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Memoria histórica
Los Caídos: una oportunidad estratégica
Mientras los colectivos memorialistas de Iruñea debaten entre derribar el Monumento a los Caídos o resignificarlo, la oposición va tomando posiciones
"Hemos perdido el futuro, pero no podemos seguir perdiendo el tiempo"
Marina Garcés.
¿Derribar o resignificar el Monumento a los Caídos? Esa, justamente, no es la cuestión… ¿Cuál es entonces? Desde las jornadas organizadas por ZER a las más recientes convocadas por el Ayuntamiento de Pamplona llevamos más de un año instalados en un bucle polémico, con amplio despliegue en la prensa. Los partidarios del derribo buscando interpretaciones legales a enfoques emocionales. Los partidarios de la resignificación, de manera un tanto vergonzante, apoyándose en los expertos a ver si surge una idea maravillosa. Una polémica cada vez más pobre, más encastillada y, por tanto, más estéril que no augura ningún resultado en beneficio de la memoria histórica. Y, entre tanto, mientras nos enredamos inútilmente se pierde un tiempo precioso y ciertos agentes con poco o nada que aportar toman posiciones tranquilamente.
Por un lado el Ayuntamiento de Pamplona —específicamente su concejalía de urbanismo— agitando la zanahoria del Concurso internacional de ideas, sabe perfectamente que antes de las elecciones municipales de mayo de 2019 ya no hay plazo para llevar a cabo ningún proyecto. Y por otro, la derecha desmemoriada —con su núcleo duro de criptofascistas en su interior— proponiendo un virginal Museo de la ciudad esperando que en una próxima legislatura su proyecto caiga como fruto maduro. Esto es: seguirá ganando la ciudad orgánica, la que por una razón u otra no quiere cambiar nada, o solo al estilo gatopardista. Y la clausura de la memoria histórica habrá avanzado en estas décadas decisivas, las de la desaparición de los testigos del crimen y el horror del 36.
¿Cómo podemos revertir esta penosa expectativa? Lo primero, todos los agentes implicados hemos de hacer un esfuerzo en apariencia sencillo: superar los tópicos, que es la única manera de escapar de esta polémica reduccionista, para abrirla a nuevas y más audaces perspectivas. En este sentido, los argumentos puramente estéticos, arquitectónicos, urbanísticos, históricos, legales o morales atravesados por lugares comunes solo sirven como arma arrojadiza. Los hay para todos los gustos y a todos se les puede dar la vuelta, pero no tienen ningún recorrido fuera de cada grupo ni contribuyen a salir socialmente del bucle. Y frente a la representación de tópicos, la realidad es que ni unos ni otros nos ofrecen a día de hoy un proyecto relevante. Los partidarios del derribo, tras el gran gesto —la performance del derribo— han logrado solo una victoria pírrica: un jardín que ya no puede ser del Edén. Los partidarios de la resignificación, por el contrario, tienen demasiadas ideas, tan vagas como ambiciosas, pero sin concreción ni contraste local.
¿Cómo es posible que en el movimiento memorialista hayamos caído en esta situación? En gran medida porque hemos creído —o se nos ha hecho creer— que vivimos en un estado de normalización democrática y que podemos dedicarnos a dirimir el destino de Los Caídos mientras tomamos un café y escribimos la última carta a la prensa. Nada más lejos de la realidad. Vivimos inmersos en una ‘guerra cultural’, la de la memoria histórica, que no por incruenta o cultural es menos conflicto de alta intensidad simbólica. Y en una ‘guerra’, es preciso desarrollar estrategias y aplicar tácticas, en este caso de carácter político, cuyas armas desarmadas sean tanto la sensibilidad ética como la inteligencia estratégica. El Monumento a los Caídos es, junto al Valle de los Caídos, el único dispositivo estético significativo del fascismo español, y su desactivación solo puede llegar a partir de la creación de un contradispositivo. Nunca del simple derribo o de la resignificación, solo desde la profanación del discurso, de la ideología y de la estética fascista —del lugar fascista— que genera un nuevo proyecto crítico podemos contribuir a ir ganando una guerra cultural que acaso no tenga fin, porque el fascismo se sirve de múltiples máscaras.
