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Madrid
Madrid y las discriminaciones del coronavirus: la segregación mata
El coronavirus y su gestión política han desatado una crisis sanitaria, económica y social que impacta con una intensidad específica sobre las personas socioeconómicamente más precarias en todo el mundo. En el caso de la pandemia en Madrid, esa precariedad puede entenderse principalmente sobre los ejes de clase, género y pertenencia o no a la ciudadanía española, así como sobre las intersecciones específicas entre cada uno de ellos.
Las iniciales consignas de unidad, según las cuales ‘el virus no discrimina’ y ‘nos afecta a todos por igual’ pierden credibilidad frente a las otras, que también estaban ya ahí, de que ‘el confinamiento es un privilegio de clase’, o la más reciente de que ‘no es confinamiento, es segregación’, que cantan los vecinos de los barrios madrileños recién re-confinados sobre sí mismos. Si bien no puedo sostener que las medidas actuales tomadas por el Gobierno autonómico de la Comunidad de Madrid persigan fines segregativos, es indudable que se basan en una situación de segregación que ha jugado un papel esencial en la distribución diferencial del virus, y que en ningún momento ha tratado de paliarse con medidas específicas desde los poderes públicos.
La propia pandemia, pero, especialmente, la gestión política de la misma (basada principalmente en el confinamiento individual y el distanciamiento social) agrava esas desigualdades, de tal manera que, hasta cierto punto, la propia segregación se convierte en causa de ésta
Por una parte, la pandemia ha calado más en los lugares segregados donde las condiciones de vida de la parte desfavorecida de la estructura social han proporcionado la base para su ‘mejor recibimiento’ (peores condiciones previas de salud, mayor exposición al virus en la calle, en el transporte y en el trabajo, menos posibilidades de aislamiento en el hogar…). Por otra parte, correlativamente, la propia pandemia, pero, especialmente, la gestión política de la misma (basada principalmente en el confinamiento individual y el distanciamiento social) agrava esas desigualdades, de tal manera que, hasta cierto punto, la propia segregación se convierte en causa de éstas.
La segregación múltiple (residencial, laboral, en los medios de transporte…) determina una menor efectividad, estructuralmente ‘inducida’, de medidas político-sanitarias como el confinamiento en el hogar o el distanciamiento social, por cuanto son más, digamos, difíciles de cumplir por parte de estas personas. Ellas cuentan con menos posibilidades de teletrabajar, menos posibilidades de acceder al lugar de trabajo en transporte privado, menos posibilidades de confinarse individualmente en el hogar minimizando el riesgo para los convivientes.
Su vulnerabilidad se ve así exacerbada por la manera de gestionar la crisis tanto en la salud como en los ingresos o en el trabajo. Me refiero a estos términos en un sentido amplio. Así, mientras que con ‘salud’ podemos, por ejemplo, referirnos a situaciones de estrés inducidas por el confinamiento en una infravivienda o por el empeoramiento económico debido a un cambio en la situación laboral (estrés que, a su vez, debilita el sistema inmunitario), con ‘trabajo’ podemos referirnos a la imposibilidad de trabajar (ya sea durante un confinamiento o en la ‘nueva normalidad’) para un inmigrante irregular racializado que trabajaba como ‘mantero’, o al aumento de la carga del trabajo emocional y de cuidados para una mujer que se encuentra encerrada en casa con sus familiares. Se trata de un incremento o empeoramiento de las opresiones que esas personas ya vivían. Es decir, la desigualdad supone mayor impacto de la pandemia y mayor lesividad de las restricciones políticas en determinadas zonas y, a su vez, ese impacto y esa lesividad suponen un aumento de la desigualdad en las mismas zonas, conformándose una suerte de círculo vicioso.
