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Literatura
María Agúndez: “El trabajo de limpiadora es muy digno, pero nadie quiere hacerlo”

¿Quién limpia en la casa de la limpiadora? ¿Todos los trabajos son dignos? ¿Por qué hay trabajos que no haríamos? ¿Qué supone externalizar el cuidado de la casa para quitarse de en medio la posibilidad de discutir con la pareja? ¿Cuánto paternalismo rezuma en la relación con una limpiadora doméstica? ¿Están al mismo nivel el cuidado de los hijos que la limpieza de la casa? ¿Y qué ocurre cuando la carga mental no desaparece al delegar, sino que solo cambia de forma? Las preguntas no cesan. Crecen y se multiplican, como animalillos indefensos, y atraviesan sin compasión las páginas Casas limpias (Temas de Hoy), la segunda novela de María Agúndez (Zaragoza, 1990). Escrita con un sentido del humor implacable y una mirada lúcida, la novela nos pone de frente a un espejo que corta: el de las muchas contradicciones y paternalismos que afloran cuando se cuenta con el trabajo —infravalorado y habitualmente mal remunerado— de una limpiadora.
Con la llegada de su primera hija, Sol, la protagonista, se ve obligada a revisar el reparto de tareas con su pareja. La decision no es inocua sino que lleva aparejada otra revisión: la de sus valores como persona avanzada y feminista, pero también su rol como madre que quieres estar presente. Y, de nuevo, las preguntas: ¿Se puede ser feminista y “tener” una limpiadora? Para Agúndez, la cuestión trasciende lo ideológico: “Quizás no es tanto una cuestión de feminismo, sino simplemente de ser un buen ser humano con la capacidad de empatizar con el otro”.
Es precisamente ese intento de hacerlo bien, de ser justa, lo que conduce a Sol a caer una y otra vez en el paternalismo más rancio. En Casas limpias se retrata con agudeza ese esfuerzo por conciliar el ideal ético con la comodidad cotidiana, el deseo de igualdad con el peso de los privilegios. Y aunque no aporta respuestas, sí nos deja en el aire una certeza: que tal vez no basta con repartir mejor las tareas, ni con encumbrar la palabra corresponsabilidad, sino de querer pisar los suelos pegajosos y mancharse las manos de la caca del pañal de tu hijo.
En Casas limpias, el nacimiento de la hija de Sol marca un punto de inflexión en su relación con el trabajo doméstico y con quienes lo realizan. ¿Por qué te parecía interesante recorrer este camino?
Creo que, muchas veces, el nacimiento de un bebé pone de manifiesto ciertas diferencias dentro de la relación que son difíciles de asimilar por mucho que intentemos eliminarlas o huir de ellas. Y precisamente me apetecía explorar eso, ponérselo delante a un personaje, en este caso a Sol, y ver cómo lidiaba con ello. Quería explorar qué ocurre con ciertos temas sobre los que, de puertas para afuera, proyectamos una imagen, pero que en la intimidad pensamos o expresamos de forma muy distinta.
La pareja de la protagonista quiere que se delegue este trabajo para evitar el conflicto en el reparto de tareas. Esta forma de sortear los conflictos es muy habitual en nuestro contexto y parte de una idea muy extendida: “Si me lo hubieras pedido, lo habría hecho”. ¿Qué externalizamos cuándo externalizamos trabajo doméstico y cuidado?
En el caso de la pareja protagonista, externalizan el cuidado de la casa para quitarse de en medio la posibilidad de seguir discutiendo por algo tan agotador como es dar vueltas una y otra vez sobre lo que ha hecho y lo que ha dejado de hacer cada uno. Eligen pagar antes que discutir, aunque en realidad ella tiene algo más que quitarse de encima, y es la carga mental, la necesidad constante de estar diciéndole al otro qué es lo que tiene que hacer o cuáles son las tareas que le corresponden dentro de ese reparto, porque a él no se le ocurren.
¿Qué pasa cuando la delegación del trabajo doméstico no alivia la carga mental, sino que la desplaza?
Siempre sigue ahí. Es complicadísimo deshacerse de la carga mental. Quizás sea una cuestión de tipos de caracteres, pero en el caso de la protagonista, por mucho que externalice y delegue las tareas en otra persona, sigue siendo ella quien está pendiente de todo lo que haga falta.
¿Es compatible ser feminista y tener empleada doméstica?
Quizás no es tanto una cuestión de feminismo, sino simplemente de ser un buen ser humano con la capacidad de empatizar con el otro.
Quería explorar qué ocurre con ciertos temas sobre los que, de puertas para afuera, proyectamos una imagen, pero que en la intimidad pensamos o expresamos de forma muy distinta
El trabajo doméstico y los cuidados son delegados por mujeres en una situación de privilegio en otras mujeres con peores condiciones de vida, generalmente migrantes. ¿Ha contribuido el feminismo neoliberal a invisibilizar las desigualdades entre mujeres?
Creo que no sería capaz de hacer una sentencia al respecto (ni de este tema ni de otros muchos), pero vivimos en un mundo donde la rueda del trabajo es infinita, en una jungla donde parece que nos comamos unos a otros. En este caso, en la historia de Casas limpias son todo mujeres que trabajan para que otras mujeres puedan seguir trabajando. Son el trabajo —poco valorado— que ellas necesitan para poder seguir trabajando —en sus trabajos por supuesto más reconocidos socialmente—.
¿Qué revela la pregunta que se plantea en un momento dado la protagonista —“¿quién limpia la casa de la limpiadora?”— sobre los fallos del sistema?
