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Madrid
Madrid y las discriminaciones del coronavirus: el trabajo
Junto con la casa, el trabajo es otro de los frentes de lucha donde las familias de menor renta tienen todas las de perder. En esta tercer entrega de la serie “Madrid y las discriminaciones del coronavirus”, abordamos las desigualdades laborales entre los distritos de Madrid.
El trabajo es uno de los elementos centrales que se han visto afectados por la pandemia de coronavirus. En una situación como la actual hay tres alternativas claras: se teletrabaja, se sigue yendo a trabajar o se deja de trabajar (ya sea bajo ERTE, bajo alguna modalidad de despido o sin ningún tipo de cobertura pública), en función de las condiciones establecidas. En cualquiera de los tres casos, hay una serie de problemas aparejados para los trabajadores, pero parece evidente que, en una pandemia, teletrabajar es mejor que trabajar al uso, y que trabajar al uso es mejor que estar en paro.
En los barrios con menor renta de la ciudad de Madrid, las dos últimas alternativas han tenido un impacto superior en comparación con distritos de rentas más altas y, cuando la opción del teletrabajo ha sido viable, puede afirmarse que, debido a las características diferenciales de la vivienda, en la mayoría de los casos éste se ha desempeñado en peores condiciones en los distritos del sur de la ciudad.
Madrid
Madrid y las discriminaciones del coronavirus: la casa
Ya sea en el confinamiento total o en las cuarentenas obligadas, la vivienda se ha convertido en el principal escenario de lucha contra el covid-19. En los barrios y distritos del Sur y Sureste de Madrid, las peores condiciones de habitabilidad han favorecido la expansión del virus.
Hay trabajos que, por su propia naturaleza, es imposible realizar a distancia. Aquí se incluyen todos los trabajadores manuales, los de cara al público, con especial importancia del sector del ocio y el turismo, los de cuidados…, trabajos que, además, coinciden, especialmente en los dos últimos sectores, con una alta tasa de temporalidad, bajos salarios, feminización, precarización…, y que, además, se concentran entre la población activa de los barrios de menores recursos socioeconómicos.
Irónicamente, estos trabajadores, percibidos social e institucionalmente como ‘trabajadores no cualificados’ pasaron a ser percibidos, durante el confinamiento, como ‘trabajadores esenciales’
Así, por una parte, muchos de los trabajos manuales peor remunerados y más precarizados son socialmente esenciales e imposibles de suspender: celadores, auxiliares sanitarios, personal de limpieza, cuidadores de personas en situación de dependencia, reponedores de alimentos y personal de caja, transportistas, personal de recogida de residuos, repartidores… Utilizo, por convención, el masculino genérico, pero cabe establecer ya de entrada que muchos de estos empleos están altamente feminizados. Irónicamente, estos trabajadores, percibidos social e institucionalmente como ‘trabajadores no cualificados’ pasaron a ser percibidos, durante el confinamiento, como ‘trabajadores esenciales’.
De cualquier modo, estas personas debieron seguir trabajando incluso en el período de ‘hibernación de la economía’. Cabe mencionar igualmente a los trabajadores de la construcción, quienes, a excepción de ese período, también acudieron al trabajo durante todo el confinamiento. Ello no sólo añade mayores dificultades a la conciliación familiar, sino que, directamente, impide el ‘quedarse en casa’ y aumenta la exposición al virus.
EL TRABAJO Y EL COLEGIO EN CASA
En la práctica, el confinamiento en la vivienda particular ha supuesto, hasta cierto punto, una re-privatización de las condiciones de trabajo y educación, cuya publicidad y regulación legal han sido dos de los grandes logros de las socialdemocracias liberales.
En lo tocante al teletrabajo en el que para muchos se ha convertido el trabajo, las condiciones materiales de desempeño de este pasan a depender en gran parte de lo privado. En primer lugar, de la distribución y el espacio de la casa, que a su vez depende (en la inmensa mayoría de los casos) de la renta.
En segundo lugar, el propio material de trabajo pasa a depender ampliamente de lo que el trabajador posea o se pueda procurar. Así, según una encuesta, sólo un 34% de los trabajadores desde casa habrían dispuesto de ordenador y teléfono móvil de empresa para trabajar, un dato que, desagregado, permite ya observar la brecha de género: frente a un 40% de hombres, sólo el 28% de las mujeres ha tenido acceso a este material[1].
En el caso, por ejemplo, de los docentes, otra encuesta señala que el 86,9% ha utilizado medios propios para trabajar y un 40,7% ha tenido que adquirir material informático nuevo para ello, ampliando, además, su tarifa de acceso a internet, con los consecuentes gastos personales que ello implica[2].