El sujeto inconfeso primeramente privilegiado por la gestión política de la pandemia es: hombre, de clase media acomodada, con un alto nivel educativo, en edad de (tele-)trabajar, ciudadano español
El sujeto inconfeso primeramente privilegiado por la gestión política de la pandemia es: hombre, de clase media acomodada, con un alto nivel educativo, en edad de (tele-)trabajar, ciudadano español. Las medidas tomadas para preservar la salud de todos han primado, entonces, la salud de una parte. En aras a paliar las adversidades derivadas de la crisis para las personas socioeconómicamente subordinadas, algo (poco) se ha hecho. En aras a paliar los contagios entre las personas socioeconómicas precarias las medidas se resumen en: mascarillas, gel hidroalcohólico, responsabilidad personal.
Es precisamente a través de la conformación de círculos viciosos como se perpetúan las desigualdades. Dos de las principales formas de mantener esos círculos son el espacio y las leyes. Las relaciones sociales, en torno a las que se articula la desigualdad, necesitan de estructuras materiales que las mantengan y reproduzcan en el tiempo: las leyes, no ya solo intencionadamente, sino por mera omisión (omisión de las perspectiva de género, de clase, de pertenencia o no a la ciudadanía del país…), y el espacio, que, socialmente producido, construido en función de la estructura social, reproduce esta estructura no como mera expresión, sino afectando «las prácticas y percepciones sociales, volviéndose una herramienta de dominación y poder»[1]. El concepto de segregación espacial permite, de esta manera, entender la mayor incidencia del virus en determinadas áreas de Madrid, partiendo de una descripción del espacio y considerando cómo dicha configuración amplifica y perpetúa las desigualdades, justamente porque tal segregación ha sido enteramente obviada a la hora de diseñar las medidas políticas de contención.
Esta perspectiva, según la cual la incidencia diferencial del virus responde a criterios de desigualdad estructural articulada en un espacio segregado, y no de responsabilidad personal, es fundamental a la hora de entender los contagios. No se trata ya sólo de una cuestión de justicia con la realidad, sino también del riesgo de estigmatización hacia los barrios obreros y de inmigrantes que entraña entenderlos de otra forma. Tal y como se repite precisamente desde estos barrios, en todas partes hay ‘responsables’ e ‘irresponsables’, esto, digamos, no va con la clase ni con la raza ni con la condición de inmigrante. Lo que sí va con la clase, la raza, la condición de inmigrante o el género, lo que la estructura social determina para las personas en posiciones interseccionalmente subordinadas, es, tal y como trataré de justificar en el caso de Madrid, la reducción de las posibilidades de mantenerse aislados, distanciados, no expuestos, y de poder vivir bien dentro de todo ello.
En esa línea, hay varias cuestiones indudables y ampliamente demostrables en los hechos:
1. En la ciudad de Madrid, son los distritos más pobres los que mayor número e incidencia de contagios sufren. La Comunidad de Madrid ha sido la región española más afectada por la pandemia del coronavirus tanto durante el llamado ‘período duro’ o ‘primera oleada’ como a lo largo de las últimas semanas en la ya conocida como ‘segunda oleada’ de la pandemia. La primera vez que la Comunidad proporcionó datos desglosados por municipio y distrito (6 de abril), la situación mostraba que los distritos con más contagios en Madrid ciudad por número de casos habían sido Puente de Vallecas (1.978), Fuencarral-El Pardo (1.803), Latina (1.557), Carabanchel (1.531), Ciudad Lineal (1.338) y Tetuán (1.332), mientras que los distritos más afectados en relación a su población (incidencia acumulada por cada 100.000 habitantes) eran Vicálvaro y Retiro (Alonso y Jiménez, 2020). Excepto Fuencarral-El Pardo y Retiro, todos estos distritos se sitúan por debajo de la renta media por persona en Madrid. La situación epidemiológica a finales de agosto, casi cinco meses después, volvía a mostrar una diferenciación espacial similar de la incidencia del virus en función de la situación socioeconómica del lugar, esta vez, en coincidencia clara con los distritos del sur de la ciudad, donde los más afectados son (desde el 11 de mayo hasta el 23 de agosto) Usera, Puente de Vallecas, Villaverde y Carabanchel, en orden descendente (Comunidad de Madrid, 2020). Estos cuatro son, de hecho, los distritos con menor renta media anual por persona, alrededor de 10.000€, muy por debajo de la media madrileña de 15.950€, según el INE (2017).
