LGTBIAQ+
#JusticiaParaSamuel: cuatro rostros y la trampa del punitivismo

Crítica de las lógicas punitivistas tras la difusión de las caras de los presuntos asesinos de Samuel Luiz. Una apuesta integral y radical ante la LGTBIfobia estructural y los mecanismos represivos del Estado.
Justicia para Samuel manifestación
Pancarta en una manifestación en repulsa del asesinato de Samuel. Foto: RTVE.


Activistas LGTBIQ+.
24 oct 2024 07:30

Estos días, abrir Instagram significa asomarse a un lugar oscuro, donde aparecen cuatro demonios mirándote cada tres stories. Miles de personas están compartiendo y viralizando las caras de cuatro de los acusados del asesinato de Samuel Luiz, clamando por una especie de castigo colectivo digital. Sin embargo, quien busque justicia no la encontrará en un viral de Instagram. No nos interesan las caras de los presuntos  asesinos de Samuel. Difundir sus rostros y demonizarlos públicamente puede crear la falsa impresión de que el problema radica exclusivamente en unas pocas “manzanas podridas”. Individualizar el crimen como un acto aislado de unos cuantos homófobos desvía nuestra atención de la verdadera raíz del problema: vivimos en una sociedad que nos educa en la homofobia, que normaliza la violencia contra las disidencias sexuales y de género, y que perpetúa un sistema cisheteropatriarcal opresor. La homofobia no es un rasgo excepcional de unos cuantos individuos desalmados; es un fenómeno estructural que atraviesa todas las capas de nuestra sociedad.

#JusticiaParaSamuel

Cuando exigimos #JusticiaParaSamuel, clamamos legítimamente por el reconocimiento del carácter homófobo de su asesinato y por la necesidad de justicia. Sin duda. Sin embargo, reducir esa justicia a la mera aplicación del castigo penal y la exposición pública de los responsables es una respuesta insuficiente y equivocada. Si estas personas fueron capaces de matar a Samuel por su orientación sexual, es porque crecieron en un entorno social y cultural que les enseñó a despreciar la diferencia, que les hizo creer que eran superiores y que, al final, les hizo sentir que sus actos quedarían impunes.

Si estas personas fueron capaces de matar a Samuel por su orientación sexual, es porque crecieron en un entorno social y cultural que les enseñó a despreciar la diferencia, que les hizo creer que eran superiores y que, al final, les hizo sentir que sus actos quedarían impunes

La revelación de las caras de los presuntos asesinos en las redes sociales refleja que el marco punitivista está plenamente instalado en el activismo y en las personas del colectivo. También demuestra nuestra fe en la cárcel como solución a la violencia sexual y en el castigo como la mejor manera de proteger a la comunidad LGTBI. Pero ni la policía nos ha cuidado nunca ni los jueces y las prisiones han sido aliados de la lucha LGTBI. Esta lógica punitivista no nos ofrece una respuesta transformadora; perpetúa una visión reduccionista de la justicia, limitándola a una cuestión de retribución y venganza.

Punitivismo y reforzamiento del Estado

Como explica Nuria Alabao en relación con el feminismo, “el marco securitario y de reforzamiento del Estado penal tiene estas dos caras: el neoliberal –que encara los problemas sociales individualizándolos y criminalizando– y el de extrema derecha”. No hace falta recordar qué partidos y qué ideologías utilizan este tipo de situaciones para hacer apología de la subida de penas, incluida la cadena perpetua. Esta visceralidad, siguiendo de nuevo a Alabao, convierte la cuestión de la seguridad “en una máquina de guerra que usa las redes sociales y los medios en una economía de la indignación para conseguir leyes punitivas y conservadoras (…) No podemos olvidar que apelar al sistema criminal tiene impactos en las personas más excluidas y en la clase trabajadora en general”.

La crítica de Alabao también se aplica al activismo LGTBI cuando, en lugar de abordar la raíz estructural de la violencia, apelamos al sistema penal como solución. El punitivismo sostiene un sistema legal voraz que termina devorando a los más vulnerables y, en última instancia, representa una promesa vacía de seguridad. Endurecer las leyes no reducirá nuestras experiencias de violencia. Entendemos la necesidad de sentirnos amparados y protegidos por la ley, mucho más cuando ocurren asesinatos tan dolorosos como el de Samuel, pero no encontraremos el fin del odio en la maquinaria represiva del mismo Estado que nos oprime. Cuando buscamos más vigilancia y consideramos las legislaciones que regulan los crímenes de odio como soluciones al sistema represivo, exponemos a los y las más vulnerables a un mayor riesgo de ser víctimas de la violencia del Estado. Porque por un asesino homófobo que vaya a la cárcel (y que por supuesto no se rehabilitará en ella), irán 30 pobres perseguidos por el Estado. Porque como cantan Los Redondos, “si la cárcel sigue así, todo preso es político”.

