (“¿tenéis turnos de limpieza y protocolo de desinfección?”); estudiantes erasmus de nacionalidades variadas (I would need the room from January to May, I don’t smoke and love party, but not at home...); así como un par de hermanos, muy jóvenes, de Cuatro Caminos, ecologistas, que querían emanciparse de casa de sus padres, que ya era hora de pasar a la edad adulta y comenzar a hacer cosas por sí mismos.

Ninguna de estas personas pasó el proceso de selección (demasiado jóvenes, demasiado mayores, inestabilidad económica, mala vibra, no nos fiamos de alguien tan emprendedor y alegre, lo veo un poco obsesivo con la limpieza...); así que seguí ampliando la búsqueda en otros portales inmobiliarios, en concreto uno gratuito y sin filtro (pisocompartidopuntocom), donde no pude hacer cribado, por lo que publiqué directamente el anuncio (todas las habitaciones dan al exterior, pedimos dos meses de fianza y solvencia asegurada, también que compartáis nuestros principios).

En este portal, los perfiles de inquilinos potenciales empezaron a diversificarse de forma exponencial: migrantes procedentes de Latinoamérica (“Soy argentina, voy a Madrid en busca de laburo, pero mi papá me ayuda con los costos de los primeros meses, ¿está cerca del subte?...”. “Soy de Colombia, llevo años en Madrid, trabajo como recepcionista de una clínica veterinaria. Me encanta vuestra casa, las macetas, la luz... Mi novio es temporero, trabaja en distintas campañas de recogida de fruta, ¿se podría quedar en casa en las semanas que no trabaja?”. “Soy ecuatoriana. Vivo en una casa con diez personas, en una habitación interior y no me siento segura en los espacios comunes. ¿Podría visitar vuestra casa”?). Migrantes procedentes de Centroeuropa (“Vengo de Rumania, llevo dos años en Madrid, trabajo como asistenta de hogar, limpiando casas y busco un lugar donde estar tranquila y bien, ¿creen que los gastos de calefacción serán muchos? Es algo caro, pero creo que puedo pagarlo...).

“Vengo de Rumania, llevo dos años en Madrid, trabajo como asistenta de hogar, limpiando casas y busco un lugar donde estar tranquila y bien, ¿creen que los gastos de calefacción serán muchos? Es algo caro, pero creo que puedo pagarlo...”

En ese portal también conocí a la ONG Provivienda, que busca habitaciones para personas con pocos recursos, refugiados y en situación algo límite (“Se trata de una chica que busca habitación, con cierta urgencia, nos ofrecemos a pagar la fianza y los primeros meses y a acompañaros en el proceso de adaptación de la convivencia. Tenemos años de garantías y buenas referencias en el sector. ¿Se podría empadronar?”) y me ofrecieron algunos negocios turbios que no acepté (“¿Se podrían usar las habitaciones solo para almacenamiento de material delicado? Solo pedimos privacidad y pagamos por adelantado varios meses”. “¿Se podrían alquilar por días o por horas para señoritas?”). También me crucé con algún que otro timo (billete de lotería premiado o descendientes millonarios de un ignoto reino africano, como si esas historias hubieran funcionado en algún momento...).

Por supuesto, ninguna de estas personas que me escribió cumplía los requisitos que exigía el contrato de la casa y que me recordaba, con insistencia, mi compañera de casa (la que estaba en el contrato, la que decidía); por lo que amplié la búsqueda aún más. Entré en varios grupos de facebook de compartir casa/alquilar habitaciones/Share a flat in Madrid, publiqué el anuncio y las mejores fotos (puesta de sol en la terraza, salón y cocina ordenados, habitaciones con la mejor luz del día) y, en apenas unas horas, recibí una avalancha de mensajes, esta vez sí, variados y diversos, que me dieron varias hostias de realidad.

Me escribió una trabajadora interna, de Bolivia, que buscaba una habitación para poder compartir con una amiga, boliviana también. Ella pasaría en la casa solo su noche de descanso (el domingo) y su amiga solo otra noche (el viernes). “Somos personas tranquilas, limpias y de confianza. Tan solo buscamos un lugarcito propio para descansar, guardar cosas con seguridad y poder tener acceso a la cocina y al baño, nada más. Somos de confianza. No hacemos líos”. También me escribió una mujer joven: “Estoy yo sola con mi bebita, no llega al año de edad, es buena niña, nunca llora. Necesito irme de la casa en la que estoy ahora, lo necesito. Es urgente”.

Me escribió otra mujer de más edad: “Sería para mí y para mi hija de 17, con algo de urgencia, compartiríamos habitación, solo podemos pagar una, ¿Cuándo me podrías contestar? Es importante, lo necesitamos, no podemos estar aquí más. Nos urge”. Me escribieron personas de distintas nacionalidades, acentos y con algunas faltas de ortografía (“me interesa su avitacion, cuando podría visitarla?”. “Soy de Cameroun, busco casa en madrid para mi y mi familia, somos 4”) y muchas otras más (“Es para mí y mi pareja, somos gente decente que buscamos trabajo, ¿es posible empadronarse?”; “Estamos pidiendo una ayuda para retornar a nuestro país, solo necesitamos la habitación mientras nos la conceden. ¿Aceptan parejas?”. “Trabajo como limpiadora en una empresa, de noche, duermo de día, ¿es silenciosa?...”) Y muchas otras más.

