Literatura
Librerías asociativas: vendiendo lectura para crear comunidad y transformar el mundo

Las llamadas librerías asociativas componen un ecosistema en el que se dan la mano los títulos que no se encuentran en otras librerías, el activismo político y la escasez de recursos. Quieren ser librerías pero también mucho más. Y lo quieren ser a su manera.

Niño librería
Un niño camina en una librería Ione Arzoz

El 19 de octubre la librería La Vorágine hizo un anuncio al mundo, lanzó un mensaje en una botella. Una petición de auxilio o una llamada a la acción, según se quiera entender, consistente en la apertura de una campaña de micromecenazgo colectivo con la que esta iniciativa establecida en Santander pretende sufragar los costes de una mudanza.

Tras cinco años y medio de actividad que va más allá de la venta de libros, La Vorágine, constituida como asociación cultural sin ánimo de lucro, acude a la comunidad que mira detrás del escaparate para que le ayude a reformar lo que será, si todo va bien, la nueva sede del proyecto, necesitado de un mayor espacio para desarrollar sus actividades.

“Hemos levantado la mano pidiendo ayuda en otras ocasiones para asuntos muy puntuales: hacer obras o mejorar condiciones. Pero esta es la primera vez que optamos por el crowdfunding”, explica a El Salto Paco Gómez Nadal, uno de los fundadores de La Vorágine.

La campaña lanzada espera lograr un montante de 19.000 euros en dos fases: el mínimo, en torno a 12.000 euros, para la reforma del nuevo local. La segunda, hasta llegar a los 19.000, sería para mejorar el equipamiento técnico.

“Si la campaña va bien, nos cambiaremos en diciembre y deberemos enfrentar un montón de cambios operativos para seguir manteniendo nuestra esencia política que, básicamente, se sustenta en la memoria, la decolonialidad, los feminismos y el desaprendizaje”, añade Gómez Nadal.

Libros, comunidad y política son tres de los términos que rápidamente aparecen en la conversación. Con sus matices y particularidades, La Vorágine se mueve en un ecosistema de librerías que lo son pero a la vez quieren ser más: puntos de encuentro para la discusión de asuntos marginados en la corriente principal y espacios de acompañamiento a procesos colectivos que buscan ampliar los márgenes de intervención política. “Somos, en buena medida, un espacio de cultura crítica que celebra unos 130 eventos al año —enumera Gómez Nadal—, un motor de iniciativas colectivas y somos agitadoras políticas. Somos también una librería asociativa, por supuesto, pero a veces decimos medio en broma, medio en serio, que la librería es la tapadera para hacer muchas otras cosas”.

Librería asociativa es un sintagma que se emplea para definir estos proyectos en los que conviven la limitación de recursos, el activismo político, los albaranes llenos de ejemplares a depósito que nunca se cobrarán, la participación por parte de las personas asociadas mediante cuotas mensuales y la posibilidad de encontrar en sus baldas títulos difícilmente localizables en otras librerías. Las fricciones entre teoría y praxis o las dudas sobre si los suyos deberían ser objetivos básicos a cumplir principalmente por las bibliotecas públicas son, también, rasgos que acompañan el caminar de estas iniciativas, que tienen en nombres como Traficantes de Sueños en Madrid —ganadora en 2015 del premio Librería Cultural, concedido por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL) por su “reivindicación del librero como agitador cultural”— o Katakrak en Pamplona algunos ejemplos consolidados.

En Barcelona opera La Ciutat Invisible desde 2005. Es una librería que se desmarca ligeramente del adjetivo “asociativa” y que pone el foco en su carácter cooperativo. “Siempre decimos que somos una librería crítica y cooperativa —puntualiza a El Salto Irene, una de las participantes en este proyecto que en el área de librería cuenta con tres socias y un trabajador—. Ahora empezaremos una campaña para articular toda nuestra comunidad ‘invisible’ y crear algún mecanismo de participación y asociación al proyecto de la librería”.

Entre sus pretensiones como librería, Irene explica que La Ciutat Invisible quiere ser un “espacio de proximidad donde poder proponer perspectivas diversas que aporten alternativas emancipadoras y de construcción comunitaria” y cita como diferencias con respecto a otras librerías de la Ciudad Condal el hecho de ser una cooperativa y, especialmente, que su “selección de títulos no es la que te encuentras habitualmente en las librerías: sobre todo tenemos ensayo especializado en memoria obrera, estudios urbanos y estudios de género”.

