Literatura
Aurora Delgado, finalista del premio Nadal: “Ante la página siempre estás solo”

Curva (Sloper, 2018) es la segunda novela de la escritora sevillana Aurora Delgado. Una novela que investiga y narra las derrotas, las desidias e inercias de la vida cotidiana, con un estilo preciso y realismo áspero. Una entrevista realizada por el escritor gaditano David Monthiel.

Aurora Delgado
La escritora sevillana Aurora Delgado, finalista del premio Nadal, autora de 'Curva'. David Monthiel
18 oct 2018 11:07

Gasolineras, curvas fatídicas, cines que ahora son aparcamientos, urbanizaciones blindadas, pueblos que son periferia de grandes ciudades, son los paisajes desolados de una trama de redención y violencia. Si El corazón de Livingstone (Libros de la herida, 2014) fue premio Ciudad de Alcalá de Henares de narrativa, Curva fue finalista de la 73 edición del premio Nadal. La novela se presentará en Sevilla el viernes 19 de octubre, a partir de las 19:30 en la Sala El Cachorro.

David Monthiel: Curva es tu segunda novela, ¿qué ha pasado entre El corazón de Livingstone y esta? ¿De dónde surge la idea de la novela?
Aurora Delgado: Desde el punto de vista narrativo, entre las dos novelas hay una toma de decisiones muy concretas. Por ejemplo, tenía muy claro que quería escribir una novela que tuviera por protagonista a hombres, de hecho, los personajes principales se han mantenido desde el inicio. Por otro lado, quería contar una historia que respondiera a un modelo clásico, quería demostrarme a mí misma que podía hacerlo. Me impuse una contención. Pero si tuviera que señalar algo esencial en el proceso de escritura entre las dos novelas, diría que el paso desde la intuición a una conciencia mayor de lo que estaba haciendo.

D.M.: ¿Cómo fue el proceso de escritura?
A.D.: Me gustaría contar que durante el proceso de escritura tuve el acompañamiento de María José Barrios, profesora de escritura creativa en Casa Tomada de Sevilla. Una vez al mes yo le enviaba lo producido y ella me daba una visión externa, muy técnica, que me ha ayudado muchísimo, pues al escribir tenía la garantía de estar acompañada por alguien siempre dispuesto a decirme su verdad, una verdad en la que yo confiaba, sobre lo que estaba produciendo. Ha sido un camino muy interesante de recorrer y que recomiendo vivamente. Aunque no hay que equivocarse en cuanto a las expectativas: ante la página siempre estás solo y al final, por encima de lo que otros opinen, tú debes saber lo que estás queriendo hacer, qué te propones.

Nos pongamos como nos pongamos una obra literaria tiene que venderse eso es verdad, pero no es un producto cualquiera, es algo más

D.M.: ¿Cómo fue la experiencia de ser finalista del Premio Nadal? Y luego, ¿qué pasó?
A.D.: Pasaron muchas cosas, entre ellas que aprendí mucho sobre cómo funcionan las editoriales grandes, medianas y pequeñas. En las editoriales muchas veces el tamaño no importa, lo que importa, lo que marca la diferencia, es si se tiene o no la audacia de primar lo literario por encima de otras cuestiones ligadas al “cómo voy a vender yo esto”. Nos pongamos como nos pongamos una obra literaria tiene que venderse eso es verdad, pero no es un producto cualquiera, es algo más, mucho más es cultura, a veces me parece que no somos consciente de lo que esto significa.

Me ha ocurrido con las dos novelas, he obtenido de antemano reconocimiento pero no publicación. Con El corazón de Livingstone obtuve el Premio Alcalá de Henares de Narrativa en 2013, pero no me publicaron la novela. Así que hablaba de ella sin tenerla en la mano hasta que la editorial sevillana Libros de la Herida la publicó en 2014 gracias también a la ayuda de la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE).

Ser finalista del Nadal fue una sorpresa, un extraño regalo de reyes. Cómo sabéis el listado de obras seleccionadas se publica el día 6 de enero por la mañana y por la noche se celebra en Barcelona una cena donde, tras un proceso de votación del jurado, se va haciendo una criba hasta llegar a la novela ganadora. Sería muy largo hablar de estos grandes premios en España, de su dinámica, yo me presenté pensando que no ganaría, pero que igual si quedaba finalista Destino me la publicaría. No ocurrió.

Frente a esa experiencia, que me dejó una sensación amarga, de frustración tengo la de Sloper, la editorial que ha publicado Curva. Animo a todos los autores y autoras que lean en su web su Aviso a los autores. Yo se la envié a su editor, Román Piña, a principios de septiembre de 2016 y él me contestó que quería publicarla ¡20 días después! Eso en el panorama actual es inaudito. ¿Qué editorial grande o pequeña lee manuscritos no solicitados?

Lógicamente, tras el Nadal surgieron otras opciones que fui valorando hasta que me decanté por Sloper por todo lo que he comentado antes y por la libertad y confianza que depositó su editor en mí desde el primer momento.

