Madrid
El cierre nocturno de Barajas deja sin refugio a las personas sintecho

Tras la implementación de la nueva normativa de AENA, que restringe el acceso nocturno a las terminales del aeropuerto de Barajas, numerosas personas sin hogar se han visto obligadas a dormir en la calle: “Me prohibieron entrar al único hogar que conozco”.
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Personal de seguridad del aeropuerto de Barajas dirige a una persona sinhogar hacia la salida del edificio. Desde el pasado 21 de mayo AENA ha impuesto horarios en los que solo dejará entrar a personas con billete de avión o tarjeta de embarque. Diego Fernández González

“Me prohibieron entrar al único hogar que conozco. Tuve que pasar la noche en un parque, sola y amanecí llena de picaduras de insectos”. Así describe María, de 60 años, la noche que pasó a la intemperie cuando el aeropuerto de Barajas le cerró las puertas a las 7 de la tarde. Volvía de un comedor social en Alonso Martínez y, como muchas otras veces desde febrero, pretendía volver a la terminal para dormir. Eran las siete de la tarde cuando el vigilante le exigió una tarjeta de embarque para poder acceder. No la tenía. Esa noche durmió sola, a la intemperie, en un parque cercano a la T2.

Fue el primer día del nuevo protocolo de acceso impuesto por AENA: desde hace una semana, entre las 21:00 y las 5:00, no se permite el acceso a las terminales sin tarjeta de embarque. “Nos pilló por sorpresa. Estábamos asustados, desesperados, agobiados”, recuerda María. La situación en Barajas no le resulta desconocida. En 2019, cuando viajaba con frecuencia para visitar a su familia en Chile, ya observaba a personas durmiendo en los pasillos en el aeropuerto: “Veía a muchas personas durmiendo aquí con sus cosas, pero nunca imaginé que, años después, yo sería una de ellas”.

“El aeropuerto es lo único que conocemos”, dice. “Es nuestro hogar”. Por eso, cuando le cerraron el acceso, no sintió que le aplicaban una norma más: sintió que le negaban la entrada a su casa. Para quienes viven en Barajas, el cierre nocturno no es solo un cambio operativo: lo ven como un intento encubierto de desalojo. “Se aprovechan de la confusión, de la desorientación de la gente”, denuncia. “Es un juego psicológico: te hacen creer que puedes entrar, pero luego no. Así te desestabilizan, te asustan, y al final te vas. Se aprovechan de nuestra vulnerabilidad”.

Personas sin hogar
Personas sin hogar “No todos somos conflictivos”: la otra cara de los sintecho en Barajas
Las personas que “viven” en el aeropuerto de Barajas, como en tantos otros, son el reflejo de un problema de fondo: el aumento constante del sinhogarismo ante el encarecimiento del acceso a la vivienda.


Antes de llegar al aeropuerto, María vivió en un hostal en Ávila por el que pagaba 600 euros al mes. “El ambiente era muy conflictivo. Muchos entraban bebidos. No podía más”, recuerda. Su situación económica era tan precaria que sobrevivía con lo justo: “Vivía al día con un litro de yogur porque no me alcanzaba para otra cosa”. Este tipo de experiencias plantea una pregunta habitual: ¿por qué algunas personas sin hogar prefieren dormir en una terminal antes que aceptar una plaza en un albergue? Las respuestas suelen coincidir: inestabilidad, traslados constantes y condiciones precarias en muchos centros de acogida.

“Veía a muchas personas durmiendo aquí con sus cosas, pero nunca imaginé que, años después, yo sería una de ellas”, asegura María, de 60 años

Caridad, española de origen cubano, tiene 67 años y lleva más de un año durmiendo en Barajas: “Yo trabajaba, pero desde que me diagnosticaron cáncer, y considerando además mi edad, ya nadie me da trabajo”. Ha pasado por varios centros municipales, encadenando estancias temporales. “Se me acababa el tiempo en uno y me mandaban a otro. No hay continuidad”. Llegó un momento en el que no tuvo más opción que irse al aeropuerto. “Se me terminó el albergue y también la casa compartida que me habían dado”, lamenta.

La masificación y los problemas de higiene que hay en algunos albergues hacen que muchas personas los acaben abandonando para buscar otro lugar como el aeropuerto, un lugar donde muchos reconocen estar más seguros y tranquilos. A pesar de que, cómo mencionaba Caridad, tienen que vivir en una situación de tensión diaria: “No puedes relajarte. Estás bajo presión constante, como si todo el rato estuvieras de paso”.

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Aunque en menos cantidad, algunas personas todavía han podido pernoctar en el aeropuerto de Madrid. Diego Fernández González


Desde el Área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid aseguran que, aunque un alto porcentaje de personas sin hogar rechaza los recursos municipales disponibles, “la intervención social continúa incluso cuando se niegan a ingresar en los centros”. Añaden que muchas de las personas que pernoctan en el aeropuerto no tienen vinculación con la capital, ya que proceden de otras regiones de España. En esos casos, afirman, la atención debería corresponder a los municipios o comunidades autónomas de origen, o al propio Estado, que también cuenta con una estrategia para personas sin hogar. Actualmente, de acuerdo a datos del propio Ayuntamiento madrileño, éste ya ha atendido a 105 personas en situación de calle que sí están empadronadas o vinculadas a la ciudad.

Caridad ha pasado por varios centros municipales, encadenando estancias temporales. “Se me acababa el tiempo en uno y me mandaban a otro. No hay continuidad”

A pesar de los prejuicios que circulan sobre quienes duermen en las terminales, son muchos los que rechazan los estigmas. María recalca que se cuidan entre ellos. En febrero tuvo una infección respiratoria “Toda la gente me ayudaba, me acompañaron al hospital Ramón y Cajal, me recordaban los medicamentos, me cuidaban las cosas cuando yo no estaba, y terminamos creando un vínculo familiar entre nosotros”. 

El reciente censo anunciado por AENA y la Comunidad de Madrid, que será elaborado por una ONG, ha despertado expectativas entre algunos de los afectados, que piden que se aborde su situación caso por caso. “Que nos escuchen esta vez. Que no nos metan a todos en el mismo saco”, insiste María. Porque, mientras las instituciones discuten cifras, normas y competencias, ellos siguen allí, a las puertas del aeropuerto. Esperando que alguien les abra una puerta.

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