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Memoria histórica
Antonio Miguel Bernal: uno de los nuestros
El Canal del Bajo Guadalquivir reconduce agua del río desde Peñaflor hasta el noreste de Lebrija, desembocando en el Embalse de Don Melendo. Recorre alrededor de ciento cincuenta y ocho kilómetros y riega unas cincuenta y seis mil hectáreas de regadío, convirtiendo en un lucrativo vergel de algodón, remolacha y azúcar, lo que antes eran principalmente cultivos de secano y eriales. Tierras de segunda, transformadas por una obra colosal que tardó más de veinte años en ser terminada. Los grandes beneficiarios fueron los latifundistas, dueños de estos terrenos, que recibieron un ticket dorado a la cima sobre la espalda de cientos de presos republicanos que construyeron el canal, más conocido como el Canal de los Presos.
Con el mismo río que alimenta el canal de fondo, amigos y compañeros de Antonio Miguel Bernal homenajean su vida. El historiador dedicó su prolífica carrera profesional al estudio del trabajo agrario en Andalucía y del comercio colonial español. En la biblioteca municipal de la calle Torneo, la tarde del viernes veintisiete de octubre, se celebró no solo su carrera, sino su compromiso con la memoria. Bernal no era solo historiador, además era miembro del consejo de todoslosnombres.org, un proyecto colaborativo que busca crear una base de datos que recoja la información de los represaliados por el franquismo en Andalucía, Extremadura y el Norte de África. Puede resultar extraño pensar que, antes de 2006, cuando el proyecto se hizo accesible al público, si querías saber algo sobre un familiar represaliado, tu mejor opción era preguntar poco menos que “al aire” hasta que alguien supiese algo, lo que fuese. El proyecto busca concretar toda la información en un solo lugar, una base de datos que, a día de hoy, recopila 118.008 víctimas y más de 1000 microbiografías.
El homenaje a Bernal se convirtió, también, a un canto a la memoria y al trabajo riguroso sobre el pasado
En el homenaje, amigos y compañeros de Bernal hablan de su vida, de su carácter, de su sentido del humor y de su concepción de la historia como justicia. El hijo de Bernal confiesa a Cecilio Gordillo, uno de los fundadores de Todos los nombres, que no esperaba un acto tan sentido. Según su padre, a estos actos académicos se viene por compromiso. Pero los invitados que hablan, algunos de espaldas al ventanal y otros desde el público, mirando hacia el río, cuentan anécdotas, ríen, lloran y, en definitiva, celebran la vida de un hombre que se ofreció, en palabras de Gonzalo Acosta, como batería, como fuente. Empezaron, explica, “con el tema del canal”, del cual escribieron un libro entre cuatro autores y que no podría haberse llevado a cabo sin la participación clave de Bernal.
El hombre, el historiador y el canal
La carrera como historiador de Bernal y su compromiso con la memoria están intrínsicamente relacionadas. El catedrático y premio nacional de historia de España participó en el 50 aniversario del “incidente” de Casas Viejas, del brutal aplastamiento, por parte del gobierno de Azaña, de los anarquistas que se levantaron en 1933, y desde entonces mantuvo una estrecha relación con el grupo de investigación Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía (CGT-Andalucía). Sin embargo, un punto que representa especialmente esta relación y marca el principio de su colaboración con la organización Todos los Nombres es el trabajo sobre el Canal de los Presos. Bernal fue una fuente indispensable para el libro “El Canal de los Presos: De la represión política a la explotación económica” escribiendo, además, el prólogo del mismo. En él se recogen la vida, la penuria y la explotación de millares de presos políticos, convertidos en esclavos, que abrieron con pico y pala una vena al río Guadalquivir, vena que alimentó y sigue alimentando los cultivos de regadío de un puñado de familias latifundistas.
“Antonio Miguel Bernal tenía la concepción de la historia como justicia”
Los presos no solo fueron responsables de la construcción del canal, sino que construyeron los propios campos de trabajo donde se alojaban en pésimas condiciones. Además, el Servicio de Colonias Penales Militarizadas (SCPM) solicitó al Ministerio de Justicia presos con profesiones concretas: aparejadores, ingenieros, cocineros, transportistas… como quien pide las piezas del cerdo en una carnicería. Las condiciones de trabajo eran pésimas. En un principio, los trabajadores dormían en el suelo y a lo largo de la construcción hubo numerosos casos de paludismo y tuberculosis. La comida era escasa y también lo era la higiene.
Los españoles más jóvenes están a dos generaciones del hambre, el terror y la opresión. Las consecuencias de la guerra, del expolio del bando vencedor, que veía a los presos republicanos como mano de obra o como fuente de ingresos, aún pueden sentirse hoy en día. Sin embargo, en el homenaje, los más jóvenes allí somos los periodistas. Existe, a ojos de algunos de los asistentes y de los míos propios, un desinterés por la memoria por parte de los españoles más jóvenes. José Luis Gutiérrez Molina, uno de los autores del libro acerca del Canal de los Presos, opina que no es una cuestión de convencer a los jóvenes de que tengan interés: “La culpa no es suya”, explica, “en este país hay un problema institucional.” Según él, son necesarios dos elementos clave: la información y la voluntad de aprender. El último, evidentemente, depende del primero: “¿Cómo van a tener interés por algo que ni siquiera saben que existe?”
Existe una falta de información y educación en estos asuntos que el grupo se esfuerza en solucionar, aún con la falta de respaldo por parte de las instituciones. Cecilio Gordillo tiene un sinfín de anécdotas sobre desencuentros con las instituciones académicas: “Una vez en tu facultad, la de periodismo, fuimos a dar una charla y nos vimos los cuatro que íbamos a darla y dos más”, ríe secamente. En otra ocasión, el profesor que le había invitado a dar la charla le ofreció dinero, pero solo a él, porque veía como un escándalo darle dinero a “una organización política”.
La historia, la justicia y la verdad
A lo largo del encuentro, se repite que Antonio Miguel Bernal era “uno de los nuestros”. Que tenía un gran sentido del humor. Que entendía la historia como una forma de justicia. Lejos de la concepción de Alberto Núñez Feijoo para el que la Guerra Civil fue “una pelea entre nuestros abuelos”. Uno tiene que buscar poco en internet para encontrar un sinfín de vejaciones y opiniones mal intencionadas sobre movimiento memorialista. Tenemos a Feijoo, a Roberto Da Silva, que dijo que todo lo de la memoria era para “cobrar 400 euritos” o a Casado diciendo que los de izquierda eran unos “carcas que estaban todo el día pensando en la guerra del abuelo o la fosa de nosequien”. Posturas cínicas y palabras envenenadas, que revelan un deseo de golpear en la cabeza al país entero hasta que la memoria colectiva de una generación desaparezca, algo contra lo que Bernal y Todos los nombres pelearon y pelean.
Es razonable preguntarse que significa ser “uno de los nuestros”. No es una cuestión académica, dado que solo la memoria histórica conecta las trayectorias de los presentes en el homenaje. Habrá quien diga que es por la ideología, pero la memoria es una parte intrínseca del ser humano y enterrar a los muertos propios uno de los derechos más fundamentales y antiguos que existen. A fin de cuentas, ser “uno de los nuestros” significa ser parte del movimiento memorialista. Esto implica un compromiso con la historia, con la justicia y con la verdad. Bernal no era uno de los académicos de las anécdotas de Gordillo. Era uno más. Una gota más, una corriente más en un río que fluye en la dirección contraria al que sirve de paisaje del homenaje. Un río que fluye cuesta arriba, constantemente en contra de la gravedad y del olvido promovido por el tiempo y el poder.