Memoria histórica
Crónica de un monumento desahuciado
Si queremos derrotar el relato del fascismo y a sus sucedáneos, o al menos arrinconarlo en esta ciudad matriz y heredera del fascismo español, solo nos queda construir ese contradispositivo. El problema ha sido que una vez que, de manera temporal, hemos capturado el monumento-dispositivo de Los Caídos no hemos sabido qué hacer, no nos ponemos de acuerdo, caemos en falsos debates, y perdemos el tiempo mientras dejamos al ‘enemigo’ reorganizarse. Por miedo, por conveniencia o por sectarismo, un movimiento fuerte pero dividido ha perdido la iniciativa que tuvo en su día sobre esta cuestión. Las jornadas de ZER fueron el último intento de impulsarla, pero después ni ZER ni el conjunto del movimiento memorialista ha sido capaz de capitalizar, ordenar y dirigir el debate; y esta es una grave responsabilidad exclusivamente nuestra. Luego ha venido el Ayuntamiento y nos ha llevado del ronzal a donde ha querido; la mesa redonda de (casi) todo el movimiento memorialista bajo la cúpula de Stolz y sobre la cripta de Mola y Sanjurjo —¡en la cual todavía se celebran misas golpistas!— ha sido su escenificación. No tanto una torpeza institucional como una claudicación frente a lo institucional. A partir de ahora, el bucle polémico sobre derribo o resignificación sonará más estruendoso que nunca, pero solo demostrará la definitiva inoperancia de un debate provinciano y obsoleto. La oportunidad de construir contrapoder también en el movimiento memorialista y de que las instituciones del cambio sirvan para reforzarlo, está a punto de caducar. Y el futuro de la memoria histórica en esta ciudad corre el riesgo de convertirse en un agujero negro, contribuyendo a su propia invisibilización e irrelevancia para las nuevas generaciones.
Podemos crear un poderoso contradispositivo antifascista utilizando el propio Monumento para generar un proyecto diferente de memoria alternativa. Incluso, aunque significara una pérdida simbólica, podríamos derribarlo y levantar un espacio nuevo, con menos aura pero más funcional. Podemos incluso buscar variaciones entre ambas posibilidades, pero sobre todo acertaremos si somos conscientes de que esta no puede ser una polémica al uso —de las de vena hinchada y garrotazo dialéctico al adversario y sin embargo amigo— sino un debate colectivo de carácter estratégico sobre la memoria histórica, en un campo de batalla cultural en el cual, frente al tiempo y las manipulaciones, seguimos perdiendo. En este sentido, lo fundamental debiera ser alcanzar un consenso básico en el movimiento memorialista en torno a una posición común sobre el proceso y sus objetivos, que subordinara la hoja de ruta institucional del Ayuntamiento a un enfoque memorialista de alcance, con el proyecto en torno a Los Caídos como uno de sus ejes. En esta legislatura supuestamente favorable resulta evidente que ya no podremos conseguirlo pero al menos podríamos recuperar la iniciativa perdida. Como señala Marina Garcés: “más que promesas y horizontes utópicos, relaciones significativas entre lo vivido y lo vivible, entre lo que ha pasado, lo que se ha perdido y lo que está por hacer”.
Mientras los urbanistas diletantes se deleitan con la cúpula al final de la avenida imperial de Carlos III, la oposición municipal prepara los planos del Museo de la ciudad y, de momento, lamentablemente, es posible que el movimiento memorialista se esté pertrechando una vez más para una disputa intestina, eso sí, siempre dentro del monopoly de Urbanismo, abanderado del cambio tranquilo. Y el fascismo camaleónico —los trajes por encima de los correajes— coge ventaja para aplicar su programa de borrado total.
Por la verdad, el reconocimiento, la justicia y la reparación de las víctimas del 36 y, si no ya por el futuro, al menos, por un presente de dignidad que pase el testigo de la memoria de las nuevas generaciones, esperamos que esto no llegue a ocurrir. ¿Todavía estamos a tiempo?