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En su día a día, La Ciutat Invisible se enfrenta a las dificultades de llevar a la práctica la economía solidaria en un contexto capitalista. La sostenibilidad económica es muy importante para un proyecto de sus características, que quiere jugar a otra cosa. “Nunca hablamos de beneficios, sino de excedentes, y tampoco hablamos de rentabilidad, sino de sostenibilidad. Lo económico es un factor de peso, tiene que serlo, pero bajo una lógica de economía solidaria —en la cual en el centro ponemos las vidas y sus necesidades— y no de economía capitalista, en la cual solamente el factor económico se pone en el centro y todo se supedita a ello”.

En su caso, han recurrido al crowdfunding para algunas acciones concretas como la publicación del segundo libro de su colección Memòria Cooperativa y para lanzar una campaña de sudaderas de producción local.

Indagando en el concepto de cooperativa que permea todo el proyecto de La Ciutat Invisible, Irene da algunas claves de su actividad —“creemos en una cultura cooperativa que pueda desbordar los relatos culturales de nuestra ciudad. La cultura, actualmente, ha pasado a ser central en los procesos de acumulación de capital y una fuente para incrementar la productividad del capitalismo cognitivo y desde hace unos años estamos reflexionando sobre el concepto y sus prácticas”— y aporta un resumen muy clarificador de su posicionamiento: “La cultura tiene que responder a las necesidades y deseos de las comunidades que protagonizan los procesos culturales y que estos sean democráticos, colectivos, equitativos y que generen derechos”.

En el futuro más inmediato, La Ciutat Invisible también se va a mudar, a un espacio compartido con otras ocho cooperativas, en un proyecto iniciado hace dos años y que cristalizará en 2019.

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“Lo más complicado es mantenerse”, apunta Luis desde la librería La Fuga, en Sevilla, otro espacio que “no es exactamente” una librería asociativa pero que comparte algunas de sus motivaciones. Más que librería alternativa, indica, “siempre hablo de librería, a secas, de retomar el oficio de librero y ser capaz de defender la línea que vendes”.

Abierta en noviembre de 2004, La Fuga ha sorteado problemas similares a los que afronta cualquier otra librería. “Pero la diferencia es la idea —matiza Luis—, lo que intentamos es visibilizar determinadas teorías, textos o editoriales que son más difíciles a nivel de ventas que otras, y que no tienen cabida en otras librerías. Pero es que una librería como La Fuga no es un negocio propiamente dicho sino una herramienta que se pretende política”.

Por su experiencia, considera que lo fundamental es “no olvidar que formas parte de comunidades, que te aportan el mantenimiento económico y el político”.

Por ello, él opina que la fuerza de una librería como La Fuga, que nunca ha hecho un micromecenazgo, es “la cantidad de gente que hay alrededor, sosteniendo el proyecto de muchas formas: haciendo un consumo responsable comprando aquí, proponiendo actividades, formando parte de iniciativas culturales y políticas. Es gente que hace propia la librería. Es nuestra fortaleza, lo que nos permite seguir cuando mucha gente podría pensar que estamos colgados porque aquí no vendemos a Pérez Reverte o a María Dueñas”.

Tras ocho años de andadura en Granada, Bakakai acaba de abrir un espacio anexo a la librería en el que tendrán cabida reuniones de colectivos y debates. Un nuevo trampolín para llevar a cabo una labor que “no es precisamente —responden a El Salto desde Bakakai— aportar algo a un panorama cultural, sino contraatacar esa cultura especulativa de la destrucción de la memoria y del territorio con fines lucrativos e instrumentalizadores del pensamiento”.

Entre sus objetivos citan convertirse en un “punto de encuentro de políticas antiautoritarias para poder llevar a cabo algo verdaderamente emancipador”. Y entre las dificultades que les acechan, “el desinterés por el pensamiento crítico, reflexivo e independiente en la era de la infantilización tecnológica y el desastre ecológico”.

Para superarlas, acuden a un consejo que conviene tener en cuenta en estos tiempos: “Que leamos despacio y no cualquier patraña sigue siendo prioritario, hoy quizá más que nunca”.

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