Aun hoy, cuando la pandemia ha vuelto a hacerse fuerte en toda la Comunidad, la implantación del virus sigue siendo diferencial y no deja de parecer reproducir la “línea virtual” que desde hace décadas divide la ciudad de Madrid entre un noroeste más acomodado y un sureste de clases populares (ver mapa superior), claramente diferenciables en la “condición socioeconómica, el nivel educativo y el nivel de renta”, y que se extiende también al área metropolitana[2] (aun habiendo excepciones evidentes).
La implantación del virus sigue siendo diferencial y no deja de parecer reproducir la “línea virtual” que desde hace décadas divide la ciudad de Madrid entre un noroeste más acomodado y un sureste de clases populares
2. Las viviendas en estos distritos son, de media, más pequeñas, con mayor número de convivientes y mayores proporciones de hogares hacinados y de infravivienda.
3. Las personas migrantes se concentran especialmente en los distritos de Carabanchel, Usera, Puente de Vallecas y Villaverde, en el sur, además de en Centro y en Tetuán. Los inmigrantes por razones económicas sufren en mayor proporción que las personas con ciudadanía española situaciones de hacinamiento en el hogar y de infravivienda.
4. En estos distritos, la gente tiene menos posibilidades de teletrabajar, por la propia naturaleza de la actividad que desempeñan.
5. Los trabajadores más golpeados por la pandemia y su gestión política han sido los peor remunerados. Muchos de estos trabajos son manuales y de cara al público, además de encontrarse en muchos casos altamente feminizados y con altas tasas de trabajo informal (por poner los ejemplos más evidentes: personal de limpieza y cuidadoras de personas en situación de dependencia).
6. El paro ha aumentado proporcionalmente más en los distritos del sur que en la inmensa mayoría del resto de distritos a lo largo de la pandemia.
7. Las personas residentes en los distritos del sur, eminentemente residenciales, tienen que recorrer, en general, distancias no realizables a pie hasta su lugar de trabajo, y su dependencia del transporte público es superior a la de las personas que residen en la periferia norte, la otra gran área principalmente residencial de la ciudad.
8. Las condiciones de salud de las personas de los distritos del sur son, de media, las peores de la ciudad de Madrid.
Estos hechos son perfectamente demostrables a partir de los datos disponibles, tal y como se tratará de analizar en los próximos artículos de esta serie. Se trata, además, de datos elaborados y extraídos en su inmensa mayoría de las estadísticas del propio Ayuntamiento de Madrid, es decir, de una información de la que, a pesar de las apariencias, se tiene pleno conocimiento desde los poderes públicos que están gestionando esta pandemia en la ciudad.
Esta diferente distribución espacial del virus conforme a criterios de subalternidad social es algo que ha podido observarse en todo el mundo
Una ciudad como Madrid puede convertirse en un lugar privilegiado para estudiar los criterios socioespaciales de contagio del virus, no sólo por el interés que ella tiene en sí misma, sino también en la medida en que el espacio urbano se configura históricamente como una suerte de ‘imagen microcósmica’ de la estructura social. Es decir que, si bien la cuestión urbana no es en absoluto reductible a representación a pequeña escala de la estructura social, es también indudable que su realidad se configura precisamente atravesada, definitoriamente atravesada, por las desigualdades, las cuales en ningún lugar se dan tan próximas y contrapuestas (en mayor oposición) como en las grandes ciudades. Así, si el estudio del caso madrileño es, evidentemente, un estudio del caso madrileño, hay que tomarlo también como un indicador más amplio de cómo está funcionando la sociedad en su conjunto, y no solo en el caso de la española.
