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Memoria histórica
Juan Manuel Guijo: “El peligro de hacer exhumaciones donde hay víctimas del franquismo es convertirlas en arqueología”
Nos recibe en el Cementerio de San Fernando de Sevilla el arqueólogo y antropólogo forense Juan Manuel Guijo Mauri, director de los trabajos de exhumación en la fosa común de Pico Reja, donde se estima que descansan en torno a mil represaliados del franquismo. La de Pico Reja es una intervención a cargo de la prestigiosa Sociedad de Ciencias Aranzadi y promovida por el Ayuntamiento de Sevilla, al que se han sumado otras instituciones: la Diputación de Sevilla, la Junta de Andalucía y el Estado. Pero, como todas las exhumaciones de fosas de la dictadura, es un proyecto que habría sido imposible sin el empeño de los familiares de represaliados, las asociaciones memorialistas y la investigación académica.
Tras el golpe militar de julio de 1936, Pico Reja se convirtió en la primera fosa utilizada en Sevilla para depositar los cadáveres de la violencia franquista. Combatientes caídos en las calles y barrios de la ciudad y fusilados; trabajadores, personalidades de la política y de la cultura o dirigentes de asociaciones y sindicatos. A principios de agosto parecía que ya no cabrían más cadáveres, pero durante años se siguió utilizando como vertedero de cuerpos.
“Si queréis, pasamos directamente a ver la fosa: es la imagen de un campo de exterminio”. El anuncio del arqueólogo es inquietante, pero cumple una función informativa específica: las atrocidades pasadas que carecen de referentes visuales son hechos más difíciles de reivindicar. Un pasado violento y traumático puede estar bien documentado históricamente y, al mismo tiempo, ser prácticamente irrelevante para la ciudadanía; especialmente, si quienes no han sufrido sus consecuencias de primera mano carecen de imágenes o marcos mentales para interpretarlo. Es cierto que la evocación de un campo de exterminio predispone al visitante ante lo que va a conocer, pero es que está a punto de convertirse en testigo de las brutales marcas de la represión franquista en el verano caliente de 1936 en Sevilla. Nos asomamos a la fosa. Guijo no exagera.
¿Qué es para ti la memoria?
La memoria es para mí un ejercicio de dignidad, de la dignidad de tantísimas personas que han sabido lo que ha pasado durante años. También la de las familias que lo van descubriendo a lo largo del tiempo; pero, sobre todo, de quienes siempre lo han sabido y lo han tenido adentro y han sobrevivido y han sacado adelante sus familias. Es un impresionante ejercicio de dignidad. Y, al menos en mi caso, la memoria es también un aprendizaje de todas esas personas. Porque estar aquí, en cualquier fosa, si se sabe escuchar… Un técnico no puede salir igual al final que cuando empezó. Hay una transformación interna, y tiene que haberla. ¿Y si no la hay? Pienso que sería un mal asunto. No sólo por parte de los peritos, sino también por parte de las administraciones y de la sociedad del entorno en el que se está actuando. Tiene que haber una transformación en el sentido de una empatía y un reconocimiento, pero sobre todo un enorme aprendizaje desde la dignidad, la valentía. Eso lo tengo clarísimo.
¿Qué es una exhumación?
Si hablamos de una exhumación arqueológica, esto no tiene absolutamente nada que ver. El peligro de hacer exhumaciones donde hay víctimas reside muchas veces en convertirlas en arqueología. Y no pueden ser arqueología. Hay una parte pericial, pero hay una parte de empatía y, sobre todo, de comulgar con lo que debe ser el pilar central de una exhumación de este tipo: la víctima. En este caso, hablamos de víctimas del franquismo. Se debe situar en el lugar central de la exhumación a las familias y a los colectivos que han luchado tantísimo tiempo para que esto se haga. Si se tiene la suerte de contar con un apoyo público, una gestión pública, es un paso decisivo. La gestión pública es esencial para esto.
¿Qué le contáis a quienes visitan la fosa?
Básicamente les contamos la verdad. Una intervención de este tipo tiene que ser también un ejercicio de transparencia. Hay que saber contar la verdad. Es necesario informar y divulgar. Siempre manteniendo un respeto a quienes están en la fosa y a quienes lloran como familiares directos.
¿Cómo llega un científico, un arqueólogo forense, a la cuestión de la memoria?
Hasta hace muy poco nos avisaban familiares o asociaciones. Esta intervención es un punto y aparte. Normalmente ha sido con pocos medios, con una claridad total sobre por qué había que estar ahí, que cuando se tuvieran medios y al día siguiente no se tuvieran, no se podían quedar colgadas estas personas. Muchísimas intervenciones han afrontado investigaciones, estudios o memorias científicas sin ningún tipo de medios. Se han llevado a cabo por militancia. No me arrepiento ni un solo minuto de haber echado horas y horas. En muchos casos son intervenciones lejanas, en otras provincias, sin recursos. Y, a veces, no en plan mileurista, sino quinientoseurista. Es difícil conciliar con tu vida personal, con otras ocupaciones… Pero la militancia sí la tenemos clara en este tema: ayudar en lo posible, incluso a preparar otras intervenciones, hacer lo posible para que se pongan en marcha exhumaciones aunque las haga otra persona. Lo que importa es movilizar la memoria. Y ahora mismo tenemos clarísimo que es necesario un plan intensivo de exhumaciones. ¿Por qué? Porque se mueren los hijos [de las víctimas directas]. Y hay administraciones que no se han querido enterar y administraciones que no se enterarán nunca. Hay a quienes se les infla la boca hablando de terrorismo, pero no se dan cuenta de que esto es puro terrorismo.