La reacción: un peligroso escenario para la disidencia

El sistema legal pocas veces nos brinda justicia y aún menos logra nuestra liberación. Con la deriva reaccionaria actual y la presencia de la ultraderecha en el panorama político internacional, esta lógica punitivista podría volverse en nuestra contra en un abrir y cerrar de ojos. Podríamos encontrarnos en un escenario social en el cual una persona LGTBI, una mujer o alguien racializadx sea acusada de cometer “crímenes de odio” contra individuos que profesan actitudes LGTBIfóbicas, racistas o machistas, simplemente por defenderse en situaciones de violencia y opresión. Este escenario distorsiona la comprensión de la violencia y legitima ideologías como la del “odio inverso”, promovidas por la ultraderecha en su guerra cultural.

El sistema legal pocas veces nos brinda justicia y aún menos logra nuestra liberación. Con la deriva reaccionaria actual y la presencia de la ultraderecha en el panorama político internacional, esta lógica punitivista podría volverse en nuestra contra en un abrir y cerrar de ojos

Tal y como se recoge en Críticas sexuales a la razón punitiva, “la aprobación de legislaciones sobre crímenes de odio no nos devolverá a quienes han sido asesinados por la violencia, no sanará nuestras heridas corporales ni espirituales, no dará poder a las comunidades que se han sentido vulneradas luego de estos episodios de violencia”. La exposición de los rostros de los culpables puede satisfacer temporalmente el deseo de castigo y de represalia, pero no resuelve el problema de fondo. Es más, perpetúa una lógica de venganza que nada tiene que ver con la verdadera justicia social. El punitivismo no elimina el odio ni la intolerancia; muchas veces, los refuerza.

Justicia para todxs

Si realmente buscamos justicia para Samuel, debemos enfocarnos en desmontar el sistema que permitió su asesinato. Justicia no es solo aplicar un castigo severo a unos individuos, sino transformar la sociedad que los formó. Esto pasa por la educación en la diversidad, la implementación de programas de sensibilización en todos los niveles educativos y el fortalecimiento de políticas públicas que combatan la LGTBIfobia de manera integral. Invertir en educación no es solo una medida preventiva; es un compromiso por construir una sociedad donde no haya espacio para el odio. Es reconocer que el problema no se resuelve eliminando los síntomas, sino atacando la raíz: el sistema que sigue reproduciendo desigualdades y violencias.

Si realmente buscamos justicia para Samuel, debemos enfocarnos en desmontar el sistema que permitió su asesinato. Justicia no es solo aplicar un castigo severo a unos individuos, sino transformar la sociedad que los formó

El castigo y la reacción irreflexiva generan el riesgo de caer en una concepción superficial de la justicia, donde la exposición y el escarnio de los culpables se convierten en el objetivo principal. Esta reducción de la justicia a un acto de venganza transforma lo que debería ser un mecanismo de cambio social en un acto de violencia simbólica que perpetúa el ciclo de odio. En lugar de centrarnos exclusivamente en castigar a los perpetradores, es esencial dirigir nuestra atención hacia la prevención de la intolerancia y la violencia mediante la educación. Deberíamos cuestionar y desafiar las estructuras que alimentan estos comportamientos, promoviendo una cultura de respeto y empatía que impida que futuras generaciones sean educadas en la discriminación y el odio. La verdadera justicia radica en crear un entorno en el que el odio no tenga espacio para desarrollarse.

La rabia y la frustración tras un asesinato como el de Samuel nos llevan a desear ese escarnio, pero compartir unos rostros malvados y hacerlos virales es solo un premio de consolación. Nada garantiza que, después de esto, no nos sigan matando y agrediendo. La verdadera justicia para Samuel y para todas las compañeras que cayeron antes de él pasa por construir una sociedad más inclusiva y libre de violencia. Esa es la única victoria, la única justicia posible y deseable: transformar las instituciones que perpetúan la homofobia, promover una cultura de respeto y empatía desde edades tempranas y garantizar que todas las personas puedan vivir su identidad sin temor a ser agredidas o asesinadas. Y, por supuesto, se trata de reconocer el papel del Estado y la sociedad en la perpetuación de las violencias sistémicas y tomar medidas concretas para revertir estas dinámicas.

La verdadera justicia para Samuel y para todas las compañeras que cayeron antes de él pasa por construir una sociedad más inclusiva y libre de violencia

La exposición de los rostros de los presuntos asesinos es una reacción peligrosa que se nos puede volver en contra. Si realmente queremos cambiar la sociedad, debemos trascender el deseo de castigar y apostar por una transformación profunda que abarque tanto las políticas públicas como los imaginarios sociales. La justicia para Samuel no se consigue con revanchas. Derribemos el sistema que lo mató y construyamos, desde las bases, una sociedad libre de LGTBIfobia y de todas las formas de opresión. Se lo debemos a Samuel y a tantas otras víctimas.

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fllorentearrebola
24/10/2024 7:56

Gracias por este emocionante artículo!!. Que haya voces que se levanten contra este 'sentido común' punitivista, tan útil para el poder, que se ha instalado en el feminismo (burgués) y en el movimiento Lgtbi+, me reconcilia con estos movimientos demasiadas veces cooptados por un visión liberal y clasista que aterra

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