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Memoria histórica
Gernika, la paz bajo el árbol
Se cumple este año el 80 aniversario del bombardeo de la “ciudad mártir”, y el 30 de Gernika Gogoratuz, la iniciativa pacifista que —junto al Museo de la Paz y el Centro Autogestionado Astra— recoge el legado de su memoria histórica.
Gernika-Lumo, la histórica villa vizcaína enclavada en la comarca de Busturialdea y nacedero del estuario —y Reserva de la Biosfera— de Urdaibai, nunca quiso ser nada más que la cuna de las libertades y fueros vascos. Pero tras su destrucción en 1937 se convirtió en símbolo de la tragedia de la guerra moderna. Hoy es una pequeña urbe de cerca de 17.000 habitantes, con una sólida hegemonía abertzale, que vive de cerca la cultura de paz.
En la colina que domina la ciudad se levanta la Casa de Juntas de Bizkaia, el macizo edifico neoclásico construido en 1826 por Antonio Etxeberria, que no sufrió daños durante el ataque. Nadie diría que en el tranquilo interior de esta mezcla de parlamento e iglesia con pilas de agua bendita y bancadas tapizadas de terciopelo rojo, y que ahora recorren inquisitivos turistas alemanes, se hayan celebrado tantos plenos históricos y homenajes a monarcas españoles. El de 1981, días antes del golpe de Tejero, cuando lo visitó Juan Carlos I y los diputados y junteros de Herri Batasuna y Laia en pie y puño en alto cantaron el Eusko Gudariak, es difícil de olvidar. En el exterior sigue creciendo, todavía verde al comienzo del otoño, el último retoño del Arbol de Gernika plantado en 2015 —donde jura su cargo el Lehendakari— al lado de su antepasado, el “árbol viejo”, protegido bajo una templete circular; un tocón del roble plantado en 1700 que, abierto como una vieja herida, semeja una escultura de Mendiburu. Como en 1811 se preguntaba Wordsworth en The Oak of Guernica aludiendo a la Guerra de Independencia, quizá de manera premonitoria: “How canst thou flourish at this blighting hour?/ ¿Cómo pudiste florecer en esta hora de destrucción?”.
La paradoja es que Gernika —tal y como recoge en su diario el Comandante del bombardeo Von Richthofen—, fue seleccionada como objetivo militar por el carácter simbólico del “roble sagrado” que, al mismo tiempo, salió indemne. ¿Quizá destinado a refundar la legitimidad de los vencedores?
Cuenta la leyenda hagiográfica del escritor y político franquista Jaime del Burgo Torres que tras el bombardeo, cuando la villa fue conquistada por los nacionales, el entonces capitán del Tercio de Begoña formó un escuadrón de requetés armados con bombas de mano para protegerlo del vandalismo de los falangistas, que querían talarlo (aunque de talar los fueros —señalan algunos— ya se encargaría su hijo, el ilustre Jaime Ignacio del Burgo, artífice el Amejoramiento del Fuero navarro).
Una ausencia muy presente
Más allá del Museo Euskal Herria y del Parque de los Pueblos de Europa, en la Plaza de los Fueros, se encuentra el Museo de la Paz, en el antiguo edificio de Juzgados y Correos. Este pequeño museo municipal —uno de los primeros en su género en el país— dispone de un Centro de documentación, recoge testimonios y piezas del bombardeo, y despliega un recorrido pedagógico sobre la cultura de paz y los derechos humanos. Labor sobre la que se cierne una ausencia, la de Guernica de Picasso, el lienzo antibelicista unido al trágico destino de la villa vasca. Para repararla, los sótanos del Museo gernikarra esconden una grata sorpresa: Reimaginando el Guernica, una exposición del norteamericano Ron English, padrino del Street Art y del concepto de “POPaganda”, que combina iconos de alta cultura y cultura popular. En su descacharrante serie de más de 100 versiones del lienzo picassiano —de la Guerra de las Galaxias a Los Simpsons— propone “transformar la tragedia incomprensible en una historia del cómic”, para denunciar como un “producto de la cultura corporativa mundial, utiliza la guerra como entretenimiento y el entretenimiento como guerra”.
No está claro si la recurrente campaña Gernika Gernikara, que abogó en su día por traer, siquiera temporalmente, el lienzo de Picasso (que acabó primero en el Casón del Buen retiro, y luego en el Reina Sofía) tiene a estas alturas demasiado sentido. Y no sólo por los aspectos técnicos de la conservación, sino por las resbaladizas pendientes de la turistización banal. Ahora bien, la reproducción del cuadro, que en otros tiempos inundó las casas vascas como símbolo de resistencia, sigue presente en numerosos murales y en nuestro imaginario cultural, y desde su ausencia omnipresente, está más vigente que nunca.
