Literatura
Narrar el desarraigo

Muchos autores han contado la migración a través de sus libros. La suya, o la de otros. Es el caso de Álex Chico y Margaryta Yakovenko.
Migración en Galicia
En Galiza emígrase desde hai máis de douscentos anos até o presente. Sara Guerrero Alfaro

En la literatura, al igual que en la migración, sucede la mayoría de las veces que lo único que tiene seguro quien la emprende es el punto de partida. Y otras tantas, ni siquiera. Quizá sea por eso que es una buena herramienta para narrar el éxodo, ya que es un medio que ofrece unas características similares al acto. Por ello, son muchos los autores y autoras que han contado la migración a través de sus libros. La suya, o la de otros.

Este último es el caso del libro de Álex Chico Cuerpos partidos (Candaya, 2019). En él, el autor narra la vida en el exilio de su abuelo, a quien no llegó a conocer. “En la década de los años 60 y con el fin de buscar una mejora de su vida, mi abuelo se fue a Francia. Se cruzó en su camino la inmigración, algo con lo que yo me sentí bastante identificado. Entonces traté de buscar de qué manera dos personas, una que ya no está y otra que la escribe, podrían dialogar”.

Añade además que, como le ha solido ocurrir con otros libros, la realidad se le disparó y se dio cuenta de que la emigración que estaba contando, la de su abuelo, en realidad reflejaba todas las migraciones. “Siempre hay un hilo común más allá de países y épocas. Por ello, es interesante que se lea de esta forma, porque no son casos aislados”, apunta.

Unas palabras que se cristalizan al leer el libro de Margaryta Yakovenko Desencajada (Caballo de Troya, 2020). Pareciera como si los dos libros dialogaran entre ellos, aunque tratan el éxodo desde puntos muy diferentes. En el caso de esta escritora, que vivió la migración en su propia piel, su idea “era contar la historia de las personas que llegaron a España a finales de los años 90 o principios de los 2000”.

“Sentía la necesidad de poder dar esa perspectiva en el país, que no fueran relatos ajenos a nosotros, sino que hablasen de las cosas que hemos vivido tanto los españoles como los migrantes”, afirma Margaryta Yakovenko, autora de ‘Desencajada’

Una historia que todavía no se había contado de primera mano, ya que los autores que habían escrito sobre estos movimientos en España eran de segunda generación. Algo que, según Yakovenko, se debía a que aquí la migración llegó más tarde. “Sentía la necesidad de poder dar esa perspectiva en el país, que no fueran relatos ajenos a nosotros, sino que hablasen de las cosas que hemos vivido tanto los españoles como los migrantes. Solo que los migrantes lo viven todo por dos”, matiza. Para ello, ficcionó la historia de una familia que llega desde Ucrania y todos los problemas a los que tuvo que hacer frente.

Cuando ni el punto de partida ni el de llegada son el destino

En ese diálogo que se da entre los dos libros, uno de los puntos que más llama la atención es la falta de arraigo tanto en el lugar de partida como en el de llegada. En las personas migrantes se da entonces una doble condición que Álex Chico apunta como algo muy habitual. “Habían abandonado el lugar de partida, pero tampoco muchos habitaron el lugar al que llegaron. No se sintieron muy acogidos. Esa constancia en el desarraigo, en el no pertenecer a ningún sitio, es uno de los asuntos fundamentales del texto”.

Margaryta Yakovenko pareciera que suscribiera sus palabras. “Creo que es una sensación que tienen muchas personas que parten de su país. Quizá sienten que son de ese país, pero al pasar tanto tiempo en otro nunca llegan a sentirse de ninguno de los dos”, sostiene. Y matiza con una idea optimista: “Lo bueno es que te puedes sentir de todos sitios”.

Una sensación de vacío que hace que muchas veces se pierda la identidad y, por lo tanto, la forma de ser. “Cuando ese desarraigo afecta a tu propia identidad, a tu manera de ser, es un tema muy difícil de afrontar. Nos afecta demasiado”, apunta Álex Chico.