¿Cómo se mantiene el rigor científico en un lugar tan sensible?
Desde el punto de vista de los técnicos, hay una lucha terrible entre la parte cerebral y fría, la que tiene que decir de forma imparcial que puede que encontremos o puede que no encontremos lo que buscamos, y el momento en que se habla con las familias. Es como una corriente de agua helada y una de agua cálida que terminan chocando. Se conoce lo que tienen dentro, se les ve llorar cuando nos visitan. Realmente es dificilísimo mantener la entereza. Hay momentos del proceso de trabajo en los que simplemente viendo un objeto, unas gafas, una pluma, un resto de un lápiz... o un horror que se ve sobre un esqueleto, de algo terrible que le ha pasado. Siempre vienen momentos de derrumbe, es imposible evitarlo. O sea, es imposible ponerse en el papel científico todo el tiempo.
Pero hay que ser muy claros, hay que tener mucha precisión, porque el gran riesgo de la memoria es que se nos diga que manipulamos las pruebas. Hay que ser muy contundentes en eso y tener un nivel de exigencia alto, con informes periciales. Tenemos que saber dónde empieza la actividad puramente funeraria asociada al cementerio y la que corresponde al victimario, a las grandes matanzas. En la Ley de Memoria Democrática hay un protocolo muy claro, y un camino muy claro que traza Naciones Unidas. Además, en el tema pericial se exige un registro gráfico brutal, de manera que cualquier persona pueda ver y entender lo que decimos. Pero aparte de cualquier persona, tenemos que facilitar que cualquier técnico, perito forense o quien sea, pueda incluso refutar lo que estamos diciendo. Eso implica un ejercicio de honestidad máxima, y aceptar cuando nos equivocamos. Pedimos disculpas, no pasa nada. En el mundo académico parece que hay mucho miedo a reconocer cuando uno se equivoca. En nuestro caso, hay un grupo de forenses de la Sociedad de Ciencia de Aranzadi, a la que estamos inmensamente agradecidos, que desde el punto de vista científico ejerce un control sobre los informes, la calidad del trabajo, etcétera. De momento nos han corregido solamente una foto. Pero el diálogo con ellos es continuo.
¿De dónde proceden los cuerpos que están en la fosa?
Hay de todo. Se abre cualquier sondeo y encontramos todo tipo de actividad funeraria. Sin violencia hay adultos, hombres, mujeres, montones de niños, neonatos. Y luego osarios que proceden de vaciados de nichos y los han echado aquí. Esto es un inmenso basurero de cadáveres. Pero todo eso es “ruido” que tapa lo que realmente buscamos. La documentación no refleja ese uso clandestino como basurero. Hemos tenido que afrontarlo, ver si son víctimas o no. Ahora mismo sabemos que hay restos de casi 3000 individuos, y aproximadamente 450 (a fecha de 11 de junio de 2021) son víctimas de 1936 (julio y agosto). Pero al empezar a trabajar empezamos a encontrar depósitos alterados. Había personas que estaban boca abajo, posiciones inverosímiles. Nos aparece alguna evidencia de violencia por impacto de proyectil, no a una escala terrible, como se ve en el 36, pero sí aparecen evidencias de muertes violentas. O sea, que hay pruebas de que en esos depósitos hay víctimas de otros momentos posteriores al verano del 36. Entonces, claro, conociendo fuentes de trabajo de José María García Márquez o de Victoria Fernández sabemos que aquí hay 400 o 500 personas que provienen de las cárceles que mueren de hambre y enfermedades. Claro, eso añade un momento y una cantidad de personas que no se esperaba encontrar.
¿Qué nos está pasando como país en lo que se refiere a la memoria de nuestro pasado reciente?
Me preocupa la forma en que se está tratando la noción de fascismo, con unos tintes casi simpáticos, anecdóticos, con una ligereza… como si eso no implicara un comportamiento en la vida diaria o en las relaciones con el mundo. Esto tiene que verse. Esto no se lo ha inventado nadie. Las consecuencias son terribles. Hay testimonios de personas que fueron echados vivos a las fosas. Hay aquí personas que tienen fracturas en todos los miembros del cuerpo, en las cuatro extremidades. Eso no se lo hace nadie solo. La inmensísima mayoría no tiene ni un solo delito de sangre. El único delito era pedir un cambio social, una mejora de sus vidas. No se puede hablar de equidistancia. En Sevilla es donde se asesta el primer golpe sobre una población indefensa. Es que eso hay que decirlo. Aquí se asesina a personas indefensas. A los negacionistas les preguntaría: ¿usted ampara que se asesine a personas indefensas?
La intervención en la fosa de Pico Reja está abierta al público y se pueden concertar visitas a través de la Oficina de Memoria Histórica (oficinamemoriahistorica.aytosevilla@sevilla.org).