En la práctica, el confinamiento en la vivienda particular ha supuesto, hasta cierto punto, una re-privatización de las condiciones de trabajo y educación, cuya publicidad y regulación legal han sido dos de los grandes logros de las socialdemocracias liberales
En tercer lugar, la propia jornada laboral queda afectada, tal y como demuestran diversas encuestas y análisis de datos: unas dos horas más de trabajo al día (Doffman, 2020) según datos de NordVPN[3], un 59% de encuestados que afirma haber trabajado más[4], un 27% que, al menos cada dos días, ha trabajado durante su tiempo libre “para responder a las exigencias del trabajo”[5], en coherencia con un 30% de encuestados que afirma que “su empresa le ha exigido más durante el confinamiento”[6]. En el caso de la encuesta a los docentes, se observa que el 69,9% de los encuestados afirma haber trabajado “todos los días de la semana, incluidos los festivos”[7]. Ello atenta contra derechos fundamentales de los trabajadores, más aún cuando se tienen en cuenta cuestiones como el derecho a la intimidad o la desconexión digital o la prevención de riesgos laborales (ergonómicos, psicosociales, etc.)[8], que ante el nuevo terreno de trabajo privado debe adoptar nuevas formas poco ensayadas.
Todo ello exige elaborar, además, una perspectiva de género. Por una parte, es evidente que las mujeres que sufrían violencia machista en el hogar ven agravada su situación durante un confinamiento en el hogar. Un indicador de esto (aunque relativamente débil) puede ser el aumento de las peticiones de ayuda por violencia de género a través de los canales establecidos por el Estado, que aumentaron exponencialmente durante las primeras semanas de confinamiento.
Pero es importante señalar que, en lo tocante al ámbito laboral, esta violencia también es una realidad fundamental que, ante la privatización de las condiciones de trabajo, ha podido quedar invisibilizada y ligada, precisamente, a lo exclusivamente privado.
En ese sentido cabe señalar el Convenio 190 de la OIT, sobre la eliminación de la violencia y el acoso en el mundo del trabajo, que España se encuentra en proceso de ratificación, y que se refiere, en su art. 3, a la violencia o acoso que ocurren “durante el trabajo, en relación con el trabajo o como resultado del mismo”, “a) (…) inclusive en los espacios públicos y privados cuando son un lugar de trabajo” y “d) en el marco de las comunicaciones que estén relacionadas con el trabajo, incluidas las realizadas por medio de tecnologías de la información y de la comunicación”[9]. La violencia o acoso laboral es una realidad que no desaparece por trabajar desde casa y que afecta, tal y como reconoce también el Convenio, a las mujeres de forma específica por razón de género.
Por último, es fundamental señalar el aumento de la carga de trabajo reproductivo o trabajo de cuidados no remunerado que han sufrido muchas mujeres. Es un hecho que las mujeres se ocupan de la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidados en todo el mundo, también en los países donde la igualdad de género más ha avanzado, y también cuando la mujer trabaja asimismo de manera remunerada fuera del hogar. Durante el confinamiento, es de esperar que el aumento de estas cargas haya recaído principalmente sobre ellas.
El incremento ha sido especialmente notable para las madres con menores a su cargo, evidentemente en familias monomarentales (que constituyen el 81,1% del total de hogares monoparentales, según el INE), pero también biparentales, a raíz del cierre de colegios e institutos y la imposibilidad, para las familias acomodadas, de contratar cuidadoras (esa otra cara del feminizado trabajo de cuidados fuera del hogar).
La dificultad de trabajar bien aumenta indudablemente cuando a la vez hay que estar cuidando de otro mientras que hasta un 20% de madres teletrabajadoras encuestadas declara no haber podido concentrarse en casa, tan sólo un 11% de padres afirmaba lo mismo
Así, mientras que hasta un 20% de madres teletrabajadoras encuestadas declara no haber podido concentrarse en casa, tan sólo un 11% de padres afirmaba lo mismo[10]. La dificultad de trabajar bien aumenta indudablemente cuando a la vez hay que estar cuidando de otro. Otra encuesta señala que, durante el confinamiento, las madres dedicaron, de media, 4,3 horas diarias a ayudar y entretener a los hijos, mientras que los padres dedicaron 3,1 horas[11]. En el cruce entre género y clase, cabe también apuntar que las familias con menores recursos económicos tienden más a hacerse cargo personalmente de sus mayores dependientes, y estos residen en el domicilio familiar, siendo también en este caso las mujeres las que mayor carga de cuidados asumen.