“Sería para mí y para mi hija de 17, con algo de urgencia, compartiríamos habitación, solo podemos pagar una, ¿Cuándo me podrías contestar? Es importante, lo necesitamos, no podemos estar aquí más. Nos urge”

Dije que no a todas ellas, nadie podría cumplir las condiciones y no hubieran sido aceptados por la firmante en el contrato. Me salí de esas páginas. No volví a entrar en facebook en unos días. Y me harté. Me harté de llevar mes y medio de búsqueda sabiendo, cada vez con más certeza, que no iba a encontrar a nadie que cumpliera los requisitos exigidos por un contrato en el que yo no figuraba. Me di cuenta de que publicar anuncios en otro portal inmobiliario o en otro grupo de otra red social no iba a servir de nada porque en esa casa yo no tenía ningún poder de decisión.

Supe que concertar citas para enseñar la casa, conocernos y ver si conectábamos era tiempo perdido, porque nadie encajaba con la idea de inquilina perfecta (buen rollo, ecofeminista, compartir espacios y respetar la privacidad) que tenía mi excompañera de casa. Es más, al ampliar la búsqueda cada vez estábamos más lejos de nuestra burbuja y más cerca de la realidad de las personas más afectadas por la crisis de la pandemia, las que no salen en los periódicos, a las que jamás hubiera conocido de no haber ampliado la búsqueda muy fuera de mi círculo de mis iguales. Así que me harté y me fui. Conseguí mi casa propia y con contrato. Yo me lo puedo permitir. Reconozco mi privilegio. Ahora vivo sola.

Desconozco (en la mayor parte de los casos) dónde acabaron viviendo estas personas con quienes hablé entre noviembre y diciembre del año pasado. No sé qué fue de sus vidas, si se quedaron en Madrid, si encontraron trabajo o si lograron un sitio tranquilo y barato donde poder descansar. (Esto último lo dudo mucho por la subida constante de precios del alquiler).

Me mostraron un mundo, desconocido para mí, de trabajadoras internas, trabajadoras nocturnas, desempleadas, de contratos precarios, trámites migratorios, necesidad de empadronamiento y urgencia de papeles, de desamparo y vulnerabilidad

Los fragmentos entrecomillados que puse más arriba son todos ciertos, con algún cambio para respetar la privacidad de estas personas; pero quería que sus voces estuvieran aquí, que las pudierais leer y conocer. Le dedico este artículo a todas ellas, especialmente a las trabajadoras y a las migrantes a quienes jamás habría visto si me las hubiera cruzado por la calle y con quienes nunca hubiera hablado de no ser por las entrevistas para visitar las habitaciones. Ellas me mostraron un mundo, desconocido para mí, de trabajadoras internas, trabajadoras nocturnas, desempleadas, de contratos precarios, trámites migratorios, necesidad de empadronamiento y urgencia de papeles, de desamparo y vulnerabilidad. No pude hacer nada para ayudarlas y lo que me parece más grave: ni el Ayuntamiento de Madrid, ni el Gobierno de la Comunidad, ni el Gobierno central tampoco van a hacer nada por ellas:

Ninguna de ellas (en la casa en la que habiten ahora) podrán solicitar el bono de vivienda, que ayuda a pagar alquileres en la Comunidad de Madrid, que es solo para personas con nacionalidad española, empadronadas en Madrid desde hace más de cinco años, con contrato laboral e ingresos brutos anuales de entre 32.000 y 88.000 euros (ni siquiera yo misma, con mi privilegio, cumplo ese requisito). Es una ayuda para personas que no necesitan esa ayuda; aunque sinceramente no me sorprende esta medida tan inútil, como tantas otras de nuestra Comunidad.

La mayor parte de estas personas tampoco va a poder solicitar el ingreso mínimo vital, además de por la burocracia inmensa que conlleva y que ha frustrado muchas solicitudes, por los requisitos, que son prácticamente imposible de cumplir: demostrar tener residencia legal en España desde hace más de un año, ser demandante de empleo, haber vivido de forma independiente un año (en el caso de familias) y tres años (en el caso de personas solas), haber solicitado con anterioridad las pensiones y prestaciones a las que pueda tener derecho, así como poder acreditar vulnerabilidad económica (signifique esto lo que signifique). Esta ayuda es mínima, es vital, pero tampoco será para ellas, que continúan en los márgenes del sistema, buscando en portales inmobiliarios gratuitos y grupos de redes sociales las redes de apoyo que nadie más les brinda.

El Ayuntamiento, la Comunidad, el Estado y yo misma antes de empezar a buscar posibles inquilinas no vemos a estas personas, ellas no existen para nosotros. Su realidad nos es invisible. A ellas les dedico este artículo, a las invisibles y por ello fuera del sistema y desamparadas, a las que no cumplen los requisitos para tener derechos básicos (como vivienda digna), a las que pelean por tener una habitación propia en mitad de esta crisis, que (por mucho que digan los empresarios, sindicalistas o políticos de turno...) no nos afecta a todos por igual. Para ellas.

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En un contexto en el que el derecho a techo se ve debilitado por unas rentas que no se corresponden con el poder adquisitivo de la sociedad, las personas migrantes enfrentan un grado más de exclusión basado en imaginarios racistas y xenófobos.

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