D.M.: Dice la contraportada: “Tomar una curva puede ser peligroso, pero bajar del coche y adentrarse en una puede convertirse en un viaje tan inesperado como azaros”. ¿Qué viaje narras en Curva?
A.D.: Gran parte de esta novela, como la anterior, gira en torno a la identidad. ¿Quiénes somos? ¿Cómo llegamos a ser quiénes somos? Curva es un viaje al interior de un personaje, Antonio, a sus entretelas, a sus trincheras más profundas. El narrador, un narrador en tercera persona, está focalizado en él, en su mirada a veces descarnada sobre su realidad la de un hombre apático que ha renunciado a todo para mantenerse moralmente puro, inocente, y, sobre todo, para encontrar una paz que no encuentra.

Son no-lugares y espacios que por uno u otro motivo van quedándose al margen. Me interesa el Aljarafe sevillano como espacio narrativo por lo que tiene de fronterizo

Es importante tener en cuenta que la novela está contada desde el punto de vista de Antonio y que todo lo que sabemos sobre lo que ocurre y el resto de personajes es a través de él. El personaje de Raimundo es el que ofrece el elemento detonante que pone en marcha el personaje de Antonio. En cierto modo, solo en cierto modo, es su contrapunto.

D.M.: En Curva aparecen muchos no-lugares: polígonos industriales, cines que son aparcamientos, edificios abandonados, una urbanización en mitad de la nada, asolada por los robos y el miedo, una gasolinera, muy cerca de la fatídica curva, como punto de encuentro de personajes y lugar de paso.
Sí, es verdad. Son no-lugares y espacios que por uno u otro motivo van quedándose al margen. Me interesa el Aljarafe sevillano como espacio narrativo por lo que tiene de fronterizo. Yo crecí en Camas, una localidad de paso, periférica también, y vi siendo muy niña cómo mi barrio, un barrio obrero, se transformaba en los 80 en un barrio casi marginal cuando la droga entró con fuerza destruyendo a chavales algo mayores que yo. Se degradó todo o mejor dicho, se terminó de degradar porque ya la crisis económica de mediados de los setenta había dejado, como la de ahora, muchos edificios en esqueleto que sirvieron de epicentro a un proceso de destrucción que cuento en Curva y que todavía me impresiona.

D.M.: Relatas la podredumbre de la cotidianidad, la normalidad corroída por el deseo continuo y sin final del mercado y las frustraciones vitales que conllevan, las relaciones intoxicadas por el interés, la desidia, esa que “llama sabiduría a sus renuncias, tranquilidad a su apatía, felicidad al conjunto resultante”. ¿Por qué tratar estos temas?
A.D.: En cierto modo la escritura de Curva ha sido una conversación larga con mis amigos de juventud, con la mujer que yo era hace 30 años o más. Una conversación que se ha dado en mi cabeza, mientras escribía, porque con la mayoría de esos amigos, por no decir todos, ya no mantengo relación alguna. De hecho, es posible que si la leen algunos de ellos se reconozcan en Antonio o el Chorla. Creo que tratar estos temas es para mí imprescindible porque nacen de una lucha existencial e ideológica con nuestras contradicciones, una lucha que se produce cada vez que tenemos que tomar una decisión por pequeña que sea.

D.M.: Aparecen algunos giros propios del lenguaje andaluz y muchos topónimos conocidos: Sevilla, Camas (y sus bares), el Aljarafe, y no sólo como decorado sino que son lugares que tienen presencia en la trama, ¿qué supone escribir desde ahí (me refiero fuera de los contextos habituales de la narrativa)?
Vivo en Sevilla, he crecido en Camas, en el Aljarafe, me parecen lugares tan interesantes desde el punto de vista narrativo como cualquier pueblo perdido del mítico sur de los Estados Unidos. Esos paisajes son mi universo de carne pa dentro. Supongo que si mañana me fuese a vivir a Berlín tendría una visión muy de aquí, de allí, o algo por el estilo, no sé.

D.M.: Tu estilo es preciso y poético en una suerte de realismo seco y áspero que crea atmósferas asfixiantes como la escena del burger...
A.D.: Que lo que escribo sea preciso y poético es lo que intento, en esa escena quería crear belleza, una belleza dolorosa que sirviera de ecuador a la novela y terminara de definir la catadura moral de Antonio.

D.M.: ¿Serás la nueva “chica de la curva”? Esta es de broma, no pude resistirme.
A.D.: Me encanta esa leyenda urbana. Recuerdo que vi una película de David Lynch donde la chica de la curva era la típica adolescente americana y tenía la horquilla del pelo clavada en su destrozada cabecita rubia. No sé, esa chica de la curva que igual me estoy inventando, me gustó mucho ese rollito una mijita gore.

un camino tortuoso
Dividida en tramos de una contundencia poética y narrativa exacta, Curva es la carretera perdida de Antonio, un cuarentón atrapado en la realidad vicaria de sus deserciones, sus derrotas y contradicciones, una suerte de calzonazos nihilista, alguien que parece vivir en la inercia después de un frenazo de sus sueños y aspiraciones. Su relación con Raimundo, un triunfador de la tragedia que se pasea por platós exigiendo justicia para la muerte de su familia en una curva cerca de una gasolinera, le lleva a replantearse su trabajo, su matrimonio, su paternidad, su posición en la vida a la que le puso la etiqueta de "clase media acomodada". Y su redención pasa por la espectacularización de un chantaje a los que, como él, están en esa recta de nihilismo y marrones. Una novela que nos apunta preguntas sobre qué hay detrás de lemas como "no tomar las riendas de la vida" o esas supuestas "fuerzas cósmicas ocultas" que individualizan problemas que son comunes a muchos vivientes.
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