Por otra parte, en la otra cara de los padres debiendo dedicar tiempo a ayudar en las tareas de sus hijos, se encuentran los niños, cuyo rendimiento escolar va a depender, igualmente, de tener un espacio adecuado para estudiar en casa, así como de la ayuda que puedan recibir de sus padres. Efectivamente, se trata de una situación similar a la que se da respecto de las condiciones laborales: las condiciones dignas de enseñanza reducen su aseguramiento público y pasan a depender, en gran parte, de elementos privados: el espacio, en muchos casos, el propio material informático de estudio y acceso a la educación, la atención que los adultos puedan dedicar a los menores ante la dificultad de seguimiento por parte de los docentes…
Según FEUSO, un 31% de los docentes afirma la dificultad del seguimiento del alumnado, y de la valoración de su trabajo, especialmente en lo tocante a la atención a la diversidad (niños con problemas de aprendizaje, niños inmigrantes, especialmente cuando no manejan bien el idioma, niños que requieren de educación especial…)[12].
El teletrabajo entraña unos problemas específicos de conciliación familiar, especialmente para las mujeres, pero mayores problemas supone, en una situación de confinamiento, el trabajo al uso fuera de casa, que deja aún menor disponibilidad para cuidar y ayudar a los hijos
La posibilidad de atención por parte de los padres, a su vez, va a tener mucho que ver con sus condiciones de trabajo. El teletrabajo entraña unos problemas específicos de conciliación familiar, especialmente para las mujeres, pero mayores problemas supone, en una situación de confinamiento, el trabajo al uso fuera de casa, que deja aún menor disponibilidad para cuidar y ayudar a los hijos: éste es el caso de los trabajadores esenciales, que, tratándose generalmente de empleos de baja remuneración, son fundamentalmente personas de las clases sociales más bajas. El incremento de las desigualdades en lo tocante a la educación a distancia en función de la clase socioeconómica es, entonces, evidente: entorno espacial más desfavorable, peor acceso a ordenadores y a internet y padres menos disponibles.
CARACTERIZACIÓN DEL EMPLEO POR DISTRITOS
La encuesta de la D.G. de Innovación y Estrategia Social del Ayuntamiento de Madrid sobre el impacto laboral del covid-19 (2020) demuestra que la posibilidad de teletrabajar aumenta a medida que crece el salario.
Si tenemos en cuenta la renta media anual por persona dividida por 12 meses, se puede afirmar aproximadamente que un trabajador de salario medio residente en cualquiera de los cuatro distritos más afectados de Madrid (Usera, Puente de Vallecas, Villaverde y Carabanchel) se sitúa en la franja de 501 a 1.000 euros mensuales. Haciendo un cálculo más bien grueso, pero muy significativo, un 87% de los trabajadores de Usera, Carabanchel, Puente de Vallecas y Villaverde (junto a Vicálvaro y Villa de Vallecas, además del resto de distritos de la periferia sur, que solo estarían en una situación ligeramente mejor) no habrían podido realmente confinarse y están obligados a exponerse constantemente al virus. En cualquier caso, puede afirmarse que la mayoría de los trabajadores de estos distritos ha seguido acudiendo al lugar de trabajo desde que se declarara la pandemia.
Madrid
Madrid y las discriminaciones del coronavirus: la segregación mata
Los datos muestran que la distribución del tipo de empleo es muy desigual en función del distrito. Si bien en lo tocante a la rama de actividad las diferencias son poco significativas, sí se observan claras pautas diferenciales cuando se analiza el número de afiliados a la Seguridad Social por grupo de cotización. Así, por ejemplo, mientras que en Chamartín o Salamanca los trabajadores titulados universitarios alcanza el 48,6% y el 44,9%, respectivamente, los porcentajes son de 14,9% y 11% en el caso de Carabanchel y Usera. Las categorías profesionales más bajas (peones y oficiales) suponen el 9% del total de trabajadores residentes en Salamanca. En Carabanchel y Usera, estos suponen el 32,6% y el 38,5% del total[13].
Además, el paro registrado en los distritos del sur es superior al que se registra en el resto de distritos, superando la media madrileña en todos los casos. En febrero de 2020, previamente a la crisis, estas zonas eran ya las que registraban mayor tasa de paro. Los datos de agosto permiten comprobar que el paro ha aumentado en todos los distritos de la ciudad, pero, a excepción de Centro, los mayores incrementos se han dado, en orden descendente, en Villaverde, Usera, Carabanchel y Puente de Vallecas.
Por otro lado, es de esperar, en relación al resto de condiciones adversas que venimos analizando, que en estos distritos se concentre un mayor número de trabajadores informales. Estas personas, ante el confinamiento y la precaria situación consecuente, han debido seguir saliendo a trabajar (como puede ser el caso de algunas mujeres prostituidas y trabajadoras sexuales), o bien han carecido enteramente de ingresos (por ejemplo, en el caso de personas dedicadas al comercio irregular), como consecuencia de la imposibilidad de percibir subsidios por desempleo.