En ese sentido, cabe señalar que esta diferente distribución espacial del virus conforme a criterios de subalternidad social es algo que ha podido observarse en todo el mundo, algo de lo que la prensa se ha hecho ampliamente eco y sobre lo que ya se han publicado múltiples estudios. Por ejemplo, un análisis comparativo de la distribución epidémica en Chicago y Nueva York ha probado que las regiones urbanas donde se concentra el virus se corresponden con barrios en los que se da menor nivel educativo y mayor concentración de personas racializadas. En Nueva York, se trata de zonas de ingresos medios y medios-bajos, mientras que, en el caso de Chicago, los ‘puntos calientes’ coinciden con los barrios más deprimidos y vulnerables de la ciudad, con «tasas extremadamente altas de pobreza, desempleo y residentes negros no hispanos»[3]. La incidencia desproporcionada de la Covid-19 sobre la población negra en Estados Unidos es algo que se ha podido constatar en todo el país, así como sobre la población navajo.
También en la ciudad de Cali, Colombia, un análisis espacio-temporal de la propagación del virus ha mostrado que, en los primeros momentos de llegada del covid-19 a la ciudad, los casos, importados, se localizaban en barrios ricos de la ciudad (“zonas con mayor nivel educativo (…), baja densidad poblacional y de nivel socioeconómico medio y alto”). No obstante, a medida que avanza el contagio, el foco de la epidemia se traslada hacia «sectores segregados en el oriente y occidente con alta densidad de población, bajo nivel socioeconómico y predominancia del trabajo informal»[4].
La segregación espacial que sufren los distritos del sur más afectados en Madrid (‘sufren’ porque, mientras que los grupos de renta alta eligen su propia segregación, en el caso de las clases sociales más bajas, ésta se da principalmente inducida), dispara el virus al concentrar en el mismo lugar a personas con determinadas características similares que las exponen más al contagio. Existen diferentes expresiones de la segregación urbana.
La segregación residencial, a la se refiere intuitivamente el término, es aquella por la cual se conforman barrios con una morfología y una tipología de vivienda concretas. Pero los grupos residencialmente segregados pueden serlo, también, en los medios de transporte, en función de la diferente utilización de éstos, o en el ámbito laboral (segregación laboral u ocupacional), tanto por sector de actividad (segregación horizontal) como por el puesto ocupado en una escala jerárquica (segregación vertical). Esta es una realidad común en relación al género, pero que también se da claramente, por ejemplo, para grupos de individuos en los que interseccionan clase y racialización. A través de estas tres formas de segregación se puede entender el porqué de la mayor incidencia del coronavirus en los barrios relativamente más pobres, y no ya sólo a nivel de contagios, sino también, en parte, en cuanto al impacto que la forma de gestionar la pandemia políticamente ha tenido, tiene y tendrá sobre ellos.
[1] J. Ruiz-Tagle, “Integración en la sociología urbana: revisión de enfoques y aproximaciones críticas para las políticas públicas”, en Revista INVI, 31(87), 2016, pp. 9-57, aquí p. 46.
[2] J. Leal y M. Domínguez, “Transformaciones económicas y segregación social en Madrid”, en Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales, XL(158), 2008, pp. 703-725, aquí p. 714.
[3] A.R. Maroko, D. Nash y B. Pavilonis, “COVID-19 and inequity: a comparative spatial analysis of New York City and Chicago hot spots”, en Journal of Urban Health, 97, 2020, pp. 461-470, aquí p. 468.
[4] D. Elías-Cuartas, D. Arango-Londoño, G. Guzmán-Escarria, E. Muñoz, D. Caicedo, D. Ortega-Lenis, A. Fandiño-Losada, J. Mena, M. Torres, L. Barrera y F. Méndez, “Análisis espacio-temporal del SARS-coV-2 en Cali, Colombia”, en Revista de Salud Pública, 22(2), 2020, pp. 1-6, aquí p. 5.