Más que los fallos del sistema como tal, que está claro que están ahí, simplemente me apetecía explorar la idea de una limpiadora que a su vez tiene otra limpiadora, como cuando surge la pregunta de quién cuida al cuidador, who is mothering the mothers. Choca con la idea buenista/paternalista sobre todo de la gente “progre” que al mismo tiempo se compadece e idealiza a “sus” limpiadoras migrantes y le cuesta lidiar con el hecho de que estas mismas recurran a servicios de limpieza, algo que para muchos progres es una contradicción insalvable.
La novela explora la idea de que, según tu clase social, te pertenecen un tipo de trabajos y de ahí es mejor que no te salgas
En un momento dado se habla de una realidad de la que no se habla: el trabajo de limpiadora es muy digno, pero nadie quiere hacerlo. De hecho, en una reunión con otras madres, Sol hace una broma en este sentido: cuando le preguntan que a qué se dedica, ella dice que es limpiadora. Ante la mirada del grupo, dice que trabaja en el sector del cine. Es una verdad a medias, y se percibe perfectamente su incómodo lugar. ¿Qué nos pasa con este tipo de trabajos?
La novela explora la idea de que, según tu clase social, te pertenecen un tipo de trabajos y de ahí es mejor que no te salgas. Y, desde el privilegio, el entorno de la protagonista habla precisamente de eso, de: “eh, ojo, que cualquier trabajo es superrespetable, todos los trabajos son dignos”. Sin embargo, todos ellos lo dicen desde un lugar muy concreto que tiene que ver con aquello que está moralmente aceptado, lo que se supone que “hay” que pensar. Si se vieran en la tesitura de tener que hacer un trabajo que “no les pertenece”, probablemente ninguno de ellos estaría dispuesto.
¿Hay un modo “ético” de delegar el trabajo doméstico? No sé si es posible revalorizar el trabajo doméstico sin separarlo del peso del género: las mujeres son quienes realizan este tipo de trabajos.
Es el tema que atraviesa la novela de principio a fin: la necesidad como persona “progre”, con el ojo puesto en lo social, en lo moralmente correcto, de intentar ser lo más responsable posible con ellas, las limpiadoras. Algo que lleva a los personajes a caer una y otra vez en el paternalismo. Es decir, existen dos tipos de vertientes dentro de estos personajes: los más conservadores (la abuela, las mamis) que no se plantean que haya un modo “ético” ni que estén haciendo nada “malo” contratando a estas personas sea en las condiciones que sea. Y la otra vertiente, la de Sol y la de su entorno más progre, donde hay un cuestionamiento sobre lo que está bien y lo que está mal, y lo intentan, pero fracasan estrepitosamente porque se quedan en el plano de la condescendencia y el paternalismo. Que bueno, a su vez, también denota cierta empatía por su parte.
Los cuidados se ponen al mismo nivel que el trabajo de limpieza. ¿De qué hablamos desde los feminismos cuando hablamos de cuidados?
Sí, hay un momento de la novela en el que la protagonista le pregunta a una de las personas que limpia su casa si le parece bien cobrar diez euros la hora —que es lo mismo que le paga por limpiar— por cuidar de su bebé. La protagonista se cuestiona todo el rato algo que le deja caer una amiga que asegura que ser madre no es feminista; para este personaje ser madre es ser “una esclava de los cuidados”. Pero de repente ella, Sol, se da cuenta de que le gusta cuidar de su bebé, y ahí también cortocircuita un poco.
¿Es actualmente la maternidad una experiencia inevitablemente ambivalente para muchas mujeres?
Puede ser. Pero puede ser también que esto suceda por lo que comentaba antes, por la lacra que arrastramos de los cuidados; parece que nos hemos ido al otro extremo y que cuidar es una pesadilla si eres mujer, porque estás perpetuando un sistema horrible. Pero, joder, por otra parte, me da pena. Muchas veces, ahora, cuando te estás planteando ser madre te hacen creer que solo quieres serlo porque la sociedad te dice que tienes que serlo. Pero, ¿qué pasa con esas mujeres que sí tienen ese deseo? Está feo quitárselo.
Dependencia
Dependencia Los cuidados necesitarán entre 300.000 y 600.000 trabajadores más en cinco años
No sé si hemos sustituido el ideal de “madre perfecta” por uno nuevo igual de exigente, pero más “moderno” que, en esencia, es igual.
Me temo que sí, la maternidad intensiva es, bajo mi punto de vista como madre, una trampa, pero cada uno elige su propia aventura. La crianza respetuosa puede ser un arma de doble filo, pero la verdad es que nunca sabes en qué circunstancias se encuentra cada persona.
¿La solución a todo esto es una distribución más justa y equitativa del cuidado o no basta con esa ansiada corresponsabilidad?
El deseo por una distribución más justa es lo suyo, pero buf, es difícil. Hay que seguir insistiendo, cada uno dentro de sus posibilidades. Yo soy superpeleona. Pero no todo el mundo se lo puede permitir o no tiene ganas de seguir insistiendo. De hecho, el equilibrio total quizás no existe, a veces hace uno más y a veces es el otro quien hace más. Otra cosa es que siempre acabe haciendo más la misma persona una y otra vez. Para el equilibrio, alguien tiene que sacrificarse y ¡ay! ese momento…
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A mí también me surgen otras preguntas: ¿cómo de limpia "debe" estar una casa?, o, ¿a partir de cuánta suciedad es ésta mala para la salud?, o, ¿de dónde surge nuestra percepción subjetiva de la suciedad?