Es fundamental señalar que, en muchos casos, las personas que desempeñan trabajos informales son las socialmente más marginalizadas (mujeres pobres, minorías étnicas, personas en riesgo de exclusión en general) y las que no cumplen las condiciones para trabajar de forma regular (inmigrantes irregulares), en retroalimentación con las estructuras sociales de desigualdad.
ADVERSIDADES LABORALES
El impacto económico de la crisis generada por el covid-19 se ha notado especialmente en los hogares con rentas más bajas. Según el cálculo hecho arriba sobre el salario mensual medio de un trabajador de los distritos del sur, se puede concluir que alrededor del 24% de los hogares en estas zonas han visto disminuidos sus ingresos como consecuencia de la crisis. Si, considerando la cantidad de ese salario medio, entendemos que puede también haber en estos distritos altas proporciones de trabajadores tanto en la franja de 1.001 a 2.000 euros mensuales, como en la de ingresos inferiores a 500 euros mensuales, el porcentaje de hogares en los que se han visto reducidos los ingresos mensuales es todavía superior.
Por otra parte, si bien siempre es necesario adoptar una perspectiva de género para ajustar el enfoque a la realidad social, en el ámbito del impacto de la pandemia sobre el empleo, ello es meridianamente claro con sólo observar los sectores de actividad que han resultado más afectados.
De los nueve sectores más golpeados, en cinco de ellos están principalmente ocupadas mujeres. Los servicios domésticos, en concreto, siendo unos de los sectores sobre los que ha habido un impacto medio-alto, están altamente feminizados (87,59%), siendo además un empleo con baja remuneración, en el que trabaja una alta tasa de mujeres inmigrantes y con gran presencia de trabajo no declarado. Comercio y hostelería, probablemente los ámbitos de actividad más afectados, también ocupan mayoritariamente a mujeres.
Sin embargo, el impacto laboral de la pandemia no es solo peor para las mujeres por razón del sector de actividad. El trabajo informal también es una cuestión que les afecta globalmente más que a los hombres[14], especialmente, como ya se ha esbozado más arriba, cuando interseccionan en ellas otras desigualdades como la clase, la raza o la nacionalidad (valga el ejemplo de las empleadas del hogar). Además, también el incremento del peso del trabajo de cuidados influye en la vida laboral de las mujeres: según el FMI, a nivel mundial, tras el levantamiento de las medidas de confinamiento, entre los padres con al menos un hijo menor de seis años, es alrededor de tres veces más probable que los hombres hayan vuelto a trabajar fuera del hogar que lo hayan hecho las mujeres[15].
En definitiva, las adversidades laborales ligadas a la pandemia son mayores para las personas que quedan del lado desfavorecido de la estructura social, ya sean mujeres, migrantes extranjeros, clase obrera o se vean atravesadas por la intersección entre varias de estas condiciones. Al venir estas desigualdades sobre lo espacial, en los distritos relativamente más pobres de Madrid se observa una segregación laboral vertical que, unida a la segregación residencial, concentra en los mismos barrios a personas con trabajos de baja o media-baja remuneración necesariamente presenciales. Estas personas se arriesgan al contagio en sus trabajos y en el trayecto hasta él, en muchos casos, durante jornadas laborales completas de exposición al virus.
[1] Ipsos Digital, II Estudio de teletrabajo y dispositivos para la conexión, Barcelona, Celside Insurance, 2020.
[2] FEUSO, Encuesta de FEUSO sobre la incidencia del teletrabajo en los docentes, Madrid, FEUSO, 2020.
[3] Z. Doffman, “Working from home: VPN use reveals longer hours and may hide privacy threat”, Forbes, 24 de marzo, 2020.
[4] Cigna, Cigna COVID-19 Global Impact, Pozuelo de Alarcón, Cigna, 2020.
[5] Eurofound, Living, working and COVID-19. First findings- April 2020, Dublin, Eurofound, 2020, p. 6.
[7] FEUSO, op. cit.
[8] G. Poyatos, “Teletrabajo y violencia de género: el “nuevo” riesgo laboral que trajo el COVID-19”, Huffington Post, 30 de mayo, 2020.
[9] OIT, Convenio sobre la eliminación de la violencia y el acoso en el mundo del trabajo, Ginebra, 10 de junio, núm. 190, 2019.
[10] Ipsos Digital, op. cit.
[11] Funcas, IV Encuesta semanal sobre la opinión de los españoles sobre el Covid-19, Madrid, Funcas, 2020.
[12] FEUSO, op. cit.
[13] Subdirección General de Estadística del Ayuntamiento de Madrid, Anuario Estadístico Municipal 2019, Madrid, Ayuntamiento de Madrid, 2019.
[14] K. Georgieva, S. Fabrizio, C.H. Lim y M.M. Tavares, “The COVID-19 gender gap”, Blog del FMI, 21 de julio, 2020.
[15] Ibid.