En su libro da un dato muy interesante: según el autor ruso Dovlátov, cuando comenzamos a hablar en un idioma ajeno perdemos un 80% de nuestra personalidad. Esto se debe a que al adoptamos un idioma, al principio lo hacemos de manera funcional, por lo que perdemos la frescura. “La capacidad para bromear, para ironizar… todo eso acaba determinando nuestra manera de ser”, apunta el escritor. “Yo me he encontrado a familiares que eran animosos y abiertos que, al no poder comunicarse, pierden ese carácter”.

En el caso de Margaryta Yakovenko, no le pasó a ella, porque era muy pequeña cuando llegó a España, pero sí lo vivió a través de sus padres. “Vi las dificultades que tenían para expresar ideas muy básicas. Y la frustración. Estoy hablando de algo muy básico: comunicarte con las personas. Eso segura de que reconfigura tu forma de ser”, matiza.

La realidad no se sostiene

No se expone nada nuevo cuando se apunta que las promesas de un mundo mejor no se cumplieron en muchos casos. Algunos de los migrantes incluso recurrieron a la ficción en sus vidas para poder sobrellevarlo mejor. “A uno le cuesta mucho admitir que las cosas no son como habíamos pensado. Por ello, muchos inmigrantes, para explicar por qué se habían ido o incluso por qué continuaban allí, amplificaban la realidad que tenían. Y solían esconder otros detalles más dolorosos. Parecía que en lugar de ir a Francia o a Suiza, uno volvía del Dorado. Esa necesidad de ficcionalizar la propia carencia, de llenar los huecos que no nos satisfacen”, sostiene Chico.

Una situación que suele suceder cuando las personas migrantes se enfrentan a las autopromesas incumplidas. Apunta Yakovenko que “nadie va anunciando en qué países se vive bien y en cuáles no. Por eso la decepción también puede ser más grande: porque te decepcionas contigo mismo”. Para ella, el problema viene sobre todo cuando uno se siente rechazado en el sitio al que llega. “O que no encuentras trabajo, o que no puedes pedir los papeles, que tienes que vivir unas condiciones horribles. Aun así, hay gente que sabe a lo que se enfrenta”.

Y añade: “Te das cuenta de que estás en un sitio en el que nadie quiere que estés. Eso es lo más difícil. Acabas de llegar a un país que tiene a sus ciudadanos categorizados: categoría uno, los españoles; la dos, los europeos o turistas con dinero; y la tercera, personas migrantes que vienen de terceros países que tienen que hacer milagros para conseguir un permiso de residencia. Creo que esa es la parte más dura”.

Algo que la autora achaca a la forma que tienen los Estados de protegerse. “El miedo a lo ajeno sigue vigente en nuestra sociedad. Esa defensa es histórica y la llevamos en los genes. Hay personas que lo tienen demasiado exacerbado y personas que razonan y que no lo ven como una amenaza. Al revés, piensan que vienen a mejorar la sociedad. Pero aun así, no lo vamos a tratar como un español y vamos a decidir si lo es a veinte años vista”.

“Si el racismo y la xenofobia me parecen terribles, en un país como España me parece además perverso. Venimos de ahí”, dice el escritor Álex Chico

Una xenofobia que cuesta mucho entender. Más en un país como España, donde, como muestra en su libro Álex Chico, vivió una gran migración hace nada. “Si el racismo y la xenofobia me parecen terribles, en un país como España me parece además perverso. Venimos de ahí. Si no vemos un mismo movimiento migratorio del que llevaron nuestros padres y abuelos, no habremos aprendido nada. Y eso me preocupa como lectura política del presente”, sostiene. Y finaliza: “O entendemos que todo forma parte de un proceso migratorio, o no habremos comprendido nada”.

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#81569
1/2/2021 13:26

Las empresas han remplazado a los paises en la emigracion,la multinacional contrata y te desplaza dentro de su universo,de forma tal que no distingas cambios en tu entorno laboral,mismo MACDO en Rumania que en Londres,tu haces siempre lo mismo estes donde estes y nunca comprenderas la idiosincracia del sitio donde duermes,cambiaras amigos por conocidos laborales y contribuiras a reducir las conquistas sociales del mundo mundial,seas marroqui en Nijar o piloto polaco en Ryanair o investigador vasco en el Instituto Pasteur.
Ya no mandamos ni en nuestra hambre....

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