Al otro lado de las vías del ferrocarril, se encuentra la antigua Astra, una fábrica decó con un toque futurista de Ricardo Bastida, respetada por la aviación nazi. Hace 10 años fue okupada y reconvertida en un Centro Autogestionado modélico, referencia en todo el Estado. Parece un acto de justicia poética que la que fuera fábrica de armas hasta 1997 —donde se producían las célebres pistolas de la marca y hasta carcasas de las bombas químicas empleadas contra la población civil de la Cabilia en la Guerra del Rif—, sea hoy un laboratorio ciudadano para la vida social y cultural de la comarca y sede, entre otras, de numerosas actividades relacionadas con la memoria histórica y el pacifismo. El edificio, restaurado en 2012 gracias un programa de “fábricas de creación”, proyecta una imagen de centro de arte contemporáneo, pero su interior alberga, en la planta baja, barra, ludoteca y escenario para conciertos, donde se guarecen familias y hacen vida social jóvenes y asociaciones culturales; y, en el primer piso, espacios polivalentes o “factorías” para las artes y la danza, talleres y proyecciones, un aula informática, e incluso el embrión de una radio comunitaria. Solo en el exterior, frente a la fachada, un alargado búnker de cemento de medio cañón recuerda la guerra civil. Gernika, la ciudad inmolada, la ciudad reconstruida, la ciudad símbolo bajo el árbol, pese a la abundancia de hitos e iniciativas antibelicistas, no corre de momento el riesgo de convertirse en una ciudad-marca de la paz. En el contexto del fin de la violencia de ETA, los bombardeos en Oriente Medio y los atentados yihadistas en las calles europeas, o la amenaza nuclear del club del tupé (Kim Jong-un/Trump), ofrece una experiencia socio-cultural para conocer, imaginar y proyectar la cultura de paz hacia las nuevas generaciones. Sin embargo, el trabajo cotidiano de las pequeñas iniciativas que se desarrollan, al amparo de la memoria viva del bombardeo, difícilmente obtendrá reconocimientos como el de ICAN, la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares, que este año ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz.
Por su parte, y tras la resaca de Donostia 2016 (Capital de la Cultura dedicada a la paz y la convivencia), Gernika Gogoratuz, Centro de Investigación por la Paz, celebra actualmente su trigésimo aniversario, con nuevas actividades como “Cuerpos gramaticales”, performances del Colectivo AgroArte, o un “Curso formativo del Teatro del Oprimido”. María Oianguren y Andreas Schäfter, vasca ella, alemán él, se mantienen al pie de su cañón pacifista, casi como supervivientes paritarios; haciendo maravillas de un presupuesto lamentablemente menguante. Este año, la programación siempre innovadora y de perfil activista, que ha generado un potente espacio de encuentro internacional y especialmente programas de arte y paz, está dedicada al arte urbano del rap y el grafiti.
Desde el Guernica picassiano al más humilde dibujo infantil, el arte “artivista” es, sin duda, una vía más necesaria que nunca para profundizar en las políticas civiles de la vida frente a la guerra y la muerte.
El raid aéreo, ensayo de la guerra total
El 26 de abril de 1937, la Legión Cóndor, unidad área de la Luftwaffe alemana, y aviones italianos, arrasan la población durante cuatro horas. Descargan 31 toneladas de bombas explosivas e incendiarias, destruyendo el 71% de los edificios del casco urbano. Aunque todavía sigue la controversia, y se ha llegado a estimar que causara 1.654 muertos y 889 heridos, lo cierto es que el grupo de historiadores Gernikazarra solo ha constatado una lista provisional de 153 fallecidos. La singularidad de este ataque reside en que se trataba de una ciudad sin valor estratégico y que carecía de defensa antiaérea. De hecho, su infraestructura más importante, un puente, y la fábrica de armas, quedaron intactos. Resulta evidente, pues, que un día de mercado como aquel, los objetivos fueran la población civil y el simbolismo del lugar. Tan solo unas horas más tarde, cuatro corresponsales anglosajones enviaban sus crónicas alertando de la masacre, entre ellos el británico George L. Steer para The Times, autor del texto que serviría de inspiración a Picasso. Hasta tiempos no tan lejanos, algunos historiadores revisionistas franquistas han sostenido que fue provocada por “rojos y separatistas”.
El ataque es considerado, junto con el de Durango llevado a cabo en marzo y que provocó entre 248 y 336 víctimas, uno de los primeros ensayos de “guerra total” aérea: los bombardeos en alfombra o por saturación cuyo objetivo es amedrentar a la población civil, y cuyo modelo se impondría a gran escala a partir de la II Guerra Mundial —desde Dresde y Coventry hasta Hiroshima y Nagasaki—. La doctrina del General Mola (“hay que sembrar el terror... dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensan como nosotros”) y de Von Richthofen (“la moral es más importante para las batallas que las armas”), es la misma que guió la destrucción de Bagdad a manos de la coalición internacional en 2003 bajo el lema “conmoción y pavor”.
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Canción "El roble de Guernica". Letra: Jorge Padula Perkins. Música: Rodrigo Stottuth. Voces: Nery H. González Artunduaga.
Conmemoración del bombardeo de Guernica.
https://youtu.be/gfYiK5lolUE
El árbol fue testigo de los gritos de espanto;
silencioso testigo de la sangre y el llanto.
El roble que en Guernica enterró sus raíces
y acompañó a la vida en los tiempos felices.
La planta silenciosa soportó los estruendos
y se alumbró en las llamas de los crudos incendios.
Sus ramas se enlutaron con las almas en duelo
y sus hojas sufrieron el temor por los vuelos.
Los pájaros dejaron con pavor su follaje,
mientras la gente corría, buscando resguardarse.
Y después de las bombas, desolación y ruina
y el árbol, conmovido, sosteniendo la vida.
Porque el roble no es solo hojas, ramas y fruto.
Es el símbolo del pueblo; de Guernica atributo.
Emblema libertario de vascos y Vizcaya
que al horror de la guerra contrapone esperanza.
El roble de Guernica. El roble de Guernica.